martes, 12 de diciembre de 2017

Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo — V. A. Simonov


La “revolución cultural” en territorio ajeno


“Para nuestra revolución campucheana
la ayuda más valiosa que nos prestó
el presidente Mao Tsetung  fueron las ideas 
maoístas. El presidente Mao Tsetung 
personalmente siempre nos apoyó y estimuló.”

Pol Pot, septiembre de 1977


Pol Pot e Ieng Sary, actuando con arreglo a las “ideas” de Mao Tsetung y por indicación de sus patronos, emprendieron algo inconcebible. Se propusieron crear una sociedad sin industria, sin comercio, sin ciencia, sin escuelas, sin cultura, sin ciudades, sin bienes personales e incluso sin vida privada. Este “gran salto” al siglo de las cavernas fue acompañado con la arbitrariedad más desenfrenada y la violencia más brutal. Campuchea se convirtió en un campo de concentración.

La base teórica de la vivisección maoísta de todo un país fueron los postulados y los dogmas hostiles al marxismo proclamados por Mao Tsetung en distintas épocas. Hubo un tiempo en que dictaminó, teniendo en cuenta el papel preponderante del campesino con respecto a la población urbana “aburguesada”: “Las aldeas cercan a las ciudades”. Y he aquí que a los pocos días de subir el nuevo régimen al poder sus soldados, vestidos de uniformes negros, abrieron fuego en Pnom Penh. Era la señal para desplazar a todos los habitantes urbanos a las zonas rurales. A jóvenes y viejos, enfermos y sanos, se les ordenó a punta de metralleta abandonar la ciudad. No hubo compasión con nadie. Sacaron a la calle, junto al personal médico, a los pacientes de hospitales, entre ellos a los enfermos graves y a las mujeres embarazadas. Los soldados interrumpían las operaciones, hacían levantar de las camas a los moribundos. Aquellos días de abril recorrían las calles jeeps chinos con altavoces dando órdenes categóricas ¡lárguense todos de la ciudad, inmediatamente y para siempre! ¡Si no serán fusilados!

Por el camino, miles murieron de agotamiento y hambre, muchos fueron fusilados por los guardianes. De hecho, todos los habitantes de Pnom Penh abandonaron la capital, una de las ciudades más bellas de Asia Sudoriental.

La soldadesca saqueaba las casas vacías, los edificios públicos fueron rodeados de alambradas. La revista norteamericana “The Nation” escribió que por entonces en la capital campucheana habían quedado no más de 15 mil habitantes. Según testigos visuales, durante largo tiempo en las calles de Pnom Penh se vieron cadáveres de hombres, mujeres y niños descomponiéndose al sol. De esta misma manera quedan desiertas otras ciudades de Campuchea. Parecía como si alguien hubiese probado en ellas la bomba de neutrones.

Los gobernantes dividieron a la población del país en dos grandes categorías. La primera estaba compuesta por habitantes de las regiones rurales que se hallaban, en el período de la lucha contra el régimen pro estadounidense, controladas por ellos, y la segunda categoría era el resto de la población. Todos los que caían en ésta —por lo general habitantes de ciudades— se consideraban como enemigos y “corrompidos”. A juicio de Pol Pot, había que aniquilar a la mayor parte de ellos, a fin de “purgar” a la nación.

Junto a las capas explotadoras de la sociedad —grandes propietarios— los funcionarios estatales, los intelectuales y los estudiantes, la clase obrera también fue declarada enemiga. El órgano del régimen, que paradójicamente se llamaba “Revolución”, escribía sin rodeos: “Todos los ex obreros son enemigos del socialismo”.

El exterminio de estos “enemigos”, sin estudio de causa ni juicio alguno, como es natural, comienza simultáneamente con la despoblación de las ciudades y prosigue en los nuevos lugares de residencia, donde se constituyen “comunas”, según el modelo chino, compuestas por habitantes de la ciudad.

En total, más de tres millones de habitantes de ciudades fueron trasvasados a zonas rurales. Como escribía un observador simpatizante del régimen, la célula básica de la vida socio-económica en la Campuchea contemporánea era la cooperativa rural “igualitaria sin relaciones mercantiles y financieras”.

Atroz igualitarismo. A personas no acostumbradas al trabajo rural se las obliga a trabajar de 12 a 14 horas en arrozales y sistemas de riego. Por todo el país se observa el siguiente cuadro: hombres uncidos a arados caminan, con agua hasta las rodillas, vigilados por guardianes armados. Estas células-cooperativistas, verdaderos campos de concentración enmascarados, eran cámaras de muerte socio-económica del antiguo pueblo khmer.

En 1958 Mao Tsetung escribía: “... la población de 600 millones de China se distingue por su miseria y atraso. A primera vista parece malo, pero en realidad es bueno. La pobreza mueve a realizar cambios, a las acciones, a la revolución. En una hoja de papel limpio se puede escribir los jeroglíficos más nuevos, más hermosos. Se puede hacer los dibujos más nuevos, más bellos”.

Los maoístas en Campuchea empiezan también a encarnar en la vida ese precepto del “timonel”. Elevaron la miseria al rango de suprema virtud. Los miembros de las comunas-campos de concentración no sólo vivían en la miseria sino que estaban privados absolutamente de todo, salvo un par de mudas. Toda propiedad individual fue suprimida. Las relaciones mercantiles y dinerarias erradicadas. El comercio se consideraba como un crimen.

Prok Sam, un khmer de 30 años que trabajaba en un chalat (equipo) de 230 personas contó al corresponsal del diario francés “Le Monde”:

“Hay equipos de mujeres y equipos de hombres. Las mujeres y los hombres nunca trabajan juntos. Yo me veía con mi mujer en la aldea una vez cada tres o cuatro meses. Me casé en 1976. No tengo hijos. Me gustó una muchacha y decidí casarme con ella. La petición fue transmitida al jefe de la sección, después del destacamento, luego al jefe del equipo; seguidamente la solicitud se envió a la jefatura del equipo de mi novia. La respuesta la recibí por las mismas vías. Me casé al mismo tiempo que otras 95 parejas. Algunos no querían casarse. Después de la primera noche nupcial nos separaron por cuatro meses.”

De cómo se ultrajaba la dignidad del pueblo khmer lo testimonia también en su diario Oddar Meanchey, campesino de 23 años, de la comarca de Chonkal. Extractos del mismo los publicó en su tiempo el periódico “Akahata”. Meanchey escribe:

“A los cónyuges no se les permite vivir juntos. Padres e hijos viven separados; se les permite verse una vez cada mes y medio o dos meses. Desde principios de 1977, a todos los habitantes de la aldea empezaron a reunirlos en un sitio para comer. La jornada dura desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche.”

Bajo el despótico régimen de Pol Pot, constata “Akahata”, toda una nación había sido privada de llevar vida familiar.

En sustancia, el pueblo campucheano en aquellos tres años no tenía derecho alguno; sólo obligaciones. Y la principal consistía en ser aquella “hoja limpia de papel” en la que las autoridades escribían con sangre los absurdos dogmas maoístas.

El régimen, desde los primeros días de su existencia, lleva a cabo el exterminio planificado e implacable de intelectuales, estudiantes, alumnos, de todos los que pudieran reflexionar sobre la esencia de los acontecimientos y hacer frente al terror. Para que los intelectuales no renaciesen, ni por nada del mundo, la camarilla de Pol Pot e Ieng Sary cerró todos los centros docentes. Las autoridades de Campuchea consideraban que para cultivar arroz era suficiente una instrucción elemental.

La política religiosa y de las nacionalidades de la camarilla de Pol Pot e Ieng Sary resaltaba por su acendrado extremismo. En Campuchea son históricamente muy fuertes las tradiciones budistas. Formalmente en la Constitución del país se proclamaba: “Cada ciudadano de Campuchea tiene derecho a creer en dios y practicar una religión o no creer en dios y no profesar religión alguna”. Sin embargo, todo era muy distinto.


“Cercar la ciudad con la aldea”. Esta consigna que los adeptos de Mao esgrimieron en Campuchea implicó, en rigor, la desaparición de las ciudades. Tres millones de habitantes de la capital y centenares de miles de habitantes de otras 20 ciudades se vieron desalojados de sus hogares por la fuerza y, como rebaños, arreados a otros lugares. En la foto: Pnom Penh. Plaza del mercado. El 10 de enero de 1979, en pleno día. Como si hubiese estallado una bomba de neutrones.

La mitad de los ciudadanos de Campuchea perdieron sus deudos y se quedaron sin techo. Cientos de miles de desalojados se vieron obligados a vagar por tierras extrañas. Primero les aguijoneó el miedo a la muerte; luego, el hambre. Más tarde, liberados ya de la camarilla de tiranos el país, empezaron a regresar a sus lares. Pero los transportes han quedado destruidos. Por todos los caminos, por todas las direcciones se mueven los que quedaron con vida.

Los sentimientos religiosos de la población se pisoteaban de manera brutal. He aquí lo que refiere el monje budista Yaen Son, superior de la pagoda de Pien Pen, distrito de Sem Priem, provincia de Srai Rieng, que logró evadirse a Vietnam: “Todos los monjes y monjas fueron expulsados de las pagodas. Estatuas y altares budistas fueron destrozados o tirados a ríos y estanques. A los viejos monjes les obligaban a realizar extenuantes trabajos físicos durante 13 horas al día. Siempre teníamos hambre; a los que se quejaban los detenían y se los llevaban no se sabe a dónde...”

Derrocado el régimen de Pol Pot, el príncipe Norodom Sihanuk, que largo tiempo estuvo encarcelado, en una entrevista al semanario norteamericano “The Times” pinta un cuadro parecido: “Los templos y pagodas o bien se quemaban o bien se convertían en porquerizas, almacenes o escuelas políticas en las que enseñaban a la juventud... a amar a Pol Pot con todo el corazón y el alma”. Sihanuk añadió que a lo largo de tres años él fue el único budista de Campuchea que logró cumplir todos los ritos budistas.

La camarilla terrorista no sólo privó a centenares de miles de personas de libertad de conciencia, sino también de la patria. Se trata de minorías nacionales y, en primer lugar, de los vietnamitas que residían en Campuchea. Nada más hacerse con el poder la camarilla de Pol Pot e Ieng Sary desplegó una extensa campaña de odio contra Vietnam y contra los vietnamitas.

En Campuchea vivía aproximadamente medio millón de vietnamitas que junto con los khmer habían participado en la lucha anticolonial y antimperialista. Luego la comunidad vietnamita pasó a ser objeto de brutales persecuciones. Los vietnamitas fueron expulsados de su tierra, les requisaron todos los bienes e instrumentos de trabajo. Decenas de miles fueron expulsados del país y muchos asesinados brutalmente.

Los ex gobernantes de Campuchea ejercieron una dominación salvaje con el pueblo cham. Se conoce el testimonio de un representante de esta nacionalidad, Suleiman Samona: “Los guardianes de Pol Pot nos obligaban a trabajar sin descanso todo el día hasta las once de la noche y a veces hasta las dos y tres de la madrugada... Nos prohibían hablar en nuestro idioma y a las mujeres llevar el pelo largo como lo exige nuestra costumbre nacional. A los que protestaban se los llevaban y ya nadie los volvía a ver”.

Es curioso que a pesar de los estrechos lazos entre Pnom Penh y Pekín, al principio habían sido represaliados también chinos, los llamados huachiao. Por lo que parece la inercia del terror era muy grande. Pero el gobierno pequinés no permaneció mucho tiempo con los brazos cruzados. De la noche a la mañana los huachiao se convirtieron en la élite local.

Hoy ya no existe duda alguna de en qué consistía el objetivo de solucionar así esta cuestión relacionada con las nacionalidades. Como señaló en marzo de 1979 Ros Samay, Secretario General del Frente Unido de Salvación Nacional de Campuchea (FUSNC), Pekín había tratado de desbrozar de este modo un nuevo “espacio vital” para poblarlo de huachiao, había querido hacer de Campuchea una base de apoyo de expansionismo militarista en Asia Suroriental.

Así surgía un Estado monstruo pro maoísta. Jamás nadie había logrado en menos de dos años borrar por completo, aniquilar la economía de un país, su cultura y sus costumbres. Fueron quemados libros y archivos. Las pagodas, las estatuas de Buda, los museos, todo fue destruido y ultrajado.

Apareció ante el mundo algo muy conocido: la segunda edición de la “revolución cultural” efectuada anteriormente en China. La base de unos y otros acontecimientos era la misma ideología —el maoísmo—, los mismos métodos de embrutecer a las masas y convertirlas en instrumento sumiso en manos de aventureros políticos.

El régimen de Pnom Penh ni siquiera pensaba ocultar la fuente teórica de donde extraía la inspiración para actuar de manera salvaje contra su propio pueblo. Pol Pot habló de ello sin rodeos durante una visita que hizo en septiembre de 1977 a Pekín.

“Para nuestra revolución campucheana —declaró servilmente ante la camarilla pequinesa encabezada por Hua Kuofeng— la ayuda más preciosa que nos prestó Mao Tsetung... son las ideas maoístas. El presidente Mao siempre nos apoyó y estimuló personalmente”. El famoso librito de citas de Mao, que desapareció ya de las tiendas pequinesas, era para Pol Pot una “antorcha radiante”. En el mismo discurso pronunciado en el banquete en la capital china calificó las ideas del “gran timonel” de “arma ideológica y política más eficaz y aguda en nuestra lucha por alcanzar victorias”.

Después de tales explicaciones todos los “experimentos” del régimen de Pnom Penh, cometidos sobre los huesos del pueblo khmer, por lo visto no requieren ser explicados por específicas circunstancias locales, como trataron de hacerlo los intérpretes occidentales de la tragedia campucheana. Ni la historia del país, ni el carácter nacional del pueblo khmer, ni la alteración alguna de la psíquis de los cabecillas de Pnom Penh —se exponían también tales versiones— tienen nada que ver con lo que ocurrió en Campuchea en la “noche de los cuchillos largos” que duró tres años. Otro factor influjo de manera determinante. A saber: el transplante al terreno khmer de las dementes ideas de Mao. Esa es el “arma más aguda” con el que, en última instancia, fueron aniquilados millones de khmer.

Cuando enfocamos de esta manera la tragedia campucheana todo permite una explicación precisa. Tras cada medida sociopolítíca aplicada por estos bárbaros y aventureros, por más inverosímil que nos parezca al principio, se trasluce con nitidez una “idea” concreta de Mao o una página copiada de la historia de la China maoísta.

A las citadas tesis del “cerco de la ciudad por la aldea” y a la “hoja de papel limpia” se podrían añadir decenas de postulados maoístas que Pol Pot quería transplantar al suelo de Campuchea. Todos esos “gran saltos” y “comunas populares” las reproducía con sumo cuidado el régimen títere de Pnom Penh, a escala de un pequeño país, y por eso su impacto destructor fue mucho más monstruoso que en la inmensa China.

Sin esforzar la memoria veremos que veinte años antes de la expulsión obligada de los campucheanos a la aldea, Mao también había echado de ciudades a jóvenes chinos, tratando de realizar de este modo un salto al comunismo en tres años. La idea del “timonel” heredada por Pol Pot consistía en crear condiciones ideales para movilizar mano de obra baratísima, privada además de todos los derechos. Los habitantes de las regiones rurales de China y los de las ciudades fueron divididos en batallones y compañías haciendo caso omiso de lazos familiares y sociales. Comían de una misma cacerola y repartían entre sí las prendas personales. Como es sabido, a resultas de esta violencia sobre el individuo y sobre las leyes del fomento económico, empieza en China a reducirse bruscamente la producción agrícola y se desata el hambre.

“Las ideas de Mao Tsetung son las más eficaces y mordaces armas ideológicas y políticas”, dijo Pol Pot (a la izquierda, en la foto de arriba) durante la última visita a Pekín. En las fotos de abajo, los campucheanos que padecieron el efecto de esas “armas”. Un médico, un estudiante, un sacerdote... Siete, ocho, nueve... cien... mil... un millón... un obrero más, un intelectual más... Decapitados, destripados, mutilados... Y lo preferido por Pol Pot era enterrar en vida.

Los “experimentos” económicos realizados en Campuchea son una copia de aquellos de hace veinte años. El “gran salto” chino se repitió allí bajo otra consigna: “Habiendo arroz, habrá todo”. Es verdad que esta vez no se trataba de edificar aceleradamente el comunismo sino alcanzar con rapidez abundancia de arroz, o sea recoger, según consideraban en Pnom Penh y Pekín, seis millones de toneladas. Pero, a pesar de que casi toda la población de Campuchea trabajaba en los arrozales, el resultado no fue mejor que en China. La producción de cereales, según la prensa yugoslava, supuso un 60-70 por ciento del antiguo nivel.

Como podrá ver el lector, cada acto de la tragedia campucheana fue puesto por un guión pequinés. Esto se refiere también al genocidio, cuyas víctimas, según los planes de Pol Pot, debían ser unos 7 millones de personas: en definitiva debía quedar tan sólo “un millón de hombres fieles”. Campuchea fue víctima directa de la ideología aventurera e inhumana maoísta. El experimento campucheano de los maoistas fue una prueba dura y dolorosa para los pueblos de Indochina. Al mismo tiempo constituyó una clara advertencia del peligro que entrañan los planes de largo alcance de Pekín en Asia. Los pueblos de los países en desarrollo han recibido una lección clarísima de qué desgracias y privaciones puede acarrearles el continuar uncidos al carro de la política e ideología de la dirigencia pequinesa.

A comienzos de 1979, Leonid Brézhnev haría uno de los comentarios más precisos y explícitos de lo que sucedió en aquellos tres años siniestros en la sufrida Campuchea. A su juicio en ésta existía un régimen propequinés, por decirlo así un modelo chino de estructura política y el genocidio que tuvo lugar en Campuchea lo llamó “revolución cultural china en acción en territorio ajeno”.

Salto del dragón chino


“Sin falta debemos hacernos con
 Asia Suroriental, incluido Vietnam
 del Sur, Tailandia, Birmania,
Malasia, Singapur... Una región como
Asia Suroriental es muy rica, hay
allí muchos yacimientos naturales...
Después de que nos hagamos con Asia
Suroriental, el viento de  Oriente 
prevalecerá  sobre el de Occidente.”

Mao Tsetung, 1965


Pekín hizo de Campuchea un campo de concentración no sólo para confirmar la importancia general del maoísmo. La dirigencia china quería utilizar el país del pueblo khmer como instrumento para ejercer su hegemonismo en Asia Suroriental. El quid de estos planes en la práctica lo evidenciaron las provocaciones militares del régimen antipopular de Pol Pot e Ieng Sary contra Tailandia, Laos y en especial contra Vietnam, país que había prestado una gran ayuda al pueblo khmer para liberarse del dominio estadounidense en 1975.

El 3 de febrero de 1976, en un mensaje enviado al partido de los comunistas vietnamitas, Pol Pot e Ieng Sary expresaban “su más profundo agradecimiento al Partido de los Trabajadores de Vietnam por el apoyo y la ayuda que prestaron a los patriotas de Campuchea durante la guerra revolucionaria por la liberación nacional”. Transcurrió poco más de dos años y el “más profundo agradecimiento” se volvió odio y agresión directa contra el pueblo vietnamita.

Ya en mayo de 1975, Pekín instigó a Pnom Penh a una guerra, prometiéndole en recompensa un extenso territorio de Vietnam, la provincia de Nambo. Desde este momento las fuerzas armadas de Campuchea comienzan a atacar sistemáticamente a Vietnam a lo largo de toda la frontera. Desde el verano de 1975 a octubre de 1978 se registraron 6.186 casos de penetración de fuerzas campucheanas en el territorio vecino que aún no se había repuesto de la durísima guerra de liberación nacional contra el imperialismo estadounidense.

Con frecuencia esas incursiones se hacían a una profundidad de 10 kilómetros. Además, una infinidad de testimonios presentados por las autoridades vietnamitas, muestran que el agresor se escarnecía en la población civil. Allí por donde pasaban los soldados de Pol Pot sólo quedaban ruinas y cadáveres.

— Teníamos orden de exterminar incluso a los niños, declaró Oa Trang, jefe de sección campucheana hecho prisionero. Porque, nos decían, que cuando sean mayores también se convertirán en enemigos de Campuchea.

El ejército vietnamita y la población de las zonas fronterizas durante largo tiempo dieron sobradas pruebas de paciencia. “Pero Campuchea, tomando erróneamente nuestra paciencia y deliberada moderación por síntomas de debilidad, proseguía e intensificaba sus actos de hostilidad —declaró Pham Van Dong, primer ministro de la RSV—. Ante la gravedad de la situación creada, nuestras fuerzas armadas acantonadas en dichas regiones (fronterizas) se vieron obligadas a adoptar medidas de autodefensa movidas por la firme decisión de proteger la soberanía y la integridad territorial del país, los bienes y el trabajo pacífico del pueblo”.

En un documento difundido por la oficina de prensa e información del Ministerio de Negocios Extranjeros de la RSV el 5 de enero de 1978, se dan hechos concretos que registran con precisión las aspiraciones conquistadoras del Pol Pot. Por ejemplo, una octavilla campucheana hallada en la provincia vietnamita de An Giang, cuyo centro administrativo es la ciudad de Chiaudok, donde a 1.200 metros de la frontera pasa el canal Vinhtie, decía: “No olviden que están ustedes en territorio campucheano. El territorio campucheano no termina en este canal sino que se extiende hasta Saigón”.

Hoy para nadie es un secreto que la guerra contra Vietnam, desencadenada por el régimen de Pol Pot, fue inspirada por Pekín. China envió a Campuchea gran cantidad de armas y material de guerra, así como unos 20 mil “consejeros”. Varios miles de ellos, vestidos con uniforme campucheano, dirigían directamente las operaciones militares contra Vietnam.

El ejército campucheano pasó, de hecho, a ser carne de cañón para Pekín, el cual, al parecer, sacó la conclusión de que, además de controlar a los títeres de Pnom Penh, había adquirido la posibilidad de realizar el sueño de “recuperar las tierras perdidas”. ¿De qué tierras se trata? Pues, aquí no caben conjeturas debido a que en los años cuarenta en China se editó una “Historia breve de la China contemporánea” que incluía un mapa en el cual se señalaba el llamado “territorio chino ocupado por los imperialistas entre 1840 a 1919”.

Basta echar una ojeada al mapa para hacerse una idea de los apetitos de los expansionistas pequineses. Dentro de este territorio se incluyen Birmania, Vietnam, Tailandia, Malasia, así como Nepal, Bután, el Estado indio de Sikkim y las islas de Andaman, el archipiélago de Sulu perteneciente a las Filipinas, Corea, República Popular de Mongolia, considerables regiones de la Unión Soviética.

El salto del dragón chino sobre la India y su segundo salto sobre Vietnam en febrero de 1979, así como infinidad de actos armados de menor alcance contra las naciones vecinas son manifestaciones conquistadoras de Pekín: su línea estratégica. Siguiéndola al pie de la letra, los sucesores de Mao realizan sus postulados teóricos de manera metódica y sin apartar la vista del objetivo, que podríamos sintetizar así: cada generación debe tener su guerra, y Pekín ganar todos los trofeos en la misma. Entre este tipo de trofeos anhelados, a China, sobre todo, le atraen las ingentes riquezas naturales de Asia Suroriental, de donde el mundo obtiene el 70 por ciento de plomo, el 81 por ciento del caucho, el 70 por ciento de copra, petróleo, mineral de hierro, níquel.

La invasión de Vietnam por Pekín en febrero de 1979 puso todos los puntos sobre las “íes”. Antes, la saturación de Campuchea con armas chinas, el impeler a Pol Pot a provocaciones armadas al suroeste de la frontera de Vietnam y el concentrar un ejército de 600 mil hombres en su frontera del norte, todo ello, lo interpretaban algunos como asperezas chinas hacia sus vecinos. Después de la invasión se pusieron de relieve con toda claridad los contornos de la operación estratégico-militar concebida por Pekín, cuya víctima no sólo tendría que ser el Vietnam socialista sino todo el Asia Suroriental.

La esclavización de Campuchea era sólo la primera etapa del camino emprendido por Pekín para adueñarse de esta región. Después de exterminar a 7/8 de la población aborigen y de llenar ese vacío sangriento con etnias chinas, allí debía surgir la plaza de armas estratégica de China. Vietnam quedaría atenazado y se le impondría una guerra en dos frentes. Tras abrir un pasillo a través del territorio vietnamita rodeado, Pekín esperaba salir a Tailandia, Malasia, Indonesia y más adelante, en plena consonancia con el postulado de Mao, “recuperar” todo el Asia Suroriental. Pero se interpuso Vietnam. El no querer hacer de puente de la expansión china quebrantaba los planes hegemonistas de Pekín. Por ello hacía indispensable aplastar a Vietnam.

El derrocado régimen de Pol Pot decidió cumplir con toda diligencia esta tarea. Cabe decir que no sólo copiaba las acciones expansionistas de sus patronos chinos, sino también la decoración propagandística. El propio Pol Pot justificaba sus irrupciones bandidescas contra Vietnam y Tailandia con haber “perdido” parte de su territorio el siglo pasado. De esta manera, los maoístas de Pnom Penh se sumaron a los esfuerzos de Pekín a fin de fragmentar el mapa de Asia Suroriental y Asia Meridional según el esquema de “territorios perdidos” de éste. La coordinación permanente de esta orientación conjunta expansionista militar en la región se llevaba a cabo durante frecuentes contactos oficiales a diversos niveles.

Conviene recordar que una delegación militar de Pol Pot visitó Pekín en los últimos días de julio y comienzos de agosto de 1978; esta delegación fue recibida por Teng Hsiaoping y otros líderes chinos. Durante la visita se concertaron planes para continuar suministrando armas chinas a las tropas de Campuchea, incluidos tanques, artillería pesada, transportes acorazados y camiones. Bajo la inspección de especialistas chinos se construían aeródromos y otros objetivos militares, en particular, una importante base aérea en Kampongchiang. Aquí se concentraban cazas de reacción y bombarderos de fabricación china.

A principios de noviembre de 1978 visitó Campuchea el vicepresidente del CC del PCCh, Wang Tunghsíng quien en sus discursos enfatizaba en el hecho de que Pol Pot e Ieng Sary gozan del pleno apoyo de Pekín.

Hay que decir que las declaraciones sobraban, ya que estaba bien claro que los ex líderes de Campuchea habían caído bajo la total influencia de Pekín. Se convirtieron en ciegos ejecutores de los planes expansionistas de los grandes Kanes, en instrumentos sumisos de la dirigencia maoísta.

Precisamente los planes expansionistas de los dirigentes chinos fueron los que determinaron la magnitud inaudita de la tragedia campucheana. En ellos reside el germen de la creciente tensión con el vecino Vietnam y la transformación de la misma en guerra fraticida en las provincias sureñas de la RSV.

Sin embargo, Vietnam no se atemorizó sino que defendió su territorio y expulsó de sus fronteras a los desenfrenados títeres pequineses. El contragolpe de las fuerzas armadas de Vietnam sirvió de señal para que se desmoronase el régimen antipopular de Pol Pot e Ieng Sary, lo que provocó la furia de sus patronos chinos. Fue entonces cuando en Pekín consideraron necesario dar una lección a Vietnam que comenzó con el bombardeo artillero en la frontera norteña de la RSV el 17 de febrero de 1979 por la mañana.

El sufrido Vietnam pasó a ser de nuevo victima de la agresión, y esta vez, de la agresión china. Esta era la venganza de Pekín debido a que el plan montado para ensanchar el “Imperio central” a cuenta de los Estados de Asia Suroriental fue hecho trizas por la firme resistencia de Vietnam. No se logró convertir a Vietnam en una victima inerme atenazada entre dos plazas de armas chinas. Fracasaron todos los esfuerzos febriles de Pekín de los últimos años por desestabilizar la situación en Vietnam con formas de presión tan brutales como la supresión de la cooperación económica y la propaganda subversiva entre los huachiao vietnamitas. Pekín, además de perder el control sobre Pnom Penh, perdíó la esperanza de marchar por la “alfombra víetnamita” hasta el golfo de Siam.

Con la vandalesca invasión perpetrada por divisiones chinas a cinco provincias norteñas vietnamitas, desde el golfo de Tonkín hasta los montes de Laos, la camarilla pequinesa quería desquitarse por el fracaso de su operación político-militar, cuyas víctimas deberían ser numerosos Estados de Asia Suroriental. En este sentido, los acontecimientos de Campuchea y la guerra china contra Vietnam guardan, de verdad, estrecha relación denominada: rabia del expansionismo pequinés al no ver satisfechas sus ansias.

Para ocultar este evidente y único motivo, la camarilla china rodeó su agresión armada de una columna de humo propagandístico. En decenas de declaraciones al más alto nivel, Pekín trató de crear la ilusión de que sus acciones eran “un obligado contragolpe” o una “medida limitada de castigo” en respuesta a cierta “invasión de Vietnam a Campuchea”. Es decir, a la opinión pública mundial se le imponía un falso “enfoque idéntico” a los acontecimientos de Campuchea y a la guerra a gran escala desencadenada por China al norte de Vietnam. El agresor colocaba el signo de igualdad entre él y su víctima.

A ello le ayudaban activamente algunos influyentes círculos occidentales. Hoy nadie duda que durante la visita de Teng Hsiaoping a Estados Unidos, a comienzos de 1979, la administración norteamericana, a la chita callando o tal vez a voces (mas no para todos) aprobó los planes de “propinarle una merecida lección a Vietnam”. En Washington saben mucho de esta filosofía imperial, que otorga el derecho a una gran potencia a perdonar o a castigar, como es frecuente, a otros pueblos. De la coparticipación norteamericana nos convence no sólo la circunstancia de que la agresión fue aprobada en una reunión del CC del PCCh, celebrada al día siguiente de regresar de Estados Unidos Teng Hsiaoping. No se trata sólo de que hacia la frontera vietnamita fueron trasladadas tropas chinas que estaban dislocadas cerca de Formosa. Mas bien la reacción de Washington oficial al ataque chino y sus consiguientes acciones confirmaron las sospechas de la opinión pública mundial.

El Gobierno de EE.UU. llamó el ataque de Pekín de la forma más delicada: nada más que “penetración en territorio ajeno” que no fue otra cosa que la respuesta, según ellos, a la “invasión de Camboya por Vietnam”. ¿Desde cuándo una agresión en la que participa un ejército de medio millón de hombres y centenares de tanques, una agresión en la que se emplea la táctica hitleriana de “tierra quemada” se denomina, casi cariñosamente, “penetración”? Sólo hay una respuesta: desde el momento en que se normalizan las relaciones norteamericano-chinas. Sin embargo, esta acción desesperada de los invasores maoístas tampoco les reportó resultados apetecidos. El Vietnam socialista defendió su territorio y los “maestros” castigadores chinos, tras perder en tierra vietnamita 62.500 soldados, 280 tanques y mucho material bélico, se retiraron. El dragón dio marcha atrás con el prestigio hecho añicos y las narices aplastadas. Ni un solo Estado, ningún movimiento social importante respaldó a los expansionistas pequineses.

Desde ahora políticos sensatos de los países asiáticos no subestiman más la agresividad de China. Para ellos es evidente que la llamada retirada voluntaria de las tropas chinas de Vietnam y los arrullos de los medios de información pequineses y algunos occidentales en torno a esta acción persiguen a la vez varios objetivos. Y son: presentar la derrota moral, política y militar de China como una “retirada de los vencedores después de una eficaz operación de castigo”; contener la ola de indignación internacional por la agresión china; por último, distraer la atención de la opinión pública mundial de las plazas de armas permanentes creadas en las fronteras de Vietnam y Laos para nuevas provocaciones armadas contra los países vecinos y tal vez una nueva guerra a gran escala en Indochina.

Veamos por qué muchas capitales del continente asiático condenaron el ataque chino a Vietnam cuya etapa preparatoria, como ahora se puso de relieve, fue el experimento maoísta en Campuchea. En el comunicado soviético-indio, firmado en marzo de 1979, el gobierno de la India condenó al agresor chino y exigió la “plena, incondicional, e inmediata” retirada de las tropas pequinesas de Vietnam. A juicio del ministro de negocios extranjeros de Singapur, S. Rajaratnam, incluso la retirada de las tropas chinas no cambiará el carácter dilatado del conflicto. Durante su visita a Moscú en marzo de 1979 el Primer Ministro de Tailandia, Kriangsak Chamanan se mostró profundamente preocupado por la situación en Indochina debido a las acciones militares.

El Asia considera meditando lógicamente que durante algún tiempo el dragón chino puede esconder las uñas. Pero a partir de esta nueva experiencia nadie descarta la posibilidad de que dé un nuevo salto.



Fuente: Simonov, V. A., Campuchea: crimen y fracaso del maoísmo, Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1979, pp. 11-35.



Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Lenin y el problema de la clasificación de las ciencias — B. M. Kedrov

Bonifatiy Mijaylovich Kedrov
(1903-1985)

V. I. Lenin no se ocupó especialmente de la clasificación de las ciencias, pero sus obras filosóficas contienen indicaciones de extraordinaria importancia acerca de cómo debe desarrollarse la clasificación marxista de las ciencias y emplearse con espíritu creador el método de Marx para resolver este problema concreto en las nuevas condiciones históricas, en medio del progreso impetuoso de toda la ciencia.

Con arreglo al nivel actual del desarrollo científico, los trabajos de Lenin permiten plantear y resolver este problema en dos aspectos. En primer lugar, Lenin analizó a fondo el progreso de las ciencias naturales y de toda la ciencia contemporánea en general, mostrando los rasgos que la distinguen de la ciencia de la fenecida época histórica en que vivieron y crearon su obra los fundadores del marxismo. En segundo lugar, al seguir elaborando la lógica dialéctica marxista, desarrolló y enriqueció sus principios más importantes, sus tesis y métodos fundamentales, sin cuyo empleo sería imposible incluso plantear y resolver el grandioso problema de la sistematización de todo el conjunto de los conocimientos científicos modernos.

Es importante añadir que Lenin hizo lo uno y lo otro en un período de exacerbada lucha contra aquella filosofía que trataba de interpretar, por lo común, todos los problemas de la ciencia moderna, desde las posiciones idealistas y metafísicas. Entretanto, el desarrollo de la ciencia confirma cada vez con mayor fuerza la veracidad de la dialéctica materialista y la necesidad imperiosa de resolver todos los problemas del conocimiento científico moderno, con ayuda de ella como teoría y método generales de investigación científica.

Por eso, aunque en los trabajos de Lenin no encontremos alusiones directas a los problemas de la clasificación de las ciencias, tenemos pleno derecho de hablar de la etapa leninista también en este dominio de la filosofía marxista, igual que en la teoría general del conocimiento científico. Más abajo estudiamos con mayor detalle los dos puntos mencionados, mostrando que las obras filosóficas de Lenin dan la clave metodológica para elaborar el problema de la clasificación de las ciencias modernas.

1. Lenin acerca de la ciencia en la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias

La revolución contemporánea en las ciencias naturales

Continuando la obra de Marx y Engels, Lenin analizó a fondo y sintetizó filosóficamente las particularidades del desarrollo de las ciencias naturales a partir de los últimos años del siglo XIX. Puso de relieve los rasgos distintivos del nuevo período histórico en la evolución de las ciencias naturales que, en la época precedente, o no existían en general o eran apenas predicciones. El nuevo período se caracteriza por la penetración de la física en el interior de los átomos y por el descubrimiento de su estructura compleja, de su divisibilidad y desintegrabilidad. Para la ciencia se abren las puertas al campo del micromundo o, más exactamente, de la física subatómica. Los átomos y los elementos químicos dejan de ser la última frontera del conocimiento de la materia; las ciencias que estudian la naturaleza y sus leyes se extienden a nuevas esferas de fenómenos, desconocidas anteriormente. Se necesitaba hacer las conclusiones metodológicas de los hechos de la «descomposición de las partículas de la materia, que hasta hoy se creían indescomponibles» y del «descubrimiento de nuevas formas, hasta hoy desconocidas, del movimiento de la materia» [1].

Estas conclusiones se referían, ante todo, a las nociones, principios, teorías, hipótesis y formulaciones de leyes, que dominaron en las ciencias naturales hasta fines del siglo XIX. Comenzó, según dijera Lenin, su «ruptura fundamental», la revisión radical de las viejas ideas teóricas para que se pudiese elaborar con el tiempo nociones adecuadas a los nuevos descubrimientos científicos. Lenin llamó esta ruptura fundamental «revolución contemporánea en las ciencias naturales». Ella comenzó en el dominio de la física, pues esta ciencia fue precisamente la que destruyó la base misma de las viejas ideas metafísicas sobre la materia, sus propiedades, sus tipos («últimas partículas») y la forma supuestamente universal de movimiento, por la cual se entendía el movimiento mecánico. Se reveló a la sazón el carácter limitado de la acción de las leyes de la mecánica, aclarándose a la vez que otras leyes —las de la física— tenían una extensión más amplia y profunda.

Mas por muy rara que parezca esta «limitación de las leyes mecánicas del movimiento a una sola esfera de los fenómenos de la naturaleza y su subordinación a las leyes más profundas do los fenómenos electromagnéticos, etc., todo ello no es más que una nueva confirmación del materialismo dialéctico» (ibíd., pág. 248).

La penetración en el dominio del micromundo o, más exactamente, del mundo subatómico se operó merced al descubrimiento de la destructibilidad y divisibilidad del átomo, a la revelación de sus partículas estructurales, integrantes, de carácter más elemental. Estos descubrimientos confirmaron brillantemente la justeza del materialismo dialéctico, ya que probaron la mutabilidad y la transformabilidad de cualesquiera objetos materiales (físicos) por muy simples, absolutamente estables y perpetuos que pareciesen antes. «La destructibilidad del átomo —escribía Lenin—, su inagotabilidad, la mutabilidad de todas las formas de la materia y de su movimiento han sido siempre el pilar del materialismo dialéctico» (ibíd., pág. 268).

Desde este punto de vista tuvieron importancia decisiva dos descubrimientos físicos que significaron el comienzo de la revolución de las ciencias naturales. Trátase de los descubrimientos de la radioactividad (Becquerel, año 1896) y del electrón (J. J. Thomson, año 1897). Les precedió el descubrimiento de los rayos Roentgen (1895), que abrió a los físicos el camino al interior del átomo. Los dos primeros descubrimientos destruyeron la vieja idea metafísica de un átomo absolutamente invariable, indestructible y, a la vez, completamente simple, elemental, en el sentido literal de la palabra.

El descubrimiento de la radioactividad condujo al descubrimiento de un nuevo elemento químico, del radio, que es uno do los agentes materiales de aquélla. El radio, descubierto por los esposos Curie en 1899, ofreció el material experimental necesario para la generalización teórica, según la cual la radioactividad es la desintegración espontánea de los átomos, la transformación espontánea de los elementos (Rutherford y Soddy, año 1902). Esta sintetización y explicación teóricas del nuevo fenómeno físico (la radioactividad) estimularon más que nada la «revolución contemporánea en las ciencias naturales».

Lenin tuvo pleno derecho de afirmar que el radio era un gran revolucionario (véase ibíd., pág. 239). El radio destruye la idea metafísica sobre la eternidad de los átomos y los elementos, la elimina en su base misma, decidida o irrevocablemente, como ocurre siempre en un proceso de destrucción revolucionaria de lo viejo y del nacimiento de lo nuevo, que viene en su remplazo.

No menos revolucionario fue el descubrimiento del electrón, que mostró que el átomo tenía una estructura compleja, que dentro de él se operaban complicados movimientos relacionados con su organización interna. Con el descubrimiento del electrón se vinculaban nuevos fenómenos y propiedades singulares, que estaban en desacuerdo con la vieja mecánica clásica, en particular, el hecho de que la masa del cuerpo motor depende de la velocidad de su movimiento. Así salía a flote que las leyes de la mecánica clásica se limitan, como se ha mencionado ya, sólo al dominio de los movimientos lentos, a diferencia de la física moderna, que descubre las leyes de los movimientos rápidos. Lenin hacía constar que «la mecánica era un calco de los movimientos lentos reales, mientras que la física moderna es un calco de los movimientos reales que se producen a prodigiosas velocidades» (ibid., pág. 252).

Entre los numerosos descubrimientos hechos en las ciencias naturales, ante todo en la física, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, Lenin destacó precisamente los dos descubrimientos mencionados, o, mejor dicho, dos grupos de éstos, relacionados con el electrón y la radioactividad. Estos dos descubrimientos (o grupos de descubrimientos) abrieron paso a las dos esferas principales del átomo: su envoltura (descubrimiento del electrón) y su núcleo (descubrimiento de la radioactividad). Se puede decir sin exageración que todo el desarrollo ulterior de la física atómica ha sido, en definitiva, una continuación y pro-fundización de estas dos líneas de penetración de la física en el interior del átomo. Esto quedó claro, particularmente, después del descubrimiento del núcleo atómico (Rutherford, año 1911).

En las obras posteriores, al resumir su análisis del desarrollo y estado de las ciencias naturales modernas, Lenin decía que «el radio, los electrones y la transformación de los elementos» eran «novísimos descubrimientos de las ciencias naturales», que «han confirmado de un modo admirable el materialismo dialéctico de Marx...» [2] Desarrollando las opiniones de Engels con arreglo a un nivel nuevo, superior, de la ciencia, Lenin escribía: si Engels señalaba que el viejo materialismo era «mecánico por excelencia», sin tomar en consideración el desarrollo contemporáneo de la química y la biología, «en nuestros días habría que añadir la teoría eléctrica de la materia» [3].

Cambios de las conexiones entre las ciencias

De lo expuesto dimanan conclusiones de suma importancia para resolver el problema de la clasificación de las ciencias desde las posiciones marxistas, en conformidad con los resultados de la «revolución contemporánea en las ciencias naturales»: el esquema de Engels, que tomó en consideración por necesidad el nivel de desarrollo de las ciencias naturales de la segunda mitad del siglo XIX, actualmente es anticuado y exige una revisión radical en los puntos donde Engels colocó, en primer lugar, los átomos y, en segundo lugar, el movimiento mecánico, como el movimiento más simple, comprendido como elemental traslado de masas. Según previó el mismo Engels, la «revolución contemporánea en las ciencias naturales» introdujo en estas ideas enmiendas tan serias que seguir conservando intacto su esquema equivaldría a una desviación del marxismo y de la dialéctica materialista en aras de preservar y canonizar lo escrito por él en otras condiciones.

Con los descubrimientos hechos en física a fines del siglo XIX y comienzos del XX comenzó una revisión radical de la idea sobre el punto inicial, de partida, de las formas del movimiento y los tipos de la materia y, en correspondencia con esto, también sobre el miembro inicial de la sucesión de las ciencias naturales y, a la vez, sobre la sucesión general de todas las ciencias. Estas conclusiones para la clasificación de las ciencias dimanaban directa e inmediatamente del análisis de las ciencias naturales hecho por Lenin.

Lenin decía que repetir simplemente, en las nuevas condiciones, lo escrito y reconocido anteriormente era inadmisible no sólo para las ciencias naturales, sino también especialmente para las ciencias sociales. Debido a las nuevas condiciones históricas de la evolución social, en la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, era necesario considerar cada una de las tesis anteriores del marxismo concretamente, con arreglo a estas nuevas condiciones históricas. Por eso, en los primeros años posteriores al triunfo de la revolución proletaria en Rusia, Lenin escribía que, en una situación radicalmente nueva, todas las tesis del marxismo sonaban de manera distinta, refractándose a través de ella.

Así pues, tanto las ciencias naturales como las sociales entraron en el siglo XX en un período histórico nuevo —por principio— de su desarrollo. Lenin fue el primero en descubrir y explicar este hecho. En indisoluble ligazón con ello, también la filosofía marxista se elevó a un peldaño más alto de su evolución, iniciando una nueva fase, leninista, de desarrollo del materialismo dialéctico e histórico. Por consiguiente, en el siglo XX el marxismo debía plantear y resolver de manera distinta todos los problemas de la ciencia, comprendido el de la clasificación de las ciencias, que nos interesa. En efecto, si las transformaciones radicales se operaron en todos los campos principales del conocimiento científico (las ciencias naturales, las ciencias sociales y la filosofía), que atañen a las divisiones fundamentales del mundo exterior (la naturaleza y la sociedad), así como a nuestro propio pensamiento, debían cambiarse inevitablemente las relaciones mutuas entre todas las ciencias, sus interconexiones, lo cual constituye precisamente la base de su clasificación.

Pero es evidente que el cambio de la expresión concreta de la clasificación de las ciencias, debido al carácter modificado de las ciencias particulares y de su concatenación general, no podía abolir ni abolió en efecto la tesis fundamental de que en las nuevas condiciones históricas, el problema de la clasificación de las ciencias, igual que todos los problemas del conocimiento científico en general, debía resolverse sobre la base del método dialéctico marxista. Es más, únicamente este método científico podía ayudar a los científicos a comprender el nuevo cuadro del desarrollo de las ciencias y de sus concatenaciones, porque sólo él está adaptado para tomar en consideración plenamente y en todos los aspectos los procesos que se operan en las nuevas condiciones. Como se sabe, la lógica dialéctica marxista exige enfocar concretamente todo fenómeno o tesis, tomándolo en la conexión y en las relaciones en que se halla en el proceso de su desarrollo, cambio y movimiento. Esto atañe por completo al problema de la clasificación de las ciencias. Si ya en el siglo XIX este problema podía resolverse sólo con ayuda del método dialéctico marxista, esto es más justo aún para la ciencia del siglo XX.

A fin de comprender mejor la historia de las tentativas y experiencias particulares de la clasificación marxista de las ciencias, detengámonos en la característica de la importancia que tienen las obras filosóficas de Lenin para elaborar dicha clasificación y, en especial, para argumentar y desarrollar sus principios.

2. Importancia de las obras filosóficas de Lenin para elaborar la clasificación marxista de las ciencias

Exigencias generales de la lógica dialéctica marxista

Si el problema de la clasificación marxista de las ciencias puede resolverse sólo con ayuda de la lógica dialéctica marxista, esto significa solucionarlo desde posiciones contrarias a las de la lógica formal, con cuya ayuda se han estructurado y siguen estructurándose las clasificaciones formales.

La oposición de la lógica dialéctica a la lógica formal no quiere decir que la primera rechace o liquide a la segunda. Al contrario, la lógica formal es una premisa indispensable y una condición esencial del pensamiento dialéctico.

En su obra Insistiendo sobre los sindicatos... (año 1921), Lenin indicó, en primer lugar, en qué consiste el quid de la diferencia entre las lógicas formal y dialéctica y, en segundo lugar, cuáles son las exigencias más importantes que plantea la lógica dialéctica. Lo uno y lo otro tiene extraordinaria importancia para seguir desarrollando y argumentando los principios de la clasificación marxista de las ciencias, que son la concretización de las tesis generales de la lógica dialéctica marxista, presentadas por Lenin.

Al hablar de la lógica formal, Lenin subraya que ella «toma las definiciones formales, rigiéndose por lo que es más originario o lo que más a menudo salta a la vista, y se limita a eso. Si, al paso, se toman dos o más definiciones distintas y se unen de una manera completamente fortuita..., obtenemos una definición ecléctica que indica diversos aspectos del objeto y nada más» [4].

En estas palabras se formula la esencia misma de la base metodológica de las clasificaciones formales, estructuradas con arreglo al principio de la coordinación (de la combinación exterior de los distintos objetos o de los aspectos o indicios de un mismo objeto).

«La lógica dialéctica —señala Lenin— requiere que sigamos más allá» (ibíd., pág. 72). En otros términos, requiere que no nos detengamos en el aspecto superficial del objeto en estudio, en sus correlaciones exteriores con otros objetos, sino que nos movamos en nuestro conocimiento hacia el interior de este objeto, del fenómeno a la esencia y de una esencia menos profunda a otra más profunda. Las exigencias concretas de la lógica dialéctica, formuladas por Lenin, corresponden precisamente a ese movimiento del conocimiento hacia el fondo de los fenómenos, hacia su esencia, hacia su condicionalidad causal y sus leyes.

«Para conocer verdaderamente el objeto —escribía Lenin— hay que abarcar y estudiar todos sus aspectos, todas sus vinculaciones e «intermediaciones». Jamás lo conseguiremos por completo, pero la exigencia de la multilateralidad nos prevendrá contra los errores y el anquilosamiento. Eso primero. Segundo, la lógica dialéctica requiere que el objeto se tome en su desarrollo, en su «automovimiento» (como dice Hegel a veces), en su cambio... Tercero, toda la práctica de los hombres debe entrar en la «definición» completa del objeto como criterio de la verdad y como determinante práctico de la vinculación del objeto con lo necesario para el hombre. Cuarto, la lógica dialéctica enseña que «no existe verdad abstracta, que la verdad siempre es concreta»» (ibíd.).

Subrayando que con lo dicho no se agota, claro está, el concepto de lógica dialéctica, Lenin expone cómo se manifiesta concretamente el principio del enfoque histórico en el análisis de cualesquiera controversias y problemas. Esto tiene excepcional importancia para el problema que estudiamos.

Al eclecticismo muerto y carente de contenido se le opone la exigencia de analizar por nuestra cuenta, desde nuestro punto de vista, «tanto la historia íntegra de la presente discusión (el marxismo, o sea, la lógica dialéctica, lo requiere, indiscutiblemente) como todo el enfoque de la cuestión, todo el planteamiento —o, si queréis, toda la dirección del planteamiento— de la cuestión en el momento actual, en las circunstancias concretas dadas» (ibíd., pág. 73).

Es la exigencia de un estudio concreto de la discusión dada (véase ibíd., pág. 74), del problema dado. Aplicando esta demanda al problema que estudiamos, se puede sacar tres conclusiones principales:

en primer lugar, es necesario su detallado análisis histórico para poder observar si no todas, al menos, las concepciones principales que surgieron antes en el desarrollo del pensamiento científico y que siguen existiendo y luchando en la actualidad; es importante, sobre todo, establecer cuáles de ellas revisten carácter avanzado, progresista, y cuáles, al contrario, son anticuadas, caducas, constituyen una traba para la solución adecuada del problema y cumplen un papel regresivo;

en segundo lugar, es necesario tomar en consideración concretamente lo esencialmente nuevo que ha aportado al planteamiento de este problema el desarrollo de las ciencias mismas, de la vida misma, ya que en las clasificaciones anteriores de las ciencias, incluso progresistas y para su tiempo avanzadas, se van anticuando ineludiblemente unos u otros detalles, aspectos y hasta algunas tesis que revisten carácter de principio, haciéndose necesario suprimir oportunamente estos elementos anticuados, sustituirlos por otros, que correspondan al nuevo nivel, más alto, de desarrollo del conocimiento científico. De otro modo es inevitable la fosilización de los sistemas anteriores, su dogmatización. Desde el punto de vista de la ciencia moderna, la introducción de las correcciones necesarias en estos sistemas contribuye al desarrollo creador de toda la concepción concreta;

en tercer lugar, es necesario aclarar concretamente la importancia práctica del problema en estudio, partiendo de las demandas de la vida, de las necesidades de la práctica y de los imperativos del día de hoy. En particular, para el problema que estudiamos, esta ligazón con la práctica se revela en la bibliotecología, especialmente, en los problemas de la clasificación bibliotecaria actual.

La exigencia de objetividad. Crítica del subjetivismo

En los Cuadernos filosóficos, Lenin, al enumerar los elementos de la dialéctica y, por consiguiente, de la lógica dialéctica, puso en primer lugar la exigencia de objetividad en el estudio de la materia de investigación, que excluye el peligro de la unilateralidad subjetiva, de la artificialidad y la interpretación arbitraria del problema.

«... La cosa misma debe ser considerada en sus relaciones y en su desarrollo —escribía Lenin—; ...la o b j e t i v i d a d de la consideración (no ejemplos, no divergencias, sino la cosa en sí)» [5]. De ahí se desprende que también la ley fundamental de la dialéctica hay que tomarla no como suma de ejemplos, sino «como una l e y  d e l  c o n o c i m i e n t o (y como una ley del mundo objetivo)» (ibíd., pág. 357).

El principio de la objetividad dimana de la tesis general de la filosofía marxista, que dice que el pensamiento humano, la conciencia, es el reflejo del mundo exterior y que es justo tan sólo cuando refleja debidamente la realidad objetiva sin introducir en ella ningún elemento arbitrario que le imponga el propio sujeto.

Desde estas posiciones, Lenin muestra que el llamado principio de la economía del pensamiento, si se coloca en la base de la teoría del conocimiento, conduce inevitablemente al idealismo subjetivo. Pero en realidad, «el pensamiento del hombre es «económico» cuando refleja con acierto la verdad objetiva, y de criterio de esta certidumbre sirve la práctica, el experimento, la industria» [6].

La exigencia de objetividad impide la reducción de las leyes de la dialéctica y de la dialéctica misma como ciencia, como método científico, a una simple suma de ejemplos, sirviendo, a la vez, al desenmascaramiento del subjetivismo, de la ceguera subjetiva y la unilateralidad, que desempeñan el papel de ser una de las raíces gnoseológicas principales del idealismo. Las obras de Lenin pertrechan a los científicos marxistas para la lucha contra las concepciones machistas, neokantianas y otras en el dominio de la clasificación de las ciencias, permitiendo descubrir sus lugares más vulnerables, la falsedad de su base de principios y lo erróneo de sus esquemas concretos estructurados sobre ella.

La exigencia de observar la unidad de lo histórico y lo lógico

Ya Engels, en la reseña al libro de Marx Contribución a la crítica de la Economía política, decía que el método lógico de análisis es, en esencia, el mismo método histórico, sólo que despojado de su forma histórica y de las casualidades que lo infringen, es decir, que representa la necesidad de un proceso histórico concreto en su forma «pura».

Por eso, como señalara Engels, el curso lógico del pensamiento no es otra cosa que «la imagen refleja, en forma abstracta y teóricamente consecuente, de la trayectoria histórica; una imagen refleja corregida, pero corregida con arreglo a las leyes que brinda la trayectoria histórica; y así, cada factor puede estudiarse en el punto de desarrollo de su plena madurez, de su forma clásica» [7].

Lenin considera la lógica dialéctica como sintetización de la historia del pensamiento, como resultado de todo su desarrollo y, a la vez, como reflejo de la evolución real del mundo, presentado en una forma consecuente, lógicamente armónica. «El m o v i m i e n t o del conocimiento científico; he ahí la esencia» [8], subraya Lenin. «La lógica no es la ciencia de las formas exteriores del pensamiento, sino de las leyes..., del desarrollo de todo el contenido concreto del mundo y de su cognición, o sea, la suma total, la conclusión de la historia del conocimiento del mundo» (ibíd., págs. 80, 81).

En estas tesis se formula el principio del historicismo, el principio del desarrollo, que constituye uno de los elementos más importantes de la lógica dialéctica marxista y que pasa como un hilo rojo, en particular a través de toda la clasificación marxista de las ciencias.

Lenin subraya reiteradas veces la exigencia de observar la unidad de lo histórico y lo lógico. «La continuación de la obra de Hegel y de Marx —escribía él— debe consistir en la elaboración d i a l é c t i c a de la historia del pensamiento humano, de la ciencia y la técnica» (ibíd., pág. 136). «La historia del pensamiento —explica Lenin más adelante— desde el punto de vista del desarrollo y aplicación de los conceptos y categorías, generales de la lógica; he ahí lo que se necesita» (ibíd., pág. 168).

Lenin exige estudiar las tesis particulares de la lógica dialéctica de modo que sea posible tomar la quintaesencia de la historia de las ciencias naturales, la historia de la filosofía y la historia de la técnica. «En la lógica —subraya él—, la historia del pensamiento debe, de una manera general, coincidir con las leyes del pensamiento» (ibíd., pág. 314). En correspondencia con ello, Lenin, al enumerar «los campos del conocimiento con los cuales debe constituirse la teoría del conocimiento y la dialéctica», menciona en primer lugar la historia de la filosofía; brevemente, la historia del conocimiento en general, todo el campo del conocimiento, comprendida la historia de las ciencias particulares (véase ibíd., pág. 350).

Todas estas tesis tienen la más cercana y directa relación con el estudio de cualquier problema de la filosofía marxista, comprendido, claro está, el de la clasificación marxista de las ciencias. En este último problema, la unidad de lo histórico y lo lógico no aparece sólo en forma de unidad de los dos problemas metodológicos de las ciencias naturales —la clasificación y la periodización de su historia, en la acepción marxista de estos términos—, sino también como correspondencia de la subordinación lógica de las ciencias con la sucesión histórica del desarrollo de los propios tipos de la materia y de las formas de su movimiento, con las etapas de la evolución de la naturaleza y de la realidad misma.

La exigencia de tomar en consideración el desdoblamiento de lo único en partes contrarias

Esta exigencia tiene especial importancia, ya que Lenin veía en la unidad de contrarios la esencia de la dialéctica y, por consiguiente, de la lógica dialéctica. «La división de un todo único y el conocimiento de sus partes contradictorias —subraya él—... es la e s e n c i a... de la dialéctica» (ibíd., pág. 357).

Esto significa que la contradicción reside en la cosa misma y que las fuerzas y tendencias contradictorias existen en todo fenómeno. «La dialéctica propiamente es el estudio de la contradicción en la esencia misma de los objetos: no sólo los fenómenos son transitorios, móviles, fluidos, demarcados tan sólo por límites convencionales, sino que también son así las esencias de las cosas» (ibíd., pág. 249).

La identidad, o la unidad de los contrarios es, según Lenin, el reconocimiento, el descubrimiento de «las tendencias contradictorias, mutuamente excluyentes, opuestas en t o d o s los fenómenos y procesos de la naturaleza (comprendidos el espíritu y la sociedad). La condición del conocimiento de todos los procesos del mundo en su «automovimiento», en su desarrollo espontáneo y su vida viva es su conocimiento como unidad de los contrarios. El desarrollo es la «lucha» de los contrarios» (ibíd., págs. 357— 358).

Lenin precisa esta tesis general de la dialéctica marxista, aplicándola a la correlación de las categorías de lo general y lo particular. Muestra que estos dos contrarios son en efecto idénticos, pues lo particular no existe fuera de la conexión que conduce a lo general, mientras que lo general existe sólo en lo particular y a través de lo particular. Por eso, todo lo particular es, de uno u otro modo, general, y todo lo general es aspecto o esencia de lo particular. En otros términos, todo lo general abarca sólo aproximadamente todos los objetos particulares, mientras que todo lo particular entra en lo general sólo de modo incompleto, etc.

Además, todo lo particular se vincula por miles de transiciones con particulares de otro género (cosas, fenómenos, procesos), etc.

Todas estas tesis se refieren directamente a la clasificación de las ciencias, en que se manifiesta y no puede menos de manifestarse el carácter contradictorio tanto del objeto mismo del conocimiento científico como del proceso de su reflejo en el pensamiento humano. Para plantear y resolver dicho problema desde las posiciones de la filosofía marxista resulta de especial importancia precisamente la cuestión de la correlación de lo general y lo particular, de lo general y lo individual. Esta correlación se extiende también a la correlación existente entre la propia dialéctica marxista, como ciencia sobre las leyes más generales de todo desarrollo, y las demás ciencias que estudian unas u otras leyes más particulares.

Al mismo tiempo, la solución marxista del problema de la correlación entre lo general y lo particular permite examinar y valorar correcta y críticamente aquellos sistemas de las ciencias (por ejemplo, el de A. Comte) cuyos autores los estructuraron apoyándose en su propio planteamiento y solución del problema de la correlación de lo general y lo particular en el desarrollo de las ciencias.

Análogamente, la consideración del carácter contradictorio del proceso del conocimiento, como reflejo del desarrollo contradictorio del propio objeto de estudio, permite valorar críticamente también principios de clasificación de las ciencias tales como el de la correlación de lo abstracto y lo concreto, puesto por Spencer en la base de su sistema, y otros.

Todo esto es particularmente importante y necesario para poder reflejar correctamente en el sistema del conocimiento científico el carácter contradictorio real del desarrollo del mundo exterior (de la naturaleza y la sociedad), por ejemplo, el desdoblamiento de la naturaleza única en viva y no viva, o el desdoblamiento de la vida del hombre social en el ser social y la conciencia social (y, en general, la vida espiritual del hombre).

La exigencia de tomar en consideración las transiciones y las concatenaciones de los fenómenos

Esta exigencia tiene una importancia de principio para elaborar la clasificación marxista de las ciencias. Se trata de que es necesario considerar y analizar todos los objetos y procesos del mundo exterior y, correspondientemente, todas las ideas que los reflejan, en su condicionamiento mutuo, en su conexión y sus transiciones recíprocas.

Lenin menciona, como uno de los elementos de la dialéctica, «no sólo la unidad de los contrarios, sino la  t r a n s i c i ó n  d e  c a d a  determinación, cualidad, rasgo, aspecto, propiedad, a  c a d a  u n o  de los otros...» (ibíd, pág. 214).

Desarrollando esta tesis, Lenin dice: «L a  t o t a l i d a d  d e  t o d o s  los aspectos del fenómeno, de la realidad y sus (inter) relaciones— de eso está compuesta la verdad. Las relaciones (= transiciones = contradicciones) de los conceptos = el contenido principal de la lógica, con la particularidad de que estos conceptos (y sus relaciones, transiciones, contradicciones) son mostrados como reflejos del mundo objetivo. La dialéctica de las cosas produce la dialéctica de las ideas, y no a la inversa» (ibíd., pág. 188).

Contestando la pregunta de «¿en qué consiste la dialéctica?», Lenin subraya dos elementos: la dependencia mutua de todos los conceptos sin excepción y sus transiciones de unos a otros sin excepción. «Todo concepto aparece en cierta relación, en cierta vinculación con  t o d o s  los otros» (ibíd.).

Como hemos visto, la revelación de las transiciones entre las principales ciencias constituye el rasgo fundamental de las ciencias naturales modernas y de toda la ciencia contemporánea en general. El método adecuado de descubrimiento, estudio y reflejo de la particularidad mencionada de la ciencia moderna y, por ende, de la clasificación de sus ramas es precisamente el método dialéctico marxista, la lógica dialéctica marxista, elaborada a fondo en las obras de Lenin.

La exigencia de tomar en consideración el entronque de la teoría con la práctica

Esta exigencia, que tiene una importancia general de principio, atañe al problema de la clasificación de las ciencias también en el sentido concreto de que no permite encerrarse sólo en la esfera de las ciencias teóricas; señala la necesidad de revelar la ligazón y la interacción de las ciencias teóricas y prácticas, superando el menosprecio idealista de la práctica, de las llamadas ciencias aplicadas que, en comparación con las llamadas ciencias puras, se interpretan como conocimiento de segundo orden.

Lenin decía: «El punto de vista de la vida, de la práctica debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento. Y conduce infaliblemente al materialismo, desechando desde el comienzo mismo las interminables invenciones de la escolástica magisterial» [9]. La práctica humana constituye la fuente de la teoría, su impulso, la esfera de aplicación de sus resultados y el criterio de la veracidad de las tesis teóricas.

«LA PRACTICA ES SUPERIOR AL CONOCIMIENTO (TEORICO) —subraya Lenin—, porque posee no sólo la dignidad de la universalidad, sino también la de la realidad inmediata» [10]. Luego señala que la unidad del conocimiento teórico y la práctica, que debe existir precisamente en la teoría del conocimiento, tiene importancia porque su suma significa el conocimiento objetivamente verídico. Por eso «es necesaria una  c o m b i n a c i ó n  d e l  c o n o c i m i e n t o  c o n  l a  p r á c t i c a» (ibíd., pág. 208).

Refiriéndose a la correlación entre la ciencia sobre la naturaleza y la técnica, Lenin expone las posiciones de la dialéctica materialista al respecto: «Las leyes del mundo exterior, de la naturaleza, que se dividen en  m e c á n i c a s  y  q u í m i c a s  (esto es muy importante), son las bases de la actividad racional del hombre.

En su actividad práctica, el hombre se enfrenta con el mundo objetivo, depende de él y determina su actividad de acuerdo con él.

Desde este aspecto, desde el aspecto de la actividad práctica (dirigida a un fin) del hombre, la causalidad mecánica (y química) del mundo (de la naturaleza) aparece como algo exterior, como algo oculto.

2 formas del proceso  o b j e t i v o: la naturaleza (mecánica y química) y la actividad del hombre,  d i r i g i d a  a  u n  f i n. La relación mutua de estas formas... LA TECNICA MECANICA Y QUIMICA sirve a los fines humanos precisamente porque su carácter (esencia) consiste en ser determinada por las condiciones uxternas (las leyes de la naturaleza)» (ibíd., págs. 178-180).

Así pues, resultan dos relaciones mutuas (ibíd., pág. 180):

«((LA TECNICA y el mundo OBJETIVO.
LA TECNICA y LOS FINES))».

Al resumir lo expuesto, Lenin concluye: «De hecho los fines del hombre se engendran por el mundo objetivo y lo suponen, lo ludían como algo dado, existente. Pero al hombre le parece que sus linos han sido tomados fuera del mundo y no dependen de él (la «libertad»)»
(ibíd.).
 
Todo esto se vincula estrechamente con el problema de la correlación de las ciencias naturales teóricas y las ciencias técnicas en su amplia acepción (propiamente técnicas, agrícolas, médicas y otras) y del lugar que corresponde a estas últimas en el sistema general de los conocimientos humanos.

La exigencia de la ligazón de las ciencias naturales con la filosofía de vanguardia

En el libro Materialismo y empiriocriticismo, Lenin recalcó reiteradas veces que el materialismo espontáneo, es decir filosóficamente inconsciente y no formalizado, de los naturalistas, era insuficiente y débil; que ellos debían conocer la dialéctica y saber operar con ella. Esto es de especial importancia en las condiciones de la revolución que se opera en las ciencias naturales modernas.

Lenin señaló muchas veces que para comprender debidamente los procesos que se operaban en la ciencia, para comprender debidamente la realidad misma, uno u otro científico carecía «sólo» de una cosa: del conocimiento del materialismo dialéctico.

Entre las causas cognoscitivas del idealismo «físico», Lenin mencionó «el principio del relativismo, del carácter relativo de nuestro saber, principio impuesto con singular vigor a los físicos en este período de brusca rotura de las viejas teorías y que, cuando se desconoce la dialéctica, lleva inexorablemente al idealismo» [11].

Luego Lenin subraya que el problema de la correlación entre el relativismo y la dialéctica es casi el más importante en la explicación de las desventuras teóricas del machismo. En realidad, el único planteamiento correcto de esta cuestión lo ofrece «la dialéctica materialista de Marx y Engels, y el desconocerla llevará indefectiblemente del relativismo al idealismo filósofico» (ibíd.).

El materialismo espontáneo es incapaz de aplicar consecuentemente la linea materialista en las ciencias naturales precisamente porque no se apoya en el empleo consciente de la dialéctica al resolver las cuestiones gnoseológicas y científico-naturales. El empleo consciente de la dialéctica se necesita, además, para poder operar con conceptos sin los cuales el naturalista no puede dar un solo paso en el dominio de la ciencia. Remitiéndose a Engels, Lenin subraya: «...Los naturalistas deberían saber que los resultados de las ciencias naturales son conceptos, y que el arte de operar con conceptos no es innato, sino que es resultado de 2.000 años de desarrollo de las ciencias naturales y la filosofía.

El concepto de transformación es tomado estrechamente por los naturalistas, y ellos carecen de comprensión de la dialéctica» [12].

Unicamente la dialéctica puede dar a los naturalistas este conocimiento y capacidad (arte). Desde estas posiciones, Lenin criticó acerbamente a los positivistas, que negaban la importancia de la filosofía para las ciencias naturales (positivas). Esta negación de la filosofía iba orientada contra la dialéctica marxista, contra el materialismo, es decir, contra la filosofía de vanguardia. Semejantes opiniones estaban difundidas en Rusia no sólo en los tiempos prerrevolucionarios, sino también en los primeros años de Poder soviético.

Al desmentir estas opiniones en el artículo Sobre el significado del materialismo militante (año 1922), Lenin opuso a los planteamientos positivistas el enfoque marxista. Subrayando que, desde fines del siglo XIX, los descubrimientos de los grandes transformadores de las ciencias naturales se utilizaban no pocas veces para emprender campañas contra las bases del materialismo, Lenin decía: «Y para no abordar semejante fenómeno de un modo inconsciente, debemos comprender que sin una sólida fundamentación filosófica ningunas ciencias naturales, ningún materialismo podrían soportar la lucha contra el empuje de las ideas burguesas y el restablecimiento de la concepción burguesa del mundo. Para soportar esta lucha y llevarla a cabo con pleno éxito hasta el fin, el naturalista debe ser un materialista moderno, un partidario consciente del materialismo representado por Marx, es decir, debe ser un materialista dialéctico» [13].

Por consiguiente, ningunas ciencias naturales (comprendidas las experimentales) y mucho menos el materialismo espontáneo, inconsciente, pueden adelantar con éxito la lucha contra la reacción filosófica. Por eso, las ciencias naturales necesitan, para su argumentación filosófica, el materialismo dialéctico. Lenin opuso a la disolución positivista de la filosofía en las ciencias positivas la comprensión marxista de la correlación entre la dialéctica materialista y las ciencias particulares.

El planteamiento leninista del problema del significado de la dialéctica marxista para las ciencias naturales da la clave para determinar su lugar en el sistema general del conocimiento científico.

La exigencia de tomar en consideración los saltos en el desarrollo. Crítica del mecanicismo

El reconocimiento del carácter dialéctico del desarrollo significa reconocer no sólo el curso contradictorio del proceso de desarrollo, sino también que éste se opera a saltos. Al contrario, los revisionistas mecanicistas plantearon, como su principio básico, la tesis sobre la reducción de las formas superiores del movimiento de la materia en la naturaleza a las inferiores y de los cambios cualitativos a los cuantitativos. Esta tesis constituía y sigue constituyendo hasta la fecha la base metodológica de todo mecanicismo en general como corriente filosófica definida.

La negación por los mecanicistas de los límites cualitativos, existentes entre las etapas superiores e inferiores del desarrollo de la naturaleza, entre las distintas formas del movimiento de la materia, y, por consiguiente, la negación del hecho de que el proceso mismo de desarrollo se opera a saltos, condujo a la idea de la evolución «tranquila», al evolucionismo vulgar.

En su artículo Marxismo y revisionismo (año 1908), Lenin decía: «Los profesores trataban a Hegel como a un «perro muerto» y, predicando ellos mismos el idealismo, sólo que mil veces más mezquino y trivial que el hegeliano, se encogían desdeñosamente de hombros ante la dialéctica, y los revisionistas se hundían tras ellos en el pantano del envilecimiento filosófico de la ciencia, sustituyendo la «sutil» (y revolucionaria) dialéctica por la «simple» (y pacífica) «evolución»» [14].

La revisión mecanicista del marxismo, desplegada en la URSS en la década del 20, fue tan sólo una de las variantes de la tendencia antidialéctica del revisionismo filosófico y de otra índole del siglo XX, que reflejó la orientación general de la filosofía reaccionaria moderna contra la dialéctica marxista.

En correspondencia con ello, los mecanicistas expresaban de modo unilateral y torpe la idea del desarrollo, que caló profundamente en las ciencias naturales modernas, sin hablar ya de las ciencias sociales. «En el siglo XX (por cierto también a fines del siglo XIX) «todos están de acuerdo» con el «principio del desarrollo» —hace constar Lenin, entrecomillando la frase difundida entre los científicos burgueses—. Sí, pero este «acuerdo» superficial, no meditado, accidental, filisteo, es un acuerdo de tal tipo, que ahoga y vulgariza a la verdad. Si todo se desarrolla, entonces todo pasa de lo uno a lo otro, pues, como bien se sabe, el desarrollo no es un crecimiento, una ampliación simple, universal y eterna (respective disminución), etc.» [15].

En oposición a la concepción mecanicista del desarrollo, Lenin plantea tres exigencias que se desprenden de la comprensión dialéctica del desarrollo: 1) hay que comprender más exactamente la evolución como surgimiento y eliminación de todo, como transiciones mutuas; 2) si se desarrolla todo, deben desarrollarse también los conceptos y categorías más generales del pensamiento y 3) es necesario unir, vincular, hacer coincidir el principio universal del desarrollo con el principio universal de la unidad del mundo, de la naturaleza, del movimiento, de la materia, etc.

En el artículo Carlos Marx, Lenin señala que la comprensión dialéctica del desarrollo abarca, en particular, puntos tales como «un desarrollo a saltos, a través de catástrofes y de revoluciones, que son otras tantas «interrupciones en el proceso gradual», otras tantas transformaciones de la cantidad en calidad...» [16]

En otro artículo (Las divergencias en el movimiento obrero europeo), Lenin, al hacer constar la existencia de tendencias contradictorias en el desarrollo social, señala que los revisionistas califican de frases todos los razonamientos sobre los «saltos». Dice al respecto: «Pero la vida real, la historia real abarca a estas distintas tendencias, del mismo modo que la vida y el desarrollo de la naturaleza comprenden tanto la lenta evolución como los saltos bruscos, las soluciones de continuidad» [17].

El sistema de la ciencia. El sistema del marxismo

No obstante, como se ha dicho ya, de no haberse dedicado Lenin especialmente al estudio del problema de la sistematización del conocimiento científico, en sus obras no sólo se da el planteamiento metodológico general de semejantes problemas científicos y el enfoque general de su solución, sino también se esbozan ciertos contornos del sistema del conocimiento tanto en el plano de todo el conjunto de las ciencias como, en especial, en el plano de la doctrina marxista. En esto, Lenin parte por completo de las opiniones de Marx y Engels.

En el artículo Federico Engels (año 1895), Lenin apoya la división fundamental de las ciencias en tres grupos, o campos, principales del conocimiento, que corresponden al estudio de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Al hablar del libro de Engels Anti-Dühring, Lenin señala que en él se analizan «los problemas más importantes del campo de la filosofía, las ciencias naturales y las ciencias sociales» [18].

Aquí se sobrentiende que las ciencias naturales estudian la naturaleza, las ciencias sociales, la sociedad, y la filosofía, el pensamiento y, a la vez, las leyes más generales de todo movimiento que se opera en la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Estas leyes son las que constituyen precisamente el objeto de estudio de la dialéctica materialista.

Es completamente comprensible que Lenin prestase especial atención al problema de las partes integrantes de la doctrina marxista y de su relación mutua o, en otras palabras, a la estructura de esta doctrina. En el artículo Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo (año 1913), Lenin indica estas partess vinculándolas en el siguiente orden:

I. L a  f i l o s o f í a  d e l  m a r x i s m o. Es el materialismo, enriquecido por la dialéctica y extendido al conocimiento de la sociedad, a consecuencia de lo cual se constituye en materialismo histórico. Ya aquí Lenin bosqueja los contornos de la estructura de la doctrina filosófica del marxismo, de su sistema.

II. L a  t e o r í a  e c o n ó m i c a  d e l  m a r x i s m o. Es la teoría del régimen económico de la sociedad, sobre el cual se levanta la superestructura política, y que se refleja en el conocimiento social del hombre. Lenin hace constar que «la teoría de la plusvalía es la piedra angular de la doctrina económica de Marx» [19]. Al revelar el núcleo o eje de la doctrina económica de Marx, Lenin señala el camino para descubrir la estructura general de esta parte integrante del marxismo. Al mismo tiempo, se perfila el paso lógico de esta parte suya a la siguiente, lo mismo que del materialismo histórico, con el cual se concluye la parte filosófica del marxismo, se pasa a su parte económica, pues el régimen económico de la sociedad constituye la base de las superestructuras correspondientes que se levantan sobre él. El paso de la parte económica al socialismo está señalado en la última frase del segundo apartado del artículo que se trata: «El capitalismo ha vencido en el mundo entero, pero esta victoria no es que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital» (ibíd., pág. 7).

III. E l  s o c i a l i s mo  c i e n t í f i c o. Es la doctrina sobre la lucha de clases como fuerza motriz de todo el desarrollo histórico-social. De esa doctrina se deduce que para romper la resistencia de las clases explotadoras dominantes «...sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, educar y organizar para la lucha a los elementos que puedan —y, por su situación social, deban— formar la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo» (ibíd., pág. 8).

En el artículo Carlos Marx (año 1914), Lenin desarrolló aún más su punto de vista sobre el sistema del marxismo, sobre su estructura interior. Subraya, ante todo, que «el marxismo es el sistema de las ideas y la doctrina de Marx» [20].

Se entiende que la palabra «sistema» no se emplea aquí en el sentido de los viejos sistemas filosóficos, que pretendían resolver exhaustivamente todos los problemas y crear un cuadro acabado del mundo, sino en el sentido de la integridad interior y la armoniosidad lógica de la doctrina y las concepciones de Marx, de una rigurosa consecuencia de su exposición y desarrollo, de una completa concordancia y conexión mutua de todas sus partes. Lenin subraya que incluso los adversarios de Marx reconocen «la maravillosa consecuencia y la unidad sistemática de sus opiniones...» (ibíd., pág. 34).

Lenin parte de las mismas tesis que desarrolló en su artículo sobre las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo. Se trata correspondientemente 1) del materialismo contemporáneo, 2) de la doctrina económica de Marx y 3) del socialismo científico actual como teoría y programa del movimiento obrero internacional.

L a  p a r t e  f i l o s ó f i c a  d e l  m a r x i s m o comprende: el materialismo filosófico, la dialéctica y la concepción materialista de la historia. Lenin estudia estas tres partes de la filosofía marxista en apartados especiales del artículo citado, en los que se caracteriza la concepción del mundo de Marx.

L a  d o c t r i n a  e c o n ó m i c a  d e  M a r x comprende dos apartados: el valor y la plusvalía, con la particularidad de que el primer apartado es, en el fondo, una introducción al segundo. Puesto que la doctrina de la plusvalía es la piedra angular (o núcleo) de toda la teoría económica de Marx, Lenin revela la lógica del movimiento de las categorías económicas en Marx, en las cuales se sintetiza el proceso histórico real del desarrollo económico de la sociedad. Aquí entran la acumulación del capital, la tendencia histórica de la acumulación capitalista, la norma media de ganancia, la renta de la tierra y la evolución del capitalismo en la agricultura.

Entre las partes filosófica y económica del marxismo figura como apartado independiente la lucha de clases. En este apartado Lenin habla de la  c i e n c i a  h i s t ó r i c a, y la teoría de la lucha de clases da la clave para descubrir la regularidad en el laberinto y caos aparentes de los acontecimientos históricos. Lenin muestra que Marx, al considerar la lucha de clases como motor de los acontecimientos, planteaba a la ciencia social la exigencia de hacer un análisis objetivo de la situación de cada clase en la sociedad moderna para aclarar las condiciones del desarrollo de cada clase. Por consiguiente, Lenin no tiene en cuenta aquí la ciencia filosófica, sino la ciencia social, a saber: la ciencia histórica. Señala que «para extraer la resultante de la evolución histórica» (ibíd., pág. 43), Marx investiga una red complicada de relaciones sociales y las etapas  d e  t r a n s i c i ó n  de una clase a otra, del pasado al futuro. En una palabra, aquí se trata de las obras históricas de Marx que ofrecen brillantes y profundos modelos de la historiografía materialista.

E l  s o c i a l i s m o  d e  M a r x  comprende su doctrina sobre el socialismo, sobre la principal base material del advenimiento inevitable del socialismo y sobre el proletariado como motor espiritual y ejecutor físico de esta transformación, sobre la dictadura del proletariado, sobre las relaciones entre la agricultura y la industria, la familia y la educación, las naciones y el Estado y sobre los pequeños campesinos. Lenin examina todos estos problemas en la misma relación que los planteaba y resolvía Marx (véase ibíd., págs. 56-57).

En el artículo de Lenin, tras el apartado sobre el socialismo do Marx sigue el apartado independiente sobre la táctica de la lucha de clase del proletariado. Las cuestiones de la táctica, a las cuales Marx prestó siempre una gran atención, igual que a sus trabajos teóricos, forman el aspecto revolucionario práctico del materialismo. «...Para Marx, el materialismo despojado de  e s t e  aspecto era, y con razón, un materialismo a medias, unilateral, sin vida» (ibíd., pág. 58).

Tales son las opiniones de Lenin sobre el sistema de la doctrina marxista y su estructura interior, sobre sus partes integrantes y su conexión mutua. Todo esto tiene importancia de principio para elaborar la clasificación de las ciencias en general y de las ciencias de humanidades (filosóficas y sociales) en particular.

Aquí se enumeran algunas (no todas, ni mucho menos) exigencias metodológicas que plantea la lógica dialéctica marxista.

Ellas tienen un valor inapreciable para la elaboración ulterior de los principios de la clasificación marxista de las ciencias y de un esquema concreto de la misma, que tenga en cuenta el nivel actual de desarrollo de las ciencias técnico-naturales y filosófico-sociales.

En adelante, nosotros vinculamos todos los aspectos del estudio del problema de la clasificación de las ciencias por unas u otras escuelas y corrientes con la lucha entre los principales campos filosóficos: el materialismo y el idealismo. En la consideración de esta lucha, en la aplicación consecuente de la línea del materialismo y en la defensa abierta de sus posiciones, Lenin veía la realización del principio del partidismo en la filosofía y la ciencia en general. La historia de la clasificación de las ciencias a fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX y su estado actual, que se configuró a mediados del siglo XX y a comienzos de su segunda mitad, se exponen en adelante desde el punto de vista de la comprensión leninista del principio del partidismo en la filosofía.



Notas

[1] V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Obras Completas, 5ª ed. en ruso, t. 14, pág. 260.

[2] V. I. Lenin, Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo, O. C., t. 19, pág. 4.

[3] V. I. Lenin, Carlos Marx, O. C., t. 21, pág. 36.

[4] V. I. Lenin, Insistiendo sobre los sindicatos, el momento actual y los errores de Trotski y Bujarin, O. C., t. 32, pág. 72.

[5] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, O. C., t. 38, pág. 213.

[6] V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, O. C., t. 14, pág. 157.

[7] F. Engels, Contribución a la crítica de la Economía política. C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, ed. en ruso, t. 1, 1955, pág. 332.

[8] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, O. C., t. 38, pág. 75.

[9] V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, O. C., t. 14, pág. 130.

[10] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, O. C., t. 38, pág. 205.

[11] V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, O. C., t. 14, pág. 295.

[12] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, O. C., t. 38, pág. 260.

[13] V. I. Lenin, Sobre el significado del materialismo militante, O. C., t. 33, pág. 207.

[14] V. I. Lenin, Marxismo y revisionismo, О. C., t. 15, pág. 19.

[15] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, O. C., t. 38, pág. 251.

[16] V. I. Lenin, Carlos Marx, O. C., t. 21, pág. 38.

[17] V. I. Lenin, Las divergencias en el movimiento obrero europeo, O. C., t. 16, pág. 319.

[18] V. I. Lenin, Federico Engels, O. C., t. 2, pág. 11.

[19] V. I. Lenin, Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo, O. C., t. 19, pág. 6.

[20] V. I. Lenin, Carlos Marx, O. C., t. 21, pág. 34.



Fuente: Kedrov, B. M., Clasificación de las ciencias, Editorial Progreso, Moscú, t. II, 1976, pp. 3-24.



Digitalizado por M. I. Anufrikov para Partiynost