domingo, 26 de noviembre de 2017

La importancia de la ciencia soviética en la investigación de la prolongación de la vida — L. A. Gavrilov

Nikolay Markovich Emanuel*
(1915-1984)

La ciencia soviética siempre ocupó posiciones avanzadas en la lucha por la prolongación de la vida. En gran medida esto se debe a que las investigaciones del problema de envejecimiento tienen en la URSS profundas raíces históricas y sólidas tradiciones. Basta recordar que precisamente el científico ruso I. I. Méchnikov está considerado con toda razón padre de la gerontología moderna no sólo en la URSS, sino también en los demás países. Y ha sido incluso I. I. Méchnikov quien propuso el nombre de gerontología a la ciencia sobre el envejecimiento. El científico confiaba profundamente en la fuerza de la ciencia, considerando que «nuestra vejez es una enfermedad que es necesario curar como otra cualquiera». En 1907 vio la luz la primera edición del libro de I. I. Méchnikov «Estudios del optimismo» que era una continuación del libro «Estudios sobre la naturaleza humana». Estos libros, reeditados muchas veces en ruso y en otros idiomas, ocupan un lugar especial en la herencia científica del investigador. En «Estudios del optimismo» I. I. Méchnikov planteó una tarea precisa: buscar las vías y los medios para prolongar la vida humana. Él veía de una manera optimista la posibilidad de aumentar la duración de la vida humana y de combatir la vejez. Y aunque no todos sus conceptos sobre la naturaleza del envejecimiento fueron confirmados por la ciencia moderna, los científicos soviéticos comparten su postura activa de investigador gerentólogo.

La siguiente etapa del desarrollo del problema de envejecimiento en la URSS está relacionada con el nombre de A. A. Bogomólets, quien durante 16 años encabezó la Academia de Ciencias de Ucrania. A. A. Bogomólets organizó la primera conferencia representativa en la historia de la ciencia sobre problemas del envejecimiento y la longevidad (Kíev, 1938), en la que se refutó el punto de vista de que el envejecimiento es una forma especial de enfermedad incurable. En 1938 A. A. Bogomólets publicó su monografía «Prolongación de la vida», que significó una nueva etapa en el desarrollo del problema. Las investigaciones sobre los cambios del tejido conjuntivo relacionados con la edad y su papel en el desarrollo del proceso de envejecimiento que llevó a cabo A. A. Bogomólets, tuvieron gran importancia para la gerontología soviética.

Los trabajos de la escuela de ontofisiólogos de Járkov, que en los años 30 inició A. V. Nagorni, jugaron un gran papel en la formación de las ideas modernas sobre los mecanismos de envejecimiento. A. V. Nagorni presentó la hipótesis sobre el amortiguamento gradual del proceso de autorregeneración de las proteínas como causa de la muerte. En la actualidad en el Instituto de Investigaciones Científicas de Biología y en la Cátedra de Fisiología del Hombre y de los Ainmales de la Universidad de Járkov se llevan a cabo investigaciones, dirigidas por el académico V. N. Nikitin, para estudiar los mecanismos del envejecimiento.

Los años posbélicos coincidieron con el desarrollo impetuoso de la gerontología en la URSS. En 1949 en Kíev se celebró una conferencia dedicada a la naturaleza del envejecimiento. En mayo de 1958 la Presidencia de la Academia de Ciencias Médicas de la URSS sancionó la creación en Kíev del Instituto de Investigaciones Científicas de Gerontología y Patología Experimental de la ACM de la URSS, que a partir de 1962 se denomina Instituto de Gerontología. Su primer director fue el académico N. N. Górev, desde 1961 lo encabezó el académico D. F. Chebotariov y recientemente fue nombrado director el joven Doctor en Ciencias Médicas V. V. Bezrúkov. Este instituto es uno de los más grandes centros científicos del mundo, dedicados al estudio del problema de envejecimiento y longevidad. Además, es un instituto piloto en este tema y coordina investigaciones con otros científicos soviéticos en gerontología y geriatría. La actividad del instituto se desarrolla en tres direcciones principales:

1. El mecanismo de envejecimiento y de adaptación del organismo en los casos de envejecimiento fisiológico y prematuro.

2. Las particularidades de la patogénesis, la cínica, el tratamiento y la profilaxis de las enfermedades en la edad madura y senil (problemas de geriatría).

3. El papel de los factores sociales e higiénicos en el envejecimiento y la longevidad del hombre.

En los últimos años en la Sección de Gerontología y Geriatría Experimental que dirige el miembro correspondiente de AC de Ucrania, profesor V. V. Frolkis, se dedica especial atención a los problemas relacionados con la prolongación de la vida. Uno de los libros de V. V. Frolkis y J. K. Muradián se titula precisamente «Vías experimentales de prolongación de la vida». El libro resume todos los enfoques de la prolongación de la vida de los animales de laboratorio que actualmente existen [1].

En el Instituto de Gerontología se celebran simposios, seminarios y cursos internacionales de gerontología de la Organización Mundial de la Salud. De acuerdo con la decisión de la Asociación Internacional de Gerontólogos, del 2 al 7 de julio de 1972 en el instituto se celebró el IX Congreso Internacional de Gerontólogos, en el que participaron científicos de 43 países y cuyo programa incluyó más de 500 informes. Como ya hemos señalado a iniciativa de los científicos del Instituto de Gerontología de la ACM de la URSS, se diseñó y a partir de 1982 empezó a cumplirse el programa ramal «Prolongación de la vida», que coordina todas las investigaciones en este campo que se llevan a cabo en la URSS.

Han hecho un gran aporte a la búsqueda de medios destinados a elevar la duración de la vida los colaboradores del laboratorio de gerontología del Instituto de Física Química de la AC de la URSS (Moscú), donde desde hace tiempo se realizan investigaciones con el fin de frenar el envejecimiento, valiéndose de inhibidores de los procesos de oxidación de radicales libres, es decir, de antioxidantes. Durante largo tiempo este trabajo lo encabezó el académico N. M. Emanuel, quien fundó una nueva corriente científica en la esfera de prolongación de la vida y creó en Moscú una escuela científica para estudiar este problema. En 1982 su discípula L. K. Obújova defendió la tesis doctoral dedicada, por primera vez, directamente al problema de prolongación de la vida.

En 1984 la ciencia soviética sufrió una pérdida irreparable: murió repentinamente el académico N. M. Emanuel, Premio Lenin y Estatal, miembro de la Presidencia de la Academia de Ciencias de la URSS, científico que prestó gran interés y atención a las investigaciones en el campo de la retención del envejecimiento y organizó y dirigió el Seminario Científico de la URSS «Problemas fundamentales de la biología del envejecimiento». El autor de este libro tuvo la suerte de ser secretario científico del seminario y conocer al académico N. M. Emanuel, cuya energía, amor a la vida y serio pensamiento influyeron profundamente en el autor.

En el sector de gerontología de AC de Bielorrusia (Minsk) se estudió la influencia de los microelementos y de los formadores de complejos en la duración de la vida de los animales de laboratorio. En Leningrado el profesor V. M. Dilman del Instituto de Investigaciones Científicas de Oncología N. N. Petrov obtuvo resultados prometedores en la prolongación de la vida de los ratones, utilizando la fenformina y difenilhidantoína. El profesor V. G. Shajbázov, jefe de la cátedra de citología y genética de la Universidad Estatal de Járkov, se dedica al estudio del papel de la heterosis en la prolongación de la vida.

Para concluir, quisiéramos también decir algunas palabras sobre las perspectivas de un método totalmente nuevo de prolongación de la vida, elaborado por el autor de este libro en la Universidad de Moscú. Se trata de la llamada prevención superprimaria del envejecimiento y de las enfermedades mediante la defensa de las células sexuales del hombre contra el deterioro. En otras palabras, es posible prolongar la vida, tomando ciertas medidas no sólo antes del nacimiento, sino incluso antes de la formación del cigoto, es decir, antes de la fecundación. La concepción de la fiabilidad de la duración de la vida, formulada en 1978, sirvió de base teórica para este enfoque [2][3]. De acuerdo con esta concepción, la duración de la vida de los organismos tiene muchos rasgos comunes con la longevidad y la resistencia de los materiales: en ambos casos tiene gran importancia la distribución inicial de los defectos, ya que precisamente la multiplicación de éstos en cadena determina el dinamismo de la destrucción sucesiva [4]. De aquí sería lógico esperar que los caracteres de los progenitores, que determinan la calidad de las células sexuales, deban influir mucho más en la duración de la vida de la descendencia de estos mismos caracteres de los propios descendientes. En otras palabras, la concepción de la fiabilidad nos conduce a una predicción paradójica: ¡la mejor predicción de la duración de la vida no hay que buscarla entre los caracteres propios, sino entre los de los padres! Hace poco pudimos comprobar este pronóstico paradójico que se confirmó brillantemente [5]. Los resultados de la comprobación superaron nuestras esperanzas más audaces: resultó que es posible aumentar la duración media de la vida casi al doble, si se logra defender las células sexuales contra el daño causado por los productos secundarios del metabolismo (los radicales libres y otros productos activos de la oxidación). Sin embargo, para la implantación práctica de este enfoque se requiere investigaciones complementarias y una fuerte financiación.

Esta enumeración muy incompleta de las investigaciones muestra la amplitud de los esfuerzos que se realizan en la URSS en la lucha por la prolongación de la vida. El rasgo característico de las investigaciones es el entusiasmo de los científicos, interesados en la solución del problema del envejecimiento y de la duración de la vida. La confección del programa «Prolongación de la vida», que coordina los esfuerzos de los científicos soviéticos en esta esfera, representa una nueva etapa en el desarrollo de la gerontología de la URSS.



Notas

[1] Frolkis V. V., Muradián J. K., Métodos experimentales de prolongación de la vida, L., «Naúka», 1988, 247 p. (en ruso).

[2] Gavrilov L. A., Modelo matemático del envejecimiento de los animales. —Informes de la Academia de Ciencias de la URSS, 1978, t. 238, Nº 2, págs. 490-492 (en ruso).

[3] Gavrilov L. A., Gavrilova N. S., Yaguzhinski L. S., Regularidades principales del envejecimiento y de la muerte de los animales desde el punto de vista de la teoría de la fiabilidad. —Revista de biología general, 1978, t. 39, Nº 5, págs. 734-742 (en ruso).

[4] Gavrilov L. A., Análisis crítico de los modelos matemáticos del envejecimiento, la mortalidad y la duración de la vida. —En: Gerontología de la populación. Moscú, VINITI, 1987, págs. 155-189 (en ruso).

[5] Véase el nuevo libro que se edita en inglés: Gavrilov L. A., Gavrilova N. S., The Biology of Life Span, Harwood Academic Publishers.


* Premio Lenin y Estatal, miembro de la Presidencia de la Academia de Ciencias de la URSS, científico que prestó gran interés y atención a las investigaciones en el campo de la retención del envejecimiento y organizó y dirigió el Seminario Científico de la URSS «Problemas fundamentales de la biología del envejecimiento».


Fuente: Гаврилов, Л. А., Может ли человек жить дольше?, Издательство «Мысль», Москва, 1985. [Gavrilov, L. A., ¿Podrá prolongarse la vida del hombre?, Editorial MIR, Moscú, 1990, pp. 187-194]


Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

sábado, 25 de noviembre de 2017

El materialismo dialéctico sobre el psiquismo — P. Y. Galperin

Piotr Yakovlevich Galperin
(1902-1988)

 1. Lenin acerca del objeto de cada ciencia en particular

Una de las causas de inconsistencia de las ideas (anteriormente comentadas) sobre el objeto de la psicología fue la incapacidad para distinguir los fenómenos psicológicos de la gran variedad de fenómenos no psicológicos que se mezclan con ellos. El problema del objeto de la psicología está estrechamente relacionado con la idea que se tiene del objeto de cada ciencia en particular y de la diferenciación de los objetos concretos, de las cosas, cuyos aspectos pueden interesar a dicha ciencia.

Estos aspectos fueron tratados por V. I. Lenin en una serie de trabajos, en los cuales encontramos el siguiente razonamiento: cada objeto tiene muchos aspectos, características, y a su vez cada aspecto constituye el objeto de estudio de ciencias independientes. Lenin señala en forma exacta cómo deben ser examinados estos diferentes aspectos para evitar una elección arbitraria de cualquiera de sus aspectos o combinar de manera ecléctica diferentes aspectos (también elegidos arbitrariamente). Una de estas indicaciones la encontramos en Los cuadernos filosóficos [1] (1914-1916), la cual ha sido desarrollada de manera notable en la extraordinaria intervención en La discusión sobre los sindicatos (1921).

En esta intervención, aclarando las diferencias entre la dialéctica, la lógica formal y lo ecléctico, V. I. Lenin da el siguiente ejemplo: «... llegan dos hombres y preguntan... que es un vaso... Uno de ellos responde: “Es un cilindro de cristal”... El segundo dice: “El vaso es un utensilio para beber”... Sin duda el vaso es un cilindro de vidrio y sirve para beber. Sin embargo, el vaso no tiene estas dos características o cualidades, sino que tiene una cantidad infinita de características diferentes, cualidades, aspectos interrelacionados y «mediatizados» con todo el mundo restante. El vaso es un objeto pesado que puede ser utilizado para lanzar. El vaso puede servir de pisapapel o como medio de cazar insectos, puede ser un objeto de valor por sus grabados o dibujos artísticos, independientemente de si sirve para beber, de si está hecho de vidrio o no, de si su forma es cilíndrica o no lo es.

Continuando más adelante en la explicación... Si yo necesito ahora un vaso, como instrumento para beber, para mí no es importante saber si tiene forma cilíndrica o si está hecho realmente de cristal; sin embargo, lo importante es que no tenga rajaduras que me puedan producir heridas en los labios. Si yo necesito un vaso no para beber, sino para llevar a cabo un estudio del cristal, no necesitaré un vaso intacto, sino que me servirá igualmente uno con grietas o incluso sin fondo» [2].

El vaso como proyectil puede ser objeto de estudio de la balística, como medio de cazar insectos, es objeto del equipo del entomólogo; como objeto de arte, es objeto de las artes aplicadas; como instrumento para beber, es objeto de uso doméstico, etc. De esta manera, una misma cosa puede llegar a ser objeto de estudio de ciencias diferentes; de la balística, de la entomología, del arte, de la técnica de producción, de economía política, etc. El vaso es un objeto concreto y las ciencias que lo estudian son muchas. Y cada ciencia estudia simplemente no el vaso y no «todo el vaso», es decir, no todos sus «aspectos», sino solamente uno de ellos (una totalidad determinada de características y de leyes), por lo cual cada ciencia por separado lo hace objeto de su estudio.

En la crítica al libro Metafísica, de Aristóteles, V. I. Lenin, en el libro 13, capítulo 3, escribe sobre el problema del objeto de cada ciencia en particular, y lo resuelve de manera clara, evidente, materialista: «La matemática y otras ciencias abstraen una de las partes de los aspectos del cuerpo, de los fenómenos, de la vida» [3].

No es difícil entender la profunda legitimidad de esta indicación leninista para cualquier objeto concreto y para cada ciencia: un mismo objeto puede ser estudiado por muchas ciencias y cada una distingue y separa «su» aspecto. Por eso es incorrecto señalar cualquier objeto (cosa, proceso, fenómeno) y decir que es objeto de estudio particular. Es incorrecto porque no hay nada que aclare qué es lo principal en ese objeto y qué puede y debe estudiar una ciencia determinada.

La diferenciación leninista del objeto en particular y de sus diferentes aspectos, cada uno de los cuales constituye el objeto de ciencias independientes, pone de manifiesto un error que encontramos en las definiciones tradicionales del objeto de la psicología como «fenómenos de conciencia», «conducta»; éstos son objetos concretos y no objetos de estudio de una sola ciencia. De manera intuitiva y convincente, nos parece que en los fenómenos de conciencia y en la conducta hay algo que debe y puede estudiar la psicología. Sin embargo, al no haberse diferenciado esa especificidad seguimos estando ante la indicación global, indiferenciada, de un objeto concreto y multifacético. La parte que constituye el objeto de la ciencia psicológica, cuyo estudio no puede ser reemplazado por otra ciencia, permanece indiferenciada. En esencia, el objeto de la psicología no solamente no ha sido definido, sino que ni siquiera ha sido delimitado. El señalar un objeto global (cosa, proceso o fenómeno) ha creado un peligro real, y es el pensar que la psicología estudia todo este objeto (todo lo psíquico, toda la conducta).

Pero, ¿acaso los fenómenos de conciencia y de la conducta son estudiados solamente por la psicología? Tomemos cualquier proceso psíquico, por ejemplo la percepción o el pensamiento: ¿son acaso estudiados solamente por la psicología? La teoría del conocimiento, la fisiología, la pedagogía, la estética, la historia del desarrollo (de las sociedades humanas y del niño), todas estas ciencias, cada una desde un aspecto particular, también investigan la percepción, el pensamiento y otros fenómenos psíquicos. Lo mismo sucede con el estudio de las sensaciones, de la imaginación, de la voluntad y de la memoria, etc. ¿A qué se debe adscribir todos estos aspectos de la actividad psíquica a la psicología, con preferencia sobre las otras ciencias que también los estudian? Es evidente que la sola indicación sobre los llamados procesos psíquicos es absolutamente insuficiente para diferenciar el objeto de estudio de la psicología, lo que ella debe estudiar verdaderamente.

Con mayor razón, todos estos planteamientos se hacen más evidentes en relación a la conducta. ¿Acaso la conducta no es estudiada por la ética, la biomecánica, la cibernética, la neurofisiología, la sociología, la estética, etc.? Es claro que cada una de estas ciencias la estudia en un aspecto particular. ¿Dónde se encuentra entonces la parte propiamente psicológica de la conducta? Mientras no sea diferenciada, el estudio de la conducta forma parte del «objeto de la psicología» (o más exactamente lo mantiene oculto), pero la conducta como tal no es su objeto de estudio. La «conducta simplemente» o «toda la conducta» no puede ser objeto de estudio de la psicología. Si el aspecto psicológico de la conducta se diferencia de todos los demás aspectos, entonces significa que no toda la conducta puede ser objeto de la psicología [4].

¿Qué es entonces lo que constituye el aspecto psicológico de los fenómenos de la conciencia y de la conducta? El mismo planteamiento del problema implica que nosotros necesitamos no solamente la determinación de un objeto de la psicología, sino también una delimitación exacta de las características por medio de las cuales pueda ser posible conocer y diferenciar el fenómeno psicológico. Incluso hasta ahora los fenómenos psicológicos han sido adivinados de una manera intuitiva; sin embargo, a partir de estos «fenómenos» «inmediatos», que son de otro orden diferente, no ha sido distinguido el objeto propio de investigación científica.

2. Lenin sobre el concepto de materia. Lo «físico» y lo «psíquico»

Fuera de los límites de una concepción dialéctico materialista de lo «psíquico», se han considerado y se siguen considerando aún como contrarios lo «físico» y lo «psíquico», dentro del dualismo del espíritu y la materia. Lo «físico» es definido como algo dado, inmediato, y lo «psíquico», como algo que permanece fuera de lo «físico». Así, el concepto inicial de la materia determinó también el concepto de lo «psíquico».

Sin embargo, en esta concepción antigua sobre la materia, el concepto filosófico de materia se cambió por un concepto físico, y lo físico a su vez fue reducido a una idea sobre la sustancia como conductor pasivo del impulso, de la fuerza, pero no como su fuente inicial. Por eso la fuerza era analizada como algo no material o no completamente material. Incluso la forma de los cuerpos materiales fue considerada no como una característica propia de ellos, sino como el resultado de la influencia de factores no materiales sobre su propia sustancia. La causa del movimiento y desarrollo en la naturaleza muerta y viva se buscó fuera de la materia; en hipótesis cosmogónicas se preguntaba sobre el impulso: en el desarrollo de los seres vivos veían la manifestación del «espíritu» el origen absoluto, contrario al cuerpo material. Incluso en la física de los tiempos modernos continuamente se hicieron intentos por suprimir la fuerza de la materia (Descartes y los cartesianos), o al contrario, reducir la misma materia a la acción de fuerzas (Leibniz, Boshovich), más tarde reducir la materia a la acción de la energía (Oswald), y de esta manera representarse la materia como algo no material en esencia.

A finales del siglo pasado, cuando se iniciaron grandes descubrimientos que revolucionaron la física (la permanencia de la velocidad de la luz en diferentes direcciones en relación al movimiento de la tierra, la radiactividad, la descomposición del átomo, etc.), esta concepción antigua, sensible y visible sobre la materia empezó a derrumbarse. Su hundimiento vino con el alborozo y el respaldo de los representantes del idealismo militante y fue anunciado por ellos como el derrumbamiento de la materia, como una refutación al materialismo por parte de la misma ciencia. El desenmascaramiento de esta «refutación» fue realizada brillantemente por Lenin [5], el cual señaló la existencia de los orígenes de esta «confusión mental» entre los naturalistas, o sea el cambio del concepto filosófico de materia por un concepto físico y la ausencia total del conocimiento del materialismo dialéctico.

El cambio de un concepto filosófico por un concepto físico consistió en que en vez de caracterizar a la materia como una realidad objetiva cognoscible, se la definió como el portador general de los fenómenos físicos (y solamente físicos). En esta generalización ilícita de algunas características físicas, como si ellas caracterizaran toda clase de materia, está implícita la base del dualismo entre lo «físico y lo psíquico», dejando fuera otros tipos y características de la materia. Naturalmente, en la medida en que se van desarrollando los conocimientos varían las concepciones sobre la estructura básica de los fenómenos físicos y las ideas anteriores resultan erradas; el hecho de negar la concepción antigua que se tenía de la materia es percibido por algunas personas como la negación de la misma materia.

Lenin subrayó que el concepto filosófico caracteriza a la materia solamente como una realidad objetiva, que existe en el tiempo y en el espacio independiente de la conciencia y que posee automovimiento. El materialismo dialéctico se abstiene conscientemente de dar cualquier indicación sobre una u otra estructura o propiedad de la materia física, concediendo la solución de estos problemas a las ciencias en concreto.

Sin embargo, un concepto filosófico de materia significa mucho. La existencia en el espacio y en el tiempo excluye de la realidad objetiva cualquier tipo de «espíritu», cuyo rasgo característico con el que ha sido definido es precisamente la no dependencia para su existencia o acción de las limitaciones espaciales y temporales.

El hecho de que la materia exista fuera de la conciencia excluye una interpretación idealista y subjetiva de la materia, ya sea como un «fenómeno» cuyo origen sea la conciencia humana o divina.

El automovimiento tal como se entiende en el pensamiento dialéctico-materialista significa, en primer lugar, el reconocimiento de una fuente interna de «origen» del movimiento y desarrollo, y en segundo lugar, implica una concepción del desarrollo como tránsito de los cambios cuantitativos a los cambios cualitativos con la formación de nuevas y nuevas formas de la naturaleza y de sus propiedades. En este sentido, el automovimiento como una de las propiedades fundamentales de la materia nos libera de la necesidad de buscar una unión causal para todo lo que existe fuera del mundo y que se construye en una cadena única evolutiva en formas cualitativamente diferentes de la materia. Cada una de estas formas procede de la anterior, pero no puede ser reducida a ella.

La primera definición exacta dialéctico-materialista realizada por Lenin del concepto de materia exige (no filosóficamente, sino en forma científica concreta) un total replanteamiento de los conceptos estrechamente ligados entre lo «físico», lo «ideal» y lo «psíquico»; y sobre todo de aquellos signos que diferencian el «espíritu» del «cuerpo», y los cuales, fuera del maternalismo dialéctico, sirven como base teórica del dualismo.


A Descartes le pertenece (en una retrospectiva histórica en ese entonces dudosa y en nuestros tiempos considerada negativa) el honor de haber señalado los signos exactos del dualismo. Descartes definió como señales diferenciadoras del cuerpo el devenir; y el «alma», el pensamiento (en el sentido de sensación, vivencia, conciencia de los propios procesos psíquicos). Cuando el cuerpo se halla reducido al devenir, inmediatamente se contrapone a las sensaciones, a las vivencias, las cuales parecen ser de un orden tan diferente que carece incluso de base para que puedan ser comparadas. Ante esta confrontación acerca de la relación que existe entre ellas y sobre el tránsito de la una (devenir) a la otra (sensación), es imposible limitarse solamente al reconocimiento de que «no sabemos» cómo se realiza dicho proceso, ya que debemos decir también que «¡nunca lo sabremos!» (como ya lo había dicho en su tiempo, y con gran escándalo, E. du Bois-Reymond [6], sin haber aclarado con esto nada nuevo en principio). Y mientras se conserve esa diferenciación entre lo «físico» y lo «psíquico», seguiremos perdidos entre estos términos de una manera absoluta e insuperable [7].

Sin embargo, la reducción, por una parte, de lo material a lo físico y de lo físico al devenir, y, por otra parte, la reducción de lo psíquico a las sensaciones (de la propia actividad psíquica), son en principio equivocadas.

La materia existe en el espacio y en el tiempo, pero la presencia de estas características no la agotan en su contenido. El automovimiento supone una nueva dimensión y habla de una «contradicción interna», que supone la existencia de una estructura y la interacción de sus partes, lo cual también se lleva a cabo en el espacio y en el tiempo, pero que de ninguna manera se reduce solamente a ellos. Desde el punto de vista del materialismo histórico y dialéctico, lo material en general no se halla limitado a lo físico, y naturalmente no todas las formas de la realidad material se caracterizan por sus medidas o magnitudes físicas. Así, por ejemplo, las relaciones de producción en una sociedad humana son materiales en un sentido estricto materialista dialéctico; estas relaciones existen en una sociedad determinada, y junto con ella, en un determinado tiempo y espacio; sin embargo, las relaciones de producción no se miden en medidas de longitud y tiempo. Preguntar acerca del grosor de estas relaciones es tan absurdo como preguntar lo mismo sobre los deseos, o sobre la alegría, o sobre los conceptos y representaciones (tal como lo hacen los representantes de una concepción idealista de lo psíquico). Las características político-económicas de los objetos, por ejemplo, de los artículos, de la renta, del precio de cambio, de la plusvalía en el sistema de producción mercantil, están tan estrechamente relacionados con las características naturales de las cosas que empiezan a ser representadas por sus propias características naturales. Fue necesario el genial análisis de C. Marx para desenmascarar este «fetichismo mercantil» [8]. Sin embargo, las características económicas de las cosas en realidad son materiales, existen en el espacio y en el tiempo de una sociedad determinada y no dependen de cómo sean entendidas por las personas, sino que, por el contrario, ellas determinan su comprensión. En una sociedad mercantil estas características son materiales, aunque no físicas, y por eso tampoco pueden ser evaluadas con metros o con horas, aunque el precio de cambio del artículo está determinada socialmente por el tiempo necesario para su producción. Pero es precisamente tiempo de producción en una sociedad determinada y no un tiempo astronómico por sí mismo.

En cuanto a las sensaciones de la propia actividad psíquica, para la psicología moderna ya no es un secreto que éstas son un producto de la autoobservación, de la introspección; y la autoobservación es a su vez producto, resultado de la educación social. En cualquier sociedad, a cada uno de sus miembros desde el nacimiento se le enseña a regirse por determinados modelos y reglamentos, y más tarde, cuando han sido asimilados, el mismo individuo es capaz de regirse por ellos. Como consecuencia de esto, cuando analizamos la autoobservación, siempre observamos alguna vivencia de «sí mismo», del propio yo, que sólo es factible en la medida en que esa autoobservación se halle educada y formada. Es sabido que en la medida en que se practica, la introspección se perfecciona, y muchas cosas que antes no eran experimentadas empiezan a serlo. Sin embargo, muchos aspectos de la vida espiritual, psíquica, permanecen fuera de los límites de la introspección y no son percibidos, aunque indudablemente permanecen en calidad de reflejo de una situación objetiva y de un proceso que transcurre (por ejemplo, en los procesos del pensamiento creador, en el «sentir un idioma», en la institución técnica, etc.).

De esta manera, incluso en el hombre, la sensación de su propia actividad psíquica en general no es una propiedad de los procesos psíquicos (aunque constituye una de las características particulares del psiquismo como producto social). En los animales también hay psiquismo, pero en ellos podemos negar, ya que tenemos todas las bases para ello, la existencia de conciencia de su propia actividad. La sensación de sentir la actividad psíquica en general no es el rasgo común de lo psíquico, y se puede decir que no es lo único que diferencia lo psíquico de lo físico.

Cuando lo material se limita a lo físico, entonces todo lo que no es físico se toma por no material, y la evidencia de su existencia es analizada como una «comprobación concreta» de que existe el ser ideal. Sin embargo, éste es un error demasiado vulgar. El mundo es uno, y la «unidad real del mundo consiste en su materialidad» [9]. Lo ideal como ser de sustancia específica no existe. Sin embargo, esto no quiere decir que no exista lo ideal. Precisamente de una deducción incorrecta de este tipo surge la conclusión sobre la cual V. I. Lenin escribió lo siguiente: «En el concepto de materia hay que incluir el pensamiento, como lo repetía Dietzgen en su libro Excursiones (página 214), pero precisamente esto nos lleva a una confusión, ya que en este tipo de inclusión pierde todo sentido la contraposición gnoseológica entre materia y espíritu, entre el materialismo y el idealismo; a qué contradicción nos lleva Dietzgen» [10]. Es evidente que el concepto de lo ideal, en su contenido concreto, no debe ser aislado, sino que debe ser reelaborado radicalmente.

¿Cuál es el contenido concreto que se tiene en cuenta cuando se habla de lo ideal? Ante todo se tiene en cuenta la imagen, la imagen de cualquier fenómeno, de cualquier proceso [11]. Es precisamente la imagen del objeto y no el objeto en sí, y en este sentido se trata de otro objeto, de un objeto ideal. Este segundo objeto es «ideal» en dos aspectos. En primer lugar, sus características, sean cuantas sean y se encuentren en variadas combinaciones, están representadas en una imagen aislada y no relacionada con todas las características del original o de su reflejo material, y sin las cuales no puede existir ninguna «cosa» en la realidad. En segundo lugar, esta separación que se hace de determinados rasgos en la imagen, los cuales son permanentes y se dan realmente en las cosas existentes, es decir, en su original y en su representación gráfica, aparecen en la imagen limpios y puros de todo lo que no es esencial. La imagen se descubre como un objeto que está representado solamente en sus rasgos más esenciales; y precisamente es de aquí de donde resulta la relación a la cual se alude frecuentemente entre lo «ideal» y lo «perfecto» (en el sentido en que está falto de elementos triviales).

La superioridad psicológica de reflejar el objeto en su aspecto de imagen consiste en que en ésta está representado solamente aquello que es importante para llevar a cabo una acción física o mental, y esto es evidente. La parte contraria de esta superioridad es que la imagen se descubre como algo libre en las limitaciones materiales de las cosas, es decir, como un ser ideal. Esto crea una ilusión del pensamiento, que empieza a raciocinar sobre las imágenes, teniendo en cuenta únicamente aquellas representaciones que fueron adquiridas en la experiencia con las cosas físicas.

A diferencia de lo material, que existe independientemente de la conciencia, de lo psíquico, la imagen existe únicamente en la conciencia, «sólo en el psiquismo». Lo ideal no es una clase de ser, sino que constituye una totalidad de rasgos que se manifiestan al sujeto, es la forma de aparición del objeto ante el sujeto. Esto responde a la definición ya conocida de lo ideal expuesto por C. Marx: «... lo ideal no es otra cosa que lo material trasladado a la mente humana y transformado en ella» [12]. En calidad de hecho dado al sujeto, lo ideal es solamente el contenido del reflejo psíquico del mundo objetivo. Aquí vemos la aclaración psicológica de la posición más importante de V. I. Lenin: «Es claro que la contraposición entre la materia y la conciencia tienen un significado absoluto solamente dentro de los límites de áreas muy delimitadas, en este caso en los límites del problema gnoseológico fundamental sobre el reconocimiento de qué es lo primario y qué es lo secundario. Fuera de estos límites, la relatividad de esta contraposición es indudable» [13]. Lenin (siguiendo sus comentarios sobre Dietzgen) subraya: «Fuera de estos límites, intentar operar con esta contraposición entre lo físico y lo psíquico, como si se tratara de una contradicción absoluta, sería una inmensa equivocación» [14].

Más allá de la materia no existe nada, pero existen «cuerpos altamente organizados», los organismos que poseen la propiedad del reflejo psíquico, es decir, ante él sujeto existe una aparición ideal de los objetos. Solamente en este tipo de «fenómenos» existe lo ideal, y éste constituye propiamente el contenido de dichos «fenómenos».

3. Lo psíquico como propiedad particular de la materia altamente organizada

Teniendo en cuenta las características generales de lo psíquico, tanto en el hombre como en los animales, nos detendremos en dos posiciones del materialismo dialéctico sobre lo psíquico, con los cuales no puede dejar de estar de acuerdo un naturalista imparcial: lo psíquico es una propiedad específica de la materia altamente organizada, lo psíquico es producto de la actividad de la función del cerebro, es un reflejo del mundo objetivo.

1. Lo psíquico es una propiedad específica de la materia altamente organizada. Esta es una fórmula corta y condensada; para poder comprender mejor su significado real es necesario que ampliemos su contenido.

Ante todo debemos estar seguros de que lo psíquico es una propiedad y no una «sustancia» o una «cosa aparte» (objeto, proceso, fenómeno, fuerza) como lo habían considerado todas las concepciones anteriores al marxismo y fuera de él. Unicamente Spinoza entiende «el pensamiento» como el atributo de una sustancia, y ésta es la solución más acertada que se ha dado antes de la filosofía marxista, aún cuando no sea capaz de responder a las exigencias del conocimiento actual, ya que para Spinoza el atributo no es una propiedad o algo derivado, sino que es «aquello que el entendimiento percibe de una sustancia como constituyente de su esencia» [15]; para Spinoza es esencia, pero no propiedad, y además algo primario y eterno.

El materialismo mecanicista, si bien no se decidió a negar por completo la existencia de lo psíquico, lo analiza como un «fenómeno» absolutamente extraño a todo el mundo material (y en este sentido hizo una concesión de principio al idealismo). Incluso habiendo reconocido que lo psíquico es producto del cerebro e inseparable de su base fisiológica, el materialismo mecanicista, sin embargo, siguió considerando que la unión entre los procesos materiales y el psiquismo es incomprensible (para explicar esta relación, J. Prestley recurre al concepto de Dios). Muchos dualistas (Fechner, Ebbinghause) estuvieron de acuerdo en reconocer en lo «psíquico» una parte «interna subjetiva» de los procesos materiales, cerrada herméticamente en su «evidencia subjetiva» y no como una «propiedad», porque una propiedad aparece en relación mutua con otras cosas.

El dualismo tropieza con una contradicción básica en todos sus intentos de explicación camufladas en el filtro de un análisis filosófico y biológico, llegando a la errónea conclusión —extraída de su tradición histórica clasificatoria— de que lo psíquico no es una propiedad exclusiva de los cuerpos materiales altamente organizados.

2. Lo psíquico es una propiedad de la materia altamente organizada, no de cualquier materia, sino únicamente de la altamente organizada, y, en consecuencia, aparece relativamente tarde en un nivel de desarrollo superior del mundo. En el lenguaje de las ciencias naturales de hoy en día esto se explica muy sencillamente; lo psíquico surge solamente en los cuerpos vivos, en los organismos vivos, y no en todos, sino solamente en aquellos animales que realizan una vida activa, que se mueven en un medio complejo y diferenciado [16]. A los cambios continuos de este medio los animales se ven obligados constante y activamente a adaptar su conducta, y esto exige un aparato nuevo y complementario que pueda prestar una ayuda a la conducta, y es precisamente la actividad psíquica. Para poder valorar esta sencilla concepción es necesario recordar que hasta el momento ni los psicólogos ni los filósofos partícipes de las posiciones del mismo dualismo agonizante, es decir, del paralelismo psicofísico, no han conseguido determinar las características de acuerdo a las cuales se hubiera podido juzgar con seguridad sobre la existencia o ausencia de lo psíquico en algún otro ser (organismo, cuerpo o estructura). Y esto sirvió de base para llegar a afirmaciones directamente contradictorias: o sobre la existencia de lo psíquico en toda la materia (pansiquismo) o sobre la ausencia del psiquismo en otras personas (solipsismo). Pero de todas estas valientes e infantiles sospechas, la observación del hecho de que lo psíquico es propiedad únicamente de la materia altamente organizada nos retrotrae a una posición objetiva de la cuestión y a su problema real, que, por cierto, no deja de ser nada fácil.

En calidad de propiedad que aparece únicamente en los seres altamente organizados, lo psíquico no es una propiedad general y primaria, sino derivada y secundaria. Ello implica la existencia de unos mecanismos que la originen y al mismo tiempo que muestren la utilidad indudable que tiene para el organismo y justifiquen su aparición. En otras palabras, a pesar de la concepción tradicional idealista que se tiene de lo psíquico (sobre lo cual no valdría la pena hablar si no fuera porque se encuentra tan difundida), el psiquismo debe tener una explicación desde el punto de vista de las ciencias naturales, es decir, por parte de los mecanismos fisiológicos que la realizan, así como por el papel que juega en la conducta.

3. Lo psíquico es una propiedad específica, particular. En el fondo de una concepción idealista, subjetiva sobre lo psíquico, su «particularidad» era entendida como la exclusión de todo lo que fuera material. En el materialismo dialéctico esta «particularidad» tiene otro significado completamente diferente. Esta particularidad, en primer lugar, significa la irreductibilidad de lo psíquico a los procesos fisiológicos, los cuales lo producen y constituyen su base fisiológica; y en segundo lugar, la distinción y diferenciación a lo largo del proceso evolutivo del mundo material en dos grandes niveles de desarrollo de los organismos: los que carecen de psiquismo y los que están dotados de actividad psíquica.

La propiedad de un cuerpo se manifiesta en la interrelación con otros cuerpos, y el psiquismo como propiedad no constituye una excepción de esta regla. El psiquismo también se manifiesta en interrelación con otros cuerpos, pero como propiedad particular se diferencia en que el organismo que la posee antes de un encuentro con otros cuerpos puede establecer y tener en cuenta las propiedades de dichos cuerpos. Esto sería incomprensible sin el psiquismo, pero su existencia, y en general la existencia del reflejo psíquico, implica que en éste estén representadas aquellas cosas del mundo objetivo con las cuales el organismo no se ha encontrado aún.

Naturalmente que, ante esta anticipación, la misma interrelación se realiza entre los cuerpos de una manera diferente que en ausencia de lo psíquico. De ahí que la particularidad de lo psíquico consiste no solamente en que se diferencie cualitativamente de su base biológica, sino en que gracias al reflejo psíquico los organismos que lo poseen, a diferencia de las relaciones fisiológicas con el medio externo, establecen formas nuevas y complementarias de interrelación con el mundo circundante, mucho más amplias, flexibles y útiles para su existencia y desarrollo.

De esta manera, las características de lo psíquico como «propiedad particular» no solamente no excluyen lo material, sino que, al contrario, lo psíquico se incluye en lo material, en las relaciones generales con el mundo material. Sin embargo, lo psíquico se incluye no en un nivel de igualdad a los otros cambios cualitativos, sino como un salto cualitativo a la existencia de la «materia altamente organizada», como tránsito no solamente a los cuerpos vivos, sino a cuerpos dotados de nuevas posibilidades, precisamente con las posibilidades de realizar acciones dirigidas a un fin. Estas nuevas posibilidades se abren gracias al reflejo psíquico del mundo objetivo. El desarrollo de este reflejo en los animales superiores constituye la garantía real de lo que posteriormente en el hombre recibe la forma de conciencia.

4. Lo psíquico es una función del cerebro, el reflejo del mundo objetivo

Cada una de estas posiciones puede ser analizada por separado, pero también es necesario que las examinemos juntas.

La primera de estas posiciones afirma concretamente que lo psíquico se manifiesta a través de un órgano material que es el cerebro, el cual, de esta manera, «no en palabras, sino de hechos», niega, suprime el abismo entre lo material y lo «ideal», representa lo «ideal» como producto de su actividad, como función de la materia altamente organizada. En calidad de objeto de una investigación científica especial, esta actividad del cerebro constituye el área de la psicofisiología.

La segunda de estas posiciones encarna la solución a la pregunta fundamental de la teoría marxista-leninista del conocimiento que ocupa un área extensa y compleja de la filosofía.

Para la psicofisiología lo importante son los procesos fisiológicos que producen lo psíquico; lo fundamental para la teoría del conocimiento son las condiciones en las cuales se da el conocimiento de la realidad objetiva y el criterio de verdad. Estas áreas del conocimiento son independientes de la psicología en la medida en que las leyes de la actividad del cerebro, por una parte, y las leyes del conocimiento, por otro, dictan las condiciones para que se realice la actividad psíquica, condiciones que son las mismas para todas las personas y bajo todas las circunstancias. Sin embargo, al mismo tiempo la psicofisiología y la teoría del conocimiento suponen la existencia de la psicología como una ciencia independiente. Si los representantes de la psicofisiología, en principio, negaron la psicología, esto significaría que los fenómenos psíquicos, después de que son producidos por el cerebro, no son dignos de estudio por cuanto no tienen un significado independiente, real; en otras palabras, esto quiere decir que tales psicofisiólogos mantienen la posición del paralelismo psicofísico, lo que no es otra cosa que un «perfecto» y disimulado dualismo. La teoría del conocimiento, la cual no supone, sino que, contrariamente, niega las investigaciones sobre el proceso del conocimiento desde el punto de vista psicológico, deberá reconocer entonces que la actividad cognoscitiva no es un proceso concreto, sino una «razón pura», cuyo sujeto es un «espíritu puro». De esta manera, tanto la psicofisiología como la teoría del conocimiento decididamente rechazan el materialismo dialéctico e histórico. La psicología es una ciencia concreta sobre aquella nueva forma de actividad de los organismos, en la cual se utilizan los reflejos psíquicos. Dicha actividad psíquica justifica tanto la actividad del cerebro en cuanto a su realización, como la preocupación de los representantes de la gnoseología sobre el criterio de verdad objetiva.

El cerebro emite lo psíquico como reflejo del mundo objetivo; ésta es, pues, la unión evidente entre las dos posiciones vistas anteriormente [17]. Sin embargo, ¿para qué son necesarios los reflejos psíquicos del mundo objetivo, qué utilidad aportan a los organismos? Para una persona que no haya pasado por la escuela del empirismo clásico o de la psicología fisiológica (lo mismo que las consecuentes orientaciones psicológicas, las cuales en realidad no han introducido cambios sustanciales en este problema), la respuesta es muy sencilla: el reflejo del mundo objetivo es necesario para poder actuar en él; y para actuar de una manera acertada, correcta, es necesario que este reflejo sea fiable, correcto.

Sin embargo, las dudas tradicionales obstaculizan, en líneas generales, una respuesta correcta. Estas dudas se refieren a la cuestión sobre de qué manera el reflejo psíquico puede intervenir en las reacciones del organismo. El razonamiento se expresa en los términos siguientes, por ejemplo: la acción externa es en esencia una acción física (en el sentido general de la palabra); la causa de estas acciones son los procesos físicos, fisiológicos. Suponer que el reflejo psíquico participa en este mecanismo fisiológico significa aceptar la influencia de lo «ideal» en lo material, hecho que no puede aceptar ningún naturalista (sin que con ello se arriesgue a romper con las leyes generales de los procesos del mundo material). Suponer que el reflejo psíquico, aunque es producido por el cerebro, en lo sucesivo no interviene en su trabajo, significa regresar a la posición del paralelismo psicofísico, a una variedad penosa del dualismo. Es claro que tenemos derecho a decir que todos estos razonamientos se realizan desde una posición dualista de «lo material y lo ideal», ya que suponen lo ideal como un ser de género específico, y que al lado de esta proposición se puede entonces dejar de lado todos los raciocinios anteriores.

A pesar de todo sigue en pie el problema acerca de cuál es la vía a través de la que los reflejos psíquicos abren posibilidades a un nuevo tipo de acción. En todo caso, nuestra pregunta inicial podría ser formulada de la siguiente manera: ¿para qué necesita el organismo de los reflejos psíquicos del mundo objetivo, cuando existe la evidencia ante nosotros del mundo y al mismo tiempo contamos con los reflejos fisiológicos (los cuales constituyen la base fisiológica de los reflejos psíquicos)? La verdadera dificultad de la cuestión radica en que hasta el momento todas las reacciones y respuestas del hombre y de los animales (desde el punto de vista de los mecanismos fisiológicos en sentido amplio) se entienden como automatismos, en cuyo caso no es posible encontrar un sitio en la «administración» fisiológica del organismo y, por lo tanto, se abre una brecha entre las explicaciones psicológicas y fisiológicas.

Por eso tiene un significado verdaderamente importante dentro de la psicología moderna, habiendo aportado el estudio de la actividad nerviosa superior nuevos datos, que hablan sobre la diferencia existente entre las reacciones automáticas y no-automáticas, y que señalan los posibles mecanismos nerviosos tanto de estas diferencias como del proceso de su realización. La cuestión aquí trata sobre las relaciones entre los reflejos condicionados y la actividad orientadora investigadora, la cual hace ya mucho tiempo había llamado la atención de I. P. Pavlov. En 1932, Pavlov formuló la relación entre ellas de la siguiente manera: «En las condiciones presentes de nuestra experiencia, en la primera aplicación de un agente nuevo, indiferente, que más tarde será el futuro estímulo condicionado, interviene únicamente el reflejo orientador; la expresión motora de éste, en la gran mayoría de los casos y cada vez más, tiende a disminuirse hasta llegar a una extinción completa, (...) cuando el reflejo orientador sigue existiendo, entonces al contrario, el efecto condicionado o está completamente ausente o está muy disminuido, y aparece y crece solamente en la medida en que desaparece el reflejo orientador» [18].

Pavlov ya había demostrado que el reflejo condicionado es muy sensible a los pequeños cambios que se efectúan en las condiciones de la experiencia; algo «nuevo» en relación con la situación corriente provoca inmediatamente un reflejo orientador, el cual (según se acostumbra a hablar en estos casos) se «reanima» y la reacción condicionada se inhibe. De esta manera, en condiciones de laboratorio se establece un tipo de relación antagónica entre los reflejos orientador y condicionado: el reflejo orientador inhibe la actividad refleja condicionada, y el reflejo condicionado inhibe el reflejo orientador.

Las investigaciones posteriores de los psicólogos soviéticos demostraron que esta alta sensibilidad se difunde a todos los componentes de la actividad refleja, no solamente a las condiciones de la experiencia (incluyendo el tiempo empleado en su realización), sino que también en el transcurso de las reacciones condicionadas se manifiesta dicha sensibilidad (lo cual es especialmente notorio en las reacciones motoras), lo mismo que en la cantidad y calidad del refuerzo. Semejante sensibilidad supone que las señales provenientes de todos los componentes entran en un «depósito» de la experiencia pasada, y allí se comparan, se «funden» con los modelos anteriormente formados. Evidentemente en el proceso de formación del reflejo condicionado y de su fijación exitosa en el sistema nervioso central quedan grabados, reflejados estos componentes en calidad de modelos, que se vuelven a verificar en la experiencia. Estos modelos han recibido un nombre especial: inicialmente se les llamó modelos que sirven de refuerzo; N. A. Berstein propuso llamarlos «modelos de necesidad futura» [19]; P K. Anojin los llamó «agentes de la acción» [20]; E. N. Sokolov, al modelo del estímulo condicionado lo llamó «modelo nervioso del estímulo» [21]. El término «modelo nervioso» resultó ser el nombre más adecuado. Posteriormente, nosotros seguiremos utilizando este término para significar el reflejo a nivel fisiológico de todos los modelos nerviosos del reflejo condicionado, y hablaremos del modelo nervioso del excitante (estímulo), modelo nervioso de la reacción (acción) y modelo nervioso del refuerzo (o de la futura necesidad).

Debemos subrayar que los modelos nerviosos representan solamente el reflejo a nivel fisiológico de todos los componentes del reflejo condicionado (de los excitantes, de las reacciones y de los refuerzos). Teniendo en cuenta estos modelos nerviosos es muy fácil representarse los mecanismos que se llevan a cabo entre la actividad orientadora y la actividad refleja condicionada; así, las señales (provenientes del excitante condicionado, de la acción que se realiza y del refuerzo) intervienen en el sistema nervioso central en sus correspondientes modelos y se funden con ellos. En caso de que haya identidad, el proceso nervioso pasa rápidamente a los mecanismos centrales de las reacciones motoras; en caso de no identidad, estos mecanismos se bloquean y la irritación pasa y se transmite a los centros de la actividad orientadora investigativa [22].

El reflejo condicionado (en la medida en que ya ha sido formado) es una reacción automática, y el refuerzo del reflejo condicionado constituye el proceso de su automatización [23]. Esta automatización interviene solamente cuando todas las condiciones del reflejo permanecen constantes, estereotipadas. Cuando en estas condiciones se cuela algo nuevo que amenaza el éxito de la reacción estereotipada, es necesario o cambiar este factor nuevo o retrasar la reacción y averiguar con anticipación en qué consiste esta novedad y en qué medida es significativa. Esta novedad se manifiesta en una discordancia que bloquea la reacción estereotipada y la excitación se transmite al centro de la actividad orientadora investigativa, la cual se pone en acción provocada por la discordancia del elemento irritativo «novedoso». El significado biológico que tiene esta relación con las señales del medio y la finalidad de sus mecanismos se hacen perfectamente comprensible y no dejan duda alguna.

Naturalmente, semejante mecanismo supone que la excitación del nervio sensitivo lleva a partir de su irritante (de su estímulo) el reflejo fisiológico. ¿Es posible demostrar la existencia de este reflejo en el nervio periférico? Aunque es necesario, hay que decir que los modelos nerviosos en las instancias centrales de los reflejos condicionados permanecen hasta ahora como una suposición en calidad de hipótesis. En realidad se trata de una hipótesis sin la cual nosotros no podríamos entender ni la alta sensibilidad del reflejo condicionado (a los cambios en la composición de los irritantes, a los cambios durante la realización de este reflejo y al refuerzo) ni su relación con el esquema cibernético de regulación, al cual indudablemente está sometido. En una palabra, aunque se trate de una hipótesis, resulta necesaria, y sería muy deseable el que se pudiera encontrar su confirmación fisiológica.

En relación con este hecho, es de un interés primordial el así llamado «efecto microfónico» del nervio auditivo, el cual fue establecido por el notable fisiólogo americano E. Weber [24]. La experiencia consistía en lo siguiente: en el nervio auditivo de un gato se introducen dos electrodos, con ayuda de los cuales se suprimen los potenciales de acción del nervio y se transmiten a unos amplificadores que se encuentran en otra habitación. Utilizando un amplificador, los impulsos eléctricos se transmiten a un micrófono dispuesto en la habitación siguiente. Si en el oído del gato (que se encuentra en el primer cuarto) se pronuncia una frase, entonces en el micrófono (que se encuentra en el tercer cuarto) se escucha tan claramente esta frase que se puede reconocer la voz de quién la pronunció, el tono y el timbre de voz.

El nervio auditivo reproduce muy sutilmente (en forma codificada) las particularidades del irritador sonoro, es decir, crea y transmite al reflejo fisiológico una gran exactitud; por supuesto, para el gato la parte significativa de la frase de una persona no es esencial; sin embargo, desde el punto de vista biológico es necesaria para el gato una sensibilidad altamente diferenciada a los irritantes auditivos. El nervio auditivo transmite el reflejo fisiológico que va del excitante al cerebro y donde se fusiona con el «modelo nervioso del estímulo».

De esta manera, las experiencias de Weber sirven, en primer lugar, como demostración directa del reflejo fisiológico, que va del irritador externo a la corriente biológica del nervio sensitivo, y en segundo lugar, como argumento indirecto, aunque de peso, de la existencia de reflejos fisiológicos de los modelos nerviosos en los centros nerviosos superiores. Si no existieran los modelos nerviosos se harían innecesarios los reflejos fisiológicos en el nervio sensitivo, ya que no serían utilizados, y sería absolutamente incomprensible la aparición y el desarrollo de la alta sensibilidad del aparato receptor.

En la concordancia o no concordancia de los impulsos aferentes con los modelos nerviosos centrales estriba precisamente aquel mecanismo nervioso que regula los cambios entre el reflejo condicionado y la conducta orientadora investigativa. Y la actividad orientadora investigativa no es una forma compleja de las reacciones automática, ya que no varía su carácter general, y no es un tránsito a los «ensayos ciegos», donde el significado biológico de éstos está dado por la obtención inmediata de un resultado beneficioso. En cambio, la tarea general y más importante de la actividad orientadora investigativa consiste en descubrir la causa que produce la discordancia, señalar el modo en que debe ser realizada la acción de acuerdo a las nuevas condiciones y solamente después llevarla a cabo. Aquí, la acción está determinada no por una combinación de «estímulos» y por las respuestas motoras del organismo, sino por una nueva relación que se establece entre las cosas, y que se distingue por estar orientada hacia un «fin». Siendo nueva esta relación, no posee todavía ni un significado condicionado (ni incondicionado). Esta nueva relación, que se manifiesta en calidad de «camino hacia un fin», posee solamente un significado de orientación. Esta relación nueva entre las cosas, que debe ser observada en el momento en que aparece ante el sujeto, constituye el resultado inmediato de la actividad orientadora investigativa. Se trata de una relación que se presenta ante el sujeto con su «contenido objetal», es decir, muestra la estrecha correlación entre unos objetos con otros; interviene no como un agente activo, sino como condición de la acción, y, por lo tanto, se «expresa» en el reflejo psíquico.

La actividad orientadora investigativa, en cuanto a su composición operacional, contiene necesariamente el reflejo psíquico. Las imágenes del mundo objetivo constituyen la condición indispensable del tránsito de las reacciones automáticas y autorizadas a las reacciones no-automáticas. La actividad investigativa orientadora de incluye automáticamente como «incoordinación», pero en sí misma ella es una actividad no automática (aunque como veremos más adelante contiene reacciones automáticas, las cuales están sometidas a una orientación activa).

La existencia de un mecanismo especial que regule los cambios entre la conducta refleja condicionada y la conducta orientadora nos sirve como argumento de peso para demostrar que el cerebro realiza lo psíquico no como un epifenómeno indiferente a la actividad interna propiamente fisiológica, sino que precisamente una sola regulación automática de las relaciones con el medio, al hacerse insuficiente, provoca la necesidad del reflejo psíquico. Cuando está a estas exigencias, el cerebro bloquea las reacciones automáticas y traduce, transmite la irritación a los mecanismos de la actividad orientadora investigativa. Junto con su ampliación se lleva a cabo el tránsito desde un nivel puramente fisiológico del reflejo de la situación hasta el nivel siguiente, mucho más alto, el del reflejo psíquico. De tal manera (semejante a la percepción de un cuadro), la parte material del reflejo se aparta de su posición de base, y reflejando en un primer plano el contenido objetal como el campo de las acciones posibles para el sujeto.

Es claro que el reflejo psíquico de una situación no actúa en sí mismo, pero no se trata de un epifenómeno, sino que constituye la condición necesaria para la realización de acciones cualitativamente nuevas, no-automáticas.



Notas

[1] V. I. Lenin, Obras completas, t. 29, p. 330.

[2] Idem, op. cit., t. 42, p. 289.
 
[3] Idem, op. cit., t. 29, p. 330.
 
[4] En la citada intervención de Lenin encontramos la idea de estudiar un problema desde diferentes ángulos y de qué manera hacerlo para evitar la arbitrariedad de la elección (V. I. Lenin, Obras completas, t. 42, pp. 289-290). A este punto volveremos posteriormente en relación a la cuestión del estudio de los problemas entre la psicología y las ciencias afines (cap. 3, § 8, y cap. 5).

[5] V. I. Lenin, Op. cit., t. 18, pp. 264-332.
 

[6] E. du Bois-Reymond, Los límites del conocimiento de la naturaleza. Los siete misterios del mundo, Moscú, 1901 (en ruso).
 

[7] Con esto se explican los intentos idealistas de los notables naturalistas y fisiólogos del sistema nervioso central, como CH. Sherrington, The brain and its Mechanisms, Cambridge, 1934; ídem: Man on bis Nature, Cambridge, 1940; J. Eccles, The neurophysiological basis of mind, Oxford, Clarendon Ress, 1953; E. Adrian, «The consciousness», en Brain and Conscious experience, Berlín, Springer, 1966, pp. 238-247.
 

[8] C. Marx, F. Engels, Obras, t. 23, pp. 80-93.
 

[9] V. I. Lenin, Obras completas, t. 18, p. 117.
 

[10] Idem, op. cit., t. 18 (p. 259).

[11] E. V. Ilenkov, «Lo ideal», en el libro Enciclopedia filosófica, t. 2, Moscú, Enciclopedia Soviética, 1962. También del mismo autor, La lógica dialéctica. Ensayo histórico y teórico, Moscú, Politizdat, 1947, pp. 197-198. También en N. I. Kondakov, Diccionario de consulta sobre lógica, Moscú, Nauka, 1975, p. 188 (en ruso).
 

[12] C. Marx y F. Engels, Obras, t. 23, p. 21.
 

[13] V. I. Lenin, Op. cit., t. 18, p. 151.
 

[14] Idem, op. cit., t. 18, p. 259.
 

[15] B. Spinoza, «Etica», parte primera, en el libro Obras selectas, Moscú, Gospolitizdat, 1957, p. 361 (edición rusa).
 

[16] A. N. Leontiev, Problemas del desarrollo psíquico, Moscú, ed. APN RSFSR, 1959, pp. 159-176.
 

[17] A. V. Petrovsky, Historia de la psicología soviética, Moscú, ed. Prosveschenie, 1967, p. 138 (en ruso).
 

[18] I. P. Pavlov, Obras completas, t. 3, Moscú-Leningrado, 1951, pp. 161-162.
 

[19] N. A. Berstein, Ensayos sobre la fisiología de los movimientos y de la actividad, Moscú, «Medicina», 1966, p. 281.
 

[20] P. K. Anojin, «Características del aparato aferente del reflejo condicionado y su significado en la psicología», revista Cuestiones de Psicología, n.° 6, 1955 (en ruso).
 

[21] E. N. Sokolov, «Modelo nervioso del estímulo», Conferencias de la Academia de Ciencias de la URSS, n.° 4, 1959. El mismo autor: «Neuronal model and the orienting Reflex, en The central Nervous Systems and Behavior, N. Y., 1960. El mismo autor: «El reflejo orientador como sistema cibernético», Revista de la actividad nerviosa superior, I. P. Pavlov, 1963, t. 13, ed. 5ª, pp. 820-822.
 

[22] Esta explicación pertenece al autor anteriormente citado. Idem [18] [19] [20].
 

[23] A. G. Ivanov-Smolensky, «Sobre el reflejo orientador e investigativo», en Revista rusa de fisiología, 1927, t. 10, eds. 3ª y 4ª, pp. 257-265.
 

[24] E. Weber, Theory of Hearing, N. Y., 1970. También en el libro Psicología de la percepción, ed. MGU, 1973, p. 184. También en Fisiología de los sistemas sensoriales, Leningrado, 1972.



Fuente: Galperin, P. Y., Introducción a la psicología, un enfoque dialéctico, Pablo del Río Editor, Madrid, 1979, pp. 37-55.



Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

viernes, 24 de noviembre de 2017

Teoría del reflejo — Serguéi Rubinstein


Serguéi Leonidovich Rubinstein
(1889-1960)

1. Teoría del reflejo.

La relación cognoscitiva entre el hombre y el mundo surge al aparecer la actividad psíquica del cerebro como órgano que sirve para que el organismo pueda relacionarse con lo que le rodea. La acción recíproca que se establece entre el individuo y el mundo; la vida, el hacer práctico del hombre, constituyen la premisa ontológica en virtud de la cual puede surgir, en el individuo, una actitud cognoscitiva respecto al mundo. En su sentido específico, como proceso social, e histórico, el conocimiento del hombre se halla vinculado a la aparición del lenguaje. Sólo la aparición de la palabra permite fijar los resultados del conocimiento, le confiere continuidad, de suerte que el conocimiento no se circunscribe a actos que constituyen una simple repetición y que en esencia se encuentran aislados. Aparece el proceso histórico del conocimiento.

Al producirse la relación cognoscitiva entre el individuo y el mundo, en cuanto realidad objetiva, surge el problema gnoseológico.

¿Qué es, en sí, el conocimiento? A esta pregunta, la teoría materialista dialéctica del reflejo responde de la siguiente manera: el conocimiento es un reflejo del mundo como realidad objetiva. La sensación, la percepción, la conciencia, son la imagen del mundo exterior.

El concepto de imagen (image, Bild, picture) se encuentra muy difundido en las publicaciones filosóficas de las distintas corrientes. Importa poco, pues, repetir una fórmula inicial (o final) en la que se nos afirma que los fenómenos psíquicos sensaciones, percepciones, etc. son imágenes del mundo externo que existe fuera de la conciencia e independientemente de ella. Es necesario, además y ello es lo principal puntualizar el contenido gnoseológico real que se vincula a dicha fórmula en la teoría materialista dialéctica del reflejo. Claro es que todas las variedades de la Bildtheorie (teoría de la imagen) poseen rasgos comunes, los cuales estriban, ante todo, en admitir la existencia de los objetos independientemente de sus imágenes, en contraposición al monismo “epistemológico”, idealista (teorías de Berkeley, de Mach, etc.), que sitúa la sensación en el lugar de los objetos. No ha de subestimarse ni mucho menos ello es obvio el significado fundamental que posee el hecho de que existan rasgos comunes entre todas las teorías del reflejo. Mas el problema que ahora se nos plantea consiste en poner de manifiesto las particularidades específicas de la teoría del reflejo según el materialismo dialéctico, rasgos que la distinguen de las antiguas variedades de la teoría de las imágenes. Ello tiene que realizarse sin perder de vista el rasgo común que se da en todas las teorías aludidas.

El que la sensación, la percepción y la conciencia sean la imagen del mundo exterior, en la teoría materialista dialéctica del reflejo, significa que su contenido gnoseológico no puede separarse del objeto. La imagen no es una cosa ideal, existente al lado del objeto, sino la imagen del objeto. La teoría materialista dialéctica del reflejo hace efectivo el monismo materialista en la solución del problema gnoseológico que trata de la correspondencia existente entre la imagen y el objeto. Esto es lo que diferencia de manera esencial la teoría materialista dialéctica del reflejo de la picture-theory (o Bildtheorie), del denominado realismo representativo (Descartes, Locke y sus discípulos). [1] La imagen lo es siempre de algo que se encuentra fuera de ella. El concepto mismo de imagen presupone relación hacia algo reflejado por ella. La sensación, la percepción, etc., llegan a ser imagen sólo en virtud de su relación con el objeto del que son imagen. La imagen, por ende, no constituye un algo ideal existente en el mundo interior de la conciencia de modo semejante a como un objeto real existe en el mundo de la materia; tampoco es, el objeto, una imagen exteriorizada. La imagen como tal se constituye por la relación cognoscitiva de una impresión sensorial respecto a la realidad que se halla fuera de dicha imagen y que no queda reducida al contenido de la imagen.

La filosofía no soviética, sobre todo la anglo-norteamericana, sitúa hoy, en el centro de la discusión gnoseológica, la lucha entre el representacionismo y el presentacionismo, o teoría según la cual lo único que llega a conocerse es lo dado de manera inmediata, lo denominado sense-data (cf. más adelante en el capítulo donde se trata de la percepción). La discusión entre dichas teorías reproduce, en esencia, la lucha de Berkeley contra Locke. El representacionismo se declara “realismo”; admite que el objeto del conocimiento son las cosas, pero como para esta teoría las ideas constituyen un estado puramente subjetivo, la relación de las ideas, de las sensaciones y de los pensamientos con los objetos no pasa de ser una correlación entre miembros, heterogéneos por su esencia, de dos series paralelas. El presentacionismo, aprovechando la debilidad del representacionismo, intenta demostrar que los únicos objetos susceptibles de ser realmente conocidos son los datos sensibles inmediatos: sense-data; resulta, pues, que el presentacionismo es fenomenalismo.

El denominado realismo representativo parte de la separación que establece entre imagen y objeto, y de la contraposición externa de los mismos. La imagen se transforma en algo ideal que existe primero en la conciencia, sin relación alguna con el objeto, de modo semejante a como el objeto material, la cosa, existe en el mundo material. La imagen y el objeto se conciben como dos cosas pertenecientes a dos mundos: la imagen, como perteneciente al mundo interior, espiritual, de la conciencia; el objeto, al mundo exterior de la realidad material. Este concepto de la imagen constituye, además, el concepto básico de la psicología introspectiva.

El realismo representativo pretende demostrar que tales imágenes subjetivas, ideas, “representan” a las cosas y “corresponden” a las cosas. Ello no obstante dadas la premisas dualistas de que parte el realismo a que nos referimos, queda como suspendida en el aire la correspondencia indicada entre ideas y objetos. Resulta imposible comprobar que existe esta correspondencia partiendo del concepto que tiene de las “ideas” el realismo “representativo”, concepto que estriba en considerar las “ideas” como puros estados subjetiyos de la conciencia. La conciencia, cerrada en la esfera de sus “ideas”, de ningún modo puede “confrontarlas” con los objetos. El idealismo, en su intento de reducir la verdad a la correspondencia de las ideas con las propias ideas, ya hizo uso de dicha circunstancia.

El argumento fundamental del idealismo consiste en lo siguiente: en el proceso del conocimiento, de ningún modo podemos “saltar más allá” de las sensaciones, de las percepciones y de los pensamientos; por ende, no podemos llegar a la esfera de las cosas; en consecuencia, es necesario admitir que las sensaciones y las percepciones constituyen el único objeto de conocimiento posible. En la base de este argumento “clásico” del idealismo, se encuentra la idea de que, para llegar a la esfera de los objetos reales, es necesario salir de la esfera de las sensaciones, percepciones y pensamientos, lo cual, naturalmente, para la cognición, resulta imposible.

Este razonamiento presupone de antemano que está demostrado lo que trata de demostrar. Se da por supuesto que la sensación y la percepción son meras formaciones subjetivas, externas por lo que respecta a los objetos a la realidad objetiva. El hecho es, empero, que los objetos participan en la génesis misma de las sensaciones. Las sensaciones, al producirse como resultado de la acción de los objetos sobre los órganos de los sentidos, sobre el cerebro, se encuentran vinculadas, en su génesis a dichos objetos, En su tiempo, Berkeley, criticando precisamente al realismo representativo por su incapacidad de dar una base al conocimiento del mundo exterior, sostuvo el criterio de que los datos sensoriales constituyen los únicos objetos de conocimiento y situó, por ende, dichos datos sensoriales en el lugar de los objetos. El mismo camino sigue hoy el neorrealismo. En efecto, si se admiten las premisa s iniciales del realismo representativo, es decir, si se considera que las imágenes, las ideas, son meros estados subjetivos de conciencia (aunque afloren en nuestra conciencia por influjos externos), resulta vano todo intento que se haga para salir de la esfera del mundo subjetivo, del mundo de las ideas, de la conciencia, para pasar al mundo de los objetos reales, físicos, materiales. El error del representacionismo, empero, no se corrige, sino que se acentúa al situar dichos datos sensoriales, en calidad de únicos objetos inmediatos de la conciencia, en el lugar de las cosas, como hacen Berkeley y el neorrealismo contemporáneo.

Tomar las imágenes, las ideas, los fenómenos cognoscitivos y separarlos de los objetos materiales, lleva al paralelismo. La correlación entre ideas y cosas no puede ser más que una correspondencia sin que se sepa cómo se ha establecido ni quién la establece de los elementos de distinto género que constituyen dos series paralelas. Admitido un paralelismo semejante entre los fenómenos de la conciencia y los fenómenos del mundo material, en el mejor de los casos, las imágenes y las ideas sólo pueden ser signos de realidades materiales, con las que se encuentran, únicamente, en correspondencia formal; signos que coinciden con tales realidades sólo por correlaciones externas que de ningún modo ponen de manifiesto cuál es la esencia de las cosas; el auténtico conocimiento de las cosas se hace imposible y el problema gnoseológico resulta insoluble.

Esta concepción de la imagen lleva inevitablemente a consecuencias fatales. Si se acepta, ya no hay modo de librarse de las contradicciones, de los problemas ficticios y, por ende, insolubles. La doctrina de la percepción se atasca en la necesidad de resolver un enigma; de qué modo la imagen interior de la conciencia se lleva al exterior y de qué modo desde el mundo de la conciencia penetra en el mundo material, exterior, de las cosas. Dado que según la premisa inicial la imagen es concebida como objeto ideal sui géneris, al margen, por su naturaleza interior, de toda relación con los objetos del mundo material, queda excluida de antemano la posibilidad de resolver de manera justa el problema concerniente a los vínculos entre imagen y objeto.

En realidad, no existe la imagen como objeto ideal, separado del objeto material o puesto en lugar de este último, sino que existe la imagen del objeto. Ahora bien, la imagen del objeto no es su signo. La imagen en general, sin relación con el objeto del cual es un reflejo, no existe. Lo que nosotros percibimos no son imágenes, sino objetos, cosas materiales en imágenes. Es imposible separar del objeto la imagen sin destruirla. El camino inicial lleva no de la conciencia a las cosas, sino de éstas a la conciencia. Por este motivo, el problema que trata de cómo la percepción pasa de las imágenes a las cosas, constituye un problema erróneamente planteado. Intentar resolverlo planteado de esta forma, significa caer en una trampa y encontrarse, junto al idealismo, en un callejón sin salida. [2]

Al dualista, que rompe el vínculo interno existente entre la imagen y el objeto, no le quedan mas que dos soluciones:

1) Contraponer la imagen al objeto, cerrándose en el mundo interior de la conciencia (dualismo relativo a las imágenes como fenómenos de conciencia y las cosas en sí, al mundo espiritual y el material a la experiencia externa e interna; en gnoseología, realismo representativo; en psicología, introspeccionismo).

2) Situar la imagen en el lugar del objeto material. Tal es la solución que en filosofía defienden Bergson [3], los partidarios de Mach, los neorrealistas, los positivistas-fenomenalistas, los pragmatistas, las distintas variedades del monismo epistemológico, etc.

La teoría del reflejo basada en el monismo materialista supera las formas y las consecuencias del dualismo en lo que respecta a las imágenes y a los objetos, así como todas las variedades de monismo epistemológico de los idealistas declarados, de los neorrealistas, de los positivistas, de los pragmatistas, etc., variedades que se reducen, en el fondo a que las imágenes, los datos sensoriales y las ideas, se identifican con las cosas y se sitúan en el lugar de estas últimas. Los monistas epistemológicos se equivocan al presentar su criterio como superación del subjetivismo, por el hecho de considerar las ideas y las imágenes no como estados subjetivos, sino como cosas reales y por el hecho de denominarse “realistas”.

La diferencia radical, de principio, que existe entre la teoría materialista dialéctica del reflejo y la denominada picture-theory o Bildtheorie (teoría de la imagen) del realismo representativo teoría construida sobre una base dualista nos viene determinada por el monismo materialista.

En el problema, concerniente a la relación gnoseológica entre imagen y objeto, la expresión concreta del monismo materialista queda formulada en la siguiente tesis: la imagen del objeto es una forma del reflejo de la existencia de las cosas; es una forma ideal, es decir, reflejada en el sujeto, en su cerebro. Esto significa que la imagen del objeto no es el objeto mismo, ni es tampoco el signo del objeto, sino su reflejo.

La diferencia de principio que existe entre la teoría materialista dialéctica del reflejo y la teoría tradicional de la imagen (Bildtheorie) halla su manifestación en la diferencia radical que presenta la doctrina del materialismo dialéctico acerca de la verdad como conformidad del pensar al ser, respecto al punto de vista del realismo representativo que habla de correspondencia entre uno y otro. Según el realismo representativo, todo juicio (A es B) afirma algo en relación con mis pensamientos; esta afirmación resulta verdadera si se pone de manifiesto que en la realidad las cosas se producen como en mi pensar. (Pero no se sabe de qué modo puede verse si es así o no, dado que, según la tesis inicial, el ser sólo tiene vigencia, para mí, en los pensamientos, en los fenómenos de la conciencia.) De este modo, la conformidad del pensar y el ser exponente de la verdad se interpreta como correspondencia externa entre los miembros de una serie de fenómenos y los de la otra serie, en el espíritu del paralelismo dualista. En realidad, el juicio es una afirmación no acerca de los pensamientos, sino acerca del objeto de dichos pensamientos, acerca del ser. El carácter verdadero de los juicios radica en la conformidad entre lo que afirmamos del ser, del objeto de nuestros pensamientos, y el propio ser; no radica en la conformidad entre el ser y lo que afirmamos de nuestros pensamientos, Esta última manera de enfocar el problema excluye , en esencia, la existencia de la verdad en el auténtico sentido de la palabra. La verdad no es algo externo respecto al conocimiento, dado que éste tampoco es algo externo en relación con el ser. El conocimiento constituye la elucidación del ser por, parte del sujeto, quien existe no porque piensa y entra en conocimiento de las cosas, sino que, por el contrario, piensa y entra en conocimiento de las cosas porque existe. Decir de los pensamientos que son verdaderos, y decir que son un conocimiento de su objeto, equivale a decir lo mismo. El conocimiento no es algo externo en relación al ser; la verdad no es externa en relación al conocimiento. Lo normal para el pensamiento es ser conocimiento, por tanto, ser una forma del reflejo de la existencia de su objeto.

La verdad es objetiva en virtud de su conformidad con el objeto, el cual es independiente del sujeto, del hombre, de la humanidad. A la vez, como tal verdad, ésta no existe fuera y al margen de la actividad cognoscitiva del hombre. La verdad objetiva no es la propia realidad objetiva, sino el conocimiento objetivo de esta realidad por parte del sujeto. De esta suerte, en el concepto de realidad objetiva, halla concentrada expresión la unidad que forman la actividad cognoscitiva de sujeto y el objeto de conocimiento.

Si en la premisa inicial se admite que los fenómenos psíquicos son puramente subjetivos, ningún argumento podrá luego rectificar este error, no habrá forma de restablecer el nexo entre lo psíquico y la realidad objetiva ni habrá modo de explicar la posibilidad de que esta realidad sea conocida. Es necesario excluir esta comprensión subjetivista de los fenómenos psíquicos en el punto de partida. Los fenómenos psíquicos surgen durante el proceso de acciones recíprocas que se produce entre el sujeto y el mundo objetivo, proceso que se inicia con la acción de las cosas sobre el individuo. En las cosas se encuentra la fuente de donde proceden todas las representaciones acerca de dichas cosas. La vinculación de los fenómenos psíquicos a la realidad objetiva se da en el propio origen de tales fenómenos, constituye la base de la existencia de los fenómenos psíquicos.

Por su propio sentido y por su esencia, la conciencia siempre es un tener conciencia de algo que se encuentra fuera de ella. La conciencia es el adquirir conciencia de un objeto que se encuentra fuera de ella en el proceso que, en virtud de este acto, se produce, el objeto se transforma y se presenta como sensación, como pensamiento. Naturalmente, no se niega, con esto, la diferencia entre la conciencia y su objeto, el ser; pero se subraya la unidad de la conciencia, de la sensación, del pensamiento, etc., con su objeto y también el hecho de que la base de dicha unidad radica en el objeto. En esta concepción de los fenómenos psíquicos, halla su expresión inicial el monismo materialista en la teoría del conocimiento.

En la relación gnoseológica que se da entre los fenómenos psíquicos y su objeto, se pone de manifiesto la contraposición de lo subjetivo y lo objetivo, de importancia esencial en el plano gnoseológico. Para que esta contraposición, al subrayarse, no lleve al dualismo, es necesario descubrir también la unidad que le sirve de marco. Éste el motivo de que sea importante subrayar no sólo la contraposición, sino, además, la unidad inicial que se dan entre las sensaciones, los pensamientos y la conciencia por una parte y la realidad objetiva por otra, de la cual los fenómenos citados son reflejo.

La concepción idealista del mundo descansa en el principio de que los fenómenos psíquicos subjetivos forman un “mundo” interior cerrado en sí mismo. Prisionero de esta concepción del mundo, el pensamiento filosófico se esfuerza en vano para ver si logra romper este subjetivismo cerrado y se abre paso al mundo objetivo.

El monismo del materialismo dialéctico parte de la objetividad externa del mundo. En ello se basa la teoría del reflejo, que se proyecta hacia los fenómenos psíquicos. Tal es la revolución llevada a cabo por la teoría del reflejo.

Tenemos, pues, que la primera particularidad diferencial de la teoría materialista dialéctica del reflejo, estriba en que dicha teoría elimina la separación de la imagen y objeto y su contraposición dualista. El contenido gnoseológico de la imagen (de la sensación, de la percepción, etc.) es inseparable del objeto.

Del mismo modo que no puede ser separada del objeto, la imagen se halla tambn indisolublemente unida al proceso del reflejo, a la actividad cognoscitiva del sujeto.

Si se separa la imagen del proceso del reflejo, se da un valor sustancial falso a la primera, se llega al aniquilamiento del propio objeto de investigación psicológica y se da pie a toda interpretación errónea tanto en lo que afecta a la imagen como en lo que concierne al proceso del reflejo. [4] De este modo se falsea todo el proceso del reflejo: a un lado se encuentra el proceso fisiológico material; al otro, la imagen ideal que surge de este proceso sin que se sepa de qué modo. Además, la imagen, como algo ideal, se contrapone inevitablemente al proceso material, con lo que se separa del mismo. (Tal fue la separación que llevó a cabo Russell cuando era partidario del idealismo objetivo.) No requiere ninguna demostración especial la afirmación de que admitir la existencia separada de algo puramente ideal constituye la quintaesencia del idealismo. La verdad es que en ningún lugar encontramos una imagen como algo ideal que existe de modo aislado. No se da al margen de la actividad refleja del sujeto, de su cerebro, Obsérvese, además, que esa actividad en el proceso de la cual surge la imagen sensorial del objeto, no constituye el único acto general de la imagen acto que la separa de los procesos fisiológicos materiales, que le son extraños, sino que constituye, dicho acto generador de la imagen, una serie coordinada de actividades sensoriales, como son el análisis sensorial y la diferenciación de las distintas propiedades del objeto, y la síntesis sensorial que agrupa distintas cualidades sensoriales en la imagen unívoca del mismo. La imagen se halla vinculada a la actividad refleja no sólo por su origen, sino, además, por su esencia.

De esta manera, al vincular indisolublemente la imagen a la actividad refleja del sujeto, la teoría del reflejo se opone a toda consideración de la imagen como sustancia ideal, se opone a que se le atribuya ningún sentido hipostático.

A ello está enlazada la segunda diferencia radical de la teoría materialista dialéctica del reflejo respecto al materialismo metafísico de la Bildtheorie. “La desgracia fundamental del materialismo metafísico —escribió Lenin— estriba en su incapacidad para aplicar la dialéctica a la Bildtheorie, al proceso y al desarrollo del conocimiento”. [5]

Los materialistas anteriores a Marx concebían el reflejo como huella pasiva de los objetos, resultado de su acción mecánica sobre aquello en que se reflejaban. Diderot comparó el cerebro a la cera sobre la cual las cosas dejan su impronta. Para los materialistas de esa época, el reflejo constituía la recepción pasiva por parte del sujeto, de su cerebro, de una acción externa; para el materialismo dialéctico, es el resultado de una interacción entre el sujeto y el mundo objetivo, es el resultado de una acción del mundo exterior y de la reacción que dicha acción provoca en el sujeto, en su cerebro. El reflejo no es una imagen estática, fruto de la recepción pasiva de la acción mecánica de los objetos; el reflejo de la realidad objetiva es, de por sí, un proceso, una actividad del sujeto, en el transcurso de la cual la imagen del objeto va haciéndose cada vez más adecuada al objeto.

Sólo pasando de la concepción de la imagen o de la idea como algo estático a su concepción como un proceso, como una actividad cognoscitiva, a la dialéctica concreta del sujeto y del mundo objetivo en sus recíprocas influencias, cabe resolver de manera apropiada el problema del conocimiento, el problema de lo ideal y de lo material, problema básico de la filosofía.

El hecho de que la actividad psíquica sea un reflejo significa, también, que el reflejo es una actividad, un proceso. A esta tesis se encuentra ligado el profundo cambio sufrido por el concepto mismo de reflejo, el cual era tenido por los materialistas anteriores a Marx como mera relación entre el objeto y su huella ideal. En la teoría del reflejo de dichos materialistas, lo fundamental aparece como correlación inmediata entre el objeto y la imagen. Para la teoría materialista dialéctica del reflejo, el principio inicial es el que afirma la existencia de una acción recíproca entre el hombre como sujeto y el mundo; la correspondencia entre estas dos realidades aparece en este caso como lo básico, como lo que sirve de punto de partida. La imagen, la idea, existe sólo en la actividad cognoscente del sujeto que actúa sobre el mundo objetivo y sufre la acción del mismo. La relación entre lo psíquico y el mundo, tomada en lo que tiene de carácter concreto, se ve en la unidad del proceso cognoscitivo como relación de lo subjetivo a lo objetivo. La relación entre la idea o imagen como algo ideal y el objeto como cosa material no es más que un aspecto destacado de modo abstracto, no es más que un aspecto de dicha relación inicial. La delimitación de este aspecto especial no es más que una abstracción justificada, necesaria, mas sin pasar de abstracción que pone de manifiesto sólo una faceta, un aspecto de la relación que se da efectivamente entre la actividad psíquica y el mundo, relación tomada en su aspecto concreto. La relación en sí es un proceso, una actividad, una interacción. La imagen, incluida en este proceso sólo en él tiene existencia sale de la relación presuntamente estática respecto al objeto. En su auténtico aspecto, dicha relación se ofrece como proceso de la actividad cognoscitiva del sujeto. En esta actividad, un elemento determinante del objeto, una imagen, es sustituido por otro más apropiado, más profundo. En la evolución de este proceso la imagen se va acercando de modo incesante y dialéctico al objeto; cada vez se descubre de manera más completa el objeto en la imagen, pero sin que sea posible agotar, nunca, la infinita riqueza de aquél (cf. también el capítulo III, apartado 2, y el IV, apartado 1 b), del presente trabajo).

La teoría materialista dialéctica del reflejo constituye, en realidad, una aplicación del principio del determinismo en su concepción materialista dialéctica sobre el proceso del conocimiento, principio que nos dice, como hemos visto más arriba, que las causas externas actúan a través de las condiciones internas. Todo proceso es determinado por las condiciones objetivas externas y se refracta a través de las leyes internas del proceso dado. Esto también es cierto para el proceso de cognición. Cabe definir la teoría materialista dialéctica del reflejo aplicando al proceso del conocimiento el principio del determinismo anteriormente formulado.

El pensamiento es determinado por su objeto, mas el objeto no determina al pensar de modo inmediato, sino en forma mediata, a través de las leyes propias de la actividad pensante teleyes del análisis, de la síntesis, de la abstracción y de la generalización—, actividad que transforma los datos sensoriales, que no ponen de manifiesto en su aspecto puro las propiedades esenciales del objeto, y que lleva a la reconstitución mental del objeto en cuestión.



Notas

[1] Acerca del denominado realismo representativo cf. Roy Wood Sellars, The Philosophy of physical Realism, Ch, II — “Idealism an Interlude” & “Traditional representative Realism”. Nueva York. 1932, págs, 31-38.

[2] Todo lo que acabamos de decir respecto a la percepción puede aplicarse, en principio, a la representación. Por lo común, las representaciones se presentan como imágenes internas —y como tales son estudiadas a menudo—, separadas de las cosas, dado que una representación, a diferencia de la percepción, es la imagen de un objeto que en el momento dado no se halla presente. Ello no obstante, también las imágenes de las representaciones lo son de objetos, surgen como resultado de la acción de los objetos; su reproducción se debe, otra vez, en principio a la acción de las cosas, si no de las mismas cosas a que la representación hace referencia, por lo menos de otras relacionadas con éstas en momentos anteriores y con su representación. El sujeto puede actualizar motu propio una representación u otra en ausencia del objeto que ella representa, porque la representación queda objetivada en la palabra y puede actualizarse sin la acción inmediata de las cosas (excitaciones del primer sistema de señalización), por medio de la palabra (excitación del segundo sistema de señalización). Resulta, pues, que también la representación constituye una imagen interior no en el sentido de la psicología introspectiva idealista, que separa la imagen como si perteneciera al mundo interior de los objetos materiales. La representación puede definirse como la imagen interior, sólo en la medida en que se diferencia de la percepción, sin que ello signifique que se da al margen de la cosa, del objeto a que ella —la representación— se refiera.

[3] Henri Bergson, Matiére et mémoire, Ch. I — “De la sélection des image por la représentation. Le role du corps”, págs. 58-71; ch. IV — “De la délimitacion et de la fixation des images. Perception et matiére. Ame et corps”, págs. 244-249. Ed. París, 1914.

[4] Desvincular la imagen del proceso que la engendra, separar imagen y proceso constituye, en particular, el procedimiento más importante a que recurren los neorrealistas contemporáneos ingleses y norteamericanos, así como los pragmatistas, para desarrollar sus ideas en el plano teórico. El hecho se manifiesta con singular claridad y rudeza —como ya se ha indicado— en Russell. Así, en la percepción, Russell desvincula la imagen de la percepción (percept), de la percepción como proceso (perception). El neorrealismo, continuador de las doctrinas de Mach, necesita separar imagen y proceso psíquico a fin de poder situar sin obstáculos la primera en el lugar del objeto. Por otra parte, el proceso del que se excluye la imagen pierde su contenido psicológico, deja de ser un proceso psíquico. Se esfuma lo psíquico, como objeto de la investigación psicológica. Ésta es la razón de que en la psicología neorrealista y pragmatista triunfe el behaviorismo: la conciencia se elimina del hombre y se coloca en el lugar del ser. ¡Al hombre como objeto de la psicología, no le quedan mas que reacciones! Russell utiliza la desintegración de la percepción en imagen (percept) y proceso (perception) para demostrar su neutralidad en la lucha entre materialismo e idea1ismo, para demostrar que él, a su modo de ver, se encuentra por encima de las partes contendientes.

[5] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Moscú, 1947, pág. 330.



Fuente: Serguéi Leonidovich Rubinstein, El ser y la conciencia, Editorial Grijalbo, CDMX, 1963.



Transcrito por C. Amaru para Partyinost