domingo, 15 de julio de 2018

La teoría marxista-leninista y la ciencia de la literatura — Mij. Lifschitz

Mij. Lifschitz
(1905-1983)


La teoría marxista-leninista y la ciencia de la literatura

Literaturnaya Gazieta. 09 de agosto de 1939, N°44 (823), p.1.


En su informe de actividades ante el Congreso XVIII del partido, el camarada de Stalin dijo: “No hay necesidad de que un médico especialista sea también especialista en física o botánica y a la inversa. Pero existe una rama de la ciencia, cuyo conocimiento debe ser obligatorio para los bolcheviques de todas las ramas de la ciencia: la ciencia marxista-leninista sobre la sociedad, sobre las leyes del desarrollo de la sociedad, sobre las leyes del desarrollo de la revolución proletaria, sobre las leyes del desarrollo de la construcción socialista, sobre la victoria del comunismo. Pues no se puede considerar auténticamente leninista al hombre que se autodenomina leninista, pero que se encierra en su especialidad, que se encierra, digamos, en la matemática, la botánica o la química y que no ve nada más allá de su especialidad. El leninista no puede ser solo un especialista de la rama científica que ha elegido; debe ser además un trabajador sociopolítico que se interesa vivamente por el destino de su país, familiarizado con las leyes del desarrollo social, que puede utilizar las leyes éticas y se esfuerza por ser partícipe activo de la dirección política del país”.

Si el conocimiento de la ciencia marxista-leninista es necesario incluso para el especialista en física o matemáticas, entonces es evidente que en el área literario-artística ello es tan necesario como el aire. No es necesario demostrar que el análisis de la creación artística requiere de la aplicación del método marxista-leninista de la ciencia social, que todos los métodos de investigación restantes sin duda han envejecido, dejando ver toda su ingenuidad y falsedad teórica. No es necesario demostrar que los problemas especiales de la ciencia literaria solo pueden comprenderse correctamente bajo la iluminación de la filosofía marxista que es la cosmovisión científica más rica, multilateral, íntegral y la única de nuestra época. Y sin embargo, es benéfico recordar una vez más estas verdades generalmente conocidas. Pero esto tiene su causa.

Todos recuerdan la triste experiencia de la “metodologización”, de la “sociología vulgar” y otras manifestaciones de la dogmática pseudomarxista. Esta dogmática estropeó a algunas generaciones de personas que trabajaban en la región del arte y la literatura, ella sirvió de fundamento para la práctica nociva de la RAPP, ella se difundió a través de la literatura de libros de texto, enciclopedias, periódicos, artículos y libros de multitud de representantes vulgares sobre las tareas del arte, sobre la literatura clásica del pasado, sobre la nueva cultura. Con relación a la política, ésta escolástica pseudomarxista no solo fue resultado de la ingenuidad y del celo excesivo. Ella limitó a menudo con las teorías saboteadoras que contenían una expresión determinada de las tendencias antimarxistas (de esto no se concluye en absoluto que todo error sociológico vulgar convierte a un hombre en enemigo del pueblo).

En la actualidad todo esto, por alguna razón, reculo de pronto en un pasado lejano. Ahora incluso los niños se ríen de las fantasías sociológicas que hasta no hace mucho redactaron muchos “críticos literarios”.

La liquidación plena, final y extraordinariamente rápida de las “concepciones” sociológico vulgares, que en el transcurso de muchos años solo distraían a la gente de las cuestiones actuales, es una seria conquista de nuestra ciencia. Es una victoria del marxismo, resultado de las indicaciones del Comité Central del partido.

Con todo, a esa rapidez, con la que nuestro pensamiento científico se purificó de las reminiscencias del marxismo dogmático, la cubre un peligro peculiar. El “auge y caída” de la sociología vulgar preservó sedimentos bastante desagradables en la consciencia de muchos especialistas de la “crítica literaria” con el matiz de un desengaño infundado en la teoría marxista del arte. Y allí, donde tenemos este tipo de sedimentos siempre nos encontramos con el eclecticismo y la carencia de ideología. Las construcciones de Friche y de otros “líderes” de las tendencias sociológico vulgares se caracterizaron por ser excepcionalmente, casi fantástica y absurdamente, consecuentes en el desarrollo de una idea lo suficientemente lamentable. En la actualidad, ha pasado de moda este tipo de consecuencia absurda. Esto solo puede regocijarnos. Sin embargo, no es posible regocijarnos de que en la literatura científica de los últimos años haya tantos libros carentes de alguna idea expresada de modo consecuente. Aquí con frecuencia la “forma sinuosa” oculta el eclecticismo vacuo que se afana por eludir esas cuestiones complejas que no pudo resolver y no resolvió la sociología vulgar. Toda fecha conmemorativa nos trae nuevos libros sobre los clásicos, investigaciones de su creaciones, etc. En estas obras no existe ninguna “concepción” errónea, pero – ¡ay! – la labor del calmado Nestor Kotliarevsky en comparación con ellas es el ideal de la cientificidad a profundidad.

Va con entusiasmo de la mano del eclecticismo simplón de la así llamada “factología”, la búsqueda de estudios académicos, etc. Por supuesto, la sociología vulgar menospreciaba los hechos, claro está, toda investigación cultural debe tener su base fisiológica. Pero es triste ver que en las adquisiciones de la cultura científica a menudo se percibe el lado puramente formal. ¡Y que cosas tan divertidas suceden sobre este suelo! Nuestra prensa de alguna manera ya escribió sobre un crítico literario de Leningrado que al descubrir en el archivo de Nadson un lamento, escrito a mano, de los “Korobeinikov” de Nekrásov, anunció con toda seriedad el descubrimiento de una nueva creación poética de Nadson. Al hacerlo no se olvidó de notar incluso el tipo de papel en que fue escrito y las filigranas del mismo. En tales fenómenos se manifiesta, en primer lugar, el digno ridículo del “nuevo rico” culto.

No se debe olvidar que toda la especialización, toda la cantidad de hechos y los más altos títulos académicos no pueden salvarnos de la vacuidad interna, de la carencia ideológica y la apostasía, si se carece del gusto por la teoría marxista-leninista, por la comprensión seria de esta ciencia revolucionaria y por su aplicación creativa en el trabajo.

Los fenómenos de la carencia ideológica y el eclecticismo son la consecuencia directa y, puede ser, más nociva de la dogmática pseudomarxista. La crisis de las tendencias sociológico vulgares la percibieron otros especialistas de la ciencia literaria como un signo del retorno a formas vetustas de descolorida vegetación académica. La sociología vulgar utilizó el concepto de “análisis de clase” y “desenmascaró” en todo lugar a los grandes artistas del pasado. En el presente, a menudo, nos encontramos con el extremo opuesto. El análisis de clase se proscribe vergonzosamente en las notas, sirviendo de anexo no obligatorio, una cláusula que resulta propia solo a la “limitación” del escritor del pasado y que no tiene relación con sus méritos artísticos. Las palabras “humanismo” y “carácter nacional” se usan con tanta diligencia y falta de escrupulosidad, que los estudiantes de las facultades de literatura apodaron de modo afortunado a las obras conmemorativas de clásicos “publicados”.

¿Qué se concluye a partir de esto? ¿Puede ser que sea necesario no ser excesivamente duro al críticar la sociología vulgar para no caer en el extremo opuesto? Tal opinión es totalmente incorrecta. Al contrario, la superación de la dogmática pseudomarxista es la victoria del marxismo genuinamente creador que incluye obligatoriamente en sí eso que acostumbramos llamar “análisis de clase” y lo aplica no para determinaciones sociológicas disparatadas, sino para separar todo lo verdaderamente valioso en el arte universal de los fenómenos del declive, el renacimiento de la reacción. La nueva vulgarización ligada con el olvido de la ciencia marxista-leninista sobre la sociedad, entroncada íntimamente con la simplificación de viejo tipo. La sociología vulgar y el humanismo vulgar son dos manifestaciones de una y la misma insuficiencia, el tránsito desde un extremo a otro es un fenómeno bastante típico.

Esto se demuestra muy fácilmente en los ejemplos. El cam. Rokotov consideró por mucho tiempo a Shakespeare como defensor de los intereses de la nobleza aburguesada de la monarquía absoluta. Pero he aquí que acaece el aniversario de Shakespeare y el cam. Rokotov en el artículo pletórico de entusiasmo “Una gran hermandad de espíritus” (“Internatzionalnaya Literatura” N° 3-4 de 1939) se lanza al extremo opuesto. Él compara a Shakespeare con los iluministas franceses del siglo XVIII, lo retrata como partidario de la revuelta contra la monarquía absoluta, etc. “Estuvo con toda su alma por la revuelta, escribe el cam. Rokotov, por el derrocamiento, por la guerra civil contra el rey opresor del pueblo. Shakespeare fue un humanista militante que confirmó en el combate sus ideales...”, etc.

Y he aquí otro ejemplo. En el prefacio al libro de Friche (1931) el cam. Anisimov tilda a Byron de “típico representante de la aristocracia feudal en degradación, que refleja en su creación la tragedia del derrumbe de los terratenientes”. Muy bien, el cam. Anisimov ya renunció a la concepción sociológico vulgar de la creación de Byron. Pero la cuestión de la relación del poeta inglés con la aristocracia, la burguesía y el pueblo sigue siendo, pese a todo, una cuestión seria y compleja que demanda del análisis marxista. En el artículo conmemorativo sobre Byron, escrito por el mismo cam. Anisimov (“Novi Mir” N° 1 de 1938) solo encontramos fórmulas comunes exaltadas: “humanista”, “optimista”, “defensor de las masas oprimidas”, “denunciador de la sociedad burguesa-nobiliaria”, “enemigo de los tiranos”, etc.

Como es sabido, la sociología vulgar se aferró en alto grado a un “internacionalismo” abstracto y absolutamente no marxista. Esto incluía en sí la tendencia de “denuncia”, nihilista con relación al pasado del pueblo ruso, sus particularidades nacionales. Un crítico, A. Mijaílov, escribió en tiempos de la RAPP: “En el ámbito de la población rusa no existe arte nacional. El arte allí no se desarrolla en forma arte nacional granrruso, este se desarrolla en las formas de esas expresiones artísticas que en general tenemos, digamos, el arte proletario, el arte pequeñoburgués, etc.” (1932). Pasaron siete años y el cam. Mijaílov asevera con el mismo ardor a un disparate de tipo opuesto. Él demuestra, por ejemplo, que las agujas de la arquitectura de Pedro proceden de las techumbres piramidales de la Rusia antigua, y el prototipo de los vestíbulos en los palacios clásicos son... los zaguanes rusos.

Tal especie de “migraciones de Túshino” muestra con evidencia que todo género de vulgarización se liga con el anhelo de “complacer” a toda costa, engendra la carencia de ideología y ella misma emana de aquella.

El peligro de fenómenos semejantes es bastante deslustroso. Es necesario crear una atmósfera tal que excluya el automatismo huero del pensamiento “chaquetero”, se requiere educar a los jóvenes trabajadores de la ciencia del arte y la literatura en el espíritu de la suprema firmeza de principios del marxismo-leninismo genuino.


 Traducción de C. Amaru para Partiynost

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