sábado, 15 de septiembre de 2018

Leyes dialécticas universales del desarrollo


La materia se encuentra en estado de movimiento y desarrollo eternos e ininterrumpidos. La dialéctica —la doctrina más completa, armoniosa y profunda del desarrollo— es la esencia del marxismo-leninismo, su base teórica fundamental. Las leyes universales de la dialéctica revelan los rasgos esenciales de todo fenómeno en desarrollo, cualquiera que sea el campo de la realidad a que pertenezca.

1. La dialéctica materialista como ciencia de la concatenación universal y del desarrollo

La moderna concepción científica del mundo se asienta firmemente en el principio del movimiento, la mutación y el desarrollo como principio fundamental universal del ser y del saber. Este principio se ha abierto camino a lo largo de toda la historia del pensamiento humano en lucha contra las distintas concepciones metafísicas.

La filosofía ha desempeñado un magno papel en la afirmación de la idea del desarrollo y en la elaboración de la teoría científica de éste. Mucho antes ya de que las ciencias concretas que tratan de la naturaleza y de la sociedad supieran enfocar desde el punto de vista del desarrollo los problemas que estudian, la filosofía adelantó el enunciado referente al desarrollo como principio fundamental del ser. Numerosos filósofos de la Grecia antigua consideraban que todo el mundo y cada objeto eran resultado de un proceso de formación. Cierto que sus opiniones, pese a toda su perspicacia, eran ingenuas. Pero el propio hecho de que se plantease el problema del desarrollo como ley universal de todo lo existente dejó ya una profunda huella en la historia de la cognición del mundo. Con posterioridad, apoyándose en las ramas concretas del conocimiento, la filosofía elaboró ideas cada día más profundas sobre la esencia del desarrollo. Mas para ello hubo de recorrer un camino complicado y nada rectilíneo. Durante varios siglos predominó la concepción metafísica del mundo como doctrina que proclamaba la inmutabilidad y la constancia de las cosas y de sus propiedades. Y sólo a fines del siglo XVIII, aproximadamente, empezaron a penetrar de nuevo en la ciencia y la filosofía las ideas del desarrollo, del cambio, pero basadas ya en un estudio profundo de la naturaleza.

La dialéctica materialista surgió como resultado de la sintetización de las conquistas de la ciencia, y también de la experiencia histórica de la humanidad, la cual demostró que la vida social y la conciencia humana, lo mismo que la naturaleza, se encuentran en estado de cambio y desarrollo constantes. De conformidad con ello, la dialéctica es definida en la filosofía marxista-leninista como la ciencia «de las leyes generales que rigen la dinámica y el desarrollo de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento» [1], como «la doctrina del desarrollo en su forma más completa, más profunda y más exenta de unilateralidad, la doctrina de la relatividad del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en constante desarrollo» [2].

Es imposible comprender el concepto de desarrollo sin los conceptos de concatenación, interdependencia e interacción de los fenómenos. Fuera de la conexión e interacción de los diferentes objetos, así como de los distintos aspectos y elementos dentro de cada objeto, sería imposible todo movimiento. De ahí que Engels dé también a la dialéctica la denominación de «ciencia de la concatenación universal» [3]. Al definir en el artículo Carlos Marx los rasgos más esenciales de la dialéctica, Lenin subraya especialmente la «interdependencia e íntima e inseparable concatenación de todos los aspectos de cada fenómeno (con la particularidad de que la historia pone constantemente de manifiesto aspectos nuevos), concatenación que ofrece un proceso único y lógico universal del movimiento...» [4]

Para comprender justamente cualquier fenómeno es preciso considerarlo en conexión con otros fenómenos, conocer su origen y su desarrollo ulterior.

La conexión entre los objetos tiene carácter diverso: unos fenómenos están vinculados directamente; otros, a través de una serie de eslabones intermedios; pero la conexión es siempre interdependencia, interacción.

En el mundo, todos los sistemas se forman únicamente como resultado de la acción recíproca de los elementos que los integran. De la misma manera, todas las propiedades de los cuerpos surgen sobre la base de la interacción y del movimiento y se manifiestan a través de ellos. La interacción es universal: comprende los múltiples cambios de las propiedades y los estados de los objetos, todos los tipos de nexos existentes entre ellos.

En el mundo no hay fenómenos absolutamente aislados: cada uno está condicionado por otros. Un fenómeno arrancado de su conexión natural se transforma en algo inexplicable, irracional. Está claro que en el proceso cognoscitivo, para estudiar un objeto u otro, lo separamos en los primeros momentos de la concatenación universal. Pero tarde o temprano, la lógica de la investigación hace imprescindible restablecer esa concatenación, pues de otro modo es imposible recibir una imagen verdadera del objeto.

Cada fenómeno y todo el mundo en su conjunto constituyen un complejo sistema de relaciones, cuyo aspecto más esencial es la conexión e interacción de las causas y los efectos. Gracias a esta conexión, unos fenómenos y procesos engendran otros, se pasa de unas formas del movimiento a otras: se realizan el movimiento y el desarrollo eternos.

El mundo no aparece como un amontonamiento caótico y accidental de objetos, acontecimientos y procesos, sino como un todo regular en el que reinan leyes objetivas, independientes de la conciencia y la voluntad de los hombres.

La concatenación universal, la acción recíproca de los fenómenos y procesos, debe encontrar su reflejo en la interrelación de los conceptos humanos. Sólo en ese caso puede el hombre conocer el mundo en su unidad y su movimiento. El concepto científico o el sistema de conceptos formados por el hombre en el proceso cognoscitivo no es otra cosa que el reflejo de los nexos internos de los fenómenos y procesos entre sí.

La ciencia ha tendido siempre, de una forma o de otra, a descubrir los nexos de los fenómenos. Pero el estudio de los diversos fenómenos como un todo único conexo jamás ha ocupado en la ciencia un lugar tan importante como en nuestro tiempo. El análisis de los fenómenos y procesos como sistemas, —es decir, como integridades cuyos elementos y partes se encuentran en conexión e interdependencia determinadas y que son ellas mismas aspectos y partes de sistemas más amplios— es una peculiaridad característica de la ciencia contemporánea.

La misión, el objetivo de la ciencia consiste, ante todo, en concebir la naturaleza y la sociedad como un proceso regular del movimiento y del desarrollo, como un proceso condicionado y dirigido por leyes objetivas. Ahora bien, ¿qué es ley? Ley es el nexo interno y el condicionamiento mutuo de los fenómenos. Pero no todo nexo de los fenómenos y procesos es una ley, una regularidad. La ley se caracteriza precisamente por la relación esencial, estable, reiterada e interna inherente a los fenómenos y por su condicionamiento mutuo.

La relación (o nexo) puede ser también externa, no esencial, originada por una coincidencia o un entrelazamiento casuales de circunstancias. Este nexo deja su huella en el desarrollo, pero no lo determina. La ley, en cambio, es una expresión de la necesidad, es decir, de una relación que determina, si se dan ciertas condiciones, el carácter del desarrollo. Tal es, v. gr., la relación existente entre el régimen económico de la sociedad y otros fenómenos sociales (el Estado, las formas de la conciencia social, etc.). El cambio del régimen económico origina de manera necesaria cambios regulares de otros aspectos de la vida social.

Toda ley representa cierto nexo estable entre los propios fenómenos o entre sus propiedades. Expresa, por consiguiente, una relación en la que el cambio de unos fenómenos suscita un cambio totalmente definido de los demás.

La ley es la forma de la universalidad. El conocimiento de las leyes nos permite captar en conceptos el mundo complejo y multiforme en su unidad, en su integridad. «El concepto de ley es  u n  grado del conocimiento por el hombre de la unidad y la concatenación, de la interdependencia e integridad del proceso universal» [5].

Apoyándose en el conocimiento de las leyes de la naturaleza y de la sociedad, los hombres actúan de una manera consciente, prevén el advenimiento de unos u otros acontecimientos, transforman en provecho propio los objetos de la naturaleza y sus propiedades y cambian con fines concretos las condiciones sociales de su vida. «Una vez se ha penetrado en la conexión de las cosas —decía Marx—, se viene abajo toda la fe teórica en la necesidad permanente del orden actual, se viene abajo antes de que dicho orden se desmorone prácticamente» [6].

No es casual, por ello, que la doctrina materialista sobre el desarrollo regular de la naturaleza y de la sociedad sea atacada por los adversarios del conocimiento científico fidedigno y por quienes están interesados en eternizar el orden de cosas caduco.

Los filósofos idealistas intentan negar el carácter objetivo de las leyes, considerando que son fruto de la razón humana. Por ejemplo, el idealista subjetivo Karl Pearson dijo: «En la acepción científica de la palabra, la ley es, en esencia, un producto del espíritu humano y carece de sentido al margen del hombre. La ley debe su existencia al poder creador de su intelecto. Tiene mayor sentido afirmar que el hombre dicta leyes a la naturaleza que lo contrario, es decir, que la naturaleza dicta leyes al hombre» [7]. Si las leyes fuesen dictadas a la realidad por el hombre mismo, la ciencia sería impotente para predecir los fenómenos futuros, y el hombre no podría crear, sobre la base de las leyes objetivas conocidas, diferentes dispositivos técnicos que facilitan la conquista y la transformación del mundo exterior. La dialéctica materialista no se dedica a inventar, a crear artificialmente nexos y leyes, sino que señala a la ciencia la tarea de descubrirlas en el propio mundo objetivo.

Examinemos ahora los tipos fundamentales de leyes objetivas. Pueden ser divididas en tres grandes grupos: 1) parciales, que expresan las relaciones entre las propiedades específicas de los objetos o entre los procesos en el marco de una u otra forma del movimiento; 2) generales, para grandes conjuntos de objetos y fenómenos, y 3) universales. Las primeras se manifiestan en ciertas condiciones concretas y tienen un campo de acción muy limitado. El segundo grupo comprende las leyes que expresan la conexión entre propiedades relativamente generales de muchos objetos materiales cualitativamente heterogéneos, entre fenómenos que se repiten con frecuencia. Entre ellas figuran, por ejemplo: en física, las leyes de la conservación de la masa, la energía, la carga y la cantidad de movimiento; en biología, la ley de la selección natural. Las leyes del tercer grupo expresan las relaciones dialécticas universales entre todos los fenómenos existentes, entre sus propiedades, entre las tendencias del cambio de la materia. A la par con la diversidad cualitativa, es inherente también a la materia cierta unidad interna, que se manifiesta en la concatenación universal y el condicionamiento de todos los fenómenos, en el desarrollo histórico y en la transformación de unas formas de la materia en otras. Esta unidad precisamente es la que expresan las leyes universales.

Como ciencia filosófica la dialéctica tiene por objeto las leyes universales.

Las leyes de la dialéctica rigen en todas partes, abarcan todos los aspectos de la realidad. Son leyes de la naturaleza, de la sociedad y del pensamiento. Por eso tienen una significación metodológica cognoscitiva universal. Y en consecuencia, la dialéctica no es un método de una rama cualquiera del saber, sino el método universal de la actividad cognoscitiva de los hombres. Importa tener presente que la dialéctica no es una «ganzúa universal» con la que se puede «abrir» cualquier secreto científico. La importancia cognoscitiva de la dialéctica consiste en que señala el enfoque justo, el punto de vista verdadero sobre la realidad; mas ese enfoque puede efectuarse solamente con un estudio concreto de los fenómenos.

Las leyes universales del desarrollo son elaboradas por la dialéctica como leyes del ser y leyes del saber, que por su esencia, por su contenido, son únicas. Fuera de esta unidad no es posible ningún conocimiento verdadero, ningún pensamiento verdadero. Por eso, la dialéctica es no sólo la doctrina de las leyes del desarrollo del ser, sino también la teoría del conocimiento, la lógica, es decir, la doctrina de las formas y leyes del pensamiento. Las leyes de la dialéctica, que tienen un contenido objetivo, son a la vez peldaños de la cognición, formas lógicas del reflejo de la realidad auténtica.

Pasemos ahora al análisis concreto de las leyes fundamentales de la dialéctica.

2. Ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos, y viceversa

En la doctrina dialéctica del desarrollo, el centro de gravedad no consiste simplemente en afirmar que todo se desarrolla, sino en comprender científicamente el mecanismo de este desarrollo. Porque hoy, en una época de asombrosos éxitos de la ciencia y de grandiosas transformaciones sociales, nadie se atreve ya a negar el desarrollo. Todos «están de acuerdo» con el principio del desarrollo. Pero, como señalaba Lenin, este «acuerdo» es, a veces, de tal naturaleza que por medio de él se falsea la verdad.

Existen diversas concepciones y enfoques del principio del desarrollo. Entre esas numerosas concepciones, Lenin destacaba las dos más esenciales: una expresa la teoría científica, dialéctica, del desarrollo; la otra, una teoría no científica, antidialéctica. Esta tesis leninista sobre las dos concepciones opuestas tiene gran importancia, pues proporciona un criterio para diferenciar la doctrina auténticamente científica, dialéctica, del desarrollo. Lenin dice, a este respecto:

«Las dos concepciones fundamentales... del desarrollo (de la evolución) son: el desarrollo en el sentido de disminución y aumento, como repetición, y el desarrollo como unidad de los contrarios (el desdoblamiento de la unidad en dos polos que se excluyen mutuamente y la relación entre ambos).

En la primera concepción del movimiento queda en la sombra el  a u t o-movimiento, su fuerza  m o t r i z, su fuente, su motivo (o bien se atribuye su fuente a algo externo: a Dios, al sujeto, etc.). En la segunda concepción, la atención fundamental se concentra precisamente en el conocimiento de la fuente del  a u t o-movimiento.
La primera concepción carece de vida, es pobre, seca. La segunda tiene vitalidad. U n i c a m e n t e  la segunda da la clave... de los «saltos», de la «solución de continuidad», de la «transformación en contrario», de la destrucción de lo viejo y del surgimiento de lo nuevo» [8].
La peculiaridad distintiva de la concepción dialéctica del desarrollo consiste en que no entiende éste como un simple cambio cuantitativo (aumento o disminución) de lo existente, sino como un proceso de desaparición, de destrucción de lo viejo y de surgimiento de lo nuevo. Este proceso se ve argumentado en la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa. Para comprenderla, es necesario conocer primeramente varias categorías, como, por ejemplo, propiedad, cualidad, cantidad y medida.

Estamos rodeados de cosas y objetos entre los que existen, como ya sabemos, determinados nexos y relaciones. La cognición de una cosa empieza con ciertas manifestaciones exteriores y directas suyas, que surgen sólo en el proceso de su interacción con otras cosas. Fuera de la relación y de la acción recíproca de una cosa con otras es imposible saber nada de ellas. Merced a la interacción de las cosas se manifiestan sus propiedades, que son precisamente las que conoce el hombre, y, a través de ellas, las propias cosas. El metal, pongamos por caso, tiene propiedades como densidad, compresibilidad, conductibilidad térmica y eléctrica, etc. Podría deducirse de eso que una cosa no es más que un conjunto de tales o cuales propiedades y que, por consiguiente, conocerla significa averiguar de qué propiedades consta. Mas semejante deducción sería prematura. Por importantes que sean las propiedades de una cosa para poder definirla, dicha cosa no se reduce a ellas. Algunas propiedades pueden cambiar y hasta desaparecer, pero la cosa no deja de ser lo que es. Pongamos un ejemplo. El capitalismo, en el proceso de su desarrollo, cambia una serie de propiedades que le son inherentes, el capitalismo premonopolista se convierte en monopolista, pero no por ello deja de ser capitalismo.

Así pues, las propiedades mismas de una cosa son una manifestación de algo más esencial que la caracteriza. Ese algo más esencial es la cualidad de la cosa. La cualidad determina una cosa precisamente como esa cosa, y no como otra. Gracias a esta determinación, unas cosas se diferencian de otras y, a consecuencia de ello, se forma la diversidad cualitativa de la realidad, que tanto nos sorprende. «La cualidad —dice Hegel, explicando esta categoría— es en general idéntica al ser, es la determinación directa.... Algo es lo que es gracias a su cualidad, y al perder su cualidad deja de ser lo que es» [9]. La cualidad es algo más que un simple conjunto de propiedades, incluso esenciales, pues expresa la unidad, la integridad de la cosa, su estabilidad relativa, su identidad con ella misma.

La cualidad está estrechamente vinculada a la estructura de la cosa, es decir, a una determinada forma de organización de los elementos y propiedades que la componen, a consecuencia de lo cual no es simplemente un conjunto de éstos, sino su unidad e integridad. La estructura de una cosa permite comprender por qué la modificación o hasta la pérdida de unas u otras propiedades de esa cosa no conduce directamente al cambio de su cualidad. Prosigamos el ejemplo del capitalismo. La estructura del modo de producción capitalista encarna una conexión de todos sus aspectos, elementos y propiedades que dimana de su naturaleza —la propiedad privada—, de las relaciones entre el capital y el trabajo. Esto precisamente determina su originalidad cualitativa, y mientras no cambie la propia estructura de la conexión entre los medios de producción y los productores, el capitalismo no dejará de ser lo que es. Y es cabalmente ese cambio de la sociedad burguesa el que dan de lado sus apologistas de nuestros días, los cuales tratan de identificar algunas propiedades del capitalismo con el cambio cualitativo radical de éste.

En la propia definición de la cualidad tropezamos ya con la dialéctica del objeto, de la cosa. Porque cuando determinamos una cosa en su originalidad cualitativa, la comparamos con otra y, por consiguiente, establecemos los límites de su ser. Más allá de esos límites no es ya lo que es, ya es otra cosa. Esto significa que la cualidad de la cosa se identifica con su finitud.

La determinación cualitativa de cualquier clase de objetos significa su igualdad. Naturalmente, esos objetos se distinguen por algunas propiedades, pero son idénticos cualitativamente. Siendo idénticos por su cualidad, sólo se diferencian cuantitativamente. Pueden ser muchos o pocos, pueden distinguirse entre sí por el volumen, la magnitud, etc. Dicho con otras palabras: la identidad, la homogeneidad de los objetos por su cualidad es una premisa que permite comprender otro aspecto suyo: la cantidad. En este sentido decía Hegel que la cantidad es «la cualidad suprimida», es decir, el análisis de las cosas como cualidad nos lleva ineluctablemente a la categoría de cantidad. Esto es natural, pues no hay ni puede haber por separado cualidad o cantidad: existe una cosa que es simultáneamente lo uno y lo otro. Sólo con fines cognoscitivos separamos artificialmente la cualidad de la cantidad, pero lo hacemos para establecer después su conexión.

La categoría de cantidad requiere abstracción de la diversidad cualitativa de las cosas. La regularidad general de la cognición es tal que al principio se investigan las diferencias cualitativas de las cosas, y después, sus regularidades cuantitativas. Las últimas permiten conocer más a fondo la esencia de las cosas. Por ejemplo, la ciencia no pudo comprender durante largo tiempo la causa de la diferencia cualitativa de los colores: rojo, verde, violado, etc.

Consiguió explicarlo únicamente cuando se comprobó que la diferencia de los colores está determinada por la longitud, cuantitativamente distinta, de las ondas electromagnéticas.

Al estudiar la sociedad capitalista en su obra El Capital, Marx dilucida primeramente la cualidad de las mercancías, «célula» del modo de producción capitalista. Prueba que las mercancías se diferencian como valores de uso, es decir, porque satisfacen distintas necesidades de los compradores. Muestra también que el trabajo, que produce mercancías cualitativamente diferentes, se distingue por una cualidad especial: es el trabajo concreto del carpintero, del pastelero, del zapatero, etc. Pero si el trabajo, que produce mercancías distintas, se diferenciara únicamente por eso, ¿cómo podríamos intercambiar, pongamos por caso, unas botas y unas mesas? Marx establece que las mercancías son un producto no sólo del trabajo concreto, sino también del «trabajo abstracto» —peculiar precisamente de la producción mercantil—, del trabajo como gasto de fuerzas humanas, de energía física e intelectual. Este trabajo cualitativamente homogéneo permite comparar las mercancías más diversas y cambiar unas por otras. Se le puede distinguir cuantitativamente y, en consecuencia, cambiar mercancías distintas en proporciones diferentes. Eso permitió a Marx pasar del análisis cualitativo de las mercancías y del trabajo que los produce al análisis cuantitativo de las leyes del intercambio de mercancías.

Cuanto queda dicho muestra que la cantidad es la expresión de la homogeneidad de las cosas, de su semejanza y parecido, a consecuencia de lo cual pueden efectuarse con ellas operaciones de aumento o disminución, división o unión, etc. Por eso, la cantidad se ve plasmada en la magnitud, el número, el volumen, el grado y la intensidad del desarrollo de tales o cuales aspectos del objeto, en el ritmo de los procesos y en las propiedades espaciales y temporales de los fenómenos. Cuanto más complejos son los fenómenos, tanto más complejos son sus parámetros cuantitativos y tanto más difícil resulta someterlos a un exacto análisis cuantitativo. Esto se refiere de manera especial a los fenómenos sociales, aunque la experiencia de la ciencia moderna testimonia cada día más que los métodos cuantitativos, matemáticos, de investigación pueden ser utilizados también (y en la actualidad se utilizan ampliamente) en el análisis de los fenómenos de la vida social.

La diferencia esencial entre la cantidad y la calidad consiste en que se pueden modificar algunas propiedades cuantitativas sin que la cosa sufra cambios considerables. Por ejemplo, el tamaño de una cosa puede ser mayor o menor, pero esto no se manifiesta en ella como objeto de una calidad determinada. O se puede elevar la temperatura del metal en decenas e incluso centenas de grados, pero no se funde, es decir, no cambia basta cierto momento su estado de agregación. Esto significa que la determinación cuantitativa no está vinculada tan estrechamente al estado de la cosa como la determinación cualitativa. De ahí que al analizar las relaciones cuantitativas sea posible abstraerse, en ciertos límites, de la cualidad de los objetos. En esta peculiaridad de la cantidad se basa el empleo a gran escala de los métodos cuantitativos, matemáticos, en muchas ciencias que estudian objetos cualitativamente diferentes.

Sin embargo, los cambios cuantitativos tienen relaciones externas con las cosas sólo en límites determinados para cada una de ellas. A veces, incluso el más mínimo rebasamiento de estos limites o fronteras implica un cambio cualitativo radical de la cosa. Está claro que todo cambio cuantitativo influye en el estado de la cosa, en sus propiedades. Pero solamente los cambios cuantitativos que alcanzan cierto nivel, cierto límite, están vinculados a los cambios cualitativos radicales de los objetos.

La dependencia de la cualidad respecto de la cantidad puede observarse en el ejemplo de la diversidad cualitativa de los átomos. Cada especie nuclear está determinada por la cantidad de protones que contienen sus núcleos, o, como suele decirse, por el número de orden en el sistema periódico de los elementos. Si se agrega o se quita un protón, el átomo será cualitativamente otro.

Así pues, la cualidad de la cosa está unida inseparablemente a cierta cantidad. Este nexo e interdependencia de la cualidad y la cantidad reciben la denominación de medida. La categoría de medida expresa una relación entre estos aspectos del objeto en la que su cualidad se basa en una cantidad determinada, y esta última es una cantidad de determinada cualidad. Precisamente las modificaciones de estas relaciones mutuas, los cambios de la medida, explican el mecanismo del desarrollo, en virtud del cual este último no debe ser comprendido como el movimiento en unos límites constantes e inmutables, sino como la sustitución de lo viejo con lo nuevo, como un proceso eterno e ininterrumpido de renovación de lo existente. A un cierto grado, los cambios cualitativos alcanzan un nivel en el que la armonía anterior de la cualidad y la cantidad se transforma en desarmonía. Y entonces, el viejo estado cualitativo cede su lugar a otro nuevo; en una palabra, se produce una renovación de lo existente, que constituye la esencia del desarrollo dialéctico.

La transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos va acompañada también de un proceso inverso: la nueva cualidad engendra nuevos cambios cuantitativos. Y es natural que sea así, pues la nueva cualidad está vinculada de manera regular a otros parámetros cuantitativos. Por ejemplo, el modo de producción socialista, siendo como es una nueva cualidad en comparación con el capitalista, tiene la posibilidad de desarrollar las fuerzas productivas y ios demás aspectos de la sociedad a un ritmo más rápido, en proporciones cuantitativamente mayores, etc.

El XXV Congreso del PCUS recalcó que «la comunidad socialista es hoy la fuerza económica más dinámica del mundo. En el último quinquenio la industria de los países que la integran se desarrolló con el cuádruplo de rapidez que la de los Estados capitalistas adelantados» [10].

Los cambios cuantitativos se efectúan continua y gradualmente. Los cambios cualitativos se operan en forma de soluciones de continuidad. Esto significa que el desarrollo, que representa la unidad de los cambios cuantitativos y cualitativos, es al mismo tiempo la unidad de la continuidad y la discontinuidad. «La vida y el desarrollo de la naturaleza —decía Lenin— comprenden tanto la lenta evolución como los saltos bruscos, las soluciones de continuidad» [11].

Si se niega el desarrollo como unidad de una y otra forma, habrá que admitir entonces una de dos nociones posibles, pero igualmente erróneas, del mundo: o considerar que toda su riqueza, las diversas manifestaciones de la naturaleza inorgánica y orgánica, el reino polifacético de las plantas y de los animales y el hombre han existido siempre y se han modificado sólo cuantitativamente, o suponer que todo eso ha surgido por milagro de golpe, súbitamente. En la historia de la ciencia y de la filosofía se han expuesto estas nociones, pero ambas han sido refutadas por todo el curso de la cognición y de la práctica histórica.

Ambas concepciones han alcanzado gran difusión en las teorías sociales. Todo el reformismo en el movimiento obrero se basa en la hiperbolización unilateral de la continuidad, del desarrollo cuantitativo gradual, de lo cual se deduce que el capitalismo «se integra» en el socialismo sin necesidad de revoluciones sociales, mediante la acumulación paulatina de elementos socialistas que surgen en la sociedad burguesa. En contraposición a los reformistas, los anarquistas y los revolucionarios pequeñoburgueses niegan toda importancia de la forma cuantitativa, continua, del desarrollo y reconocen únicamente los cataclismos sociales, las revueltas. Al suponer que sólo por ese camino se pueden cambiar las condiciones sociales, caen en el aventurerismo político y no toman en consideración las condiciones objetivas necesarias para los saltos revolucionarios.

La fase del desarrollo cuantitativo continuo no modifica la cualidad, pero crea las premisas para ello. La vida no habría podido surgir de la materia inorgánica si los procesos físico-químicos operados en la envoltura acuática de la Tierra no hubiesen preparado las condiciones correspondientes. La aparición de la sustancia viva significó no sólo un nuevo cambio cuantitativo en la materia ¡inorgánica, sino su cambio cualitativo radical, el surgimiento de un tipo de materia nuevo por completo, con nuevas propiedades y regularidades. Y eso es precisamente el salto en el desarrollo, la solución de continuidad.

Todo cambio cualitativo se produce en forma de salto. Al culminar cualquier proceso, el salto significa el momento del cambio cualitativo del objeto, el momento crucial, la fase crítica del desarrollo. Es como si hiciera un nuevo nudo en el hilo general del desarrollo. «El propio capitalismo —decía Lenin refiriéndose a este principio del desarrollo— crea a su sepulturero, él mismo crea los elementos del nuevo régimen; pero, al mismo tiempo, sin un «salto», estos elementos aislados no cambian en nada el estado general de las cosas, no afectan en nada al dominio del capital» [12].

El salto es una forma de desarrollo bastante más rápida que la del desarrollo continuo. Es el período de desenvolvimiento más intenso, cuando lo viejo y caduco se transforma, desbrozando el terreno a peldaños nuevos, más elevados, del desarrollo. Por ejemplo, las revoluciones sociales dan un impulso gigantesco al desarrollo de la vida material y espiritual de la sociedad. La misma importancia tienen los «saltos» en la ciencia, que significan nuevos y grandes descubrimientos.

Al efectuarse como unidad de la continuidad y de los saltos —por lo que una medida cede su lugar a otra o se transforma en otra—, el desarrollo puede tener la forma de «línea clave de medidas» (Hegel).

La ciencia moderna ofrece nuevos y nuevos testimonios en favor de la concepción de los objetos y de su desarrollo como unidad de la continuidad y la discontinuidad.

Las diferentes formas cualitativas del movimiento de la materia —mecánica, física, química, etc.— son consideradas por la ciencia como «puntos clave» en el proceso de diferenciación gradual de la materia; son también «soluciones de continuidad» los estados discretos (discontinuos) de la materia en sus diferentes niveles estructurales (partículas elementales, núcleos, átomos, moléculas, etc.). Las formas evolutivas (graduales) y revolucionarias (en forma de salto) son, en su unidad, una ley del desarrollo social. La concepción dialéctica queda también confirmada, y cada día más, en las ciencias que tratan del pensamiento. En la esfera de la actividad mental, las observaciones sensoriales, el proceso de acumulación y estudio graduales de los hechos, «se interrumpen» por el surgimiento de sintetizaciones, conceptos y abstracciones; del caos de observaciones y opiniones diversas se forman hipótesis, que se transforman luego en teorías científicas; la intuición ilumina «de pronto», súbitamente, con una luz inesperada lo que parecían hechos inexplicables, etc.

En dependencia de las condiciones específicas, los cambios cuantitativos se transforman en cualitativos de manera diferente en las distintas esferas. Las diversas ciencias estudian las formas concretas de esta transformación o transición, del salto de un estado a otro. La filosofía, por su parte, ayuda a orientarse en toda esta pluralidad de formas y métodos de la transición, a destacar algunas de las más típicas, sin pretender, no obstante, que ofrezcan un cuadro exhaustivo, pues la vida es siempre más rica que la teoría más compleja.

Puede considerarse que esas formas típicas y más generales de los saltos son las siguientes: 1) la forma de la transformación relativamente rápida y brusca de una cualidad en otra, cuando el objeto, en tanto que sistema cabal con su propia estructura, sufre un cambio cualitativo radical como a consecuencia de un golpe o de una serie de golpes, y 2) la forma de la transición cualitativa gradual, cuando el objeto no se modifica de pronto ni por completo, sino en algunos de sus aspectos y elementos mediante la acumulación paulatina de cambios cualitativos, y sólo como resultado de esos cambios pasa de un estado a otro.

¿De qué depende y qué determina la forma del salto? ¿Por qué se produce ora en una forma ora en otra? La respuesta a estas preguntas hay que buscarla, en primer término, en las peculiaridades de los propios objetos del desarrollo.

La naturaleza y los procesos que tienen lugar en ella nos ofrecen multitud de ejemplos, en los que los saltos y las transiciones de un estado cualitativo a otro se efectúan en forma de cambios rápidos. Ejemplos de esas transiciones son: las transformaciones cualitativas de las partículas elementales de los elementos químicos, las combinaciones químicas, la liberación de energía en forma de explosiones atómicas, etc. Al mismo tiempo, en la naturaleza existen objetos cuyas transformaciones cualitativas en otros más complejos y perfectos están vinculadas a procesos muy largos y pueden producirse, como regla general, sólo gradualmente. Tales son, v. gr., las transformaciones cualitativas de unas especies de animales en otras. En las transformaciones de este tipo, los dos polos cualitativamente diferentes están unidos entre sí, de ordinario, por una gran cantidad de formas intermedias.

Ahora bien, por gradual que sea el proceso de transformación cualitativa, el paso a un nuevo estado es un salto. Engels señalaba: «La transición de una forma de movimiento a otra, por muy gradualmente que se desarrolle, representó siempre un salto...» [13]. En esto se diferencian los cambios cualitativos graduales de los cambios cuantitativos graduales. Los últimos, al modificar unas u otras propiedades de la cosa, no afectan hasta cierto momento su cualidad.

Sería erróneo comprender la gradación de las transformaciones cualitativas como si los cambios cualitativos, una vez surgidos, se acumularan cuantitativamente de una manera simple hasta que fuese desplazada la vieja, cualidad en su conjunto. En la realidad este proceso es más complejo y polifacético. No es una simple suma aritmética de elernentos de la nueva cualidad, sino una vía de perfeccionamiento constante, de cambios cualitativos constantes, a veces imperceptibles; una vía que presupone profundos cambios estructurales en la vieja cualidad, una serie de grados y etapas intermedios de ascensión hacia el resultado final, o sea, hacia la culminación completa del salto.

Las formas del salto dependen no sólo de la naturaleza del objeto, sino también de las condiciones en que se encuentra. Así, en las condiciones propias de la radiactividad natural, la desintegración de algunas sustancias —por ejemplo, del uranio— transcurre con extraordinaria lentitud: el período de semidesintegración equivale a miles de millones de años. Pero gracias a la reacción en cadena, ese mismo proceso de desintegración es instantáneo al estallar una bomba atómica.

La experiencia histórica muestra que también en el desarrollo social existen las formas de las transformaciones cualitativas (saltos) que acabamos de estudiar. Pueden convencer de ello las revoluciones sociales, que transforman de raíz la vida de la sociedad.

A diferencia de las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre, en el socialismo experimentan un cambio esencial las formas de las transformaciones cualitativas. Puesto que en el socialismo no existen ya clases hostiles, la sociedad en su conjunto está interesada en efectuar los cambios ya maduros. Además, el desarrollo no transcurre de manera espontánea, sino planificadamente, como preparación consciente de los saltos. Por eso, la forma predominante en el socialismo es la transición gradual de un estado cualitativo a otro. Pero, naturalmente, esto no excluye otras formas de los saltos, por ejemplo, los cambios bruscos y súbitos en el desarrollo técnico originados por grandes descubrimientos, las nuevas posibilidades tecnológicas del fomento de la producción, las nuevas formas de actividad que aceleran el progreso, etc.

Cuanto queda dicho permite llegar a una conclusión general sobre la esencia y la importancia de la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos, y viceversa. Esta ley es una concatenación y una acción recíproca de los aspectos cuantitativos y cualitativos del objeto, en virtud de las cuales los cambios cuantitativos, pequeños e imperceptibles al principio, van acumulándose gradualmente, alteran tarde o temprano la medida del objeto y originan cambios cualitativos radicales, que transcurren como saltos y se realizan en formas diversas, en dependencia de la naturaleza de los objetos y de las condiciones de su desarrollo. El conocimiento de esta ley tiene gran importancia para comprender el desarrollo. Orienta a enfocar y estudiar los fenómenos como unidad de los aspectos cualitativo y cuantitativo, a ver las complejas concatenaciones e interacciones de estos aspectos y los cambios de las relaciones entre ellos.

3. Ley de la unidad y la lucha de los contrarios

A consecuencia de los cambios que se operan en un objeto, éste nunca es igual a sí mismo y, por consiguiente, tiene un carácter contradictorio interno. La contradicción, entre la cualidad y la cantidad es sólo una de las manifestaciones de una ley general. Según esta ley a todas las cosas y procesos les son inherentes contradicciones internas, lo cual constituye precisamente la fuente y la fuerza motriz de su desarrollo. Lenin calificó la doctrina de las contradicciones de «núcleo» de la dialéctica.

Justamente en el problema de las contradicciones se enfrentan con violencia singular dos concepciones del desarrollo. Este hecho, que puede observarse en toda la historia de la filosofía, es peculiar también de la filosofía moderna.

Aristóteles caracterizó las opiniones de los pensadores de la antigüedad sobre esta cuestión con las siguientes palabras: «Todos reconocen que las cosas y sustancias existentes están compuestas de contrarios; por lo menos, todos declaran que los principios son contrarios; por ejemplo, unos señalan (aquí) el impar y el par; otros, el calor y el frío; los terceros, el limite y lo ilimitado; los cuartos, el amor y la enemistad» [14]. Pero fue Heráclito, dialéctico de la Grecia antigua, quien analizó con la mayor profundidad para aquellos tiempos el problema de las contradicciones. Puesto que todo pasa y cambia, opinaba, la naturaleza de las cosas reside en su carácter contradictorio y todo ocurre sólo en virtud de la lucha de los contrarios.

Durante el largo periodo en que predominó la concepción metafísica del mundo se dio una solución errónea al problema de la esencia contradictoria de las cosas y del papel de las contradicciones en el desarrollo, si bien algunos filósofos expusieron ideas profundas a este respecto. A Hegel le corresponde un mérito inmenso en la elaboración de la doctrina dialéctica de las contradicciones, pero sus puntos de vista sobre este problema están impregnados de idealismo. Unicamente el marxismo ha sabido superar el carácter limitado de la filosofía de Hegel y formular una teoría científica de las contradicciones.

Muchos filósofos burgueses de nuestros días niegan resueltamente la esencia contradictoria dialéctica de los fenómenos. Consideran que sólo nuestros pensamientos pueden ser contradictorios, en tanto que las cosas objetivas están exentas de toda contradicción.

Es indiscutible que existen contradicciones del pensamiento —o, como se las llama a veces, «contradicciones lógicas»—, debidas a una inconsecuencia lógica, a un error lógico. Supongamos que al considerar una cosa, en un momento dado y en una conexión dada, expresemos dos juicios que se excluyen mutuamente, por ejemplo: «Esta mesa es redonda» y «Esta mesa no es redonda». En ese caso incurriremos en una inadmisible contradicción del pensamiento. La presencia de semejantes contradicciones en las teorías científicas es un testimonio de su falsedad o de su insuficiente elaboración. Sin embargo, es frecuente que tras esas contradicciones del pensamiento se oculten contradicciones objetivas de los propios fenómenos no comprendidas todavía. Los enemigos de la dialéctica combaten precisamente el reconocimiento de las contradicciones objetivas.

En el mundo no hay cosas ni fenómenos que sean absolutamente idénticos. Cuando hablamos de semejanza e identidad de unos objetos, comparándolos entre sí, su propia igualdad presupone que son diferentes, distintos en algo, pues de otro modo pierde todo sentido compararlos. Y esto significa que incluso la simple confrontación externa de dos cosas revela la unidad de la identidad y de la diferencia: cada cosa es al mismo tiempo idéntica a otra y diferente de otra. Ya en este sencillo pensamiento, la identidad no es abstracta, sino concreta; dicho con otras palabras: lleva en sí el aspecto de identidad y de diferencia. O, como decía Engels al expresar esta idea, «la identidad con sí mismo tiene ya desde el primer momento, como complemento necesario, la diferencia de todo lo demás» [15].

La diferencia contenida en un objeto aparece no sólo como diferencia con respecto a otro objeto, sino también como diferencia respecto de sí mismo; es decir, el propio objeto de que se trate, independientemente de que lo comparemos o no con otro, lleva implícita la diferencia. Por ejemplo, un ser vivo es la unidad de la identidad y la diferencia tanto porque es semejante y no semejante a otros seres vivos como porque, al realizar el proceso de su vida, se niega a sí mismo, o sea, hablando simplemente, marcha al encuentro de su fin, de su muerte.

La afirmación de la teoría dialéctica de que un objeto existe y no existe al mismo tiempo, de que lleva en sí su propio no ser, debe ser comprendida en un solo sentido: el objeto es la unidad de la estabilidad y la mutabilidad, de lo positivo y lo negativo, de lo agonizante y lo naciente, etc.

Y esto significa que todo objeto y todo fenómeno es una unidad de contrarios. El sentido de este importante concepto consiste, en primer término, en que a todos los objetos les son inherentes aspectos y tendencias contradictorios internos. La contradicción interna es una propiedad inalienable de la estructura de todo objeto y de todo proceso. Además, cada objeto o grupo de objetos tiene sus propias contradicciones específicas, que deben ser reveladas mediante un análisis concreto. Pero el concepto de unidad de los contrarios no se limita a reconocer el carácter contradictorio interno de los fenómenos. Es muy importante tener en cuenta el carácter de los nexos y de la acción recíproca entre los contrarios, así como su estructura. Este nexo es de tal naturaleza que cada aspecto del todo único existe solamente en tanto que existe su otro aspecto contrario. El desdoblamiento del objeto no significa una relación exterior entre los contrarios. La presuposición mutua, la condicionalidad recíproca y la interpenetración de los aspectos, propiedades y tendencias contradictorios del desarrollo del todo son un rasgo esencialísimo de cualquier unidad de contrarios.

Pero el condicionamiento mutuo de los contrarios no es más que una peculiaridad de la contradicción dialéctica. Otro aspecto inalienable de ella es la negación recíproca. Precisamente porque los aspectos de un todo único son contrarios, se encuentran en un estado no sólo de interrelación, sino también de exclusión recíproca, de rechazamiento mutuo. Esto se expresa en el concepto de lucha de los contrarios.

En su aspecto general, el concepto de lucha de los contrarios registra las formas más diversas y variadas de negación y exclusión recíprocas de los mismos. En una serie de casos, sobre todo en la vida social y, en parte, en la naturaleza orgánica, esta exclusión mutua de los contrarios tiene un carácter que expresa con exactitud el término «lucha». Tal es, por ejemplo, la lucha de clases, la lucha de los diversos partidos en la sociedad, etc. Aplicado a la naturaleza inorgánica, la «lucha» de los contrarios tiene primordialmente el carácter de acción y reacción, de atracción y repulsión, etc. Mas cualesquiera que sean las formas de esta lucha, lo principal es que la contradicción dialéctica lleva implícito el aspecto de negación recíproca de los contrarios; un aspecto, por cierto, muy esencial, pues la lucha de los contrarios es la fuerza motriz, la fuente del desarrollo. De ahí que Lenin formulara con las siguientes palabras el desarrollo dialéctico: «El desarrollo es la «lucha» de los contrarios» [16].

Cuanto hemos dicho sobre la significación de cada uno de los aspectos de la contradicción dialéctica —los aspectos de «unidad» y «lucha» de los contrarios— permite hacer otra importante deducción. Lenin la formuló como sigue: «La unidad (coincidencia, identidad, igualdad de acción) de los contrarios es convencional, temporal, transitoria, relativa. La lucha de los contrarios que se excluyen mutuamente es absoluta, como es absoluto el desarrollo, el movimiento» [17]. Esto significa que una consecuencia lógica de la lucha de los contrarios es la desaparición del objeto existente como determinada unidad de los contrarios y el surgimiento de un nuevo objeto con una unidad de contrarios nueva, peculiar sólo de él.

Así pues, la esencia de la contradicción dialéctica puede ser definida como una relación y concatenación entre los contrarios en la que éstos se afirman y niegan mutuamente y la lucha entre ellos sirve de fuerza motriz, de origen del desarrollo. De ahí la denominación de la ley que estamos estudiando: ley de la unidad y la lucha de los contrarios.

Esta ley explica una délas peculiaridades más importantes del desarrollo dialéctico: el movimiento, el desarrollo se efectúa como automovimiento, como autodesarrollo. Los conceptos de automovimiento y autodesarrollo tienen, ante todo, un profundo sentido materialista. Significan que el mundo se desarrolla no a consecuencia de causas externas a él, sino en virtud de sus propias leyes, de las leyes del movimiento de la materia misma. Tienen un sentido dialéctico, pues orientan a buscar en las contradicciones internas el origen, la fuerza motriz de los fenómenos. En el pasado, incluso algunos materialistas que rechazaban toda fuerza sobrenatural como factor constante que influye en los procesos naturales, se vieron obligados a recurrir a un misterioso «impulso inicial» que puso en movimiento la materia.

La doctrina dialéctica de que el movimiento, el desarrollo, en la naturaleza tiene el carácter de automovimiento, de autodesarrollo, permite comprender por qué muchos filósofos burgueses contemporáneos atacan tan furiosamente el postulado de la esencia contradictoria de las cosas. Con esta concepción del desarrollo no queda lugar para la mística «fuerza creadora» «suprema» situada por encima de la naturaleza [18].

Algunos filósofos burgueses admiten las contradicciones; por ejemplo, las contradicciones de la sociedad capitalista. Pero las consideran eternas, insolubles, «trágicas», etc. Otros, por el contrario, tratan de velarlas y atenuarlas. El enfoque de esta cuestión tiene muchos matices, pero el sentido antidialéctico de todos ellos es idéntico.

Al establecer que a todas las cosas y a todos los procesos les son inherentes contradicciones internas, que constituyen la fuerza motriz del autodesarrollo de la naturaleza y de la sociedad, la dialéctica materialista explica cómo transcurre este proceso.

Las contradiciones no son algo inmóvil, inmutable. Una vez surgidas, las contradicciones concretas se desarrollan, pasan por fases y grados determinados. Ningún fenómeno desaparece y cede su lugar a otros antes de que se revelen sus contradicciones y se desplieguen en plena medida, pues sólo en el proceso de ese desarrollo se crean las premisas para el salto a un nuevo estado cualitativo.

En este proceso se pueden distinguir dos etapas fundamentales: 1) la etapa de desarrollo, de despliegue de las contradicciones propias del objeto, y 2) la etapa de solución de estas contradicciones.

Al comenzar su desarrollo, la contradicción tiene un carácter de diferencia, es decir, de contradicción no desplegada todavía. Después, la diferencia se profundiza y se transforma en contrario, el cual debe ser comprendido como una contradicción ya revelada, cuyos aspectos opuestos pueden coexistir cada vez menos en el marco de la unidad anterior. En esta etapa del desarrollo, la contradicción se convierte, empleando la expresión de Marx, en «contradicción absoluta», es decir, en una correlación de los contrarios que es «una forma enérgica e intensa, que impulsa a resolver esta contradicción» [19].

Marx ofrece en El Capital un ejemplo clásico de este desarrollo y acrecentamiento de la contradicción, aplicado a la sociedad. Muestra que los capitalistas, tratando de conseguir la ganancia máxima, se ven obligados a desarrollar cada día más la producción, que tiene, en esencia, un carácter social. Y cuanto más social es la producción, tanto más entra en contradicción con la propiedad privada de los capitalistas y tanto más imperiosa es la necesidad de sustituir esta última con la propiedad social socialista.

La culminación regular del proceso de desarrollo y lucha de los contrarios es la segunda etapa: la etapa de la solución de la contradicción. Mientras que todo el proceso precedente transcurre en el marco de la unidad, de la interrelación de los contrarios, la etapa de la solución de la contradicción significa la supresión de dicha unidad, su desaparición, lo que coincide con el cambio cualitativo radical del objeto.

La dialéctica materialista concede gran importancia a la solución de la contradicción. No es sorprendente, por ello, que la dialéctica materialista sea en manos de las fuerzas auténticamente progresistas, y en primer lugar del proletariado, una poderosa arma de conocimiento y transformación revolucionaria del mundo. El demócrata revolucionario ruso A. Herzen denominó a la dialéctica «álgebra de la revolución».

El carácter de las contradicciones, las formas de su desarrollo y los métodos de su solución no pueden ser iguales en la naturaleza inorgánica y en la orgánica, en la naturaleza y en la sociedad, en las distintas formaciones sociales. La dialéctica no pretende proporcionar un «catálogo» de todas las contradicciones posibles. Su tarea consiste más bien en señalar «la estrategia» del enfoque de los fenómenos. Son los científicos quienes deben esclarecer, en los ámbitos correspondientes del saber, cuáles son las contradicciones concretas de los objetos concretos y cómo se resuelven. Al mismo tiempo, sería equivocado considerar que las leyes y los conceptos más generales de la dialéctica no se desarrollan ni se concretan bajo la influencia de los nuevos hechos y de las nuevas condiciones. Así lo muestra también la categoría de contradicción.

Veamos un ejemplo. El surgimiento de la sociedad socialista hizo necesario concretar de una manera sustancial esta categoría. Está claro que los fundadores del marxismo sabían ya —y lo señalaron en repetidas ocasiones— que las contradicciones habrían de tener un carácter distinto en la sociedad socialista. Pero esta cuestión adquirió una importancia teórica y práctica de primer orden cuando hubo que poner manos a la obra de edificar la sociedad socialista. De ahí que Lenin dedicase tanta atención a este problema. En sus observaciones al libro de N. Bujarin La economía del período de transición, en el que el concepto de contradicción figuraba de una manera indiferenciada y se identificaba con el concepto de antagonismo, señaló que el antagonismo y la contradicción son cosas diferentes; que en el socialismo, el primero desaparecerá, pero la segunda seguirá existiendo.

Las contradicciones antagónicas son las que existen entre fuerzas y clases sociales hostiles, que tienen objetivos e intereses radicalmente opuestos. Una manifestación típica de antagonismo son las relaciones entre clases antípodas: los esclavos y los esclavistas, los campesinos siervos y los señores feudales, el proletariado y la burguesía. El mismo carácter tienen también las contradicciones en el desarrollo del modo de producción, de la superestructura política y de otros aspectos de la sociedad dividida en clases hostiles. El carácter antagónico de las contradicciones determina asimismo las formas en que transcurren y se desarrollan y el modo de resolverlas. Se trata del enconamiento y la profundización de la contradicción, que culmina lógicamente en un brusco conflicto entre los aspectos contrarios, en la transformación de éstos en extremos polares. De ahí también los métodos de solución de las contradicciones de ese tipo: la consecuente lucha de clases y las revoluciones sociales, que ponen fin a la dominación de las clases caducas.

Las contradicciones no antagónicas son las que existen entre clases y fuerzas sociales cuyas condiciones de vida determinan la comunidad de sus objetivos e intereses cardinales. Tales son las contradicciones entre las clases trabajadoras —la clase obrera y el campesinado—, entre algunos elementos de la sociedad socialista, etc. Tienen también carácter no antagónico las contradicciones en el desarrollo del modo de producción socialista, del Estado y de otras formas de la vida social en el socialismo, así como en el proceso de transformación de la sociedad socialista en comunista. Una importantísima peculiaridad de estas contradicciones es que no llevan implícita ya la necesidad objetiva de transformar los aspectos y tendencias contrarios en extremos polares, hostiles. La unidad de intereses de toda la sociedad hace posible la superación gradual de dichas contradicciones mediante la actividad económica planificada, la modificación de las condiciones que las engendran, la labor educativa, etc.

No debe perderse de vista que, pese a la profunda diferencia de las contradicciones antagónicas y no antagónicas, entre ellas no hay ningún abismo. Con una política equivocada, como subrayó Lenin insistentemente, las contradicciones no antagónicas pueden agravarse y profundizarse y, en ciertas condiciones, adquirir rasgos de contradicciones antagónicas. No es propia de su naturaleza semejante tendencia del desarrollo, pero puede surgir de una actividad práctica errónea, de una línea política equivocada.

La práctica histórica de desenvolvimiento del socialismo ha puesto al desnudo cuán nocivas son las ilusiones de que, en las nuevas condiciones, la sociedad está libre de contradicciones o de que estas contradicciones, por cuanto no son antagónicas, carecen de importancia. Además de las contradicciones heredadas de la sociedad vieja, capitalista, y que requieren cierto tiempo para ser suprimidas, en el proceso de desarrollo de la propia sociedad socialista aparecen de manera regular contradicciones específicas suyas, sin lo cual no habría movimiento de avance. El mundo socialista de hoy día es un organismo social todavía joven, en proceso de crecimiento, en el cual no todo se ha asentado y mucho lleva aún la impronta de épocas históricas pasadas. El mundo del socialismo se perfecciona continuamente. Su desarrollo, claro está, se produce mediante la lucha de lo nuevo contra lo viejo, mediante la superación de las contradicciones internas. La práctica histórica ha forjado una acerada arma de lucha contra toda manifestación de estancamiento, conservadurismo, superficialidad y placidez. Esa arma es la crítica y la autocrítica socialistas, de las cuales decía ya Marx que una revolución auténtica es capaz de desarrollarse con éxito sólo si se somete a su influencia constante.

La diferencia entre los tipos de contradicciones no radica únicamente en su distinta naturaleza social. Cada cosa, y con mayor motivo un ente tan complejo como la sociedad, es un sistema cabal de contradicciones, entre las que existe un determinado nexo estructural. Tales contradicciones pueden ser: fundamentales y no fundamentales, principales y no principales, internas y externas, etc.

Debe entenderse por contradicciones fundamentales las que caracterizan el objeto, determinan su desarrollo desde el comienzo hasta el fin y condicionan todas las demás contradicciones, es decir, las no fundamentales.

Cada etapa del desarrollo de la sociedad tiene como principal una contradicción que determina la esencia de dicha etapa. Por ejemplo, en la revolución democrática burguesa de febrero de 1917 en Rusia, esa contradicción principal era la que existía entre el régimen terrateniente, entre la autocracia zarista, y todas las fuerzas, especialmente las masas trabajadoras, que luchaban contra ellos. La contradicción cambia de una etapa a otra, y lo que en unas condiciones puede ser contradicción no principal, en condiciones nuevas pasa a ser principal. La contradicción entre el proletariado y la burguesía existía ya en el período de la revolución de febrero de 1917 en Rusia, pero entonces no era la principal. Pasó a serlo después de dicha revolución. La acertada consideración de las contradicciones principales y no principales permite determinar las tareas y lanzar, como decía Lenin, verdaderas consignas de lucha que correspondan a la marcha objetiva del desarrollo.

¿Qué diferencia hay entre las contradicciones internas y externas? En filosofía existen teorías que reducen las contradicciones únicamente a la correlación de cosas o fuerzas exteriores y al choque entre ellas. Son teorías mecanicistas, «teorías del equilibrio», que consideran las cosas como si se encontraran en estado de reposo, como si estuvieran libres de contradicciones internas, y que, por consiguiente, niegan la concepción dialéctica del movimiento como auto-movimiento, autodesarrollo.

Todo objeto, al ser un sistema relativamente independiente, tiene sus contradicciones internas, que son la fuente fundamental de su desarrollo. Las diferencias entre varios de esos objetos se manifiestan como contradicciones externas. Estas están estrechamente ligadas a las contradicciones internas y se hallan en interacción con ellas. Si se considera un objeto como elemento de un sistema más amplio del que forman parte también otros objetos, las contradicciones entre esos objetos serán ya internas, es decir, serán contradicciones del sistema dado, más amplio. Por ejemplo, las relaciones actuales entre el sistema socialista y el sistema capitalista en el plano del desarrollo de cada uno de ellos son contradicciones externas. Pero como quiera que estos sistemas contrarios son partes de un todo más amplio, universal, del desarrollo mundial de nuestros días, constituyen aspectos de su contradicción interna. Y esta contradicción es precisamente la fundamental, la que determina el desenvolvimiento de los fenómenos sociales en nuestra época.

La ley de la unidad de los contrarios tiene magna importancia para nuestro conocimiento. «La condición del conocimiento de todos los procesos del mundo... en su vida real —decía Lenin— es el conocimiento de los mismos como unidad de los contrarios» [20]. El problema de cómo se puede expresar en conceptos humanos el movimiento, el cambio y las transiciones de un estado a otro es uno de los más peliagudos que han preocupado a las mentes más preclaras de la humanidad a lo largo de toda la historia de la filosofía y de la ciencia, y que siguen preocupándoles hoy.

Ha habido y hay teorías que atribuyen a los conceptos humanos la capacidad de proporcionar solamente imágenes inmóviles, fotografías de las cosas mutables y que ven en eso el límite y la estrechez del conocimiento. De ahí se saca la conclusión de que entre los objetos y el conocimiento es inevitable un antagonismo eterno y que sólo cierto sentido directo e inescrutable (la intuición mística) puede expresar el movimiento.

La dialéctica ha demostrado que el pensamiento verdadero, concreto, opera con contradicciones que abarcan los aspectos contrarios de los fenómenos en su unidad. El pensamiento es capas de ver no sólo un aspecto de la contradicción y de registrarlo en un concepto rígido, inmóvil, sino todos los aspectos de la contradicción, y no únicamente su alineación, sino también su conexión, las transiciones de unos a otros. Y esto significa que los conceptos deben ser tan dialécticos, es decir, tan móviles, flexibles, plásticos, conexos y transformables unos en otros como los objetos que representan.

Los conceptos humanos deben estar, según la expresión de Lenin, «unidos en las contradicciones», o sea, plasmar en forma ideal las contradicciones, la conexión y la interpenetración reales de los contrarios, la transformación de uno en otro, etc. Tomemos conceptos como la democracia y el centralismo, lo nacional y lo internacional, lo individual y lo social, que empleamos con frecuencia al analizar el desarrollo de la sociedad socialista. Si nuestro pensamiento opera con estos conceptos considerándolos rígidos e inmóviles, desvinculados entre sí, se apartará de la verdadera dialéctica del desarrollo de la sociedad socialista, en la que los procesos expresados con esos conceptos se entrelazan, se encuentran en unidad. Así ocurre, v. gr., con el concepto de centralismo democrático. El centralismo está indisolublemente unido a la democracia en el desarrollo de la economía y en la organización del Estado. Y el quid de la cuestión en semejante combinación de estos contrarios radica en que el centralismo no se transforme en burocratismo y la democracia no se convierta en anarquía, en desorganización. Solamente el centralismo basado en la amplia democracia y en la iniciativa de las masas, y la democracia basada en la actividad planificada de los organismos centrales, que concentra todos los esfuerzos en la dirección necesaria; sólo esta unión de dos contrarios es ley del desarrollo eficaz.

Como resumen de cuanto queda dicho, podemos definir ahora la esencia de la ley de la unidad y la lucha de los contrarios. Es una ley en virtud de la cual a todos los objetos, fenómenos y procesos les son inherentes contradicciones internas, aspectos y tendencias contrarios, que se encuentran en estado de concatenación y negación mutua; la lucha de los contrarios da un impulso interno al desarrollo y conduce al crecimiento de las contradicciones, que se resuelven en una etapa determinada mediante la desaparición de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo. El conocimiento de esta ley ayuda a comprender con espíritu crítico los procesos que se operan, a ver lo que envejece y lo que ha de sustituirlo, a luchar contra todo lo que se alza en el camino del progreso y a ser intransigentes con los defectos, con todas las manifestaciones de estancamiento, conservadurismo y dogmatismo.

4. Ley de la negación de la negación

Examinemos otra importante cuestión de la doctrina del desarrollo: ¿existe alguna tendencia que determine la dirección del proceso infinito del desarrollo? Y de existir, ¿en qué consiste? Esta cuestión figura también en el centro de la lucha de las distintas concepciones y teorías filosóficas, siendo objeto de encarnizadas discusiones y polémicas (sobre todo cuando se trata del desarrollo social).

En la filosofía premarxista existieron teorías circulares (llamadas también cíclicas), que reconocían el desarrollo ascencional en la sociedad, pero suponían que, al alcanzar el punto máximo, la sociedad retrocedía al punto de partida y el desarrollo empezaba de nuevo. Una de esas teorías fue la del filósofo italiano Juan Bautista Vico. Los ideólogos de la burguesía progresista defendían el punto de vista del desarrollo incesante de la sociedad, aunque consideraban que el régimen burgués era la cima del progreso social. Más tarde en el período de ocaso de la sociedad capitalista, se adelantan a un primer plano teorías pesimistas de todo género, para las cuales el perecimiento ineluctable de la sociedad burguesa significa el fin de todo desarrollo social (tales son, por ejemplo, las opiniones del filósofo alemán Oswaldo Spengler).

Al analizar la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y la lucha de los contrarios hemos visto ya que la negación desempeña un papel sustancial en el proceso de desarrollo. La transformación cualitativa es posible únicamente como negación del viejo estado. El carácter contradictorio de la cosa significa que ésta lleva en sí su propia negación.

La negación es un factor inevitable y regular en todo desarrollo. «En ningún campo —decía Marx— puede producirse un desarrollo que no niegue sus formas anteriores de existencia» [21]. Sin ese factor no podría surgir nada nuevo. Como dijo muy bien V. Belinski, sin negación la sociedad se convertiría en un pantano. Ahora bien, ¿qué es la negación? En la acepción habitual, el concepto de negación se asocia a la palabra «no»; negar significa decir «no», rechazar algo, etc. Es indudable que sin rechazar algo no puede haber ninguna negación. Pero la dialéctica considera la negación como un aspecto del desarrollo. Y por eso, dicho concepto tiene en ella un sentido incomparablemente más profundo qne en el uso corriente de la palabra. «Negar, en dialéctica —señalaba Engels—, no consiste lisa y llanamente en decir «no», en declarar qne una cosa no existe, o en destruirla caprichosamente» [22]. El sentido del desarrollo dialéctico radica en un modo de negación que condiciona el desarrollo ulterior.

El arte mundial ha reflejado en imágenes brillantes los dos tipos de negación, diferentes por su naturaleza: la negación como destrucción, como escepticismo absoluto, y la negación como premisa de algo mejor y más perfecto, como fuente del desarrollo. En la tragedia Fausto, de Goethe, la imagen de Mefistófeles encarna el primer tipo de negación; la de Fausto, el segundo. Mefistófeles dice:
Yo soy aquel que niega eternamente,
Y con razón, pues todo lo existente
Merecería ser aniquilado.
¡Nada, pues, digno fue de nacimiento!
Por eso, lo que vos llamáis pecado,
Destrucción, mal en suma, es mi elemento [23].
El espíritu de negación de todo y a toda costa, propio de Mefistófeles, contiene no pocos pensamientos amargos acerca del viejo mundo. Pero él desconfía en absoluto de las fuerzas del hombre y de la posibilidad de un futuro mejor. Fausto niega también las formas vetustas de la vida, pero tiene fe en el hombre, en la razón humana, v su ansia de perfeccionamiento y de belleza es inextinguible.

La negación dialéctica se caracteriza por dos rasgos esenciales: 1) es condición y factor del desarrollo, y 2) es un factor del nexo de lo nuevo con lo viejo. El primer rasgo significa que sólo la negación que sirve de premisa para que surjan formas nuevas, más elevadas y perfectas, es una «negación positivas. El segundo rasgo significa que lo nuevo como negación de lo viejo, de lo precedente, no deja tras de sí un desierto, no lo destruye simplemente, sino que parece como si lo «separase».

El término «separar» expresa bien el sentido y el contenido de la negación dialéctica: lo precedente se niega y se conserva al mismo tiempo. Se conserva en un doble sentido. Primero, sin el desarrollo precedente no habría base para las nuevas formas. Por ejemplo, sin el surgimiento y desarrollo de la sique y de la actividad síquica ya en los animales, sería imposible la aparición de las formas superiores, humanas, de sique. Segundo, todo lo que se conserva del peldaño precedente de desarrollo pasa al peldaño siguiente sustancialmente transformado. Así, algunas formas de la actividad síquica desarrollada en los animales pasaron al hombre, pasaron en forma «separada» transformándose en el hombre sobre la base de las peculiaridades propias únicamente de él (la actividad laboral, la capacidad de pensar, etc.).

Sin embargo, el desarrollo de cualquier objeto no se agota con el solo acto de la negación. En efecto, aunque se conserven en la primera negación algunos elementos de lo positivo inherentes a lo que fue negado, la primera negación es su oposición completa. Las relaciones entre la forma inicial o de partida y la primera negación son relaciones de contrarios, de dos formas opuestas. ¿Qué ocurre después, cuando mediante la negación surge una forma inicial nueva, contraria? La respuesta a esta pregunta nos la dará, mejor que nada, el ejemplo del desarrollo de cualquier objeto desde el comienzo hasta el fin.

Utilicemos para ello la investigación que contiene El Capital, de Carlos Marx. El punto de arranque de todo el desarrollo de la producción social fue una forma en la que existía la unidad del trabajador y de sus instrumentos de trabajo, es decir, los instrumentos de trabajo pertenecían al propio productor. Marx daba a esa forma la denominación de «infantil» (en el sentido de infancia del género humano), pues era propia de la comunidad primitiva y de la pequeña agricultura familiar, vinculada a la industria doméstica. Pero el incremento de la productividad del trabajo alcanzó con el tiempo tal nivel que la forma primitiva, inicial, de unión del productor y de los instrumentos de trabajo devino un freno del desarrollo ulterior de la producción. Apareció la propiedad privada de los medios de producción y estos últimos se separaron del que trabajaba. Fue ésta la primera negación dialéctica de la forma de partida. Mas al alcanzar su completo desarrollo en la sociedad capitalista, esta formal de divorcio entre el trabajo y los instrumentos de trabajo, que fue en otros tiempos la negación de su unidad, prepara ella misma de manera regular su propia negación. Ha dado de sí todo lo que podía dar y debe ceder su puesto a una forma nueva, superior. Esto constituye ya la segunda negación, la negación de la primera negación, por lo cual es definida como negación de la negación.

El ejemplo que acabamos de analizar muestra que la necesidad de la segunda negación, o de un nuevo peldaño de la negación, está condicionada por lo siguiente: la forma inicial y lo que la niega son contrarios, llevan implícita una unilateralidad abstracta, que es preciso superar para que sea posible el desarrollo ulterior. La negación de la negación aparece precisamente como síntesis de todo el desarrollo anterior, como síntesis de estas formas contrarias unilateralmente, que supera y resuelve la contradicción entre ellas. En nuestro ejemplo, esa solución de la contradicción se logra mediante el establecimiento de la propiedad socialista. Con ello se realiza la unidad del trabajador y de los instrumentos de trabajo, pero a un nivel de desarrollo de la producción mucho más elevado que antes: el hombre se emancipa de la pobreza y se crean grandiosas posibilidades para su desenvolvimiento material y espiritual.

Por eso, Hegel estaba en lo cierto cuando definía la segunda negación, es decir, la negación de la negación, como la síntesis que supera los primeros «momentos abstractos, no verdaderos», o sea, «abstractos» y «no verdaderos» en el sentido de ser unilaterales e incompletos [24].

A eso va unido otro importante rasgo de la negación de la negación. En el eslabón final de todo el ciclo de desarrollo, en el peldaño de la segunda negación, se restablecen ineluctablemente algunos rasgos de la forma de partida con que se inicia el desarrollo (en nuestro ejemplo, la unidad de los instrumentos de trabajo y del trabajador). Por cuanto se niega lo que negaba la forma de partida, es comprensible que la doble negación conduzca al restablecimiento de algunos aspectos y rasgos de esa forma inicial.

Este carácter dialéctico del desarrollo se manifiesta también con claridad en el progreso del conocimiento. Por ejemplo, al estudiar la naturaleza de la luz se adelantó primeramente la idea de que ésta era un flujo de corpúsculos luminosos, de partículas. Más tarde apareció la teoría ondulatoria, opuesta a la primera. La física del siglo XX chocó con el hecho de que ninguna de estas opiniones explicaba por sí sola la realidad. «Nos encontramos ante dos cuadros opuestos de la realidad, mas ninguno de ellos por separado puede explicar todos los fenómenos luminosos; ¡pero juntos los explican!» [25] Dicho de otro modo: la contradicción de dos opiniones unilaterales opuestas se resolvió mediante su síntesis superior en una nueva teoría, que considera la luz como unidad de propiedades corpusculares y ondulatorias. Lenin define con las siguientes palabras este proceso de desarrollo del conocimiento, que tiene carácter de negación de la negación: «De la afirmación a la negación, de la negación a la «unidad» con lo afirmado: sin esto, la dialéctica se convierte en una negación vana, en juego o en escepticismo» [26].

La ley de la negación de la negación hace, con su acción, que el desarrollo no tenga la forma de una línea, sino de un círculo, en el cual el punto final coincide con el inicial. Pero como esta coincidencia se produce sobre una base más elevada, el desarrollo tiene la forma de espiral, cada uno de cuyos círculos y espiras significa un estado más desarrollado. En este sentido se emplea en la teoría dialéctica del desarrollo el término de «espiriforme», por el que se entiende su forma en espiral.

El proceso de negación de la negación es presentado a menudo en los siguientes términos: «tesis» (punto de partida del desarrollo), «antítesis» (primera negación) y «síntesis» (segunda negación), viendo en esta tríade la esencia del desarrollo. Como resultado de ello, la ley de la negación de la negación se reduce con frecuencia a un procedimiento puramente formal y superficial, por medio del cual se subordina de manera arbitraria a este esquema rígido toda la riqueza y complejidad del desarrollo objetivo. Hegel, en quien como idealista aparece este elemento de esquematismo, protestó ya violentamente contra semejante concepción de la dialéctica, diciendo que la tríade no es más que el aspecto superficial, externo, del método cognoscitivo. En lo que respecta a la dialéctica materialista, es profundamente ajena a ese formalismo y esquematismo. La ley de la negación de la negación, como toda ley de la dialéctica, no impone ningún esquema: lo único que hace es orientar en el estudio acertado de la realidad.

El análisis de la ley de la negación de la negación nos permite ahora responder a la pregunta formulada antes: ¿existe alguna tendencia objetiva, regular, en la sustitución infinita de unos fenómenos por otros, una tendencia que determine la dirección del desarrollo?

El desarrollo es una cadena de negaciones dialécticas, cada una de las cuales no sólo rechaza los eslabones precedentes, sino que conserva lo positivo que contienen, concentrando cada vez más en los eslabones superiores la riqueza del desarrollo en su conjunto. La infinitud del desarrollo no consiste en la suma aritmética infinita de una unidad a la unidad ya existente, sino en el surgimiento de formas nuevas, superiores, que crean en sí las premisas del desarrollo ulterior. De ahí la tendencia regular y general del desarrollo de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior: la tendencia del movimiento ascensional, de avance.

Un rasgo peculiar del proceso de negación de la negación es su irreversibilidad, es decir, un desarrollo que, como tendencia general, no puede ser un movimiento de retroceso de las formas superiores a las inferiores, de las complejas a las simples. Esto se explica porque cada nuevo peldaño, al sintetizar en sí toda la riqueza de los peldaños precedentes, constituye la base de formas más elevadas aún del desarrollo.

Sería erróneo, naturalmente, hablar de una sola línea de desarrollo —el ascensional— con relación al mundo en su conjunto, al Universo infinito. Sin embargo, la tendencia al desarrollo ascensional se realiza plenamente con relación a diversos sistemas o a sus elementos. En la naturaleza lo vemos en el desarrollo de nuestro planeta. En la sociedad, cada nueva fase (formación socioeconómica) representa un peldaño más alto. El proceso del desarrollo ascensional lo siguen no sólo la sociedad en su conjunto, sino cada uno de sus aspectos: la técnica, la producción, la ciencia, el arte, el modo de vida de los individuos, etc. Lo mismo puede decirse de la cognición, del pensamiento. De las primeras nociones tímidas y fantásticas del mundo a las cimas alcanzadas por la ciencia moderna: tal es el camino ascensional del conocimiento humano.

Ahora bien, el desarrollo ascensional no puede entenderse de una manera simplista. Como todo proceso dialéctico, se realiza en medio de contradicciones, a través de la lucha de contrarios. A una rama ascendente en el desarrollo de unas formas corresponde una rama descendente en el de otras. Cada forma final, al desarrollarse en línea ascendente, crea las premisas de su propia negación. El propio movimiento ascensional se realiza en la lucha de tendencias diferentes y se abre camino sólo en el resultado, en la masa de líneas entrecruzadas del desarrollo. Unas líneas del desarrollo general pueden estar dirigidas no hacia adelante, sino hacia atrás, y expresar momentos de regresión, de un movimiento de retroceso. «Cada progreso en el desarrollo orgánico —decía, a este respecto, Engels— es, al mismo tiempo, una regresión, pues consolida el desarrollo unilateral y excluye la posibilidad del desarrollo en otras muchas direcciones» [27]. Dicho en otros términos: el carácter ascensional no debe entenderse de una manera metafísica, como un proceso rítmico, sin desviaciones ni zigzags. Importa tener esto en cuenta, sobre todo, cuando se trata del desarrollo social, en el que actúan distintas clases y partidos que tienen sus propios intereses y luchan por sus objetivos.

No debe olvidarse que la ley de la negación de la negación actúa de distinta manera en condiciones diferentes y en objetos diferentes. Engels decía: «Cada clase de cosas tiene, por tanto, su modo peculiar de ser negada de tal manera que engendre un proceso de desarrollo, y lo mismo ocurre con las ideas y los conceptos» [28].

En el socialismo, la negación dialéctica de lo viejo y la afirmación de lo nuevo tiene el carácter de cumplimiento consciente y metódico de las tareas que van sazonando bajo el control de la propia sociedad. Al socialismo le es ajena la concepción anarquista de que todo lo viejo es reaccionario y sólo debe ser destruido. Es más, como testimonia la experiencia de la historia, únicamente la sociedad socialista, que sustituye a la sociedad capitalista, es capaz de salvar y conservar los grandiosos valores de la cultura material y espiritual acumulados por el desarrollo precedente. Por eso las tentativas de todo género de destruir, bajo el disfraz de la lucha contra «lo viejo», las valiosísimas conquistas del pasado, no tienen nada que ver con el socialismo. El comunismo es el grado superior de desarrollo de la sociedad y niega rotundamente lo que, nacido en la vieja sociedad explotadora, frena el avance; por otra parte, el comunismo sintetiza en sí, con base nueva, todos los adelantos de la humanidad.

Así pues, la ley de la negación de la negación es una ley cuya acción está condicionada por el nexo y la continuidad entre lo negado y lo que niega; a consecuencia de ello, la negación dialéctica no es una negación huera, «inane», que rechaza todo el desarrollo precedente, sino una condición del desarrollo que afirma y conserva en sí todo el contenido positivo de las fases anteriores, repite a un nivel superior algunos rasgos de los grados iniciales y tiene, en su conjunto, un carácter de avance, ascensional.



Notas

[1] F. Engels. Anti-Dühring. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 145.)

[2] V. I. Lenin. Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. (O.C., t. 23, págs. 43-44.)

[3] F. Engels. Dialéctica de la Naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 343.)

[4] V. I. Lenin. (O.C., t. 26, pág. 55.)

[5] V. I. Lenin. Cuadernos filosóficos. (O.C., t. 29, pág. 135.)

[6] Carta de C. Marx a L. Kugelmann. Londres. 11 de julio de 1868. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 32, págs. 461-462.)

[7] K. Pearson. The Grammar of Science. London, 1911, p. 87.

[8] V. I. Lenin. En torno a la cuestión de la dialéctica. (O.C., t. 29, pág. 317.)

[9] Hegel. Enzyklopädie der philosophischen Wissenschaften im Grundrisse, Berlín, 1840, S. 179.

[10] Documentos del XXV Congreso del PCUS, págs. 8-9.

[11] V. I. Lenin. Las divergencias en el movimiento obrero europeo. (O.C., t. 20, pág. 66.)

[12] Ibíd., págs. 65-66.

[13] F. Engels. Anti-Dühring. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 66.)

[14] Aristóteles. Metafísica, ed. en ruso, Moscú-Leningrado, 1934, pág. 61.

[15] F. Engels. Dialéctica de la Naturaleza. (C. Marx y F. Engels, Obras, t. 20, pág. 530.)

[16] V. I. Lenin. Cuadernos filosóficos. (O.C., t. 29, pág. 317.)

[17] Ibíd.

[18] Por ejemplo, el filósofo neotomista H. Ogiermann, en su libro La dialéctica materialista («Materialistische Dialektik») —enfilado contra el método marxista— considera injusto explicar con el principio del automovimiento los cambios tanto no esenciales como radicales que se producen en la naturaleza. Según la concepción metafísica del autor del libro, la materia inorgánica y orgánica, lo material y lo inmaterial (la sique), son contrarios imposibles de unir; están separados, a su juicio, por un abismo y no existe ningún puente natural entre ellos. Desde este punto de vista, para que a un grado más elevado de desarrollo surja de lo material su contrario —lo inmaterial, lo síquico— es preciso que exista «una realidad otológicamente superior», es decir, la acción de una fuerza mística.

[19] C. Marx y F. Engels. De las primeras obras, pág. 585.

[20] V. I. Lenin. Cuadernos filosóficos. (O.C., t. 29, pág. 317.)

[21] C. Marx. La crítica moralizadora y la moral criticadora, (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 4, pág. 297.)

[22] F. Engels. Anti-Dühring. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 145.)

[23] J. W. Goethe. Fausto, ed. en ruso, Moscú-Leningrado, 1936, pág. 52.

[24] Véase Hegel, Wissenschaft der Logik. Stuttgart, 1928, S. 345.

[25] E. Einstein y L. Infeld. Evolución de la Física, ed. en ruso, Moscú, 1965, pág. 215.

[26] V. I. Lenin. Cuadernos filosóficos. (O.C., t. 29, pág. 208.)

[27] F. Engels. Dialéctica de la Naturaleza. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 621.)

[28] F. Engels. Anti-Dühring. (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 20, pág. 146.)



Fuente: Fundamentos de filosofía marxista-leninista, Editorial Progreso, Moscú, 1977, t. I, pp. 130-166.



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