sábado, 25 de noviembre de 2017

El materialismo dialéctico sobre el psiquismo — P. Y. Galperin

Piotr Yakovlevich Galperin
(1902-1988)

 1. Lenin acerca del objeto de cada ciencia en particular

Una de las causas de inconsistencia de las ideas (anteriormente comentadas) sobre el objeto de la psicología fue la incapacidad para distinguir los fenómenos psicológicos de la gran variedad de fenómenos no psicológicos que se mezclan con ellos. El problema del objeto de la psicología está estrechamente relacionado con la idea que se tiene del objeto de cada ciencia en particular y de la diferenciación de los objetos concretos, de las cosas, cuyos aspectos pueden interesar a dicha ciencia.

Estos aspectos fueron tratados por V. I. Lenin en una serie de trabajos, en los cuales encontramos el siguiente razonamiento: cada objeto tiene muchos aspectos, características, y a su vez cada aspecto constituye el objeto de estudio de ciencias independientes. Lenin señala en forma exacta cómo deben ser examinados estos diferentes aspectos para evitar una elección arbitraria de cualquiera de sus aspectos o combinar de manera ecléctica diferentes aspectos (también elegidos arbitrariamente). Una de estas indicaciones la encontramos en Los cuadernos filosóficos [1] (1914-1916), la cual ha sido desarrollada de manera notable en la extraordinaria intervención en La discusión sobre los sindicatos (1921).

En esta intervención, aclarando las diferencias entre la dialéctica, la lógica formal y lo ecléctico, V. I. Lenin da el siguiente ejemplo: «... llegan dos hombres y preguntan... que es un vaso... Uno de ellos responde: “Es un cilindro de cristal”... El segundo dice: “El vaso es un utensilio para beber”... Sin duda el vaso es un cilindro de vidrio y sirve para beber. Sin embargo, el vaso no tiene estas dos características o cualidades, sino que tiene una cantidad infinita de características diferentes, cualidades, aspectos interrelacionados y «mediatizados» con todo el mundo restante. El vaso es un objeto pesado que puede ser utilizado para lanzar. El vaso puede servir de pisapapel o como medio de cazar insectos, puede ser un objeto de valor por sus grabados o dibujos artísticos, independientemente de si sirve para beber, de si está hecho de vidrio o no, de si su forma es cilíndrica o no lo es.

Continuando más adelante en la explicación... Si yo necesito ahora un vaso, como instrumento para beber, para mí no es importante saber si tiene forma cilíndrica o si está hecho realmente de cristal; sin embargo, lo importante es que no tenga rajaduras que me puedan producir heridas en los labios. Si yo necesito un vaso no para beber, sino para llevar a cabo un estudio del cristal, no necesitaré un vaso intacto, sino que me servirá igualmente uno con grietas o incluso sin fondo» [2].

El vaso como proyectil puede ser objeto de estudio de la balística, como medio de cazar insectos, es objeto del equipo del entomólogo; como objeto de arte, es objeto de las artes aplicadas; como instrumento para beber, es objeto de uso doméstico, etc. De esta manera, una misma cosa puede llegar a ser objeto de estudio de ciencias diferentes; de la balística, de la entomología, del arte, de la técnica de producción, de economía política, etc. El vaso es un objeto concreto y las ciencias que lo estudian son muchas. Y cada ciencia estudia simplemente no el vaso y no «todo el vaso», es decir, no todos sus «aspectos», sino solamente uno de ellos (una totalidad determinada de características y de leyes), por lo cual cada ciencia por separado lo hace objeto de su estudio.

En la crítica al libro Metafísica, de Aristóteles, V. I. Lenin, en el libro 13, capítulo 3, escribe sobre el problema del objeto de cada ciencia en particular, y lo resuelve de manera clara, evidente, materialista: «La matemática y otras ciencias abstraen una de las partes de los aspectos del cuerpo, de los fenómenos, de la vida» [3].

No es difícil entender la profunda legitimidad de esta indicación leninista para cualquier objeto concreto y para cada ciencia: un mismo objeto puede ser estudiado por muchas ciencias y cada una distingue y separa «su» aspecto. Por eso es incorrecto señalar cualquier objeto (cosa, proceso, fenómeno) y decir que es objeto de estudio particular. Es incorrecto porque no hay nada que aclare qué es lo principal en ese objeto y qué puede y debe estudiar una ciencia determinada.

La diferenciación leninista del objeto en particular y de sus diferentes aspectos, cada uno de los cuales constituye el objeto de ciencias independientes, pone de manifiesto un error que encontramos en las definiciones tradicionales del objeto de la psicología como «fenómenos de conciencia», «conducta»; éstos son objetos concretos y no objetos de estudio de una sola ciencia. De manera intuitiva y convincente, nos parece que en los fenómenos de conciencia y en la conducta hay algo que debe y puede estudiar la psicología. Sin embargo, al no haberse diferenciado esa especificidad seguimos estando ante la indicación global, indiferenciada, de un objeto concreto y multifacético. La parte que constituye el objeto de la ciencia psicológica, cuyo estudio no puede ser reemplazado por otra ciencia, permanece indiferenciada. En esencia, el objeto de la psicología no solamente no ha sido definido, sino que ni siquiera ha sido delimitado. El señalar un objeto global (cosa, proceso o fenómeno) ha creado un peligro real, y es el pensar que la psicología estudia todo este objeto (todo lo psíquico, toda la conducta).

Pero, ¿acaso los fenómenos de conciencia y de la conducta son estudiados solamente por la psicología? Tomemos cualquier proceso psíquico, por ejemplo la percepción o el pensamiento: ¿son acaso estudiados solamente por la psicología? La teoría del conocimiento, la fisiología, la pedagogía, la estética, la historia del desarrollo (de las sociedades humanas y del niño), todas estas ciencias, cada una desde un aspecto particular, también investigan la percepción, el pensamiento y otros fenómenos psíquicos. Lo mismo sucede con el estudio de las sensaciones, de la imaginación, de la voluntad y de la memoria, etc. ¿A qué se debe adscribir todos estos aspectos de la actividad psíquica a la psicología, con preferencia sobre las otras ciencias que también los estudian? Es evidente que la sola indicación sobre los llamados procesos psíquicos es absolutamente insuficiente para diferenciar el objeto de estudio de la psicología, lo que ella debe estudiar verdaderamente.

Con mayor razón, todos estos planteamientos se hacen más evidentes en relación a la conducta. ¿Acaso la conducta no es estudiada por la ética, la biomecánica, la cibernética, la neurofisiología, la sociología, la estética, etc.? Es claro que cada una de estas ciencias la estudia en un aspecto particular. ¿Dónde se encuentra entonces la parte propiamente psicológica de la conducta? Mientras no sea diferenciada, el estudio de la conducta forma parte del «objeto de la psicología» (o más exactamente lo mantiene oculto), pero la conducta como tal no es su objeto de estudio. La «conducta simplemente» o «toda la conducta» no puede ser objeto de estudio de la psicología. Si el aspecto psicológico de la conducta se diferencia de todos los demás aspectos, entonces significa que no toda la conducta puede ser objeto de la psicología [4].

¿Qué es entonces lo que constituye el aspecto psicológico de los fenómenos de la conciencia y de la conducta? El mismo planteamiento del problema implica que nosotros necesitamos no solamente la determinación de un objeto de la psicología, sino también una delimitación exacta de las características por medio de las cuales pueda ser posible conocer y diferenciar el fenómeno psicológico. Incluso hasta ahora los fenómenos psicológicos han sido adivinados de una manera intuitiva; sin embargo, a partir de estos «fenómenos» «inmediatos», que son de otro orden diferente, no ha sido distinguido el objeto propio de investigación científica.

2. Lenin sobre el concepto de materia. Lo «físico» y lo «psíquico»

Fuera de los límites de una concepción dialéctico materialista de lo «psíquico», se han considerado y se siguen considerando aún como contrarios lo «físico» y lo «psíquico», dentro del dualismo del espíritu y la materia. Lo «físico» es definido como algo dado, inmediato, y lo «psíquico», como algo que permanece fuera de lo «físico». Así, el concepto inicial de la materia determinó también el concepto de lo «psíquico».

Sin embargo, en esta concepción antigua sobre la materia, el concepto filosófico de materia se cambió por un concepto físico, y lo físico a su vez fue reducido a una idea sobre la sustancia como conductor pasivo del impulso, de la fuerza, pero no como su fuente inicial. Por eso la fuerza era analizada como algo no material o no completamente material. Incluso la forma de los cuerpos materiales fue considerada no como una característica propia de ellos, sino como el resultado de la influencia de factores no materiales sobre su propia sustancia. La causa del movimiento y desarrollo en la naturaleza muerta y viva se buscó fuera de la materia; en hipótesis cosmogónicas se preguntaba sobre el impulso: en el desarrollo de los seres vivos veían la manifestación del «espíritu» el origen absoluto, contrario al cuerpo material. Incluso en la física de los tiempos modernos continuamente se hicieron intentos por suprimir la fuerza de la materia (Descartes y los cartesianos), o al contrario, reducir la misma materia a la acción de fuerzas (Leibniz, Boshovich), más tarde reducir la materia a la acción de la energía (Oswald), y de esta manera representarse la materia como algo no material en esencia.

A finales del siglo pasado, cuando se iniciaron grandes descubrimientos que revolucionaron la física (la permanencia de la velocidad de la luz en diferentes direcciones en relación al movimiento de la tierra, la radiactividad, la descomposición del átomo, etc.), esta concepción antigua, sensible y visible sobre la materia empezó a derrumbarse. Su hundimiento vino con el alborozo y el respaldo de los representantes del idealismo militante y fue anunciado por ellos como el derrumbamiento de la materia, como una refutación al materialismo por parte de la misma ciencia. El desenmascaramiento de esta «refutación» fue realizada brillantemente por Lenin [5], el cual señaló la existencia de los orígenes de esta «confusión mental» entre los naturalistas, o sea el cambio del concepto filosófico de materia por un concepto físico y la ausencia total del conocimiento del materialismo dialéctico.

El cambio de un concepto filosófico por un concepto físico consistió en que en vez de caracterizar a la materia como una realidad objetiva cognoscible, se la definió como el portador general de los fenómenos físicos (y solamente físicos). En esta generalización ilícita de algunas características físicas, como si ellas caracterizaran toda clase de materia, está implícita la base del dualismo entre lo «físico y lo psíquico», dejando fuera otros tipos y características de la materia. Naturalmente, en la medida en que se van desarrollando los conocimientos varían las concepciones sobre la estructura básica de los fenómenos físicos y las ideas anteriores resultan erradas; el hecho de negar la concepción antigua que se tenía de la materia es percibido por algunas personas como la negación de la misma materia.

Lenin subrayó que el concepto filosófico caracteriza a la materia solamente como una realidad objetiva, que existe en el tiempo y en el espacio independiente de la conciencia y que posee automovimiento. El materialismo dialéctico se abstiene conscientemente de dar cualquier indicación sobre una u otra estructura o propiedad de la materia física, concediendo la solución de estos problemas a las ciencias en concreto.

Sin embargo, un concepto filosófico de materia significa mucho. La existencia en el espacio y en el tiempo excluye de la realidad objetiva cualquier tipo de «espíritu», cuyo rasgo característico con el que ha sido definido es precisamente la no dependencia para su existencia o acción de las limitaciones espaciales y temporales.

El hecho de que la materia exista fuera de la conciencia excluye una interpretación idealista y subjetiva de la materia, ya sea como un «fenómeno» cuyo origen sea la conciencia humana o divina.

El automovimiento tal como se entiende en el pensamiento dialéctico-materialista significa, en primer lugar, el reconocimiento de una fuente interna de «origen» del movimiento y desarrollo, y en segundo lugar, implica una concepción del desarrollo como tránsito de los cambios cuantitativos a los cambios cualitativos con la formación de nuevas y nuevas formas de la naturaleza y de sus propiedades. En este sentido, el automovimiento como una de las propiedades fundamentales de la materia nos libera de la necesidad de buscar una unión causal para todo lo que existe fuera del mundo y que se construye en una cadena única evolutiva en formas cualitativamente diferentes de la materia. Cada una de estas formas procede de la anterior, pero no puede ser reducida a ella.

La primera definición exacta dialéctico-materialista realizada por Lenin del concepto de materia exige (no filosóficamente, sino en forma científica concreta) un total replanteamiento de los conceptos estrechamente ligados entre lo «físico», lo «ideal» y lo «psíquico»; y sobre todo de aquellos signos que diferencian el «espíritu» del «cuerpo», y los cuales, fuera del maternalismo dialéctico, sirven como base teórica del dualismo.


A Descartes le pertenece (en una retrospectiva histórica en ese entonces dudosa y en nuestros tiempos considerada negativa) el honor de haber señalado los signos exactos del dualismo. Descartes definió como señales diferenciadoras del cuerpo el devenir; y el «alma», el pensamiento (en el sentido de sensación, vivencia, conciencia de los propios procesos psíquicos). Cuando el cuerpo se halla reducido al devenir, inmediatamente se contrapone a las sensaciones, a las vivencias, las cuales parecen ser de un orden tan diferente que carece incluso de base para que puedan ser comparadas. Ante esta confrontación acerca de la relación que existe entre ellas y sobre el tránsito de la una (devenir) a la otra (sensación), es imposible limitarse solamente al reconocimiento de que «no sabemos» cómo se realiza dicho proceso, ya que debemos decir también que «¡nunca lo sabremos!» (como ya lo había dicho en su tiempo, y con gran escándalo, E. du Bois-Reymond [6], sin haber aclarado con esto nada nuevo en principio). Y mientras se conserve esa diferenciación entre lo «físico» y lo «psíquico», seguiremos perdidos entre estos términos de una manera absoluta e insuperable [7].

Sin embargo, la reducción, por una parte, de lo material a lo físico y de lo físico al devenir, y, por otra parte, la reducción de lo psíquico a las sensaciones (de la propia actividad psíquica), son en principio equivocadas.

La materia existe en el espacio y en el tiempo, pero la presencia de estas características no la agotan en su contenido. El automovimiento supone una nueva dimensión y habla de una «contradicción interna», que supone la existencia de una estructura y la interacción de sus partes, lo cual también se lleva a cabo en el espacio y en el tiempo, pero que de ninguna manera se reduce solamente a ellos. Desde el punto de vista del materialismo histórico y dialéctico, lo material en general no se halla limitado a lo físico, y naturalmente no todas las formas de la realidad material se caracterizan por sus medidas o magnitudes físicas. Así, por ejemplo, las relaciones de producción en una sociedad humana son materiales en un sentido estricto materialista dialéctico; estas relaciones existen en una sociedad determinada, y junto con ella, en un determinado tiempo y espacio; sin embargo, las relaciones de producción no se miden en medidas de longitud y tiempo. Preguntar acerca del grosor de estas relaciones es tan absurdo como preguntar lo mismo sobre los deseos, o sobre la alegría, o sobre los conceptos y representaciones (tal como lo hacen los representantes de una concepción idealista de lo psíquico). Las características político-económicas de los objetos, por ejemplo, de los artículos, de la renta, del precio de cambio, de la plusvalía en el sistema de producción mercantil, están tan estrechamente relacionados con las características naturales de las cosas que empiezan a ser representadas por sus propias características naturales. Fue necesario el genial análisis de C. Marx para desenmascarar este «fetichismo mercantil» [8]. Sin embargo, las características económicas de las cosas en realidad son materiales, existen en el espacio y en el tiempo de una sociedad determinada y no dependen de cómo sean entendidas por las personas, sino que, por el contrario, ellas determinan su comprensión. En una sociedad mercantil estas características son materiales, aunque no físicas, y por eso tampoco pueden ser evaluadas con metros o con horas, aunque el precio de cambio del artículo está determinada socialmente por el tiempo necesario para su producción. Pero es precisamente tiempo de producción en una sociedad determinada y no un tiempo astronómico por sí mismo.

En cuanto a las sensaciones de la propia actividad psíquica, para la psicología moderna ya no es un secreto que éstas son un producto de la autoobservación, de la introspección; y la autoobservación es a su vez producto, resultado de la educación social. En cualquier sociedad, a cada uno de sus miembros desde el nacimiento se le enseña a regirse por determinados modelos y reglamentos, y más tarde, cuando han sido asimilados, el mismo individuo es capaz de regirse por ellos. Como consecuencia de esto, cuando analizamos la autoobservación, siempre observamos alguna vivencia de «sí mismo», del propio yo, que sólo es factible en la medida en que esa autoobservación se halle educada y formada. Es sabido que en la medida en que se practica, la introspección se perfecciona, y muchas cosas que antes no eran experimentadas empiezan a serlo. Sin embargo, muchos aspectos de la vida espiritual, psíquica, permanecen fuera de los límites de la introspección y no son percibidos, aunque indudablemente permanecen en calidad de reflejo de una situación objetiva y de un proceso que transcurre (por ejemplo, en los procesos del pensamiento creador, en el «sentir un idioma», en la institución técnica, etc.).

De esta manera, incluso en el hombre, la sensación de su propia actividad psíquica en general no es una propiedad de los procesos psíquicos (aunque constituye una de las características particulares del psiquismo como producto social). En los animales también hay psiquismo, pero en ellos podemos negar, ya que tenemos todas las bases para ello, la existencia de conciencia de su propia actividad. La sensación de sentir la actividad psíquica en general no es el rasgo común de lo psíquico, y se puede decir que no es lo único que diferencia lo psíquico de lo físico.

Cuando lo material se limita a lo físico, entonces todo lo que no es físico se toma por no material, y la evidencia de su existencia es analizada como una «comprobación concreta» de que existe el ser ideal. Sin embargo, éste es un error demasiado vulgar. El mundo es uno, y la «unidad real del mundo consiste en su materialidad» [9]. Lo ideal como ser de sustancia específica no existe. Sin embargo, esto no quiere decir que no exista lo ideal. Precisamente de una deducción incorrecta de este tipo surge la conclusión sobre la cual V. I. Lenin escribió lo siguiente: «En el concepto de materia hay que incluir el pensamiento, como lo repetía Dietzgen en su libro Excursiones (página 214), pero precisamente esto nos lleva a una confusión, ya que en este tipo de inclusión pierde todo sentido la contraposición gnoseológica entre materia y espíritu, entre el materialismo y el idealismo; a qué contradicción nos lleva Dietzgen» [10]. Es evidente que el concepto de lo ideal, en su contenido concreto, no debe ser aislado, sino que debe ser reelaborado radicalmente.

¿Cuál es el contenido concreto que se tiene en cuenta cuando se habla de lo ideal? Ante todo se tiene en cuenta la imagen, la imagen de cualquier fenómeno, de cualquier proceso [11]. Es precisamente la imagen del objeto y no el objeto en sí, y en este sentido se trata de otro objeto, de un objeto ideal. Este segundo objeto es «ideal» en dos aspectos. En primer lugar, sus características, sean cuantas sean y se encuentren en variadas combinaciones, están representadas en una imagen aislada y no relacionada con todas las características del original o de su reflejo material, y sin las cuales no puede existir ninguna «cosa» en la realidad. En segundo lugar, esta separación que se hace de determinados rasgos en la imagen, los cuales son permanentes y se dan realmente en las cosas existentes, es decir, en su original y en su representación gráfica, aparecen en la imagen limpios y puros de todo lo que no es esencial. La imagen se descubre como un objeto que está representado solamente en sus rasgos más esenciales; y precisamente es de aquí de donde resulta la relación a la cual se alude frecuentemente entre lo «ideal» y lo «perfecto» (en el sentido en que está falto de elementos triviales).

La superioridad psicológica de reflejar el objeto en su aspecto de imagen consiste en que en ésta está representado solamente aquello que es importante para llevar a cabo una acción física o mental, y esto es evidente. La parte contraria de esta superioridad es que la imagen se descubre como algo libre en las limitaciones materiales de las cosas, es decir, como un ser ideal. Esto crea una ilusión del pensamiento, que empieza a raciocinar sobre las imágenes, teniendo en cuenta únicamente aquellas representaciones que fueron adquiridas en la experiencia con las cosas físicas.

A diferencia de lo material, que existe independientemente de la conciencia, de lo psíquico, la imagen existe únicamente en la conciencia, «sólo en el psiquismo». Lo ideal no es una clase de ser, sino que constituye una totalidad de rasgos que se manifiestan al sujeto, es la forma de aparición del objeto ante el sujeto. Esto responde a la definición ya conocida de lo ideal expuesto por C. Marx: «... lo ideal no es otra cosa que lo material trasladado a la mente humana y transformado en ella» [12]. En calidad de hecho dado al sujeto, lo ideal es solamente el contenido del reflejo psíquico del mundo objetivo. Aquí vemos la aclaración psicológica de la posición más importante de V. I. Lenin: «Es claro que la contraposición entre la materia y la conciencia tienen un significado absoluto solamente dentro de los límites de áreas muy delimitadas, en este caso en los límites del problema gnoseológico fundamental sobre el reconocimiento de qué es lo primario y qué es lo secundario. Fuera de estos límites, la relatividad de esta contraposición es indudable» [13]. Lenin (siguiendo sus comentarios sobre Dietzgen) subraya: «Fuera de estos límites, intentar operar con esta contraposición entre lo físico y lo psíquico, como si se tratara de una contradicción absoluta, sería una inmensa equivocación» [14].

Más allá de la materia no existe nada, pero existen «cuerpos altamente organizados», los organismos que poseen la propiedad del reflejo psíquico, es decir, ante él sujeto existe una aparición ideal de los objetos. Solamente en este tipo de «fenómenos» existe lo ideal, y éste constituye propiamente el contenido de dichos «fenómenos».

3. Lo psíquico como propiedad particular de la materia altamente organizada

Teniendo en cuenta las características generales de lo psíquico, tanto en el hombre como en los animales, nos detendremos en dos posiciones del materialismo dialéctico sobre lo psíquico, con los cuales no puede dejar de estar de acuerdo un naturalista imparcial: lo psíquico es una propiedad específica de la materia altamente organizada, lo psíquico es producto de la actividad de la función del cerebro, es un reflejo del mundo objetivo.

1. Lo psíquico es una propiedad específica de la materia altamente organizada. Esta es una fórmula corta y condensada; para poder comprender mejor su significado real es necesario que ampliemos su contenido.

Ante todo debemos estar seguros de que lo psíquico es una propiedad y no una «sustancia» o una «cosa aparte» (objeto, proceso, fenómeno, fuerza) como lo habían considerado todas las concepciones anteriores al marxismo y fuera de él. Unicamente Spinoza entiende «el pensamiento» como el atributo de una sustancia, y ésta es la solución más acertada que se ha dado antes de la filosofía marxista, aún cuando no sea capaz de responder a las exigencias del conocimiento actual, ya que para Spinoza el atributo no es una propiedad o algo derivado, sino que es «aquello que el entendimiento percibe de una sustancia como constituyente de su esencia» [15]; para Spinoza es esencia, pero no propiedad, y además algo primario y eterno.

El materialismo mecanicista, si bien no se decidió a negar por completo la existencia de lo psíquico, lo analiza como un «fenómeno» absolutamente extraño a todo el mundo material (y en este sentido hizo una concesión de principio al idealismo). Incluso habiendo reconocido que lo psíquico es producto del cerebro e inseparable de su base fisiológica, el materialismo mecanicista, sin embargo, siguió considerando que la unión entre los procesos materiales y el psiquismo es incomprensible (para explicar esta relación, J. Prestley recurre al concepto de Dios). Muchos dualistas (Fechner, Ebbinghause) estuvieron de acuerdo en reconocer en lo «psíquico» una parte «interna subjetiva» de los procesos materiales, cerrada herméticamente en su «evidencia subjetiva» y no como una «propiedad», porque una propiedad aparece en relación mutua con otras cosas.

El dualismo tropieza con una contradicción básica en todos sus intentos de explicación camufladas en el filtro de un análisis filosófico y biológico, llegando a la errónea conclusión —extraída de su tradición histórica clasificatoria— de que lo psíquico no es una propiedad exclusiva de los cuerpos materiales altamente organizados.

2. Lo psíquico es una propiedad de la materia altamente organizada, no de cualquier materia, sino únicamente de la altamente organizada, y, en consecuencia, aparece relativamente tarde en un nivel de desarrollo superior del mundo. En el lenguaje de las ciencias naturales de hoy en día esto se explica muy sencillamente; lo psíquico surge solamente en los cuerpos vivos, en los organismos vivos, y no en todos, sino solamente en aquellos animales que realizan una vida activa, que se mueven en un medio complejo y diferenciado [16]. A los cambios continuos de este medio los animales se ven obligados constante y activamente a adaptar su conducta, y esto exige un aparato nuevo y complementario que pueda prestar una ayuda a la conducta, y es precisamente la actividad psíquica. Para poder valorar esta sencilla concepción es necesario recordar que hasta el momento ni los psicólogos ni los filósofos partícipes de las posiciones del mismo dualismo agonizante, es decir, del paralelismo psicofísico, no han conseguido determinar las características de acuerdo a las cuales se hubiera podido juzgar con seguridad sobre la existencia o ausencia de lo psíquico en algún otro ser (organismo, cuerpo o estructura). Y esto sirvió de base para llegar a afirmaciones directamente contradictorias: o sobre la existencia de lo psíquico en toda la materia (pansiquismo) o sobre la ausencia del psiquismo en otras personas (solipsismo). Pero de todas estas valientes e infantiles sospechas, la observación del hecho de que lo psíquico es propiedad únicamente de la materia altamente organizada nos retrotrae a una posición objetiva de la cuestión y a su problema real, que, por cierto, no deja de ser nada fácil.

En calidad de propiedad que aparece únicamente en los seres altamente organizados, lo psíquico no es una propiedad general y primaria, sino derivada y secundaria. Ello implica la existencia de unos mecanismos que la originen y al mismo tiempo que muestren la utilidad indudable que tiene para el organismo y justifiquen su aparición. En otras palabras, a pesar de la concepción tradicional idealista que se tiene de lo psíquico (sobre lo cual no valdría la pena hablar si no fuera porque se encuentra tan difundida), el psiquismo debe tener una explicación desde el punto de vista de las ciencias naturales, es decir, por parte de los mecanismos fisiológicos que la realizan, así como por el papel que juega en la conducta.

3. Lo psíquico es una propiedad específica, particular. En el fondo de una concepción idealista, subjetiva sobre lo psíquico, su «particularidad» era entendida como la exclusión de todo lo que fuera material. En el materialismo dialéctico esta «particularidad» tiene otro significado completamente diferente. Esta particularidad, en primer lugar, significa la irreductibilidad de lo psíquico a los procesos fisiológicos, los cuales lo producen y constituyen su base fisiológica; y en segundo lugar, la distinción y diferenciación a lo largo del proceso evolutivo del mundo material en dos grandes niveles de desarrollo de los organismos: los que carecen de psiquismo y los que están dotados de actividad psíquica.

La propiedad de un cuerpo se manifiesta en la interrelación con otros cuerpos, y el psiquismo como propiedad no constituye una excepción de esta regla. El psiquismo también se manifiesta en interrelación con otros cuerpos, pero como propiedad particular se diferencia en que el organismo que la posee antes de un encuentro con otros cuerpos puede establecer y tener en cuenta las propiedades de dichos cuerpos. Esto sería incomprensible sin el psiquismo, pero su existencia, y en general la existencia del reflejo psíquico, implica que en éste estén representadas aquellas cosas del mundo objetivo con las cuales el organismo no se ha encontrado aún.

Naturalmente que, ante esta anticipación, la misma interrelación se realiza entre los cuerpos de una manera diferente que en ausencia de lo psíquico. De ahí que la particularidad de lo psíquico consiste no solamente en que se diferencie cualitativamente de su base biológica, sino en que gracias al reflejo psíquico los organismos que lo poseen, a diferencia de las relaciones fisiológicas con el medio externo, establecen formas nuevas y complementarias de interrelación con el mundo circundante, mucho más amplias, flexibles y útiles para su existencia y desarrollo.

De esta manera, las características de lo psíquico como «propiedad particular» no solamente no excluyen lo material, sino que, al contrario, lo psíquico se incluye en lo material, en las relaciones generales con el mundo material. Sin embargo, lo psíquico se incluye no en un nivel de igualdad a los otros cambios cualitativos, sino como un salto cualitativo a la existencia de la «materia altamente organizada», como tránsito no solamente a los cuerpos vivos, sino a cuerpos dotados de nuevas posibilidades, precisamente con las posibilidades de realizar acciones dirigidas a un fin. Estas nuevas posibilidades se abren gracias al reflejo psíquico del mundo objetivo. El desarrollo de este reflejo en los animales superiores constituye la garantía real de lo que posteriormente en el hombre recibe la forma de conciencia.

4. Lo psíquico es una función del cerebro, el reflejo del mundo objetivo

Cada una de estas posiciones puede ser analizada por separado, pero también es necesario que las examinemos juntas.

La primera de estas posiciones afirma concretamente que lo psíquico se manifiesta a través de un órgano material que es el cerebro, el cual, de esta manera, «no en palabras, sino de hechos», niega, suprime el abismo entre lo material y lo «ideal», representa lo «ideal» como producto de su actividad, como función de la materia altamente organizada. En calidad de objeto de una investigación científica especial, esta actividad del cerebro constituye el área de la psicofisiología.

La segunda de estas posiciones encarna la solución a la pregunta fundamental de la teoría marxista-leninista del conocimiento que ocupa un área extensa y compleja de la filosofía.

Para la psicofisiología lo importante son los procesos fisiológicos que producen lo psíquico; lo fundamental para la teoría del conocimiento son las condiciones en las cuales se da el conocimiento de la realidad objetiva y el criterio de verdad. Estas áreas del conocimiento son independientes de la psicología en la medida en que las leyes de la actividad del cerebro, por una parte, y las leyes del conocimiento, por otro, dictan las condiciones para que se realice la actividad psíquica, condiciones que son las mismas para todas las personas y bajo todas las circunstancias. Sin embargo, al mismo tiempo la psicofisiología y la teoría del conocimiento suponen la existencia de la psicología como una ciencia independiente. Si los representantes de la psicofisiología, en principio, negaron la psicología, esto significaría que los fenómenos psíquicos, después de que son producidos por el cerebro, no son dignos de estudio por cuanto no tienen un significado independiente, real; en otras palabras, esto quiere decir que tales psicofisiólogos mantienen la posición del paralelismo psicofísico, lo que no es otra cosa que un «perfecto» y disimulado dualismo. La teoría del conocimiento, la cual no supone, sino que, contrariamente, niega las investigaciones sobre el proceso del conocimiento desde el punto de vista psicológico, deberá reconocer entonces que la actividad cognoscitiva no es un proceso concreto, sino una «razón pura», cuyo sujeto es un «espíritu puro». De esta manera, tanto la psicofisiología como la teoría del conocimiento decididamente rechazan el materialismo dialéctico e histórico. La psicología es una ciencia concreta sobre aquella nueva forma de actividad de los organismos, en la cual se utilizan los reflejos psíquicos. Dicha actividad psíquica justifica tanto la actividad del cerebro en cuanto a su realización, como la preocupación de los representantes de la gnoseología sobre el criterio de verdad objetiva.

El cerebro emite lo psíquico como reflejo del mundo objetivo; ésta es, pues, la unión evidente entre las dos posiciones vistas anteriormente [17]. Sin embargo, ¿para qué son necesarios los reflejos psíquicos del mundo objetivo, qué utilidad aportan a los organismos? Para una persona que no haya pasado por la escuela del empirismo clásico o de la psicología fisiológica (lo mismo que las consecuentes orientaciones psicológicas, las cuales en realidad no han introducido cambios sustanciales en este problema), la respuesta es muy sencilla: el reflejo del mundo objetivo es necesario para poder actuar en él; y para actuar de una manera acertada, correcta, es necesario que este reflejo sea fiable, correcto.

Sin embargo, las dudas tradicionales obstaculizan, en líneas generales, una respuesta correcta. Estas dudas se refieren a la cuestión sobre de qué manera el reflejo psíquico puede intervenir en las reacciones del organismo. El razonamiento se expresa en los términos siguientes, por ejemplo: la acción externa es en esencia una acción física (en el sentido general de la palabra); la causa de estas acciones son los procesos físicos, fisiológicos. Suponer que el reflejo psíquico participa en este mecanismo fisiológico significa aceptar la influencia de lo «ideal» en lo material, hecho que no puede aceptar ningún naturalista (sin que con ello se arriesgue a romper con las leyes generales de los procesos del mundo material). Suponer que el reflejo psíquico, aunque es producido por el cerebro, en lo sucesivo no interviene en su trabajo, significa regresar a la posición del paralelismo psicofísico, a una variedad penosa del dualismo. Es claro que tenemos derecho a decir que todos estos razonamientos se realizan desde una posición dualista de «lo material y lo ideal», ya que suponen lo ideal como un ser de género específico, y que al lado de esta proposición se puede entonces dejar de lado todos los raciocinios anteriores.

A pesar de todo sigue en pie el problema acerca de cuál es la vía a través de la que los reflejos psíquicos abren posibilidades a un nuevo tipo de acción. En todo caso, nuestra pregunta inicial podría ser formulada de la siguiente manera: ¿para qué necesita el organismo de los reflejos psíquicos del mundo objetivo, cuando existe la evidencia ante nosotros del mundo y al mismo tiempo contamos con los reflejos fisiológicos (los cuales constituyen la base fisiológica de los reflejos psíquicos)? La verdadera dificultad de la cuestión radica en que hasta el momento todas las reacciones y respuestas del hombre y de los animales (desde el punto de vista de los mecanismos fisiológicos en sentido amplio) se entienden como automatismos, en cuyo caso no es posible encontrar un sitio en la «administración» fisiológica del organismo y, por lo tanto, se abre una brecha entre las explicaciones psicológicas y fisiológicas.

Por eso tiene un significado verdaderamente importante dentro de la psicología moderna, habiendo aportado el estudio de la actividad nerviosa superior nuevos datos, que hablan sobre la diferencia existente entre las reacciones automáticas y no-automáticas, y que señalan los posibles mecanismos nerviosos tanto de estas diferencias como del proceso de su realización. La cuestión aquí trata sobre las relaciones entre los reflejos condicionados y la actividad orientadora investigadora, la cual hace ya mucho tiempo había llamado la atención de I. P. Pavlov. En 1932, Pavlov formuló la relación entre ellas de la siguiente manera: «En las condiciones presentes de nuestra experiencia, en la primera aplicación de un agente nuevo, indiferente, que más tarde será el futuro estímulo condicionado, interviene únicamente el reflejo orientador; la expresión motora de éste, en la gran mayoría de los casos y cada vez más, tiende a disminuirse hasta llegar a una extinción completa, (...) cuando el reflejo orientador sigue existiendo, entonces al contrario, el efecto condicionado o está completamente ausente o está muy disminuido, y aparece y crece solamente en la medida en que desaparece el reflejo orientador» [18].

Pavlov ya había demostrado que el reflejo condicionado es muy sensible a los pequeños cambios que se efectúan en las condiciones de la experiencia; algo «nuevo» en relación con la situación corriente provoca inmediatamente un reflejo orientador, el cual (según se acostumbra a hablar en estos casos) se «reanima» y la reacción condicionada se inhibe. De esta manera, en condiciones de laboratorio se establece un tipo de relación antagónica entre los reflejos orientador y condicionado: el reflejo orientador inhibe la actividad refleja condicionada, y el reflejo condicionado inhibe el reflejo orientador.

Las investigaciones posteriores de los psicólogos soviéticos demostraron que esta alta sensibilidad se difunde a todos los componentes de la actividad refleja, no solamente a las condiciones de la experiencia (incluyendo el tiempo empleado en su realización), sino que también en el transcurso de las reacciones condicionadas se manifiesta dicha sensibilidad (lo cual es especialmente notorio en las reacciones motoras), lo mismo que en la cantidad y calidad del refuerzo. Semejante sensibilidad supone que las señales provenientes de todos los componentes entran en un «depósito» de la experiencia pasada, y allí se comparan, se «funden» con los modelos anteriormente formados. Evidentemente en el proceso de formación del reflejo condicionado y de su fijación exitosa en el sistema nervioso central quedan grabados, reflejados estos componentes en calidad de modelos, que se vuelven a verificar en la experiencia. Estos modelos han recibido un nombre especial: inicialmente se les llamó modelos que sirven de refuerzo; N. A. Berstein propuso llamarlos «modelos de necesidad futura» [19]; P K. Anojin los llamó «agentes de la acción» [20]; E. N. Sokolov, al modelo del estímulo condicionado lo llamó «modelo nervioso del estímulo» [21]. El término «modelo nervioso» resultó ser el nombre más adecuado. Posteriormente, nosotros seguiremos utilizando este término para significar el reflejo a nivel fisiológico de todos los modelos nerviosos del reflejo condicionado, y hablaremos del modelo nervioso del excitante (estímulo), modelo nervioso de la reacción (acción) y modelo nervioso del refuerzo (o de la futura necesidad).

Debemos subrayar que los modelos nerviosos representan solamente el reflejo a nivel fisiológico de todos los componentes del reflejo condicionado (de los excitantes, de las reacciones y de los refuerzos). Teniendo en cuenta estos modelos nerviosos es muy fácil representarse los mecanismos que se llevan a cabo entre la actividad orientadora y la actividad refleja condicionada; así, las señales (provenientes del excitante condicionado, de la acción que se realiza y del refuerzo) intervienen en el sistema nervioso central en sus correspondientes modelos y se funden con ellos. En caso de que haya identidad, el proceso nervioso pasa rápidamente a los mecanismos centrales de las reacciones motoras; en caso de no identidad, estos mecanismos se bloquean y la irritación pasa y se transmite a los centros de la actividad orientadora investigativa [22].

El reflejo condicionado (en la medida en que ya ha sido formado) es una reacción automática, y el refuerzo del reflejo condicionado constituye el proceso de su automatización [23]. Esta automatización interviene solamente cuando todas las condiciones del reflejo permanecen constantes, estereotipadas. Cuando en estas condiciones se cuela algo nuevo que amenaza el éxito de la reacción estereotipada, es necesario o cambiar este factor nuevo o retrasar la reacción y averiguar con anticipación en qué consiste esta novedad y en qué medida es significativa. Esta novedad se manifiesta en una discordancia que bloquea la reacción estereotipada y la excitación se transmite al centro de la actividad orientadora investigativa, la cual se pone en acción provocada por la discordancia del elemento irritativo «novedoso». El significado biológico que tiene esta relación con las señales del medio y la finalidad de sus mecanismos se hacen perfectamente comprensible y no dejan duda alguna.

Naturalmente, semejante mecanismo supone que la excitación del nervio sensitivo lleva a partir de su irritante (de su estímulo) el reflejo fisiológico. ¿Es posible demostrar la existencia de este reflejo en el nervio periférico? Aunque es necesario, hay que decir que los modelos nerviosos en las instancias centrales de los reflejos condicionados permanecen hasta ahora como una suposición en calidad de hipótesis. En realidad se trata de una hipótesis sin la cual nosotros no podríamos entender ni la alta sensibilidad del reflejo condicionado (a los cambios en la composición de los irritantes, a los cambios durante la realización de este reflejo y al refuerzo) ni su relación con el esquema cibernético de regulación, al cual indudablemente está sometido. En una palabra, aunque se trate de una hipótesis, resulta necesaria, y sería muy deseable el que se pudiera encontrar su confirmación fisiológica.

En relación con este hecho, es de un interés primordial el así llamado «efecto microfónico» del nervio auditivo, el cual fue establecido por el notable fisiólogo americano E. Weber [24]. La experiencia consistía en lo siguiente: en el nervio auditivo de un gato se introducen dos electrodos, con ayuda de los cuales se suprimen los potenciales de acción del nervio y se transmiten a unos amplificadores que se encuentran en otra habitación. Utilizando un amplificador, los impulsos eléctricos se transmiten a un micrófono dispuesto en la habitación siguiente. Si en el oído del gato (que se encuentra en el primer cuarto) se pronuncia una frase, entonces en el micrófono (que se encuentra en el tercer cuarto) se escucha tan claramente esta frase que se puede reconocer la voz de quién la pronunció, el tono y el timbre de voz.

El nervio auditivo reproduce muy sutilmente (en forma codificada) las particularidades del irritador sonoro, es decir, crea y transmite al reflejo fisiológico una gran exactitud; por supuesto, para el gato la parte significativa de la frase de una persona no es esencial; sin embargo, desde el punto de vista biológico es necesaria para el gato una sensibilidad altamente diferenciada a los irritantes auditivos. El nervio auditivo transmite el reflejo fisiológico que va del excitante al cerebro y donde se fusiona con el «modelo nervioso del estímulo».

De esta manera, las experiencias de Weber sirven, en primer lugar, como demostración directa del reflejo fisiológico, que va del irritador externo a la corriente biológica del nervio sensitivo, y en segundo lugar, como argumento indirecto, aunque de peso, de la existencia de reflejos fisiológicos de los modelos nerviosos en los centros nerviosos superiores. Si no existieran los modelos nerviosos se harían innecesarios los reflejos fisiológicos en el nervio sensitivo, ya que no serían utilizados, y sería absolutamente incomprensible la aparición y el desarrollo de la alta sensibilidad del aparato receptor.

En la concordancia o no concordancia de los impulsos aferentes con los modelos nerviosos centrales estriba precisamente aquel mecanismo nervioso que regula los cambios entre el reflejo condicionado y la conducta orientadora investigativa. Y la actividad orientadora investigativa no es una forma compleja de las reacciones automática, ya que no varía su carácter general, y no es un tránsito a los «ensayos ciegos», donde el significado biológico de éstos está dado por la obtención inmediata de un resultado beneficioso. En cambio, la tarea general y más importante de la actividad orientadora investigativa consiste en descubrir la causa que produce la discordancia, señalar el modo en que debe ser realizada la acción de acuerdo a las nuevas condiciones y solamente después llevarla a cabo. Aquí, la acción está determinada no por una combinación de «estímulos» y por las respuestas motoras del organismo, sino por una nueva relación que se establece entre las cosas, y que se distingue por estar orientada hacia un «fin». Siendo nueva esta relación, no posee todavía ni un significado condicionado (ni incondicionado). Esta nueva relación, que se manifiesta en calidad de «camino hacia un fin», posee solamente un significado de orientación. Esta relación nueva entre las cosas, que debe ser observada en el momento en que aparece ante el sujeto, constituye el resultado inmediato de la actividad orientadora investigativa. Se trata de una relación que se presenta ante el sujeto con su «contenido objetal», es decir, muestra la estrecha correlación entre unos objetos con otros; interviene no como un agente activo, sino como condición de la acción, y, por lo tanto, se «expresa» en el reflejo psíquico.

La actividad orientadora investigativa, en cuanto a su composición operacional, contiene necesariamente el reflejo psíquico. Las imágenes del mundo objetivo constituyen la condición indispensable del tránsito de las reacciones automáticas y autorizadas a las reacciones no-automáticas. La actividad investigativa orientadora de incluye automáticamente como «incoordinación», pero en sí misma ella es una actividad no automática (aunque como veremos más adelante contiene reacciones automáticas, las cuales están sometidas a una orientación activa).

La existencia de un mecanismo especial que regule los cambios entre la conducta refleja condicionada y la conducta orientadora nos sirve como argumento de peso para demostrar que el cerebro realiza lo psíquico no como un epifenómeno indiferente a la actividad interna propiamente fisiológica, sino que precisamente una sola regulación automática de las relaciones con el medio, al hacerse insuficiente, provoca la necesidad del reflejo psíquico. Cuando está a estas exigencias, el cerebro bloquea las reacciones automáticas y traduce, transmite la irritación a los mecanismos de la actividad orientadora investigativa. Junto con su ampliación se lleva a cabo el tránsito desde un nivel puramente fisiológico del reflejo de la situación hasta el nivel siguiente, mucho más alto, el del reflejo psíquico. De tal manera (semejante a la percepción de un cuadro), la parte material del reflejo se aparta de su posición de base, y reflejando en un primer plano el contenido objetal como el campo de las acciones posibles para el sujeto.

Es claro que el reflejo psíquico de una situación no actúa en sí mismo, pero no se trata de un epifenómeno, sino que constituye la condición necesaria para la realización de acciones cualitativamente nuevas, no-automáticas.



Notas

[1] V. I. Lenin, Obras completas, t. 29, p. 330.

[2] Idem, op. cit., t. 42, p. 289.
 
[3] Idem, op. cit., t. 29, p. 330.
 
[4] En la citada intervención de Lenin encontramos la idea de estudiar un problema desde diferentes ángulos y de qué manera hacerlo para evitar la arbitrariedad de la elección (V. I. Lenin, Obras completas, t. 42, pp. 289-290). A este punto volveremos posteriormente en relación a la cuestión del estudio de los problemas entre la psicología y las ciencias afines (cap. 3, § 8, y cap. 5).

[5] V. I. Lenin, Op. cit., t. 18, pp. 264-332.
 

[6] E. du Bois-Reymond, Los límites del conocimiento de la naturaleza. Los siete misterios del mundo, Moscú, 1901 (en ruso).
 

[7] Con esto se explican los intentos idealistas de los notables naturalistas y fisiólogos del sistema nervioso central, como CH. Sherrington, The brain and its Mechanisms, Cambridge, 1934; ídem: Man on bis Nature, Cambridge, 1940; J. Eccles, The neurophysiological basis of mind, Oxford, Clarendon Ress, 1953; E. Adrian, «The consciousness», en Brain and Conscious experience, Berlín, Springer, 1966, pp. 238-247.
 

[8] C. Marx, F. Engels, Obras, t. 23, pp. 80-93.
 

[9] V. I. Lenin, Obras completas, t. 18, p. 117.
 

[10] Idem, op. cit., t. 18 (p. 259).

[11] E. V. Ilenkov, «Lo ideal», en el libro Enciclopedia filosófica, t. 2, Moscú, Enciclopedia Soviética, 1962. También del mismo autor, La lógica dialéctica. Ensayo histórico y teórico, Moscú, Politizdat, 1947, pp. 197-198. También en N. I. Kondakov, Diccionario de consulta sobre lógica, Moscú, Nauka, 1975, p. 188 (en ruso).
 

[12] C. Marx y F. Engels, Obras, t. 23, p. 21.
 

[13] V. I. Lenin, Op. cit., t. 18, p. 151.
 

[14] Idem, op. cit., t. 18, p. 259.
 

[15] B. Spinoza, «Etica», parte primera, en el libro Obras selectas, Moscú, Gospolitizdat, 1957, p. 361 (edición rusa).
 

[16] A. N. Leontiev, Problemas del desarrollo psíquico, Moscú, ed. APN RSFSR, 1959, pp. 159-176.
 

[17] A. V. Petrovsky, Historia de la psicología soviética, Moscú, ed. Prosveschenie, 1967, p. 138 (en ruso).
 

[18] I. P. Pavlov, Obras completas, t. 3, Moscú-Leningrado, 1951, pp. 161-162.
 

[19] N. A. Berstein, Ensayos sobre la fisiología de los movimientos y de la actividad, Moscú, «Medicina», 1966, p. 281.
 

[20] P. K. Anojin, «Características del aparato aferente del reflejo condicionado y su significado en la psicología», revista Cuestiones de Psicología, n.° 6, 1955 (en ruso).
 

[21] E. N. Sokolov, «Modelo nervioso del estímulo», Conferencias de la Academia de Ciencias de la URSS, n.° 4, 1959. El mismo autor: «Neuronal model and the orienting Reflex, en The central Nervous Systems and Behavior, N. Y., 1960. El mismo autor: «El reflejo orientador como sistema cibernético», Revista de la actividad nerviosa superior, I. P. Pavlov, 1963, t. 13, ed. 5ª, pp. 820-822.
 

[22] Esta explicación pertenece al autor anteriormente citado. Idem [18] [19] [20].
 

[23] A. G. Ivanov-Smolensky, «Sobre el reflejo orientador e investigativo», en Revista rusa de fisiología, 1927, t. 10, eds. 3ª y 4ª, pp. 257-265.
 

[24] E. Weber, Theory of Hearing, N. Y., 1970. También en el libro Psicología de la percepción, ed. MGU, 1973, p. 184. También en Fisiología de los sistemas sensoriales, Leningrado, 1972.



Fuente: Galperin, P. Y., Introducción a la psicología, un enfoque dialéctico, Pablo del Río Editor, Madrid, 1979, pp. 37-55.



Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

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