martes, 17 de julio de 2018

La responsabilidad internacional y nacional de la vanguardia


La fisonomía de los partidos marxistas-leninistas, como partidos de nuevo tipo, viene determinada en muchos aspectos por su profundo internacionalismo. El internacionalismo proletario refleja los procesos efectivos que se producen en la vida en el sentido del reforzamiento de la interconexión de la economía de distintos países, la interdependencia de los pueblos y sobre todo la lucha de los destacamentos nacionales de los trabajadores. El internacionalismo —el principal contenido de la ideología de la clase revolucionaria— se erige en arma cada vez más afilada de la lucha de clases.

Desde hace mucho tiempo el capital es una fuerza internacional, los procesos de integración capitalista incrementan la dominación de los grandes monopolios supranacionales en los países capitalistas. En estas condiciones, toda indeterminación respecto del internacionalismo o menosprecio de la significación que tienen las acciones conjuntas de los trabajadores de todos los países favorecen ineludiblemente el capital internacional.

Los monopolios internacionales, que estiman que su “patria” es cualquier rincón del globo terrestre en el que pueden sacar las mayores ganancias, fomentan el nacionalismo pese a todo. Lo necesita la burguesía para utilizar sus propios Estados en la competencia con otros monopolios multinacionales y, más que nada, para dividir a los trabajadores de distinta nacionalidad, para caldear el chovinismo y odio racial.

Al objeto de disimular la crisis del neocolonialismo y presentar como causa de sus dificultades la justa aspiración de los países emancipados a la igualdad en las relaciones económicas con las antiguas potencias coloniales, la burguesía hace lo que puede para agudizar la atmósfera de intolerancia respecto de los pueblos “de color”. Las fuerzas de la reacción se valen especialmente del nacionalismo para excitar la desconfianza y los prejuicios respecto de los países socialistas y socavar por dentro la unidad del movimiento internacional.

Los estrategas burgueses de la lucha contra el comunismo estiman incluso, como lo afirmaba la revista de la United States Information Agency, que “el nacionalismo es una fuerza más poderosa en el mundo moderno que la ideología” [1]. Ahora bien, el nacionalismo, bajo la forma que se presente, es una expresión de la ideología burguesa, lo mismo que el internacionalismo es la ideología de la clase obrera. Y el nacionalismo, que se inculca durante siglos en la conciencia de los pueblos, que afecta a los sentimientos naturales del amor del hombre a su tierra, a su idioma, a las tradiciones y costumbres de su pueblo, ha valido más de una vez a la burguesía de medio para lograr objetivos agresivos anexionistas y mantener su dominación de clase. Los éxitos de la lucha del internacionalismo contra la ideología y la práctica nacionalistas repercutirán más y más en el desarrollo del movimiento obrero y de liberación nacional. La reacción internacional multiplicará los intentos para dividir los principales torrentes revolucionarios de nuestra época y debilitarlos por dentro con empleo de todos los medios, más que nada con ayuda del nacionalismo. Tanto mayor es la significación del internacionalismo consecuente de los partidos marxistas-leninistas, llamados a marchar en la vanguardia de la lucha antiimperialista, la significación de la unidad de su responsabilidad nacional e internacional.

INTERNACIONALISMO CONTRA NACIONALISMO Y COSMOPOLITISMO

El nacionalismo burgués, al penetrar en el movimiento obrero, conlleva el peligro de deformación de los partidos obreros, de que pierdan todo espíritu revolucionario. Recordemos los trágicos años de la primera guerra mundial, cuando las masas trabajadoras de los distintos países, engañadas por las consignas “patrióticas”, emponzoñadas con el chovinismo, fueron lanzadas a la sangrienta matanza en aras de los intereses de “su” burguesía. Muchos líderes socialdemócratas, que poco antes de eso juraban su fidelidad al internacionalismo proletario, resultaron ser los más corrientes chovinistas que encubrían con frases socialistas su bochornosa traición. Sólo el partido leninista de Rusia y pequeños grupos internacionalistas de otros países mantenían en alto la bandera de la solidaridad proletaria, salvando el honor del movimiento obrero internacional y luchando activamente contra el socialchovinismo. Su internacionalismo sin compromiso confirmaba las palabras de Lenin, que había subrayado ya en ¿Qué hacer? que el movimiento socialdemócrata auténticamente revolucionario era “por su propia naturaleza, internacional” [2].

La Internacional Comunista surgió como agrupación de auténticos internacionalistas. En la plataforma de la Internacional Comunista adoptada en su I Congreso, se decía que la supeditación de los intereses nacionales a las tareas internacionales brindaría la posibilidad de “ayuda mutua por parte del proletariado de los distintos países, y sin el apoyo mutuo económico y de otra índole el proletariado no está en condiciones de construir la nueva sociedad”. La Internacional Comunista declaró que, en oposición a la Internacional socialpatriótica, “prestaría su apoyo a los pueblos explotados de las colonias en su lucha contra el imperialismo, a fin de contribuir al hundimiento definitivo del sistema del imperialismo mundial” [3].

A lo largo de toda la historia del movimiento comunista contemporáneo, tanto en el período de la Internacional Comunista como después del paso a nuevas formas de unidad internacional de los partidos comunistas, las verdaderas vanguardias marxistas-leninistas han sido siempre fieles al internacionalismo proletario, viendo en él la condición necesaria para los éxitos en la lucha tanto a escala nacional como a escala de todo el movimiento mundial.

Las ideas del internacionalismo proletario calaron hondo en la carne y la sangre del movimiento comunista internacional. Pero eso no quiere decir que así ha desaparecido el terreno para la penetración en sus filas del veneno del nacionalismo. Por cuanto la arena inmediata de actividad de cada partido es su propio país, puede surgir el terreno para una interpretación no dialéctica de la correlación entre las tareas nacionales y los objetivos internacionales.

En los países que tienen que resolver problemas de liberación nacional ha crecido rápidamente la conciencia nacional. Pero este proceso positivo puede crear también condiciones para la aparición de nacionalismo. El predominio o la gran proporción de la pequeña burguesía en la población caldea también el terreno para las concepciones nacionalistas. Además, no puede por menos de hacerse sentir de una manera u otra la constante presión de la ideología burguesa, que fomenta maliciosamente los prejuicios nacionales y denigra toda idea progresista calificándola de inadecuada a las condiciones específicas del país y el espíritu nacional del pueblo.

La doctrina marxista-leninista tiene un carácter universal, porque revela las leyes objetivas de significación mundial, y no local. La revista Party Life ridiculiza a los que tuviesen la ocurrencia de considerar que la ley de la gravitación universal es una ley inglesa, puesto que la descubrió el inglés Isaac Newton, y acusar a los sabios que se guían por esa ley de que se respaldan en una ley extranjera. “El Partido Comunista de la India rechaza el argumento de que el marxismo-leninismo es una corriente extranjera para la India. El marxismo-leninismo no es corriente extranjera para ningún país, para ningún pueblo.” [4] El Partido Comunista de la India parte de la teoría marxista-leninista, nacida de la síntesis científica de los fenómenos que se producen en la sociedad, la naturaleza y el pensamiento social, aplica esa teoría a las condiciones de la India, es decir, procede como “cualquier sabio que trata con leyes objetivas y descubrimientos básicos en su rama específica de la ciencia” [5].

Desde luego, no todos los que participan en el movimiento obrero y no quieren denunciarse como francamente nacionalistas repetirán el simple conjunto de procedimientos que les ofrece la ideología burguesa. En la época presente, cuando las ideas del internacionalismo adquieren una difusión cada vez mayor, las concepciones nacionalistas no suelen exponerse abiertamente, sino en forma disimulada. Por analogía con el hecho señalado por Lenin acerca de que los oportunistas están dispuestos a expresar sus criterios antimarxistas en términos del marxismo, se puede decir que los puntos de vista nacionalistas que penetran en el movimiento comunista van acompañados con frecuencia de juramentos de fidelidad al internacionalismo. Lenin subrayaba en la primavera de 1914 que era importante “rechazar todo nacionalismo, tanto el brutal, violento, reaccionario, como el más sutil, que pregona la igualdad de derechos de las naciones junto . . . con la división de la causa obrera, de las organizaciones obreras, del movimiento obrero por nacionalidades” [6].

Durante los decenios transcurridos desde entonces ha cambiado también el nacionalismo burdo y violento, pero se ha vuelto particularmente refinado el nacionalismo que no se presenta con la visera levantada, sino que se atavía con ropaje internacionalista. Tanto más difícil resulta conocer su verdadera esencia, tanto más difícil resulta la lucha contra él.

El maoísmo está penetrado de nacionalismo disimulado y abierto. “. . . El nacionalismo extremo y el chinocentrismo son la característica principal de las concepciones de Mao Tse-tung, lo mismo que la ideología y la política del maoísmo a lo largo de toda su existencia.[7] Los maoístas aíslan deliberadamente el pueblo chino del resto del mundo, separan con la “muralla china” a la clase obrera de China del movimiento obrero mundial, aplastan las minorías nacionales dentro del país y presentan pretensiones territoriales a otros países. Todo eso no es otra cosa que la continuación del chovinismo de gran potencia. “El reto más peligroso y fuerte del nacionalismo burgués al movimiento comunista internacional en la presente época —escribía N. K. Krishnan, figura dirigente del Partido Comunista de la India—, proviene del maoísmo.” [8]

Es sabido que Lenin, a la vez que consideraba que todo nacionalismo es burgués y ajeno a la ideología proletaria, llamaba a que se apoyara el contenido democrático general que puede adquirir el nacionalismo burgués de una nación oprimida en lucha contra sus opresores. Los maoístas tergiversaron esta tesis de Lenin. Inventaron dos nacionalismos: uno “progresista” y uno “reaccionario”. Consideran que es progresista el de los países en desarrollo. Precisamente en esa categoría de países comenzaron los maoístas a incluir a China. Reducen el concepto “país en desarrollo” tan sólo al nivel de la economía, mientras que, además del económico, posee un contenido sociopolítico. Al proclamar que la RPCh es un país “en desarrollo”, los maoístas proclaman “progresista” su nacionalismo. Se sabe que, en los países oprimidos, el nacionalismo es la base de la unidad en la lucha por la independencia. Y aquí tiene sentido progresista. Es una fuerza antiimperialista. Pero, una vez conquistada la libertad, cambia el papel del nacionalismo. Gus Hall escribe con tal motivo que los elementos reaccionarios se valen del nacionalismo para movilizar las masas con objeto de aplicar una política capitalista y neocolonialista. Y los elementos progresistas recurren a él para llamar a las masas a que apliquen una política de continuación de la lucha por la liberación nacional hasta lograr la independencia definitiva y el avance hacia el socialismo. Los intentos de inventar dos tipos de nacionalismo se hacen para sustituir el internacionalismo proletario con el “nacionalismo progresista”. “La invención de los “dos tipos de nacionalismo” abre la puerta para suplantar el internacionalismo proletario con el “nacionalismo progresista” y sirve para encubrir la penetración del nacionalismo burgués en la ideología de los partidos comunistas. El marxismo defiende el punto de vista de que la ideología del internacionalismo proletario debe ser la dominante y sustituir todas las demás concepciones y que no cabe inventar “excusas” para el nacionalismo burgués.” [9]

Pero los maoístas están en contra del internacionalismo proletario, y su llamado “nacionalismo progresista” no es otra cosa que un medio de dejarse las manos libres en la lucha por la hegemonía y las pretensiones nacionalistas a escala mundial.

La finalidad de las tendencias nacionalistas que penetran en el movimiento comunista, bajo cualquier forma, es, en última instancia, enfrentar los intereses nacionales con los internacionalistas, apartarse de la lucha común y eludir las acciones conjuntas con los partidos comunistas de otros países. Ahora bien, los líderes comunistas que se niegan a sostener la lucha internacionalista y que se orientan sólo hacia los problemas interiores volviéndole la espalda al movimiento comunista internacional debilitan a sus propios partidos, ya que los privan de la posibilidad de ser una fuerza de peso en la lucha contra el nacionalismo burgués.

El nacionalismo suele manifestarse en la excesiva exageración de las peculiaridades nacionales del país propio, en un ensalzamiento del gran pasado del pueblo propio, de su especial origen, lo que contrapone inevitablemente una nación a otras, destaca el principio nacional y merma el papel del principio clasista, partidario. Por ejemplo, se considera que la nación es poco menos que el único factor del progreso contemporáneo o “fuerza motriz en la fase presente de la civilización y en el futuro previsible”. El nacionalismo se manifiesta en la actitud no crítica ante las tradiciones, cuando a la par con las revolucionarias y democráticas se exaltan las tradiciones implantadas por las clases explotadoras. O se olvida que la tradición de por sí significa poco, que lo que tiene importancia es la finalidad que se plantea.

El marxismo-leninismo no contrapone lo nacional a lo internacional, sino que lo examina en su unidad, considerando que no se puede ser internacionalista consecuente si se hace caso omiso de las necesidades nacionales del pueblo propio y de las condiciones específicas en que uno tiene que librar la lucha. Al propio tiempo, los marxistas están convencidos de que no se puede ser patriota consecuente si se vuelve la espalda al resto del mundo, sin tener en cuenta las leyes generales del desarrollo social, sin interesarse por los grandes problemas globales de cuya solución depende la de ios nacionales.

Los comunistas luchan activamente tanto contra el nacionalismo como contra el nihilismo nacional, que también causa daño a la lucha de liberación.

El nihilismo nacional, propio de la seudoizquierda, se advierte con especial diafanidad en los trotskistas. J. Posadas, al hablar de sí mismo y de sus correligionarios, dice: “Nosotros somos marxistas, de nacionalidad marxista.” [10] Este desdén ostensivo por la nacionalidad de uno no es un error fortuito de expresión, sino que se desprende de la tesis de Trotski: “La inquebrantable seguridad de que la meta fundamental de clase... no se puede hacer realidad con los medios nacionales o dentro del marco de las fronteras nacionales es la esencia del internacionalismo revolucionario”. Partiendo de eso, como asevera el mismo Posadas, “no hay necesidad de tener en cuenta los intereses regionales” [11]. De ahí la conclusión inapelable de los trotskistas españoles, que declararon a mediados de los anos 6o:“Y se dirá: toda lucha dentro de las fronteras nacionales es reaccionaria”.

Lo mismo que en el pasado, los trotskistas, al amparo de frases sobre el “socialismo mundial” (algunos adeptos a la “IV Internacional” denominaron sus grupos “socialistas-internacionales” y publican una revista que se llama Socialismo internacional) desprecian la lucha cotidiana por las necesidades perentorias de los trabajadores, por las libertades políticas. En Francia, durante la segunda guerra mundial, muchos trotskistas se negaban a participar en la Resistencia, explicando que la lucha por la independencia nacional es inútil. Los trotskistas de la Francia de nuestros días proclaman: “Los proletarios no tienen patria, y su finalidad no es crearla, sino formar en el planeta una red de consejos obreros”. Partiendo de ello se niega la necesidad de partidos en ciertos países. Los trotskistas estiman que los intereses de la revolución mundial exigen que se forme un partido mundial. A su juicio, “la victoria de la revolución socialista a escala mundial —y la revolución sólo puede ser victoriosa si es mundial— es imposible sin la existencia de un Estado Mayor de la misma, de un partido mundial de la revolución proletaria”. Los irresponsables grupitos trotskistas, incapaces de unirse siquiera en un ámbito nacional, hacen vanos proyectos de “partido mundial único”.

Hagan los proyectos que quieran, pero, en la práctica, el cosmopolitismo trotskista, pese a sus temibles palabras contra la burguesía mundial, coincide, en realidad, con la ideología cosmopolita del capital monopolista internacional, que predica la indiferencia de los pueblos respecto de los destinos y los problemas sociales de su patria en aras de la creación del “Estado mundial”, del “Gobierno mundial”, de la “ciudadanía mundial” en beneficio de los gigantescos monopolios multinacionales.

Los predicadores seudorrevolucionarios del nihilismo nacional se atreven a hacer alusión al Manifiesto del Partido Comunista, silenciando, como es lógico, su auténtico contenido. Lenin escribía en 1908: “Es cierto que en el Manifiesto Comunista se dice que los “proletarios no tienen patria”. . . Mas de esto no se desprende que sea justa la afirmación. . . de que al proletariado le es indiferente en qué patria vive: en la Alemania monárquica, en la Francia republicana o en la Turquía despótica. La patria, es decir, el medio político, cultural y social dado, es el factor más poderoso en la lucha de clase del proletariado. . . El proletariado no puede permanecer indiferente e insensible ante las condiciones políticas, sociales y culturales de su lucha; por tanto, tampoco pueden serle indiferentes los destinos de su país” [12].

A los auténticos revolucionarios les es ajena la demanda anarquista y cosmopolita de “abolición de la patria”. Procuran que en el lugar de los Estados burgueses con su injusticia social y nacional se creen patrias socialistas. Hoy el socialismo es la más consecuente expresión del patriotismo. Y precisamente por eso la burguesía, que siente cada vez más la impotencia de sus argumentos contra el socialismo, trata de presentar como antipatriotas a los luchadores por el socialismo.

Cuanto más se vuelve cosmopolita la burguesía, cuanto mayor es el desenfado con que comercia en intereses nacionales, mas insolente es la manera con que presenta las fuerzas opuestas como antipatrióticas. La dictadura fascista de Chile, implantada a raíz de un golpe militar fraguado por los imperialistas, se ha puesto enteramente al servicio de los monopolios norteamericanos. Y esta dictadura antinacional se atreve a acusar de ausencia de patriotismo a los verdaderos patriotas que extermina. Idéntico escarnio practica la dictadura militar de Uruguay. En el Manifiesto de febrero de 1974, publicado por el Partido Comunista de Uruguay, sumido en la ilegalidad, se dice: “Nosotros, los comunistas, somos verdaderos patriotas. Lo somos porque representamos la fuerza política de la clase obrera, el núcleo indestructible del pueblo uruguayo. Y la patria es para nosotros, ante todo, el pueblo sencillo, que ha creado y sigue construyendo nuestro país. Lo somos porque queremos a nuestra tierra, a sus tradiciones de libertad y democracia, respetamos la justicia social y la herencia material y cultural del pueblo”.

Somos patriotas, además, porque, se dice en el Manifiesto, aspiramos a la total independencia de nuestra patria del yugo imperialista extranjero, porque somos antiimperialistas consecuentes hasta el fin. Los comunistas son internacionalistas precisamente porque son antiimperialistas consecuentes, y el imperialismo es una fuerza mundial. En las condiciones presentes se ve cada vez más claro que uno no puede ser auténtico patriota si se deslinda de la lucha revolucionaria que se libra en otros países.

Los acrecidos procesos integracionistas, con ayuda de los cuales los capitalistas quieren salir de la crisis y prolongar su existencia suscitan la necesidad de mayor unidad de los trabajadores de los distintos países en la lucha contra el capital. La Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros de los Países Capitalistas de Europa, celebrada en Bruselas en 1974, hizo constar que las compañías multinacionales, en las que el 75% del poder pertenece a los grupos financieros norteamericanos, ejercen una presión creciente en la vida económica de los países. Los gobiernos protegen la actividad de estas gigantescas firmas pulpos que atentan a la independencia económica e incluso política de los Estados. Los monopolios multinacionales procuran pasar por alto los derechos sindicales y las conquistas sociales de los trabajadores, empeoran las condiciones de vida de éstos, respaldan a las corrientes más reaccionarias, incluidas las fascistas. Al trasladar su capital en busca de ganancia máxima, estos monopolios privan de trabajo de un solo golpe a miles de trabajadores.

Frente a la crisis cada vez más profunda del capitalismo, a la inflación galopante, los peligrosos planes de activación de la OTAN y la carrera armamentista, la Conferencia exhortó al reforzamiento de las acciones conjuntas de los partidos comunistas para crear amplias uniones democráticas contra los enemigos de la distensión internacional, contra las compañías multinacionales y por “una réplica ofensiva que tenderá el camino de nuevas soluciones a tono con los intereses de los trabajadores y los pueblos de esta parte de Europa” [13].

En el presente, lo mismo que antes, la arena inmediata de lucha de la clase obrera y todos los trabajadores es su patria, pero crece cada vez más la significación de las acciones unidas a escala de toda la región y más amplia aún. Estas acciones conjuntas tendrán tanto más éxito cuanto más activa sea la lucha en cada país. La justificación de la pasividad propia con alusiones a la pasividad de los vecinos solo hace el juego del enemigo común.

Los comunistas están convencidos de que ni los procesos de integración ni los intereses comunes de clase pueden suprimir las contradicciones entre los Estados imperialistas. La adaptación del imperialismo a las nuevas condiciones no significa en absoluto la estabilización del capitalismo como sistema. Al propio tiempo, los comunistas sacan la conclusión de que la lucha aislada contra los consorcios y las agrupaciones capitalistas internacionales, como son la CEE o la OTAN no puede tener éxito.

Por cuanto el capitalismo, lo mismo que antes, está sujeto a la ley del desarrollo desigual, y las contradicciones entre los imperialistas no menguan, sino que adoptan nuevas formas, no ha perdido su validez la conclusión de Lenin acerca del inevitable surgimiento de eslabones más débiles en el sistema del imperialismo mundial y de la posibilidad de ruptura revolucionaria precisamente en tales eslabones. Y los procesos integracionistas que se operan en el mundo del capitalismo pueden conducir a que el desgajamiento de un eslabón débil del sistema del imperialismo dé lugar a una reacción en cadena, más rápida que al no haber integración, en otros países, tanto revolucionaria como, por cierto, contrarrevolucionaria.

La creciente relación entre la lucha dentro de los límites nacionales y la internacional predetermina la elevación simultánea de la responsabilidad nacional e internacional de las vanguardias revolucionarias. En el Documento final de la Conferencia de los Partidos Comunistas y Obreros de 1969 se dice: “Cada partido comunista responde de su actividad ante la clase obrera y el pueblo de su país y, a la vez, ante la clase obrera internacional. La responsabilidad nacional e internacional de cada partido comunista son inseparables” [14]. Los cambios producidos en el mundo después de la Conferencia subrayan todavía más esa conclusión.

En la nueva situación adquieren una significación creciente como criterio de auténtico internacionalismo la actitud hacia el socialismo existente en realidad y, ante todo, hacia la Unión Soviética, la fuerza más poderosa que se opone al imperialismo. “Desde luego, ninguna lucha de clase o de liberación puede avanzar sin apoyarse, en primer término, en sus propias fuerzas — escribía Political Affairs, revista del Partido Comunista de EE.UU. (octubre de 1974). Pero, a la vez, hay que reconocer que los éxitos en la lucha contra el imperialismo guardan por doquier estrecha relación con el papel del campo socialista, encabezado por la Unión Soviética, lo que acelera la lucha contra los monopolios internacionales en los países imperialistas y los que luchan para liberarse del imperialismo.”

La burguesía imperialista se vale hoy del antisovietismo no sólo como medio de lucha contra el mundo socialista, sino también para dividir todas las fuerzas progresistas en sus propios países, para apartarlas del aliado más consecuente, que presta ayuda moral, política, económica y, si hace falta, militar a los movimientos de liberación. Por algo gozan de tan activo respaldo de la reacción todas las corrientes revisionistas de derecha, los izquierdistas y, sobre todo, el trotskismo, que calumnia constantemente a la URSS y otros países socialistas, acusándolos de ‘‘limitación nacional”, “encerramiento nacional” y “traición a la revolución mundial”. Los imperialistas saben mejor que nadie que la URSS y todos los demás países de la comunidad socialista ayudan a la lucha de las masas populares de los países capitalistas tanto con su ejemplo como con su política exterior de paz y con su conducta activa en la palestra internacional. La significación de la fuerza del ejemplo del socialismo asusta cada vez más a la burguesía, puesto que, en las condiciones presentes, este ejemplo no es una simple prueba de la superioridad del nuevo régimen, sino la encarnación viva de lo que se va volviendo más y más imperioso para la solución de los problemas cada vez más acuciantes que ahogan al capitalismo.

El lugar que ocupa el socialismo existente en el proceso revolucionario mundial muestra que en las condiciones presentes, además de ser imposible el internacionalismo antisoviético, no se puede ser patriota consecuente si uno se vuelve de espaldas a la Unión Soviética y los demás países socialistas.

Partidos de la acción, las vanguardias comunistas estiman que el patriotismo y el internacionalismo no son cosas que sólo se proclaman. La unidad entre el patriotismo y el internacionalismo constituye la base de la lucha diaria que sostienen los partidos comunistas. Parten de ellos al apreciar unos u otros acontecimientos o fuerzas de clase. Esta unidad determina también sus relaciones mutuas.



Notas

[1] Problems of Comunism, 1970, N° 1, p. 6.

[2] V. I. Lenin, ¿Qué hacer?, O.C., t. 6, pág. 24.

[3] V. I. Lenin y la Internacional Comunista, ed. en ruso, pág. 134.

[4] Party Life, 7.V.1974, p. 13.

[5] Ibídem, p. 15.

[6] V. I. Lenin, La corrupción de los obreros por el nacionalismo sutil, O.C., t. 25, pág. 144.

[7] El maoísmo es un enemigo ideológico y político del marxismo-leninismo, ed. en ruso, pág. 31.

[8] Party Life, 1973, N° 2, p. 13.

[9] Gus Hall, lmperialism Today. An Evaluation of Major Issues and Events of our Time, New York, 1972, p. 294.

[10] Lucha obrera, 1.IX.1972, pág. 4.

[11] Red Flag, 4.III.1972, p. 3.

[12] V. I. Lenin, El militarismo belicoso y la táctica antimilitarista de la socialdemocracia, O.C., t. 17, pág. 190.

[13] Cahiers du comunisme, Mars 1974, p. 141.

[14] Conferencia Internacional de los Partidos Comunistas y Obreros. Documentos, Moscú, 1969, ed. en ruso, págs. 326-327.



Fuente: Basmanov, M. I. y Leybzon, V. I., Vanguardia revolucionaria. Problemas de la lucha ideológica, Editorial Progreso, Moscú, 1978, pp. 276-289.



Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

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