lunes, 9 de julio de 2018

Formas históricas de comunidad humana: la tribu, el pueblo y la nación


Como hemos visto, el modo de producción de bienes materiales es la base de todas las relaciones sociales. Determina la estructura de la sociedad, los tipos de grupos sociales y las formas históricas, más o menos estables, de comunidad humana. Entre estas formas figuran la gens y la tribu, el pueblo y la nación.

1. La gens y la tribu como formas históricas de comunidad humana antes de que la sociedad se dividiera en clases

En el período preclasista, la forma principal de comunidad humana son la gens y la tribu. Según datos facilitados por la antropología, la etnografía y la arqueología, la organización gentilicia sustituyó al modo de vida gregal, por lo visto, en la época del paleolítico superior, en la que apareció el tipo humano contemporáneo.

La gens puede ser definida como la primera colectividad productiva, social y étnica de la sociedad anterior a la escisión en clases; una colectividad que tiene origen común, lengua común, costumbres, creencias y rasgos de existencia y de cultura comunes. En el ejercicio de todas las funciones desempeñan en ella el papel primordial no sólo los vínculos de producción, sino también los vínculos de consanguinidad. La gens posee lugares comunes de residencia y de caza.

La base económica de la gens es la propiedad común primitiva. La colectividad de individuos que forman la gens lleva en común la economía sobre la base de la propiedad social y de la distribución igualitaria de los productos. Las modificaciones y el desarrollo de la actividad económica condujeron a un cambio de las formas de organización gentilicia de la sociedad.

La tribu es una comunidad humana mayor que la gens. De ordinario agrupa de varios centenares a varios millares (y, a veces, decenas de miles) de individuos. Cada tribu está compuesta, por lo menos, de dos gens, y las tribus desarrolladas, de varias gens. Dentro de la tribu, cada gens sigue siendo una unidad social y productiva autónoma. Pero, al mismo tiempo, la tribu da vida a una nueva forma de propiedad social, a un nuevo tipo de organización social. Además de la propiedad de la gens, existe ya la propiedad tribal, ante todo, de territorio (lugar de residencia, lugar de caza, pastizales y otras tierras comunes). Aparece la necesidad de dirigir toda la tribu y, a consecuencia de ello, surgen los jefes, los sacerdotes, los caudillos militares y los organismos administrativos, como el consejo de la tribu, junto con la asamblea general de los guerreros o de los miembros adultos de la tribu.

La forma gentilicia y tribal de comunidad fue en su tiempo la única forma posible de funcionamiento y desarrollo de la producción, así como de la sociedad primitiva en su conjunto. Ello explica tanto la existencia de esta forma en todos los pueblos que se hallaban en la fase de la comunidad primitiva como su vitalidad a lo largo de muchos milenios.

La comunidad gentilicia y tribal brindó ciertas posibilidades para el desarrollo de la actividad económica y de la cultura primitiva y contribuyó a la cohesión de los seres humanos. Creó condiciones favorables para conservar y acumular experiencia de producción, así como gérmenes de cultura, y perfeccionar el lenguaje. Pero, al mismo tiempo, los vínculos de consanguinidad limitaban el crecimiento numérico de las colectividades sociales y dificultaban la comunicación —en particular, el desplazamiento de los individuos de un lugar a otro—, y el desenvolvimiento de las relaciones económicas.

La fuerza de las tradiciones, que aliviaba el funcionamiento del organismo social, era tan grande que obstaculizaba el afianzamiento de cualquier cambio en la vida de las comunidades primitivas. La exacerbación de las contradicciones en la organización gentilicia y tribal condujo, en fin de cuentas, a la superación y sustitución de esta forma de comunidad con otras formas nuevas. En rigor, la formación de tribus inició ya el desmembramiento de la comunidad única plurifuncional. El hecho de que la tribu desempeñara sólo una parte de las funciones sociales dio comienzo al apartamiento de la comunidad étnica de las funciones directamente económicas. Al surgir la familia en parejas se manifestó la tendencia a aislar de las comunidades étnicas las relaciones familiar-matrimoniales, los vínculos de consanguinidad.

2. Surgimiento de las clases y desarrollo de las formas de comunidad humana. El pueblo. La nación.

Al sobrevenir la división social del trabajo (la separación de la ganadería y la agricultura, y luego de la artesanía) y aparecer las relaciones de intercambio y la desigualdad de bienes, la organización gentilicia y tribal debió ceder su puesto a una nueva forma de comunidad humana. Esta nueva forma no se basaba ya en los vínculos de consanguinidad, sino en determinados nexos territoriales entre los individuos pertenecientes a gens distintas, pero estrechamente unidos por el carácter de la actividad económica, el comercio y otras relaciones de tipo económico. La nueva forma de comunidad humana fue el pueblo.

Formado sobre la base de las relaciones de producción clasistas, que remplazaron a las de la comunidad primitiva, el pueblo es ya una comunidad de hombres que viven en el mismo territorio y están unidos por un lenguaje común y por las peculiaridades de su mentalidad, de su cultura y de su modo de vida, arraigadas en los hábitos, costumbres y tradiciones. La economía, primitivamente colectiva en la organización gentilicia y tribal, se transforma en propiedad privada individual: surge y se acrecienta la propiedad privada de los explotadores. De este modo, al formarse los pueblos desaparece gradualmente el nexo directo de la economía con la forma más amplia de comunidad humana. El pueblo, que es una comunidad humana más desarrollada que la tribu, contribuyó a impulsar la producción, a acumular e intercambiar experiencias de producción y logros de la cultura, a perfeccionar el lenguaje y todas las formas de comunicación humana en un territorio relativamente vasto con decenas y centenares de miles de habitantes.

Pero con el tiempo, esta forma de comunidad resultó también demasiado estrecha para desarrollar la producción de bienes materiales y el intercambio, cuando este último comenzó a abarcar los tipos más diversos de actividad humana. La economía natural patriarcal cedió su puesto a la producción mercantil. Las relaciones mercantiles capitalistas acabaron con el aislamiento de las distintas regiones económicas, reforzaron los vínculos entre los componentes de un pueblo y los de pueblos afines, contribuyeron a formar un lenguaje común para ellos y rasgos comunes de cultura y unieron a los hombres en comunidades más estables: las naciones.

Marx y Engels muestran magníficamente en el Manifiesto del Partido Comunista la base capitalista de la formación de las naciones: «La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera» [1].

Debido a una serie de causas, el proceso de creación de Estados centralizados transcurrió a menudo con mayor rapidez y terminó antes de que todos los pueblos residentes en un territorio determinado se transformaran en nación. En tales casos surgieron Estados multinacionales, en los que gozaban de una situación privilegiada una o varias naciones, formadas antes que las demás y que habían sido la fuerza principal en la creación del Estado centralizado.

Surgieron también Estados multinacionales cuando las clases dominantes de la nación en formación, apoyándose en el poder estatal centralizado, sometieron a otros pueblos que se hallaban, como regla general, a un nivel inferior de desarrollo económico. De esta forma, numerosos Estados burgueses uninacionales se transformaron en el siglo XIX —en el período del reparto del mundo entre ellos— en imperios coloniales con una población muy diversa en el aspecto nacional. Pero en todos los casos, las naciones se formaron a partir de las relaciones de producción capitalistas.

Sin comunidad de vida económica no hay nación. Ahora bien, este rasgo proporciona la nación únicamente si se conjuga con otros que aparecen en un período más temprano, precapitalista, pero que se desarrollan sobre la base de las estrechas relaciones económicas. Además de la comunidad de vida económica, los rasgos fundamentales de la nación son el lenguaje común, el territorio común y algunas peculiaridades de la sicología social del pueblo, que se manifiestan en los rasgos específicos de la cultura. Sin embargo, algunos rasgos comunes no decisivos de la sicología y la cultura, inherentes a una nación, no suprimen en modo alguno la diferencia sicológica cardinal de los componentes de las clases antagónicas en el seno de la nación correspondiente.

Así pues, la nación es un conjunto estable de hombres, unidos por la comunidad de lengua, territorio, vida económica y algunas peculiaridades de la sicología social, afianzada en los rasgos específicos de la cultura del pueblo correspondiente, que la distinguen de la cultura de los demás pueblos.

La nación apareció como la forma de comunidad humana que correspondía al modo de producción capitalista. Contribuyó a desarrollar las fuerzas productivas de esta sociedad y desempeñó un importante papel en la superación del fraccionamiento político. La formación de las naciones y los movimientos nacionales ayudaron a liquidar el feudalismo y afianzar el capitalismo.

Pero a medida que se desarrolla, a la sociedad capitalista le resultan demasiado estrechos, con el tiempo, incluso los límites nacionales. El capitalismo crea el mercado nacional y mundial, que no sólo consolida la nación como una comunidad económica, sino que establece también vínculos económicos entre todas las naciones, transformando el capitalismo, en última instancia, en un sistema mundial de economía.

Esto origina profundas contradicciones, hace que surjan dos tendencias en el desarrollo de las naciones en el capitalismo. La primera tendencia consiste en la formación de las naciones, en el despertar de la vida nacional y de los movimientos nacionales, en la lucha contra el fraccionamiento feudal y las formas precapitalistas de opresión del hombre; la segunda consiste en el reforzamiento de los vínculos económicos entre las naciones, en el derrumbamiento de las barreras nacionales por el capital «internacional». «Ambas tendencias —dice Lenin— son una ley universal del capitalismo. La primera predomina en los comienzos de su desarrollo, la segunda distingue al capitalismo maduro, que marcha hacia su transformación en sociedad socialista» [2].

La contradicción entre estas tendencias adquiere formas antagónicas. La burguesía de los países adelantados se apodera de territorios ajenos, sojuzga a otros pueblos, aplica una política expansionista, colonialista. Y al contrario, los pueblos sojuzgados por el imperialismo se alzan a la lucha contra él para liberasrse.

En el socialismo, el desarrollo y acercamiento de las naciones se basa en el dominio de la propiedad social, en la comunidad de relaciones sociales y políticas, en la comunidad de ideología del internacionalismo socialista y del patriotismo. Los pueblos y las naciones que se forman sobre la base del socialismo, así como las naciones «viejas» que se transforman en él, poseen nuevos rasgos que son una manifestación de las nuevas relaciones sociales. Las naciones de la sociedad socialista se caracterizan por los mismos rasgos fundamentales que las de la sociedad burguesa: comunidad de territorio, vida económica, lengua, etc. Pero el contenido de estos rasgos cambia radicalmente, ya que las naciones se basan en el modo de producción socialista, tienen intereses únicos y una fisonomía espiritual común. En el socialismo, las naciones no están ya divididas en clases antagónicas como en el capitalismo. Por eso, la comunidad nacional coincide con la comunidad social, con la unidad de los trabajadores, basada en la propiedad social y en el trabajo conjunto.

Tales son los tres tipos de comunidad humana que se han sucedido históricamente en el proceso de desenvolvimiento ascensional de la sociedad: la comunidad gentilicia y tribal, el pueblo y la nación. La sucesión de estos tipos muestra que el desarrollo de la producción social y el progreso social, condicionado por dicho desarrollo, exigían ampliar las comunidades étnicas, hacerlas más estables y reforzar los vínculos entre ellas.

Ahora bien, los tipos de comunidad histórica corresponden sólo en lo fundamental a determinadas formaciones socioeconómicas. Es raro que estos tipos de comunidad aparezcan en la historia en una forma «pura». A consecuencia de la desigualdad del desarrollo económico, en nuestro planeta se dan hoy todas las relaciones económicas y, en consonancia con ello, todas las formas históricas de comunidad, desde las de la comunidad primitiva hasta las socialistas, desde las tribus y las gens hasta las naciones adelantadas. Desde el punto de vista genético, la tribu precede al pueblo, y el pueblo, a la nación; pero desde el punto de vista histórico concreto, a escala universal —y muy a menudo en el marco de un solo pueblo— coexisten y están sometidos a la acción recíproca. Por eso, las tribus y los pueblos que se han conservado hasta nuestros días en numerosas regiones de Africa, Asia y otros continentes se diferencian sustancialmente de lo que fueron incluso en un pasado no lejano, ya que se han visto incorporados, de una manera o de otra, al sistema de nuevas relaciones económicas. Importa señalar que el colonialismo ha desempeñado un papel decisivo en el retraso del desarrollo económico y cultural de los pueblos de muchos países, frenando, en particular, el proceso de su formación en naciones.

3. Las relaciones nacionales en el capitalismo

La formación de las naciones hizo surgir también el problema nacional, cuyo desarrollo en el capitalismo puede dividirse en tres etapas.

Primera: la época de afianzamiento del capitalismo y de descomposición del feudalismo, la época de transformación de los pueblos en naciones, en la cual el proceso de formación de estas últimas lo encabezó, como regla general, la burguesía (siglos XVII y XVIII, aproximadamente). Durante este período, la humanidad (en Europa) conoció la primera ola de guerras de liberación nacional y de revoluciones.

Segunda: el período de expansión del capitalismo, que se convirtió en un sistema mundial, y de transformación del capitalismo «libre» en imperialismo (fines del siglo XIX y comienzos del XX), cuando los países capitalistas desarrollados se repartieron el mundo e impusieron el yugo colonial. Fue una época de potentes movimientos de liberación nacional, en la que los pueblos que no habían tenido aún tiempo de consolidarse en nación se alzaron a la lucha por su emancipación contra el yugo colonial, contra el imperialismo.

Ahora ha comenzado el tercer período. La época actual, si nos referimos al problema nacional, es la época de la bancarrota del sistema colonial del imperialismo, la época en que se da cima a la formación de naciones entre los pueblos ya liberados o que se están liberando en el curso de la lucha antimperialista. Este proceso se ve facilitado por la existencia del sistema socialista mundial. El proceso de formación de las naciones ha abarcado a la mayor parte de la humanidad. El ascenso nacional ha coincidido en el tiempo con grandes transformaciones sociales, que conducen del capitalismo al socialismo.

Por su carácter y su papel, los movimientos nacionales del capitalismo ascensional tuvieron objetivamente un contenido antifeudal, fueron una de las condiciones que permitieron al capitalismo afianzarse en la lucha de la burguesía y de las masas populares contra el medievalismo. En la época del imperialismo, la burguesía de la nación dominante oprime a los pueblos de las colonias y de los países dependientes. Y los pueblos se alzan a la lucha por su independencia, contra la opresión colonial. El problema nacional es, en este caso, una manifestación del conflicto entre el movimiento revolucionario emancipador, profundamente democrático, de la clase obrera, del campesinado, de una parte de la burguesía nacional y de otras fuerza progresistas, por un lado, y la burguesía imperialista, por otro.

Cada clase que participa en el movimiento nacional enfoca este problema con su propio criterio. Por ejemplo la burguesía nacional trata de sustituir la opresión colonial con su propia dominación. Esto explica su inconsecuencia sus vacilaciones y, en algunos casos, su conciliación con la burguesía imperialista. Los intereses de la clase obrera exigen la supresión completa de todas las formas de opresión (incluida la nacional) y determinan el carácter consecuente y decidido de su lucha antimperialista.   

En el capitalismo, todo movimiento social adquiere directa o indirectamente un carácter político, es una corriente o movimiento sociopolítico. Sin embargo, la propia actividad política se despliega de manera ineludible en formas nacionales. Así lo evidencia el ejemplo no sólo de la burguesía, que lucha por la dominación política bajo la bandera del nacionalismo, sino también de la clase obrera. Esta última pasa a ser una fuerza política cuando su movimiento alcanza una amplitud nacional, o, como decían Marx y Engels, cuando «las luchas locales» se centralizan «en una lucha nacional, en una lucha de clases». «Mas —agregaban— toda lucha de clases es una lucha política» [3]. La clase obrera batalla, en primer lugar, contra su propia burguesía en formas condicionadas por la etapa histórica de desarrollo de la nación correspondiente.

El problema nacional es también un problema político porque, dadas las relaciones jurídico-estatales, no puede dejar de ser una cuestión jurídica y estatal, vinculada a la Constitución y la organización política del país, a la política que aplican las clases gobernantes. Debe agregarse que las relaciones interestatales, que tienen inevitablemente un carácter político, no pueden dejar de adquirir, como regla general, el carácter de relaciones entre las naciones.

Las relaciones nacionales en el capitalismo desempeñan asimismo un inmenso papel en la vida espiritual de los pueblos. Todos los tipos de actividad espiritual, especialmente en el ámbito de la creación artística, tienen una forma nacional. Y la propia vida ideológica se desenvuelve, si tenemos en cuenta el aspecto nacional, sobre la base de la lucha de dos tendencias, que corresponden «a los dos grandes campos de clase del mundo capitalista» y expresan «dos políticas (es más, dos concepciones) en el problema nacional» [4].

Estas dos tendencias son: el nacionalismo burgués y el internacionalismo proletario.

El nacionalista no arranca simplemente de la existencia de cierta comunidad de intereses nacionales y lucha por convertirlos en realidad, sino que, en oposición al internacionalista, hiperboliza la significación de esos intereses. Es más, enfoca a partir de ellos todos los demás intereses sociales, los subordina a los intereses nacionales o sencillamente los da de lado. Esto se expresa en cada país, ante todo, en la negación del antagonismo de las clases y de los intereses de clase, en la negación de la lucha de clases como fuerza motriz del desarrollo. Con relación a los demás pueblos (comprendidos los del Estado de que se trate, si es multinacional), el nacionalismo se manifiesta en la exaltación de «lo suyo», de lo nacional, independientemente de su contenido sociopolítíco, e incluso en las alabanzas de las instituciones, costumbres y tradiciones sociales y políticas ya caducas y transformadas en conservadoras; en el olvido o desprecio de las peculiaridades e intereses de otras naciones y pueblos; en el reconocimiento, patente o tácito, de la inferioridad de los otros pueblos y del exclusivismo de «su» pueblo.

El nacionalismo se manifiesta asimismo en la resistencia al establecimiento de amplias relaciones con otros pueblos o en la admisión de dichas relaciones sólo con pueblos afines desde el punto de vista étnico; en la oposición al proceso, históricamente progresista, del acercamiento de las naciones y a la fusión de algunas de ellas con otras, incluso cuando este proceso sigue cauces «naturales», en el curso del desarrollo económico del país, y no como resultado de medidas violentas, de la asimilación por la fuerza.

En sus manifestaciones más extremas, el nacionalismo adquiere la forma de chovinismo cuando el menosprecio de las peculiaridades y los intereses de otros pueblos se transforma en animadversión —y, a veces, en odio zoológico— a dichos pueblos, que llega al afán no simplemente de sojuzgarlos y utilizarlos, sino de aniquilarlos, de exterminarlos. El chovinismo cae con extraordinaria frecuencia en semejantes manifestaciones canibalescas cuando el nacionalismo se combina con el racismo. El racismo ha alcanzado una difusión singular en la época del imperialismo, en la que la burguesía de los países capitalistas desarrollados, poblados en lo fundamental por personas de la raza blanca, ha sojuzgado a numerosos «pueblos de color» y, en una serie de casos, ha tendido a su exterminio físico.

Las diferencias raciales son diferencias biológicas externas, que no desempeñan un papel sustancial en los procesos fisiológicos del organismo humano ni influyen en la estructura del cerebro y en la facultad del hombre de pensar y sentir. Con tanto mayor motivo, estas diferencias biológicas externas no desempeñan ningún papel en los procesos sociohistóricos. Cualquiera que sea su forma, el racismo, como manifestación extrema del nacionalismo, es una arma ideológica y política de los grupos y partidos más reaccionarios, militaristas y terroristas de la burguesía imperialista (el nazismo y otras formas de fascismo, el Ku-Klux-Klan en los EE.UU., los racistas en la República Sudafricana, etc.).

El nacionalismo está unido indisolublemente al cosmopolitismo. Aparentemente son contrarios: el nacionalismo exagera las peculiaridades nacionales, en tanto que el cosmopolitismo rechaza su importancia esencial. El nacionalismo y el cosmopolitismo parecen reflejar ideológicamente las dos tendencias fundamentales en el problema nacional bajo el capitalismo. El cosmopolitismo expresa la tendencia a la internacionalización de los vínculos económicos entre los países, a la internacionalización del capital. Pero al separar esta tendencia y oponerla a la segunda —la tendencia a la cohesión nacional—, el cosmopolitismo justifica el sojuzgamiento económico (y después político) de otros pueblos y es una arma ideológica de las aspiraciones expansionistas de los grandes países capitalistas (en la actualidad, de los EE.UU,) a establecer su dominio mundial. El cosmopolitismo aparece como afán hegemónico y chovinismo jingoísta del imperialismo de un gran país, que, negando las peculiaridades nacionales, impone a otros países su dominación, su lengua, su modo de vida, etc. El cosmopolitismo es el reverso de la medalla del nacionalismo.

De cuanto queda dicho se deduce que los conceptos de «nacional» y «nacionalista» no coinciden en modo alguno.

Lo nacional abarca las relaciones entre todas las comunidades étnicas de la sociedad capitalista. Ninguna clase puede hacer caso omiso de las peculiaridades nacionales. Por el contrario, todas ellas se ven incorporadas a las relaciones nacionales —que son una peculiaridad históricamente transitoria de las relaciones sociales— y fijan su posición ante el problema nacional. El nacionalismo, en cambio, es la política burguesa, la concepción burguesa, la ideología burguesa en el problema nacional. Está claro que no debemos confundir el nacionalismo imperialista reaccionario y el nacionalismo de la burguesía de los países que luchan contra el colonialismo y el imperialismo. El segundo tipo de nacionalismo tiene un contenido orientado contra la opresión imperialista y, por consiguiente, contra el nacionalismo imperialista.

Frente al nacionalismo burgués se alza el internacionalismo proletario, socialista, que refleja la situación del proletariado en la sociedad, sus intereses cardinales, la naturaleza y el carácter de su lucha emancipadora. El internacionalismo proletario expresa la esencia de la política, la concepción y la ideología de la clase obrera en el problema nacional. Todo apartamiento, por pequeño que sea, del internacionalismo hacia el nacionalismo significa abandonar las posiciones de clase del proletariado para rodar a las de la burguesía, perjudicar la lucha de la clase obrera y de todos los trabajadores, la causa del comunismo. Por eso, la teoría revolucionaria de la clase obrera —el marxismo-leninismo— es profundamente internacionalista e implacable con todas las manifestaciones de nacionalismo, cualesquiera que sean sus formas.

En oposición al nacionalista y el cosmopolita, el internacionalista es un patriota. El internacionalismo y el patriotismo son tan inseparables como el nacionalismo y el cosmopolitismo, opuestos a ellos. La clase obrera expresa los auténticos intereses del pueblo de su país, sus anhelos de progreso y prosperidad. Le son caros los destinos de su pueblo y lucha por un futuro mejor para él. De ahí que nadie pueda representar y defender mejor que la clase obrera y su partido los verdaderos intereses de su nación, ser el guía del movimiento nacional general por el progreso social, por el socialismo.

La clase obrera no puede permanecer al margen de los movimientos nacionales de su época. Como fuerza revolucionaria activa, debe descubrir el contenido sociopolítico de cada movimiento, su papel objetivo en la vida de la sociedad y, en consonancia con ello, tomar posición ante dicho movimiento, encabezarlo en ciertas condiciones o, por el contrario, combatir con energía las corrientes y grupos nacionalistas burgueses que desempeñan un papel profundamente reaccionario y apartan a las masas de la lucha contra el imperialismo (por ejemplo, el sionismo contemporáneo).

En el curso del movimiento nacional pueden operarse en él ciertos cambios. Puede democratizarse o desviarse hacia la derecha; puede diferenciarse en el proceso de las transformaciones democráticas (los elementos derechistas se separan de él o lo dividen). Por eso, para determinar la política y la táctica revolucionarias en el problema nacional es imprescindible un análisis concreto de la situación concreta. El criterio principal que permite establecer el carácter progresista de un movimiento nacional son los intereses de los trabajadores, en fin de cuentas, los intereses del socialismo.

El ejemplo de las relaciones nacionales nos muestra el papel determinante que desempeñan las clases y las relaciones de clase en la vida social. Los movimientos nacionales son siempre un aspecto de la lucha de clases antimperialista. Cada clase y cada partido aplica su política en el problema nacional.

De ordinario, los ideólogos burgueses velan por todos los medios el enfoque clasista del problema nacional. En su inmensa mayoría rechazan rasgos de la nación como la estabilidad de relaciones económicas, la lengua, etc. Ven el origen y la causa del surgimiento de las naciones en la idea nacional, en el sentimiento de comunidad nacional y en los rasgos de la sicología social. De ahí que, con frecuencia, no perciban la diferencia que existe entre los términos de «nación» y «nacionalismo», «nacional» y «nacionalista».

Al afirmar que las naciones están por encima de las clases, los ideólogos burgueses suprimen, como es natural, la diferencia entre los movimientos nacionales progresistas y los movimientos reaccionarios (por ejemplo, el fascismo); tratan de hinchar el nacionalismo y el chovinismo para desunir a los pueblos que luchan contra el imperialismo y clavar una cuña en las relaciones entre los países socialistas. En ello les prestan un gran servicio los revisionistas de derecha y de «izquierda», que cifran sus esperanzas en aislar a los países socialistas unos de otros y, de este modo, debilitar el sistema socialista mundial y escindir el movimiento comunista internacional. Los revisionistas, que admiten de palabra el internacionalismo, lo reducen a la reivindicación de igualdad de derechos de las naciones y de no ingerencia recíproca en sus asuntos, echando por la borda el principio cardinal del internacionalismo socialista —el enfoque clasista del problema nacional— y contraponiendo los intereses de los distintos países a la causa común del socialismo. Toda desviación del internacionalismo proletario es un servicio prestado al imperialismo, el cual «coordina activamente, a escala internacional, sus acciones anticomunistas» [5].

La teoría marxista-leninista ofrece una solución justa, y consecuente hasta el fin, del problema nacional. La condición más importante de esta solución consiste en subordinarla a los fines de lucha y a los intereses de la clase obrera y de todos los trabajadores. La supresión de las clases y de las causas que engendran las diferencias clasistas es la condición principal para que en lo futuro, al triunfar por completo el comunismo, desaparezcan paulatinamente las diferencias nacionales.


4. El comunismo y el futuro de las naciones

Al tomar el poder y poner fin a la opresión nacional, la clase obrera y las masas trabajadoras reciben, como regla general, una penosa herencia en el terreno de las relaciones nacionales: desigualdad entre las naciones en el ámbito de la economía y la cultura, atraso de una serie de comunidades gentilicias y tribales y de pueblos (vinculados a las relaciones precapitalistas) y desconfianza entre ellos. Es imposible edificar el socialismo sin desembarazarse de esta pesada carga del pasado. La incorporación de todas las naciones de un Estado multinacional a la edificación del comunismo sólo es posible si se supera la desigualdad de hecho de las naciones, si se organiza la ayuda de las naciones más desarrolladas a todos los pueblos y se aplica de manera consecuente el principio de la igualdad de derechos de todos los pueblos y naciones, el principio de su colaboración fraternal.

La abolición de la explotación y el establecimiento de la colaboración fraternal de los pueblos permiten a cada nación aprovechar sus peculiaridades para que la cultura progrese con rapidez. A consecuencia de ello, el socialismo no disipa las diferencias nacionales, sino que conduce al florecimiento de las naciones. Renacen las tribus y los pueblos condenados por el capitalismo a la extinción y el exterminio violento, y junto con las demás naciones fomentan la economía de sus regiones y la cultura, perfeccionan su lengua y pasan al alfabeto escrito. Algunos de ellos, al familiarizarse con la vida y la cultura de naciones mayores, se funden paulatinamente con ellas en un solo pueblo o nación, pero la mayoría se consolidan como pueblos y naciones autónomos sobre la base de las relaciones nuevas, socialistas.

En el socialismo se acentúa la tendencia a la internacionalización de la vida económica, social y espiritual de la sociedad. El socialismo une a los pueblos, los acerca, hace nacer en los que colaboran rasgos comunes cada día más numerosos y suscita la necesidad de una comunicación nueva, más amplia que la nación. En el marco del Estado socialista multinacional se forma en su territorio una nueva comunidad humana multinacional, que hace suyas y desarrolla las tradiciones mejores, progresistas, de todas las naciones socialistas. Un ejemplo de esta nueva comunidad histórica es el pueblo soviético unido.

Esta segunda tendencia, que lleva al acercamiento de los pueblos, no entra en conflicto con la primera, que se manifiesta en el florecimiento de las naciones, sino que se conjuga con ella. El socialismo proporciona la base necesaria para unir los intereses específicos de las diversas naciones con los intereses de toda la población multinacional, para unir lo nacional y lo internacional.

La acción de esta ley del desarrollo de la nación en el socialismo se manifiesta tanto en los límites de cada Estado multinacional como en todo el sistema socialista mundial. En este último, las relaciones entre las naciones no son un problema intraestatal, sino interestatal.

Cada país socialista hace su aportación al fortalecimiento del sistema socialista mundial, ante todo, con sus éxitos en el desarrollo económico y cultural. Mas esto es sólo un aspecto de la cuestión, que expresa una tendencia en el problema nacional. El otro aspecto es el fortalecimiento y perfeccionamiento sucesivos de la colaboración económica, política y cultural con los demás países socialistas (integración económica, coordinación de los planes económicos nacionales, división social del trabajo en el marco del sistema socialista mundial, especialización y cooperación de la producción, intercambio de adelantos científicos y de experiencia técnico-productiva, fomento del comercio mutuamente provechoso, reforzamiento de los vínculos culturales, colaboración en las cuestiones relacionadas con la defensa de los países socialistas y de la causa de la paz, prestación de ayuda a los países en desarrollo, etc.).

El capitalismo enfrenta a unas naciones con otras y aprovecha el propio acercamiento de los pueblos —que es una necesidad objetiva— para que los países imperialistas sojuzguen a los pueblos pequeños y débiles. En oposición al capitalismo, el socialismo hace todo lo necesario para conjugar armónicamente las dos tendencias en el problema nacional. Pero sólo proporciona la posibilidad de esa solución, que debe ser llevada a la práctica, convertida en realidad.

El País de los Soviets ha adquirido una ingente experiencia de solución del problema nacional sobre la base del internacionalismo, consiguiendo no sólo la igualdad política y jurídica de las naciones, sino también su igualdad de hecho. La cuestión nacional está resuelta en la URSS por completo y definitivamente.

Hipertrofiando algunos hechos de manifestación de nacionalismo y las dificultades provisionales entre algunos Estados socialistas, la burguesía imperialista trata de debilitar las fuerzas del socialismo. De ahí que tengan hoy tanta trascendencia la política internacionalista consecuente, de principios, en las cuestiones nacionales —política que se asienta en la dirección científica de la sociedad— y la lucha resuelta contra todas las variedades de nacionalismo. Sin eso será imposible lograr en lo futuro la unión y la fusión de todos los pueblos y naciones. Un importante paso en este camino será el logro de la unidad completa de las naciones en el curso de la edificación del comunismo en la URSS.

La victoria del comunismo a escala mundial creará todas las premisas materiales y espirituales necesarias para la fusión de las naciones. En todo el planeta se formará paulatinamente la economía comunista única, que se desarrollará de acuerdo con un plan único y asegurará una comunidad económica de los hombros jamás vista. Se formarán los rasgos comunes de la fisonomía espiritual de los individuos, que asimilarán todo lo mejor do los rasgos del carácter nacional de cada pueblo. Surgirá una lengua común, un medio único de comunicación entre todos los seres humanos. La humanidad constituirá una colectividad única, una comunidad fraternal única, libre de antagonismos.



Notas

[1] C. Marx y F. Engels, Obras, t. 4, pág. 428.

[2] V. I. Lenin, Notas críticas sobre la cuestión nacional. (O. C., t. 24, pág. 124.)

[3] C. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 4, pág. 433.)

[4] V. I. Lenin, Notas críticas sobre la cuestión nacional. (O. C., t. 24, pág. 123.)

[5] Documentos del XXV Congreso del PCUS, pág. 31.



Fuente: Fundamentos de filosofía marxista-leninista, Editorial Progreso, Moscú, 1977, t. II, pp. 132-148.


Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

2 comentarios:

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  2. Buen resumen..pero tiene estructura de manual escolar...mejorar a lo menos el diseño y modernizar conceptos..

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