miércoles, 18 de julio de 2018

El planteamiento de la cuestión nacional — I. V. Stalin


El planteamiento de la cuestión nacional por los comunistas difiere esencialmente del planteamiento a que se atienen los líderes de la Segunda Internacional y de la Internacional Segunda y media [1], todos y cada uno de los partidos “socialistas”, “socialdemócratas”, mencheviques, eseristas, etc.

Interesa especialmente señalar cuatro factores fundamentales, que son los rasgos diferenciales más característicos del nuevo planteamiento de la cuestión nacional y que establecen una divisoria entre la vieja concepción de la cuestión nacional y la nueva.

El primer factor es la fusión de la cuestión nacional, como parte, con la cuestión general de la liberación de las colonias, como un todo. En la época de la II Internacional, la cuestión nacional se limitaba generalmente a un circulo reducido de cuestiones, que afectaban exclusivamente a las naciones “civilizadas”. El circulo de naciones privadas de la plenitud de derechos, cuya suerte interesaba a la II Internacional, comprendía los irlandeses, los checos, los polacos, los finlandeses, los serbios, los armenios, los judíos y algunas otras nacionalidades de Europa. Centenares de millones de personas de los pueblos asiáticos y africanos, que sufren la opresión nacional en la forma más brutal y más cruel, quedaban, por lo común, fuera del campo visual de los “socialistas”. No se atrevían a poner en un mismo plano a los blancos y a los negros, a los negros “incultos” y a los irlandeses “civilizados”, a los hindúes “atrasados” y a los polacos “ilustrados”. Se presuponía tácitamente que, si era necesario luchar por la liberación de las naciones europeas que no gozaban de plenitud de derechos, era por completo indigno de un “socialista decente” hablar en serio de la liberación de las colonias, “indispensables” para el “mantenimiento” de la “civilización”. Estos socialistas —si se les puede llamar así— no suponían ni remotamente que la abolición del yugo nacional en Europa es inconcebible sin la liberación de los pueblos coloniales de Asia y de Africa del yugo del imperialismo, que lo primero está ligado orgánicamente a lo segundo. Los comunistas fueron los primeros en poner al descubierto la relación existente entre la cuestión nacional y la cuestión colonial, la fundamentaron teóricamente y la pusieron en la base de su práctica revolucionaria. De este modo quedó destruido el muro que se alzaba entre blancos y negros, entre esclavos “cultos” e “incultos” del imperialismo. Esta circunstancia facilitó considerablemente la coordinación de la lucha de las colonias atrasadas con la lucha del proletariado avanzado contra el enemigo común, contra el imperialismo.

El segundo factor es la sustitución de la vaga consigna del derecho de las naciones a la autodeterminación por la clara consigna revolucionaria del derecho de las naciones y de las colonias a la separación estatal, a la formación de un Estado independiente. Cuando los líderes de la II Internacional hablaban del derecho a la autodeterminación, no decían, por lo general, ni palabra del derecho a la separación estatal; el derecho a la autodeterminación se interpretaba, en el mejor de los casos, como el derecho a la autonomía en general. Springer y Bauer, “especialistas” de la cuestión nacional, llegaron al extremo de convertir el derecho a la autodeterminación en el derecho de las naciones oprimidas de Europa a la autonomía cultural, es decir, en el derecho a tener sus propias instituciones culturales, dejando todo el Poder político (y económico) en manos de la nación dominante. Dicho de otro modo, el derecho de autodeterminación de las naciones que no gozan de la plenitud de derechos quedaba convertido en un privilegio de las naciones dominantes para detentar el Poder político, y se excluía el problema de la separación estatal. Kautsky, jefe ideológico de la II Internacional, se adhirió, en lo fundamental, a esta interpretación, imperialista en su esencia, dada por Springer y Bauer a la autodeterminación. No es de extrañar que los imperialistas, al percibir esta peculiaridad, para ellos tan cómoda, de la consigna de la autodeterminación, la hayan declarado su propia consigna. Es sabido que la guerra imperialista, que perseguía sojuzgar a los pueblos, se hacia bajo la bandera de la autodeterminación. Así, la vaga consigna de la autodeterminación se convirtió, de arma de lucha por la liberación y por la igualdad de derechos de las naciones, en un instrumento de sumisión de las naciones, en un instrumento para mantener a las naciones sometidas al imperialismo. El curso de los acontecimientos en el mundo durante los últimos años, la lógica de la revolución en Europa y, por último, el crecimiento del movimiento liberador en las colonias, exigían que esta consigna, que se había convertido en una consigna reaccionaria, fuera desechada y sustituida por una consigna revolucionaria, capaz de disipar la atmósfera de desconfianza de las masas trabajadoras de las naciones que no gozan de la plenitud de derechos hacia los proletarios de las naciones dominantes, capaz de desbrozar el camino de la igualdad de las naciones y de la unidad de los trabajadores de estas naciones. Tal consigna es la planteada por los comunistas sobre el derecho de las naciones y de las colonias a la separación estatal.

El valor de esta consigna reside en que:

1) destruye toda base que permita sospechar la existencia de apetitos anexionistas en los trabajadores de una nación con respecto a los trabajadores de otra, abonando asi el terreno para la confianza mutua y para la unión voluntaría;

2) arranca la careta a los imperialistas que, mientras charlatanean hipócritamente sobre la autodeterminación, se esfuerzan por mantener sometidos dentro del marco de su Estado imperialista a los pueblos privados de la plenitud de derechos y a las colonias, y hace asi que se acentúe su lucha de liberación contra el imperialismo.

No creo que haya necesidad de demostrar que los obreros rusos no se hubieran ganado las simpatías de sus camaradas de otras nacionalidades del Occidente y del Oriente si, al tomar el Poder, no hubiesen proclamado el derecho de los pueblos a la separación estatal; si no hubiesen demostrado prácticamente estar dispuestos a hacer realidad este derecho imprescriptible de los pueblos; si no hubiesen renunciado al “derecho”, pongamos por ejemplo, sobre Finlandia (1917); si no hubiesen retirado sus tropas del Norte de Persia (1917); si no hubiesen renunciado a toda pretcnsión sobre ciertas partes de Mongolia, de China, etc., etc.

Tampoco cabe duda de que, si la política de los imperialistas, hábilmente disimulada bajo la bandera de la autodeterminación, sufre, a pesar de todo, fracaso tras fracaso en los últimos tiempos en Oriente, es debido, entre otras cosas, a que ha tropezado allí con un movimiento de liberación cada vez más fuerte, desarrollado sobre la base de la agitación en el espíritu de la consigna del derecho de los pueblos a la separación estatal. Eso no lo comprenden los héroes de la Segunda Internacional y de la Internacional Segunda y media, que denigran sañudamente al “Consejo de Acción y Propaganda” [2] de Bakú por ciertos fallos, no sustanciales, que ha cometido; pero esto lo comprenderá cualquiera que se tome la molestia de enterarse de la actividad del citado “Consejo” en el año que lleva de existencia y del movimiento de liberación en las colonias asiáticas y africanas durante los dos o tres años últimos.

El tercer factor es el descubrimiento del nexo orgánico existente entre la cuestión nacional-colonial y el Poder del capital, el derrocamiento del capitalismo y la dictadura del proletariado. En la época de la II Internacional, la cuestión nacional, cuyo volumen había sido reducido al mínimo, se consideraba, por lo general, como un problema aislado, desligado de la revolución proletaria que se avecinaba. Se suponía tácitamente que la cuestión nacional se resolvería de un modo “natural”, antes de la revolución proletaria, mediante una serie de reformas realizadas dentro del marco del capitalismo; se suponía que la revolución proletaria podía llevarse a cabo sin una solución cardinal de la cuestión nacional, y que, a la inversa, la cuestión nacional podía ser resuelta sin derrocar el Poder del capital, sin la victoria de la revolución proletaria y antes de ella. Este criterio, imperialista en su esencia, pasa como hilo de engarce por las conocidas obras de Springer y de Bauer sobre la cuestión nacional. Pero en el último decenio ha quedado al desnudo todo lo que hay de erróneo y de podrido en esta concepción del problema nacional. La guerra imperialista ha demostrado, y la práctica revolucionaria de los últimos años ha confirmado una vez más, que:

1) las cuestiones nacional y colonial son inseparables de la cuestión de liberarse del Poder del capital;

2) el imperialismo (forma superior del capitalismo) no puede subsistir sin sojuzgar política y económicamente a las naciones que no gozan de la plenitud de derechos y a las colonias;

3) las naciones que no gozan de la plenitud de derechos y las colonias no pueden liberarse sin el derrocamiento del poder del capital;

4) la victoria del proletariado no puede ser firme sin que se liberen del yugo del imperialismo las naciones privadas de la plenitud de derechos y las colonias.

Si Europa y América pueden ser llamadas el frente, la palestra de los principales combates entre el socialismo y el imperialismo, las naciones que no gozan de la plenitud de derechos y las colonias, con sus materias primas, su combustible, sus productos alimenticios y sus enormes reservas de material humano, deben ser consideradas como la retaguardia, como la reserva del imperialismo. Para ganar la guerra, no basta vencer en el frente, sino que es necesario también revolucionar la retaguardia del enemigo, sus reservas. Por eso, sólo podrá considerarse asegurada la victoria de la revolución proletaria mundial en el caso de que el proletariado acierte a coordinar su propia lucha revolucionaria con el movimiento de liberación de las masas trabajadoras de las naciones que no gozan de la plenitud de derechos y las colonias contra el Poder de los imperialistas, por la dictadura del proletariado. Esta “menudencia” es lo que no han tenido en cuenta los lideres de la Segunda Internacional y de la Internacional Segunda y media, al desligar la cuestión nacional y colonial de la cuestión del Poder en la época de ascenso de la revolución proletaria en el Occidente.

El cuarto factor es la inclusión de un nuevo elemento en la cuestión nacional, el elemento de la igualación de hecho (y no sólo de derecho), de las naciones (ayuda, concurso a las naciones atrasadas para que se eleven al nivel cultural y económico de las naciones que las han aventajado), como una de las condiciones para establecer la colaboración fraternal entre las masas trabajadoras de las diversas naciones. En la época de la II Internacional solían limitarse a proclamar la “igualdad de derechos de las naciones”. En el mejor de los casos, no se pasaba de exigir la aplicación en la práctica de tal igualdad. Pero, la igualdad de derechos de las naciones, que constituye de por si una conquista política muy importante, corre, sin embargo, el riesgo de quedar reducida a una frase vacia si no existen las posibilidades y los recursos suficientes para poder ejercer tan importante derecho. No hay duda de que las masas trabajadoras de los pueblos atrasados no están en condiciones de aprovechar los derechos que les confiere la “igualdad de derechos de las naciones” en el mismo grado en que pueden hacerlo las masas trabajadoras de las naciones adelantadas, pues el atraso (cultural, económico) que algunas naciones han heredado del pasado, y que no es posible liquidar en uno o dos años, se deja sentir. Esta circunstancia se experimenta también en Rusia, donde toda una serie de pueblos no han tenido tiempo de pasar por el capitalismo, otros ni siquiera han llegado a él, y carecen, o casi carecen, de un proletariado propio; donde, a pesar de poseer ya plena igualdad de derechos nacionales, las masas trabajadoras de estas nacionalidades no pueden, por culpa de su atraso cultural y económico, ejercer en la medida suficiente los derechos logrados. Aun se dejará sentir con más intensidad esta circunstancia “al dia siguiente” de la victoria del proletariado en el Occidente, cuando entren inevitablemente en escena las numerosas y atrasadas colonias y semicolonias, que se hallan en los más diversos grados de desarrollo. De aquí precisamente la necesidad de que el proletariado triunfante de las naciones avanzadas preste ayuda, una ayuda real y prolongada, a las masas trabajadoras de las naciones atrasadas, para su desarrollo cultural y económico; la necesidad de que les ayude a elevarse a un grado superior de desarrollo, a alcanzar a las naciones adelantadas. Sin esta ayuda sería imposible lograr la convivencia pacífica y la fraternal colaboración de los trabajadores de las distintas naciones y pueblos en una sola economía mundial, necesarias para la victoria definitiva del socialismo.

Pero de aquí se deduce que es imposible limitarse a la mera “igualdad de derechos de las naciones”, que es preciso pasar de la “igualdad de derechos de las naciones” a la adopción de medidas encaminadas a la igualación de hecho de las naciones, a la elaboración y ejecución de medidas prácticas para:

1) el estudio de la situación económica, el modo de vida y la cultura de las naciones y los pueblos atrasados;

2) el desarrollo de su cultura;

3) su instrucción política;

4) su incorporación gradual y sin trastornos a las formas económicas superiores;

5) organizar la colaboración económica entre los trabajadores de las naciones atrasadas y adelantadas.


Tales son los cuatro factores fundamentales que caracterizan el nuevo planteamiento de la cuestión nacional, hecho por los comunistas rusos.



Notas

[1] La Internacional Segunda y media —“Unión Obrera Internacional de Partidos Socialistas”— se fundó en Viena en febrero de 1921, en la conferencia constituyente de partidos y grupos socialistas que habían abandonado temporalmente la Segunda Internacional, presionados por el espíritu revolucionario de las masas obreras. Criticando de palabra a la Segunda Internacional, los líderes de la Internacional Segunda y media (Y. Adler, O. Bauer, L. Mártov y otros) aplicaban prácticamente en todos los problemas importantes del movimiento proletario una política oportunista y trataban de utilizar esta Unión para contrarrestar la creciente influencia de los comunistas entre las masas obreras. En 1923, la Internacional Segunda y media volvió a fusionarse con la Segunda Internacional.

[2] El “Consejo de Propaganda y Acción de los pueblos del Oriente” fue creado por acuerdo del I Congreso de los pueblos del Oriente, celebrado en Bakú en septiembre de 1920. El Consejo, cuyo objetivo era apoyar y unificar el movimiento de liberación en el Oriente, subsistió cerca de un año.



Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. V, 1953, pp. 19-21.

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