sábado, 28 de julio de 2018

El reformismo socialdemócrata y el laborismo inglés (III) — Manuel Agustín Aguirre

Manuel Agustín Aguirre
(1903-1992)

Parte I
Parte II
Parte IV 


B

El control de Estado monopolista y la planificación


Así como los viejos revisionistas y reformistas de la época de Bernstein y Co., querían mixturar a Marx con Bohm Bawerk, tratando de inyectar en la teoría del valor trabajo la de la utilidad marginal, terminando por quedarse con ésta, los nuevos tratan de completar a Marx con Keynes y se quedan definitivamente con éste, como en el caso del laborista John Strachey, por ejemplo. Igualmente, mientras aquellos soñaban con los supermonopolios y su “capitalismo organizado”, transformación gradual y pacífica del capitalismo en socialismo, estos ponen toda su esperanza en el capitalismo monopolista de Estado, el Estado democrático burgués, que se constituye en el motor principal de aquella transformación. No son los cambios de la estructura económica los que han de determinarla sino la acción de la superestructura política, del Estado benefactor.

En realidad, toda llamada planificación económica laborista, no pasa, en el mejor de los casos, de las medidas keynesianas que ya conocemos: manipulación de la tasa de interés, presupuestos deficitarios durante el clima helado de la depresión, con el fin de inyectar sangre en el torrente monetario, o presupuestos de superávit para hacer lo contrario en los momentos de auge; mayores o menores inversiones en las industrias y empresas del Estado, en obras públicas y servicios sociales y asistenciales; así como ciertos intentos de redistribución de la renta nacional, mediante los impuestos fiscales. En definitiva, se trata de controles y manipulaciones en los campos de la moneda y la tributación, cuando no se quedan en los simples controles del tiempo de guerra:
“De todos modos, el Gobierno laborista hizo muy poca planificación en el sentido estricto de la palabra, por ejemplo, el poner las prioridades sociales en forma de plan a largo plazo. Ciertamente se transfirieron a propiedad pública varias industrias básicas y servicios, lo cual les permitió el controlar las inversiones en el recién creado sector público. Pero en lo que concierne a la planificación de conjunto, todo lo que hizo el gobierno de Attlee fue mantener el engorroso sistema de controles de tiempos de la guerra y aplicarlo, no sin éxito, a aumentar las exportaciones, a evitar un colapso en la agricultura, a estimular las inversiones privadas y a mantener el pleno empleo”. [1]
Desgraciadamente, para quienes creen que se puede planificar la economía, manteniendo la propiedad privada de los medios de producción y las fundamentales decisiones económicas en manos de los particulares, como lo deseaba Keynes, los resultados se han demostrado contradictorios y negativos. Así las medidas expansionistas (política de crédito barato, inversiones del Estado en industrias, obras públicas y servicios sociales, el estímulo al consumo por medio de la compra de material bélico, productos agrícolas y otras mercancías, etc.), desarrollan como contraparte una correspondiente inflación como la sufrida por los países europeos durante los últimos años, que promueve el alza inmoderada de los precios y los consiguientes problemas sociales, que obligan a tomar medidas deflacionarias para estabilizar la moneda y los precios. De manera que si, por una parte, se estimula la actividad económica, por otra, se la detiene, en un tira y afloja que resulta absurdo y desesperante. Y es que si en el mejor de los casos los gobiernos pueden imponer su voluntad en el sector público bajo su control, no disponen de las conductas para hacerlo en el sector privado, que es el mayoritario y determinante.

De ahí el rotundo fracaso de creer en una economía mixta, basada en una propiedad pública limitada y la propiedad privada general de los medios de producción; en la iniciativa privada y el interés social coexistentes y unidos; en el lucro privado y el mercado, codeándose con lo que se denomina rentabilidad social, en un compromiso permanente entre intereses contendientes que no sirve a dios ni al diablo y que se expresan en una política de alianzas, colaboraciones, transacciones y oportunismo de la peor especie:
“Cuando las organizaciones de producción, comerciales o financieras, que están en manos privadas, dice el economista John Eaton, reciben instrucciones sobre lo que tienen que producir y los precios que deben fijar, inmediatamente se enfrentan a un terrible conflicto. Fuertes incentivos económicos funcionan para hacerles evadir la letra (ya no digamos el espíritu) de las instrucciones que reciben. Se espera que ‘sirvan a dios y al diablo’: por una parte se encuentran las instrucciones que reciben de las autoridades que controlan, por la otra, la obtención de un máximo de utilidades. Inevitablemente, el verdadero objetivo es la obtención de utilidades, ya que es allí donde se originan las fuerzas y la posición en la jerarquía económica. Si se intenta dirigir la economía sin emplear controles, entonces el medio para poner en movimiento los recursos en uso sólo puede ser el incentivo de mayores utilidades. Tantos los efectos inflacionarios que esto produzca como la división de beneficios en el producto social tenderán a aumentar, agudizándose nuevamente la contradicción con la que tropieza el capitalismo una y otra vez, es decir la redistribución del poder consumidor de las masas con la expansión de la capacidad productiva. La elevación de utilidades durante un breve período significa casi invariablemente la elevación de la tasa de beneficios”. [2]
Y es que la tremenda contradicción entre la producción devenida social y la apropiación individual, que se halla en la base del sistema, no puede ser escamoteada ni anulada por los controles y manipulaciones del Estado capitalista.

La crisis, la desocupación, la miseria y la guerra

Sin embargo, los socialdemócratas consideran que el capitalismo monopolista de Estado, ha suprimido las contradicciones internas del sistema, modificando las leyes que lo rigen y creando uno nuevo que ellos se imaginan pintar de socialismo.

Al tratarse de la acumulación, por ejemplo, Marx nos enseña que el incentivo obsesivo de lucro y la creciente desigualdad de los ingresos provenientes de la propiedad, por una parte, y del trabajo, por otra, permiten una necesaria acumulación, concentración y centralización del capital, que conduce a una superproducción en relación con las posibilidades del consumo, de manera que en un momento determinado los productos no encuentran salida, lo que conduce a las crisis.

Los socialdemócratas, entre ellos Strachey, consideran que ya no es el incentivo de lucro el que preside la acumulación, porque al haber llegado a ser cosas distintas las propiedad de la empresa y su administración, como lo sostiene la teoría neocapitalista de la “revolución de los administradores”, estos ya no se rigen únicamente por las ganancias sino por otros objetivos de carácter social y entre ellos el constante terror a la crisis, en las que les va la cabeza a los propios capitalistas. Por otra parte, la creciente redistribución de los ingresos, al ir suprimiendo la desigualdad de los mismos, impide no solo la superacumulación sino inclusive la acumulación capitalista, como llega a temerlo Shumpeter.

La verdad es que mientras subsista el capitalismo y la economía de mercado en cualquier forma que se presente y más aún en el caso del capitalismo monopolista de Estado, no sólo el lucro sino el máximo lucro continúa siendo el motor indiscutido de la acumulación; y que el dominio de los monopolios en el control de los precios, no solo no disminuye sino que agigante la desigualdad de los ingresos tanto entre las clases sociales como entre las naciones desarrolladas y subdesarrolladas y con ello no solo la posibilidad sino la realidad de la crisis y la desocupación como ha acontecido en la misma Inglaterra, a pesar de las veleidades socialistas-fabianistas.

Todo esto conduce a la desocupación que se va volviendo cada vez más crónica con el desarrollo técnico y la automatización que, dentro del sistema capitalista no puede conducir sino al desempleo, por más que se trate de acudir a las medidas de los prestidigitadores keynesianos.

El mismo Strachey, manipulando ciertos conceptos teóricos y conocidas estadísticas, llega a la conclusión, al igual que numerosos economistas y sociólogos burgueses, de que han fallado las predicciones de Marx respecto a la depauperación de la clase trabajadora, la misma que ha sido superada por la acción todopoderosa del Estado democrático. En primer lugar, parece fuera duda que Marx no sostuvo la tesis de la depauperización absoluta del proletariado, sino en los casos de crisis; y sólo se refirió a este fenómeno con sentido permanente, al tratarse de los que ahora se ha dado en llamar los marginados de la sociedad, el lumpen proletariado, con lo que la crítica de Strachey queda descartada, tanto más que para ello atribuye a Marx la ley de bronce de los salarios, que éste combatiera en las personas de Malthus y Lasalle. Al referirse a la depauperación relativa, el teórico inglés manipula algunas conocidas estadísticas (Colin Clark, Jay, Seers) que incluyen entre los salarios, los ingresos del ejército y altas rentas burocráticas, lo que significa partir de una base errónea para el cálculo, que en realidad demuestra lo contrario, la depauperación de las masas laborantes. El mismo Strachey se halla obligado a confesar que en el capitalismo existe una tendencia innata a la depauperización relativa o sea a la disminución de la parte del trabajo en la renta nacional. Como en todo país capitalista o neocapitalista, podemos afirmar que en Inglaterra como en Estados Unidos y otros países desarrollado, existe la miseria, que es patrimonio del sistema:
“En 1939, dice Josué de Castro, fue dado a publicidad uno de los más trágicos y objetivos documentos de nuestro tiempo, en el que se exponía la extensión de los efectos patogénicos del hambre en sus variadas formas. Fue el llamado ‘Testamento Médico’, firmado 600 médicos de un condado británico —country of Chershire— en el que se declaraba que hasta en Inglaterra, país considerado como uno de los más desarrollados del mundo, su misión como defensores de la salud pública había sido prácticamente anulada en el campo de la prevención de las enfermedades a causa del estado de deficiencia alimentaria en que vivía la mayoría de los pobladores. Y concluía así: ‘las enfermedades son principalmente, el resultado de una alimentación errónea a lo largo de la vida’”. [3]
En realidad, esforzarse en el análisis de dudosas estadísticas, forjadas por los economistas burgueses y discutir acerca de pequeños islotes de privilegio, enclavados en el oceáno de la miseria universal, mientras las mismas instituciones internacionales y oficiales como la FAO, que ya no pueden seguir cerrando los ojos ante el peligro que amenaza, claman por la organización de campañas contra el hambre, sólo es propio de los dirigentes laboristas siempre en plan de llegar a Barones o Lores.

Y este mismo teórico laborista que ya ha llegado a Lord Inglés, Strachey, ha escrito, por otra parte, todo un volumen para refutar la tesis que atribuye el posible mejoramiento de la situación de ciertas capas de los obreros británicos, a los que se suministra migajas del festín imperial, a la miseria creciente de los trabajadores de la India y otros continentes; para lo cual llega a repetir viejos y desprestigiados argumentos imperialistas como los de que Inglaterra ha beneficiado a sus colonias, cumpliendo con ello un deber civilizador. [4] En respuesta, el mismo Josué de Castro, en su referido libro nos hace saber que:
“En un documento preparado por un grupo de estadistas y estudiantes británicos del ‘Movimiento de Guerra a la Miseria’ titulado ‘Es hora de despertar’, los autores invitan a todos los líderes políticos de los países desarrollados a tomar conocimiento de lo que sucede en el mundo con el despertar de los pueblos coloniales, para que actúen con energía a fin de superar las graves amenazas de la hora presente. Esta acción política debe basarse en actitudes sinceras que puedan reanudar las comunicaciones casi interrumpidas entre los pueblos. De ahí la necesidad impostergable de decir algunas cosas duras e inconvenientes para romper el círculo cerrado de nuestra contradicción social. Esto sólo puede sustentarse y sobrevivir amparada por el silencio cómplice y por el falso respeto de los grupos dominantes e interesados, que crean una errónea opinión pública sobre la base de engañosos slogans. Son cosas de este género las que resolvemos decir al mundo por medio de este documento. Cosas inconvenientes, ciertas, pero indeseables y que, no obstante, deben ser dichas en alta voz. Tengamos el coraje de decir, como el abate Pierre, eterno, disconforme con la miseria del mundo aquello que ‘no debía ser dicho’ y que ‘no agradará a los corazones de piedra, a los estómagos llenos, a las conciencias tranquilas, pero que ciertamente agradará a todos aquellos que tienen hambre de justicia y amor’.” [5]
Por otra parte, el mismo Strachey nos cuenta, además, que durante el gobierno laborista de que formara parte, los capitalismo monopolistas recibieron con enorme satisfacción la resolución estatal del desarrollo armamentista, por más que, según expresa, no era necesario para el mantenimiento del expansionismo económico. Esta afirmación confirma lo que venimos expresando o sea que el complejo bélico se halla en la esencia misma del capitalismo; pues mientras se habla del control de las armas nucleares, se las sigue aumentando como la única forma de obtener la seguridad en la lucha a muerte entre los mismos monopolios empeñados en el control no sólo de sus pueblos sino de los que habitan en los países subdesarrollados, a los que explotan y controlan.

Después de este somero análisis, queda al descubierto que el llamado “socialismo democrático” no es actualmente sino una forma de neocapitalismo monopolista de Estado y que los teóricos laboristas no hacen sino repetir puntualmente los manidos argumentos de sus colegas burgueses del imperio norteamericano, que no sólo ha extendido a la Europa Occidental sus redes económicas sino también ideológicas; que la tal “economía mixta”, como dijera John Eaton, resume lo peor de ambos mundos:
“Los conflictos con los intereses capitalistas no se evitan a menos que se abandone la idea de controlar al capitalismo en bien de los intereses populares; y no se obtienen las ventajas de la planificación y del empleo de recursos de propiedad pública para satisfacer directamente las necesidades sociales. Una ‘economía mixta’ como objetivo de una política socialista sólo tiene sentido como una forma transitoria que, lejos de ser una excusa para abandonar los propósitos del socialismo, debería ser considerado como una fase que el movimiento obrero debería eliminar tan pronto como las circunstancias lo permitieran, buscando la manera de extender el sector nacionalizado lo más rápidamente posible e imponiendo medidas de control tendientes a la conclusión lógica de una economía planificada basada en la propiedad pública de todas las empresas en gran escala”. [6]
Es claro, según lo expresa el mismo autor, que en una economía socialista como la de la URSS, por ejemplo, podrían existir ciertos residuos capitalistas; pero en este caso, por muchas razones, tampoco puede hablarse de economía mixta como se hace a veces o de capitalismo de Estado, ya que no existe la propiedad privada de los medios de producción y la economía se halla centralmente planificada por el Estado socialista.



Notas

[1] Id., Pág. 21.

[2] El Socialismo en la Era Nuclear, Ed. ERA, págs. 46-47.

[3] El libro negro del hombre, Ed. Universitario de Buenos Aires, pág. 19.

[4] Véase “El Fin del Imperio”, Ed. Fondo de Cultura Económica.

[5] El libro negro del hombre, pág. 55.

[6] El Socialismo en la Era Nuclear, Ed. Era, pág. 72.



Fuente: Manuel Agustín Aguirre, “Dos Sistemas Dos Mundos”, Editorial Universitaria, Quito, 1972.



Digitalizado por C. Amaru para Partiynost

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