jueves, 9 de noviembre de 2017

El surgimiento de la conciencia del hombre — A. N. Leontev


1. Condiciones del surgimiento de la conciencia

El pasaje a la conciencia representa el comienzo de una etapa nueva, superior, del desarrollo de la psiquis. El reflejo consciente, a diferencia del reflejo psíquico propio de los animales, es el reflejo de la realidad objetal separada de las relaciones presentes que el sujeto tiene con ella; es decir, el reflejo que identifica las propiedades objetivas estables de la realidad.

En la conciencia, la imagen de la realidad no se funde con la vivencia del sujeto; en la conciencia, lo reflejado aparece como “estando presente” al sujeto. Esto significa que cuando yo tomo conciencia, por ejemplo, de este libro o, incluso, de mi pensamiento sobre el libro, el libro mismo no se funde en mi conciencia con mi vivencia referida al libro, el pensamiento sobre el libro con mi vivencia de ese pensamiento.

La separación, en la conciencia del hombre, de la realidad reflejada como objetividad real tiene otro aspecto; la división del mundo de las vivencias internas y la posibilidad de desarrollar, sobre esta base, la autoobservación.

La tarea que se plantea ante nosotros consiste en investigar las condiciones que generan esta forma superior de la psiquis, la conciencia humana.Como se sabe, la causa que se encuentra en la base de la hominización de los antecesores animales del hombre es el surgimiento del trabajo y la formación, sobre su base, de la sociedad humana. “El trabajo —dice Engels— creó al propio hombre”. [1] El trabajo creó también la conciencia del hombre.

El surgimiento y el desarrollo del trabajo, esa condición primera y fundamental de existencia del hombre, llevó al cambio y la hominización de su cerebro, de los órganos de su actividad externa y de los órganos de los sentidos. “Primero el trabajo —dice Engels—, luego y con él la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano que, a pesar de toda su similitud, lo supera considerablemente en tamaño y perfección”. [2] El principal órgano de la actividad laboral del hombre, la mano, pudo alcanzar su perfección sólo gracias al desarrollo del propio trabajo. “Únicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas operaciones... la mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorvaldsen y a la música de Paganini”. [3] (...)

A su vez, el desarrollo del cerebro y de los órganos de los sentidos ejerció influencia sobre el trabajo y el lenguaje “estimulando más y más su desarrollo”. [4]

Los cambios anatomofisiológicos creados por el trabajo provocaron, por interdependencia natural, el desarrollo de los órganos y la modificación del organismo en conjunto. De esta forma, el surgimiento y el desarrollo del trabajo llevó al cambio de toda la constitución física del hombre, a la transformación de toda su organización anatomofisio-lógica.

El surgimiento del trabajo estuvo preparado, claro, por el curso anterior del desarrollo. El pasaje paulatino a la marcha erecta, cuyos gérmenes se observan claramente incluso en los monos antropoides existentes hoy y la formación, a ella ligada, de extremidades anteriores móviles, adaptadas a la prensión de objetos y que se liberaban cada vez más de la función de la marcha (lo que se explica por el modo de vida que llevaban los antecesores animales del hombre), todo esto creó las premisas físicas para realizar complejas operaciones laborales.

El proceso de trabajo también se preparaba en otro aspecto. La aparición del trabajo fue posible sólo en aquellos animales que vivían en grupo y entre los cuales existían formas lo suficientemente desarrolladas de vida conjunta, aunque estas formas estuvieran, se sobreentiende, aún muy alejadas incluso de las formas más primitivas de la vida humana, social. Las interesantísimas investigaciones de N. Yu. Voitonis y N. A. Tij, realizadas en el criadero de Sujumi, testimonian qué alto grado de desarrollo pueden alcanzar las formas de vida conjunta en los animales. Como mostraron esas investigaciones, en el rebaño de monos existe un sistema de interrelaciones y jerarquías con un sistema de comunicación bastante complejo. Al mismo tiempo, las mencionadas investigaciones permiten convencerse una vez más de que, a pesar de toda la complejidad de las relaciones internas en el rebaño de monos, ellas se limitan a relaciones biológicas y nunca están determinadas por el contenido objetal objetivo de la actividad de los animales.

Finalmente, una premisa esencial del trabajo fue la presencia, en los representantes superiores del mundo animal, de formas muy desarrolladas, como hemos visto, de reflejo psíquico de la realidad.

Todos estos momentos constituyeron en conjunto las principales condiciones gracias a las cuales, en el curso de la evolución posterior, pudieron surgir el trabajo y la sociedad humana, basada en el trabajo.

¿Qué representa esta actividad específicamente humana que se llama trabajo?

El trabajo es el proceso que vincula al hombre con la naturaleza, el proceso de influencia del hombre sobre la naturaleza. “El trabajo —dice Marx— es, en primer término, el proceso entre el hombre y la naturaleza en el cual el hombre, con su propia actividad, mediatiza, regula y controla el intercambio de materias con la naturaleza. Se enfrenta a la materia de la naturaleza como una fuerza de la naturaleza. Para asimilar la materia de la naturaleza en la forma conveniente a su propia vida pone en acción las fuerzas naturales que posee su cuerpo: los brazos y las piernas, la cabeza y los dedos. Al tiempo que actúa, de esta manera, sobre la naturaleza externa y la transforma, transforma también su propia naturaleza. Desarrolla las fuerzas que dormitan en él y somete el juego de estas fuerzas a su propio poder”. [5]

El trabajo se caracteriza, ante todo, por los dos rasgos siguientes. Uno de ellos es el empleo y la preparación de instrumentos. “El trabajo —dice Engels— comienza con la elaboración de instrumentos”. [6]

El otro rasgo característico del proceso de trabajo consiste en que se realiza en condiciones de actividad conjunta, colectiva, de manera que el hombre en este proceso no sólo entra en determinadas relaciones con la naturaleza, sino también con otras personas, los miembros de la sociedad dada. Sólo a través de las relaciones con otras personas el hombre se relaciona con la naturaleza. Esto significa que el trabajo, desde el comienzo mismo, aparece como un proceso mediatizado por el instrumento (en el sentido amplio del término) y, al mismo tiempo, mediatizado socialmente.

El empleo de instrumentos por el hombre también tiene una historia natural. Ya en algunos animales existen, como sabemos, gérmenes de la actividad instrumental en el uso de medios externos, con ayuda de los cuales ellos realizan ciertas operaciones (por ejemplo, el uso de un palo en los monos antropoides). Estos medios externos —los “instrumentos” de los animales— sin embargo, se diferencian cualitativamente de los verdaderos instrumentos del hombre, los instrumentos de trabajo.

La diferencia no consiste, de ninguna manera, en que los animales usan sus “instrumentos” con menor frecuencia que el hombre primitivo. Menos aún su diferencia puede reducirse a la forma externa. La verdadera diferencia entre los instrumentos humanos y los “instrumentos” de los animales se puede descubrir sólo si examinamos objetivamente la actividad en la cual están incluidos.

Por más compleja que sea la actividad “instrumental” de los animales nunca tiene el carácter de proceso social, no se realiza colectivamente y no determina las relaciones de comunicación entre los individuos que la llevan a cabo. Por otro lado, por más compleja que sea la comunicación instintiva de los individuos que componen una sociedad animal, nunca se construye sobre la base de su actividad “productiva”, no depende de ella y no está mediatizada por ella.

Por el contrario, el trabajo humano constituye una actividad social desde su comienzo mismo, basada en la colaboración entre los individuos y que presupone aunque sea una rudimentaria división técnica de las funciones laborales; en consecuencia, el trabajo es el proceso de acción sobre la naturaleza que liga entre sí a sus participantes y que mediatiza su comunicación. “En la producción —dice Marx—, los hombres no solamente actúan sobre la naturaleza, sino que actúan también los unos sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo para actuar en común y establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres establecen entre sí determinados vínculos y relaciones y sólo a través de estos vínculos y relaciones sociales se relacionan con la naturaleza y se efectúa la producción”. [7]

Para aclarar la importancia concreta de este hecho en el desarrollo de la psiquis humana es suficiente analizar cómo cambia la estructura de la actividad cuando se realiza en las condiciones del trabajo colectivo.

Ya en una época muy temprana del desarrollo de la sociedad humana se produce de manera inevitable la división, entre los participantes en la producción, del proceso anteriormente unitario de la actividad. Al comienzo esta división tiene, por lo visto, un carácter casual y esporádico; en el curso del desarrollo toma la forma de primitiva división técnica del trabajo.

Por ejemplo, algunos individuos deben mantener el fuego y preparar en él los alimentos; otros, obtener esos alimentos. Algunos participantes en la caza colectiva cumplen la función de perseguir la presa; otros, la función de esperarla en la emboscada y caer sobre ella.

Esto produce un cambio decisivo, radical, en la estructura misma de la actividad de los individuos, participantes del proceso laboral.

Más arriba hemos visto que cualquier actividad, que hace efectivas de manera directa las relaciones biológicas, instintivas de los animales hacia la naturaleza circundante, se caracteriza por estar siempre dirigida a los objetos de la necesidad biológica y estimulada por esos objetos. En los animales no existe una actividad que no responda a una u otra necesidad biológica directa, que no esté provocada por la influencia que para el animal tiene un sentido biológico (el sentido del objeto que satisface una cierta necesidad del animal) y que no esté dirigida, en su eslabón final, a este objeto en forma inmediata. En los animales, como ya hemos dicho, el objeto de su actividad y su motivo biológico siempre están fundidos, siempre coinciden.

Examinemos ahora, desde este punto de vista, la estructura fundamental de la actividad del individuo en el proceso laboral colectivo. Cuando el miembro dado de la comunidad realiza su actividad laboral, él también lo hace para satisfacer una de sus necesidades. Así, por ejemplo, la actividad del batidor, participante en la caza primitiva conjunta, es estimulada por la necesidad de alimento o de vestido, para lo que le sirve la piel del animal muerto. Pero ¿a qué está dirigida directamente su actividad? Puede estar dirigida, por ejemplo, a espantar a la manada de animales y orientarla hacia donde se encuentran los demás cazadores, ocultos en la emboscada. Hablando propiamente, esto es lo que debe constituir el resultado de la actividad del hombre dado. Aquí termina la actividad de ese participante en la caza; lo demás lo realizan otros. Se comprende que este resultado —espantar a la presa, etc.— no lleva ni puede llevar por sí mismo a satisfacer la necesidad de alimento o de vestido, etc., que experimenta el batidor. A lo que se dirigen los procesos dados de su actividad, en consecuencia, no coincide con aquello que la estimula, es decir, no coincide con el motivo de su actividad: una y otra cosa están aquí separadas. Llamaremos acciones a los procesos cuyo objeto y motivo no coinciden entre sí. Se puede decir, por ejemplo, que la actividad del batidor es la caza; el espantar la presa es su acción.

¿Cómo es posible el nacimiento de la acción, es decir, la separación entre el objeto de la actividad y su motivo? Evidentemente, es posible sólo en las condiciones del proceso conjunto, colectivo de acción sobre la naturaleza. El producto de este proceso en conjunto, que corresponde a las necesidades del colectivo, lleva también a la satisfacción de las necesidades del individuo aislado, aunque él puede no realizar aquellas operaciones terminales (por ejemplo, el ataque directo a la presa y su muerte) que llevan de manera inmediata a la posesión del objeto de la necesidad dada. Genéticamente (es decir, por su origen) la división entre el objeto y el motivo de la actividad individual es el resultado de la desmembración, en operaciones aisladas, de la anterior actividad compleja y de muchas fases, pero unitaria. Son estas operaciones aisladas, que agotan ahora el contenido de la actividad del individuo, las que se convierten en acción autónoma, aunque en relación con el proceso laboral colectivo en conjunto ellas continúan siendo, claro, sólo uno de sus eslabones particulares.

Por lo visto, las premisas naturales para esta desmembración de algunas operaciones y el que ellas adquieran en la actividad individual una determinada independencia, están constituidas por los dos siguientes momentos principales (aunque no únicos). El primero es el carácter frecuentemente conjunto de la actividad instintiva y la presencia de una “jerarquía” primitiva de las relaciones entre los individuos en las sociedades de animales superiores, por ejemplo, en los monos. El otro momento importante es la división en la actividad de los animales, que aún continúa conservando toda su integridad, de dos fases diferentes: la fase de preparación y la fase de realización, que pueden distanciarse mucho en el tiempo. Por ejemplo, los experimentos muestran que la interrupción obligada de la actividad en una de sus fases permite retardar la reacción ulterior de los animales sólo muy limitadamente, mientras que la interrupción entre las fases da, en el mismo animal, un aplazamiento diez y hasta cien veces mayor (experimentos de A. V. Zaporozhets).

Sin embargo, a pesar de la presencia de una vinculación genética indudable entre la actividad intelectual en dos fases de los animales superiores y la actividad de un hombre que participa en el proceso laboral colectivo como uno de sus eslabones, existe entre ellas una enorme diferencia, radicada en las relaciones y vinculaciones objetivas que están en su base, a las que responden y que se reflejan en la psiquis de los individuos actuantes.

La peculiaridad de la actividad intelectual en dos fases de los animales consiste en que la relación entre dos (o varias) fases está determinada por enlaces y correlaciones externas: espaciales, temporales, mecánicas. En las condiciones naturales de existencia de los animales siempre son, además, enlaces y relaciones naturales. La psiquis de los animales superiores se caracteriza, en consecuencia, por la capacidad de reflejar estos enlaces y correlaciones materiales, naturales.

Cuando el animal, al realizar un camino de rodeo, se aleja primero de la presa y sólo luego la captura, esta compleja actividad se subordina a la percepción que el animal tiene de las relaciones espaciales en la situación dada y la primera parte del camino, la primera fase de la actividad lleva inevitablemente al animal a la posibilidad de realizar su segunda fase.

La forma de actividad del hombre que nosotros examinamos tiene una base completamente diferente.

El hecho de que el batidor espante a la presa lleva a la satisfacción de su necesidad, pero no porque tales sean las correlaciones naturales de la situación material dada; por el contrario, en casos normales, estas correlaciones son tales que asustar a la presa implica perder la posibilidad de hacerse dueño de ella. Entonces ¿qué une el resultado inmediato de esta actividad con su resultado final? Evidentemente, no otra cosa que la relación del individuo dado con los otros miembros del colectivo, gracias a la cual él recibe de manos de aquéllos su parte de la presa, la parte del producto de la actividad laboral colectiva que le corresponde. Esta relación, esta vinculación se realiza gracias a la actividad de las otras personas. Ello significa que justamente la actividad de las otras personas constituye la base objetiva de la estructura específica de la actividad del individuo humano. Quiere decir que, desde el punto de vista histórico (o sea, por el procedimiento de su surgimiento), el enlace entre el motivo y el objeto de la actividad no refleja las vinculaciones y relaciones naturales, sino las objetivo-sociales.

La compleja actividad de los animales superiores, subordinada a las relaciones y vinculaciones materiales naturales, se convierte en el hombre en la actividad sometida a las relaciones y vinculaciones inicialmente sociales. Esto constituye la causa directa por la que surge la forma específicamente humana de reflejo de la realidad: la conciencia del hombre.

La división de la acción presupone necesariamente el reflejo psíquico, por parte del sujeto actuante, de la relación entre el motivo objetivo de la acción y su objeto. En caso contrario, la acción es imposible, resulta para el sujeto privada de sentido. Si volvemos a nuestro ejemplo anterior, es evidente que la acción del batidor es posible sólo si él refleja la vinculación entre el resultado que espera de la acción realizada y el resultado final de todo el proceso de caza en su conjunto; el ataque, desde la emboscada, al animal que huye, su muerte y, por último, su consumo. Inicialmente, esta vinculación aparece ante el hombre en su forma sensorial, como acciones reales de los otros participantes en el trabajo. Las acciones de éstos transmiten sentido al objeto de la acción del batidor. Es igualmente cierto lo inverso; sólo la acción del batidor justifica, da sentido a las acciones de las personas que esperan a la presa en la emboscada: si no existiera la acción del batidor, la preparación de la emboscada no tendría sentido, sería injustificada.

Así nos encontramos nuevamente con una relación, con una vinculación tal que condiciona la dirección de la actividad. Sin embargo, dicha relación se diferencia radicalmente de aquéllas a las que se somete la actividad de los animales. La primera es creada en la actividad conjunta y fuera de ésta es imposible. A lo que se dirige la acción que está subordinada a esa nueva relación puede no tener por sí mismo ningún sentido biológico directo para el hombre y, a veces, lo contradice. Así, por ejemplo, el espantar la presa es en sí mismo un acto biológicamente sin sentido. Adquiere sentido sólo en las condiciones de actividad laboral colectiva. Esas condiciones dan a la acción el sentido humano racional.

Junto con la acción, esa “unidad” fundamental de la actividad del hombre, surge la “unidad” principal, social por su naturaleza, de la psiquis humana: el sentido racional para el hombre de aquello a lo que se dirige su actividad.

Es necesario detenerse en este aspecto, porque constituye un punto muy importante para la comprensión psicológica concreta de la génesis de la conciencia. Aclaremos una vez más nuestra idea.

Cuando la araña se dirige al objeto que vibra, su actividad se subordina a la relación objetiva que liga la vibración con la propiedad alimenticia del insecto que ha caído en la telaraña. A causa de esta relación la vibración adquiere para la araña el sentido biológico de alimento. Aunque la vinculación entre la propiedad del insecto de provocar la vibración de la telaraña y la propiedad de servir de alimento determina de hecho la actividad de la araña, sin embargo como relación, como vinculación está oculta para ella, no “existe para la araña”. Por eso, si se coloca en la telaraña un objeto cualquiera que vibre, por ejemplo, un diapasón que suena, la araña se lanzará sobre él.

El batidor que ha espantado la presa también subordina su acción a una vinculación determinada, a una relación determinada, a saber a la relación que liga la huida de la presa con su captura posterior; pero en la base de esta vinculación ya no se encuentra una relación natural, sino social: la relación laboral del batidor con los otros participantes de la caza colectiva.

Como ya hemos dicho, la visión de la presa por sí misma no puede, claro, incitar a espantarla. Para que el hombre cumpla la función de batidor es necesario que sus acciones se encuentren en una correlación que una su resultado con el resultado final de la acción colectiva; es necesario que esta correlación sea reflejada subjetivamente por el hombre a fin de que “exista para él”; en otras palabras, es necesario que descubra el sentido de sus acciones, que tome conciencia de ese sentido.

La conciencia del sentido de la acción se realiza en forma del reflejo de su objeto como finalidad consciente.

Entonces la relación del objeto de la acción (de su finalidad) y de aquello que incita la actividad (de su motivo) se ponen por primera vez al descubierto para el sujeto. Esa relación se pone al descubierto para él en su forma sensorial inmediata, como actividad del colectivo laboral humano. Dicha actividad se refleja entonces en la cabeza del hombre ya no en su fusión subjetiva con el objeto, sino como relación práctica objetiva hacia éste por parte del sujeto. Claro que en las condiciones examinadas siempre se tratará de un sujeto colectivo y, en consecuencia, las relaciones de algunos participantes del trabajo serán reflejadas por ellos inicialmente sólo en la medida en que coincidan con las relaciones del colectivo laboral en conjunto.

Sin embargo, con ello el paso más importante, decisivo, ha sido dado. Desde entonces la actividad de las personas se separa, en su conciencia, de los objetos. Las personas comienzan a tomar conciencia de esa actividad como relación. Pero esto significa que la propia naturaleza —los objetos del mundo circundante— también se separa y aparece en su relación estable con las necesidades del colectivo, de su actividad. Así, el alimento es captado por el hombre como objeto de determinada actividad: de la búsqueda, de la caza, de la preparación y, al mismo tiempo, como objeto que satisface determinadas necesidades de las personas, independientemente de si el hombre dado experimenta una necesidad inmediata de alimento y si éste es ahora el objeto de su propia actividad. El hombre puede, en consecuencia, diferenciar el alimento, entre los otros objetos de la realidad, no sólo en forma práctica, en la propia actividad y en dependencia de la presencia de la necesidad, sino también “teóricamente”; es decir ese objeto puede ser retenido en la conciencia, puede convertirse en “idea”.

2. El proceso de formación del pensamiento y del lenguaje

(...) Hemos visto que la conciencia de la finalidad de la acción laboral presupone el reflejo de los objetos a los que está dirigida, independientemente de la relación que el sujeto tenga hacia esos objetos.

¿Dónde se encuentran las condiciones especiales de tal reflejo? Las hallamos nuevamente en el propio proceso de trabajo. El trabajo no sólo cambia la estructura general de la actividad del hombre, no sólo genera acciones orientadas a una finalidad; en el proceso de trabajo también cambia cualitativamente el contenido de la actividad, lo que llamamos operaciones.

Este cambio de las operaciones se realiza en vinculación con el surgimiento y el desarrollo de los instrumentos de trabajo. Las operaciones laborales del hombre son notables justamente porque se realizan con ayuda de instrumentos, de medios laborales.

¿Qué es el instrumento? “El instrumento de trabajo —dice Marx— es la cosa o el conjunto de cosas que el hombre interpone entre él y el objeto de trabajo y que le sirve como intermediario de las acciones que ejecuta sobre ese objeto”. [8] O sea que el instrumento es el objeto con el que se realizan la acción laboral, las operaciones laborales.


La preparación y el empleo de instrumentos es posible sólo en relación con la toma de conciencia de la finalidad de la acción laboral. Pero el empleo del instrumento lleva a tomar conciencia del objeto sobre el que se actúa en lo que concierne a sus propiedades objetivas. El empleo del hacha no sólo responde a la finalidad de la acción práctica; al mismo tiempo refleja objetivamente las propiedades de ese objeto, del objeto de trabajo al que está dirigida su acción. El golpe del hacha somete a una prueba infalible las propiedades del material del que está construida; con ello se efectúa el análisis y la generalización prácticos de las propiedades objetivas de los objetos según un rasgo determinado, objetivado en el instrumento mismo. El instrumento constituye una especie de portador de la primera abstracción verdadera, consciente y racional, de la primera generalización verdadera, consciente y racional.

Es indispensable, además, tener en cuenta otra circunstancia: el instrumento no sólo es un objeto que posee determinada forma y ciertas propiedades físicas; es, al mismo tiempo, un objeto social, es decir, un objeto que tiene determinado modo de empleo, socialmente elaborado en el proceso del trabajo colectivo y fijado en él. Por ejemplo, cuando examinamos el hacha corno instrumento y no simplemente como cuerpo físico, no tenemos ante nosotros sólo dos partes unidas entre sí, la parte que llamamos empuñadura y aquella que constituye la parte de trabajo propiamente dicha. Ese instrumento es, simultáneamente, el modo de acción socialmente elaborado, las operaciones laborales materialmente fijadas, como si estuvieran cristalizadas, en él. Por eso, dominar el instrumento significa dominar también el modo de acción cuyo medio material de realización es el instrumento.


El “instrumento” de los animales también realiza una determinada operación; sin embargo, esta operación no se fija en él. En el mismo momento en que, en manos del mono, el palo ha cumplido su función, se convierte de nuevo para el animal en un objeto indiferente, no es el portador permanente de la operación dada. Por eso los animales no preparan especialmente instrumentos y no los conservan. Al contrario, los instrumentos humanos son algo que se prepara o se busca de manera especial, que el hombre conserva y que conserva en sí el modo de acción con él realizable.

Sólo examinando los instrumentos como instrumentos de la actividad laboral del hombre descubrimos su verdadera diferencia con respecto a los “instrumentos” de los animales. El animal encuentra en el “instrumento” la posibilidad natural de realizar su actividad instintiva, como, por ejemplo, acercar el fruto. El hombre ve en el instrumento la cosa que lleva en sí determinado modo de acción socialmente elaborado.

Por eso incluso con el instrumento humano artificial y especializado el mono actúa sólo en los límites de las formas instintivas de su actividad. Por el contrario, en manos del hombre, con frecuencia el objeto natural más sencillo se convierte en un verdadero instrumento, es decir, cumple una operación verdaderamente instrumental, socialmente elaborada.

En los animales el “instrumento” no crea ninguna nueva operación, se subordina a los movimientos naturales de los animales, en cuyo sistema está incluido. En el hombre ocurre lo contrario: la propia mano del hombre se incluye en el sistema de operaciones socialmente elaborado y fijado en el instrumento y se somete a él. Las investigaciones actuales muestran esto en forma detallada. Por eso, si se puede decir que el desarrollo natural de la mano del mono determinó el uso del palo en calidad de “instrumento”, en relación con el hombre tenemos todas las bases para afirmar que la propia actividad instrumental creó las particularidades específicas de su mano.


El instrumento es un objeto social, es el producto de la práctica social, de la experiencia laboral social. En consecuencia, el reflejo generalizado de las propiedades objetivas de los objetos de trabajo, que ese reflejo cristaliza, no constituye tampoco el producto de la práctica individual, sino social. En consecuencia, incluso el conocimiento humano más simple, realizado aún en la acción laboral práctica directa, en la acción mediante instrumentos, no se limita a la experiencia personal del hombre, sino que se realiza sobre la base de la posesión, por el hombre, de la experiencia de la práctica social.

Finalmente, el conocimiento humano que tiene lugar inicialmente en el proceso de la actividad laboral instrumental, es capaz, a diferencia de la actividad intelectual instintiva de los animales, de convertirse en auténtico pensamiento.


Llamamos pensamiento en el sentido propio de la palabra al proceso de reflejo consciente de la realidad en las propiedades, vinculaciones y relaciones objetivas en las que se incluyen objetos inalcanzables para la percepción sensorial directa. Por ejemplo, el hombre no percibe los rayos ultravioletas; sin embargo, conoce su existencia y sus propiedades. ¿Cómo es posible tal conocimiento? Se hizo posible por vía mediatizada. Esta vía es, justamente, la vía del pensamiento. En su principio más general consiste en que sometemos la cosa dada a una prueba por medio de otras cosas y, tomando conciencia de las relaciones y de las interacciones que se establecen entre ellas, juzgamos, por el cambio que percibimos, las propiedades (que nos están ocultas) de esas cosas.

Por eso, la condición indispensable para que surja el pensamiento es la identificación y la toma de conciencia de las interacciones objetivas de los objetos. La toma de conciencia de estas interacciones es imposible en los límites de la actividad instintiva de los animales. Se realiza por primera vez sólo en el proceso de trabajo, en el proceso de utilización de instrumentos con ayuda de los cuales las personas actúan sobre la naturaleza. “Pero el fundamento más esencial y próximo del pensamiento humano —dice Engels— es, precisamente, la transformación de la naturaleza por el hombre y no la naturaleza por sí sola y la inteligencia del hombre se ha ido desarrollando en la medida que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza”. [9]

Con ello el pensamiento del hombre se diferencia radicalmente del intelecto de los animales el que, como muestran experimentos especiales, sólo se adapta a las condiciones existentes de la situación y no puede más que en forma casual cambiarlas, por cuanto la actividad de los animales en conjunto nunca está dirigida a estas condiciones, sino a uno u otro objeto de su necesidad biológica. En el hombre ocurre otra cosa. En el hombre, la “fase de preparación” a partir de la cual crece su pensamiento se convierte en el contenido de acciones autónomas, dirigidas a una finalidad y posteriormente puede volverse una actividad independiente, capaz de transformarse en totalmente interna, mental.

Finalmente, el pensamiento, como en general el conocimiento humano, se diferencia esencialmente del intelecto animal en que su generación y desarrollo es posible sólo en unidad con el desarrollo de la conciencia social. No sólo las finalidades de la acción intelectual humana son sociales por su naturaleza; también son socialmente elaborados, como ya hemos visto, sus procedimientos y medios. Posteriormente, cuando surge el pensamiento verbal abstracto, éste puede realizarse sólo sobre la base del dominio, por el hombre, de las generalizaciones socialmente elaboradas —los conceptos verbales— y de las operaciones lógicas, también socialmente elaboradas.


La última cuestión, en la que debemos detenernos especialmente, es la forma en que el hombre refleja de manera consciente la realidad que lo circunda.

La imagen, la representación, el concepto consciente tienen una base sensorial. Sin embargo, el reflejo consciente de la realidad no es sólo su vivencia sensorial. Ya la simple percepción del objeto es su reflejo no sólo como algo que posee forma, color, etc., sino al mismo tiempo como algo que tiene una significación objetiva determinada y permanente, por ejemplo, alimento, instrumentos, etc. Debe, en consecuencia, existir una forma especial de reflejo consciente de la realidad que se diferencie cualitativamente de la forma sensorial directa del reflejo psíquico, propio de los animales.

¿Cuál es esa forma concreta, en la que se realiza realmente la conciencia del mundo que circunda a las personas? Esa forma es el lenguaje que representa, según las palabras de Marx, la “conciencia práctica” de las personas. Por eso la conciencia es inseparable del lenguaje. Como la conciencia, el lenguaje surge sólo en el proceso de trabajo y junto con él. Como la conciencia, el lenguaje es el producto de la actividad de las personas, el producto del colectivo y, simultáneamente, su “existencia parlante” (Marx); sólo por ello existe también para el individuo.

“El lenguaje es tan viejo como la conciencia; el lenguaje es la conciencia práctica, existente para los otros hombres y sólo por ello existente también para mí mismo, la conciencia real...” [10]


El surgimiento del lenguaje puede comprenderse únicamente en relación con la necesidad, surgida en las personas en el proceso de trabajo, de decirse algo unas a otras.

¿Cómo se formaron el lenguaje y la lengua? En el trabajo, como ya hemos visto, las personas entran inevitablemente en relaciones mutuas, en comunicación. Inicialmente, las acciones laborales y la comunicación de las personas representan un proceso único. Las acciones laborales del hombre que influyen sobre la naturaleza, lo hacen también sobre los otros participantes de la producción. Esto significa que las acciones del hombre adquieren en estas condiciones una función doble: la función productiva directa y la función de influencia sobre las otras personas, la función de comunicación.


Posteriormente estas dos funciones se separan. Para ello es suficiente que la experiencia de las personas les sugiera que incluso cuando el movimiento laboral no lleva, por unas u otras razones, a su resultado práctico, de cualquier manera es capaz de influir sobre los otros participantes de la producción, por ejemplo, es capaz de incorporarlos al cumplimiento conjunto de la acción dada. De esta manera surgen movimientos que conservan la forma de los correspondientes movimientos de trabajo, pero que están privados de contacto práctico con el objeto y, en consecuencia, privados también del esfuerzo que los convierte en movimientos de trabajo auténticos. Estos movimientos, junto con los sonidos de la voz que los acompañan, se separan de la tarea de influir sobre el objeto, se separan de la acción laboral y conservan sólo la función de influencia sobre las personas, la función de comunicación verbal. Dicho con otras palabras, se convierten en gestos. El gesto no es otra cosa que el movimiento separado de su resultado, es decir no aplicado al objeto al cual está dirigido.

El papel principal en la comunicación pasa de los gestos a los sonidos de la voz; surge el lenguaje sonoro articulado.

Uno u otro contenido, designado en el habla, se fija en la lengua. Pero para que el fenómeno dado pueda ser designado y pueda recibir su reflejo en ella debe ser identificado, conscientizado y esto, como hemos visto, ocurre inicialmente en la actividad práctica de las personas, en la producción. “... Las personas —dice Marx— de hecho comenzaron por apropiarse de los objetos del mundo externo como medios para satisfacer sus propias necesidades, etc., etc.; más tarde llegaron a designarlos verbalmente como medios de satisfacción de sus necesidades y ya en calidad de tales los utilizan en la experiencia práctica: como objetos que las satisfacen”. [11]


La producción del lenguaje, como de la conciencia y del pensamiento, está al inicio directamente entrelazada con la actividad productiva, con la comunicación material de las personas.

La vinculación directa del lenguaje y de la lengua con la actividad laboral de las personas es la condición más importante y fundamental bajo cuya influencia ellos se desarrollaron como portadores del reflejo “objetivado”, consciente de la realidad. Al designar al objeto en el proceso laboral, la palabra lo identifica y generaliza para la conciencia individual justamente en esa relación objetiva social, es decir, como objeto social.


Así, el lenguaje actúa no sólo como medio de comunicación de las personas; actúa también como medio, como forma de la conciencia y del pensamiento humanos, aun no separados de la producción material. Se convierte en la forma, en el portador de la generalización consciente de la realidad. Por eso, junto con la separación del lenguaje y de la lengua con respecto a la actividad práctica directa, que ocurre luego, también tiene lugar la abstracción de los significados verbales con relación al objeto real, la que posibilita su existencia sólo como hecho de la conciencia, es decir únicamente en calidad de pensamiento, idealmente.



Notas

[1] F. Engels, Dialéctica de la naturaleza. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 20, p. 486.

[2] Ibíd., p. 490.

[3] Ibíd., p. 488.

[4] Ibíd., p. 490.

[5] C. Marx, El Capital. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 23, pp. 188-189.

[6] F. Engels, Dialéctica de la naturaleza. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 20, p. 491.

[7] C. Marx, Trabajo asalariado y capital. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 6, p. 441.

[8] C. Marx, El Capital. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 23, p. 190.

[9] F. Engels, Dialéctica de la naturaleza. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 20, p. 545.

[10] C. Marx y F. Engels, La ideología alemana. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 3, p. 29.

[11] C. Marx, De la herencia manuscrita. C. Marx y F. Engels, Obras, t. 19, p. 378.



Fuente:  El proceso de formación de la psicología marxista: I. Vigotski, A. Leontiev, A. Luria, Editorial Progreso, Moscú, 1989, pp. 232-248.



 Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

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