lunes, 6 de diciembre de 2021

"Ensayos sobre el fascismo" - Kurt Gossweiler (I): Prefacio de Annie Lacroix-Riz

 Prefacio

 

¿Por qué hay que leer o releer a Kurt Gossweiler?

Annie Lacroix-Riz, Profesora de Historia Contemporánea, Universidad de París


No podemos sino aplaudir la decisión de entregar al público francófono algunos trabajos de Kurt Gossweiler dedicados al análisis del fascismo alemán, comprendidos estos dentro del periodo de 1953 a 1980. El historiador marxista alemán-oriental trata las condiciones de su surgimiento en los años veinte, enumerando ya desde su inicio sus apoyos por parte de los Junkers, el gran capital, la industria pesada, IG Farben, así como de todos los sectores combinados de la economía. Describe también a sus adversarios más decididos, los comunistas del KPD, que llevaron «una lucha real y activa contra el capital monopolístico». Estudia, contra la vieja tesis del «izquierdismo» en la que se responsabiliza al KPD de la derrota de la clase obrera alemana en enero de 1933, el papel desempeñado por «la dirección del SPD» que, atormentada por la eventual transformación revolucionaria de la sociedad, desde el nacimiento de la República de Weimar había llevado a cabo una lucha feroz contra el joven KPD y no contra el peligro fascista. Posteriormente rechazaría enérgicamente la propuesta comunista de resistencia unida tanto en julio de 1932, contra el golpe de Estado fascista en Prusia, como en enero de 1933. El último texto examina la temprana puesta del fascismo en marcha al servicio de la vieja línea expansionista, comercial y militar del imperialismo alemán en los Balcanes – zona de fractura de los años treinta (y del antes 14) condenado a la misma suerte en la larga crisis contemporánea.

Estos temas y la manera de tratarlos van a contracorriente de las orientaciones historiográficas que triunfaron en la Europa sometida al proceso de unificación: primero en la esfera de influencia americana posterior a 1945, luego, tras la caída de la URSS, en el resto del continente que el destino de las armas había sustraído a la tutela de dicha esfera durante más de cuarenta años. Conviene, pues, antes de dejar que el lector francófono se ponga en contacto con trabajos típicos de la producción histórica marxista alemana, recordar los grandes rasgos de la historiografía dominante «occidental» que ha condenado a la nada el discurso histórico resucitado aquí.

El fascismo alemán estuvo en el centro de los debates interalemánicos durante las décadas de la RDA y la producción histórica de Alemania oriental influyó en la de la parte occidental de Alemania, obligando a sus historiadores a un debate vivo y regular. El papel de pivote del heredero del Reich alemán –convertido en República Federal de Alemania– en la «construcción europea» llevada a cabo bajo los auspicios de los Estados Unidos suponía un blanqueo de la historia de las élites de Alemania, económicas en primer lugar, sin transición de la era nazi a la de 1945.

Cuando la RFA absorbió a toda Alemania, el objetivo de revisión drástica de la historia del fascismo alemán, de sus partidarios (patronales, nacionales e internacionales) y de sus enemigos, internos (el KPD) y externos (la URSS), recibió nuevas oportunidades de éxito. Esta situación se agravó aún más por el hecho, en general ignorado bajo nuestros cielos, de que los profesores de la enseñanza superior del Este perdieron en el día de la unificación su cátedra universitaria como las tiendas sus productos «made in GDR».

La historiografía relativa al fascismo había sido, desde el nacimiento mismo del fenómeno, fuertemente influenciada por los análisis marxistas. La idea más difundida desde el período de entreguerras argumentaba que 1. Se trataba de la solución política concebida por el gran capital como la mejor respuesta a la crisis de la inmediata post-Primera Guerra Mundial (caso italiano) y luego a la más profunda aún depresión de los años treinta (caso alemán); 2. La guerra contra los salarios, posibilitada por esta fórmula que entregaba a la patronal la clase obrera atada de pies y manos, debía acompañarse en Alemania, país campeón del sector I (bienes de equipo o capital) especialmente afectado por el hundimiento de sus mercados exteriores, de la guerra absoluta, primordialmente (pero no solamente) contra la Unión Soviética. El debate académico estuvo marcado durante mucho tiempo, especialmente en Francia, por la definición que Georgi Dimitrov dio del fascismo alemán en el congreso de 1935 de la Komintern, donde denunció sus planes de guerra contra la URSS – análisis recordado por Gossweiler en su texto «De Weimar a Hitler»: «tipo de fascismo más reaccionario […] porque era el producto del imperialismo más reaccionario, más belicoso y más brutal que existía en la época y que lo había puesto en el poder para la realización de sus propios designios».

Las tesis antimarxistas que postulan el «primado de la política» sobre la economía y sobre las relaciones sociales han conocido desde los años 1970 (término de los textos aquí traducidos) una fuerte progresión, coyuntura que ha asegurado la gloria europea para Henry A. Turner. Este historiador americano retomó en 1985, en German Big Business and the Rise of Hitler [1], temas desarrollados desde 1969 en varios artículos, discutidos punto por punto por Gossweiler en «Hitler et le capital». Turner trata de simples a los contemporáneos del ascenso del nazismo y a los historiadores que exponían que el gran capital, industria pesada en cabeza, había subministrado, en todas las etapas, subsidios masivos que ayudaron al empuje del partido hitleriano. No era, según Turner, el gran capital quien había sostenido desde el principio al NSDAP, sino las masas desconcertadas y la pequeña burguesía abrumada por la crisis; el gran capital sólo se había reunido in extremis y a regañadientes, después de haber intentado todas las opciones para esquivar la tentación nazi. Tal era el caso de von Papen y Hugenberg, que supuestamente tampoco se habían sumado. No fue este último quien le ofreció a Hitler los fondos de las giras electorales durante las cuales recorría todo el Reich en avión, o los poderosos Mercedes de los jefes nazis. Y la oleada mediática diaria garantizada sobre las consignas hitlerianas desde el Plan Young (1929-30) tampoco había sido ofrecida por el mismo Hugenberg, el hombre de Krupp y el campeón del pangermanismo nacional alemán, magnate de más de la mitad de la prensa y del cine alemanes, con la poderosa UFA. No, todo esto había sido posible gracias a los derechos de autor de Mein Kampf y a los «pequeños granitos de arena» de las cotizaciones y de los derechos de entrada de quienes se agrupaban en las reuniones del NSDAP.

El terreno histórico elegido por Turner no era sólido, lo subrayan las críticas argumentadas de Kurt Gossweiler (aquí las de 1978). El historiador americano confirmó en 1985 su falta de interés por los documentos de archivo contemporáneos: prefería las declaraciones bajo juramento hechas después de la guerra, durante los procesos de Nuremberg (el principal, junto con los procesos «industriales» posteriores) por industriales y banqueros que certificaban no tener ninguna responsabilidad en los triunfos electorales de los nazis y en el abandono, definitivo en 1932, de sus partidos tradicionales (nacionalista, populista y de centro católico) en beneficio de esta excelente alternativa.

Este frágil terreno fue consolidado por el triunfante antimarxismo, contemporáneo de la publicación de la obra y de su futuro. Sin embargo, los medios académicos todavía daban cierta credibilidad a la concepción marxista del nacimiento del fascismo, de su naturaleza y de sus objetivos de guerra: fue el caso en la primera edición francesa de la obra de Ian Kershaw, Qu'est-ce-ce-ce le nazisme (1992) que destacaba la contribución de otro gran historiador de la RDA, Dietrich Eichholtz, autor de la obra que sigue siendo fundamental sobre «la economía de guerra alemana» [2]. Sin embargo, en la segunda –y revisada– edición de 1997 se diluyó lo esencial de la controversia, ya que las tesis marxistas perdieron la parte y el derecho a la existencia [3]. Kershaw se obstina desde entonces en negar el «primado de la economía» (y el silencio impuesto a los portavoces universitarios de esta tesis): en su biografía de Hitler elogia ciegamente a Turner como si de la Biblia se tratase, al igual que Robert Paxton, símbolo, desde hace poco, de la audacia anticonformista y portador, hoy, de una concepción timorata del fascismo[4].

Las últimas barreras contra la tesis del gran capital inocente respecto al fascismo hitleriano habían sido barridas durante la década de 1990. Incluso Francia, que en el pasado se consideraba que ofrecía una resistencia especial al antimarxismo por simpatías excesivamente extendidas por el PCF y la URSS, había limpiado con claridad este pecado original [5].

En 1985, la historiadora americana Diana Pinto se sorprendió al leer los manuales de historia de los liceos de la promoción 1983 y la «nueva mirada de los historiadores» franceses: su «vuelta de cara» con relación a la posguerra –una «conversión intelectual al antisovietismo» y un «proamericanismo» espectacular– desembocaba en la doble caricatura del «imperio del mal» soviético y de la «Pax americana», gran oportunidad de la Europa occidental situada en 1944-1945 en el lado bueno del «telón de acero» [6].

Siguió la gran campaña de criminalización del comunismo, incluso en la antigua esfera de influencia soviética que en la misma década se había entregado a los Estados Unidos (o a la influencia combinada de los Estados Unidos y de la Alemania unificada). Realizada a escala europea, a través de traducciones en todos los sentidos, tenía como objetivo transformar en evangelio, bajo la dirección aparente del equipo Furet-Courtois [7] –bajo la dirección práctica y financiera del gran capital dueño de la prensa y de la edición–, la ecuación de nazismo y comunismo. Ambos recibieron el término común de «totalitarismo», título del único capítulo de los actuales manuales de secundaria franceses que tratan de los países fascistas y de la Unión Soviética. Identidad engañosa, ya que motiva a pensar que el peso de la balanza se inclina hacia los males del segundo lado, sólo por el número de muertos: alrededor de cien millones del lado «soviético», claramente mejor que las pérdidas debidas al Reich alemán: «solamente» cincuenta millones, o menos, de las muertes soviéticas de la Segunda Guerra Mundial (más de la mitad del total) frente a las muchas causadas por la «guerra de Stalin contra su pueblo» [8] o al «coste extravagante de los métodos de combate anticuados del ejército soviético» [9]. Francia, supuestamente arrastrada hasta los pies, se alzó, a través de una fracción de historiadores apoyados por el mundo del dinero y del Estado de medios de expresión y de una publicidad excepcionales, a la vanguardia de la conversión contrarrevolucionaria de las masas francesas y europeas [10]. La ofensiva se llevó a cabo con éxito contra el concepto mismo de transformación de las sociedades al menos en cuanto se refiere a la experiencia soviética asimilada a la negación de derechos, a la violación de las libertades, a las atrocidades, al genocidio (ucraniano), etc. Se pidió a los pueblos que creyeran que la ecuación nazismo-comunismo acababa de nacer de las obras de un equipo francés tan audaz como innovador. La tesis de un «fascismo rojo» (soviético), anticuado que había invadido los países anglosajones entre los años treinta y cincuenta [11], triunfó sobre el Viejo Continente, tras décadas de esfuerzos conducidos por Washington apoyándose en las élites europeas intelectuales «protegidas» [12].

En un momento en que este triunfo ideológico está amenazado por los golpes de la crisis contemporánea, Kurt Gossweiler propone una lectura estimulante de los efectos devastadores de la de los años treinta. Incita a reflexionar sobre la necesidad de un «Estado fuerte» del imperialismo expansionista enfrentado a las crisis de sobreproducción, aquí y en otros lugares. Esto debería animar a los historiadores a reanudar los trabajos críticos sobre el fascismo y aprovechar la coyuntura para ampliar el círculo de sus lectores.

 

Notas:

1. Oxford, Oxford University Press, 1985.

2. Geschichte der deutschen Kriegswirtschaft, 1939-1945, Berlín, 1969, extraído, «Histoire de l’économie de guerre allemande 1939-1945», Recherches internationales, n° 69-70, 1971-1972, p. 109-152.

3. Problèmes et perspectives d’interprétation, Paris, Seúl, 1992 y 1997.

4. Se comparará la audacia intelectual de La France de Vichy, Paris, Le Seuil, 1974, reedición 1997, con el conformismo del Fascisme en action, Seuil, 2004 donde Turner es fetichizado (capítulo 4).

5. Argumentación de Pierre Nora para negar a Hobsbawm la traducción francesa, en Gallimard, de su obra The Age of Extremes, prefacio del autor de diciembre de 1998 a la edición francesa, L'âge des extreme, París, Complexe-Monde diplomatique, pp. 8-9.

6. Diana Pinto, «L’Amérique dans les livres d’histoire et de géographie des classes terminales françaises », Historiens et Géographes, nº 303, marzo de 1985, p. 611-620.

7. Furet, Le passé d’une illusion, Courtois y al., Livre noir du communisme, París, Robert Laffont, 1995 y 1997

8. Tema privilegiado de Nicolas Werth (eminente colaborador del Libro negro del comunismo), Bruno Cabanes y Édouard Husson, dir., Les sociétés en guerre, Armand Colin, 2003, capítulo sobre la URSS.

9. Jean-Jacques Becker, Stéphane Audoin-Rouzeau y al., dir., La violence de guerre 1914-1945, Bruselas, Complexe, 2002, p. 333.

10. Annie Lacroix-Riz, L’histoire contemporaine sous influence, Paris, Le temps des cerises, 2004.

11. K. Adler y Thomas G. Paterson, «Red fascism: the merger of Nazi Germany and Soviet Russia in the American image of totalitarianism, 1930’s-1950’s», American Historical Review, vol. LXXV, n° 4, Abril 1970, p. 1046-1064.

12. Sobre el período en que comenzó esta victoria, Frances Stonor Saunders, Qui mène la danse, la Guerre froide culturelle, Denoël, 2004 (traducción).

 

 Traducido por Albert para Partynost

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