miércoles, 31 de enero de 2018

Stalin sobre el derecho a la autodeterminación, el socialismo y la lucha contra el nacionalismo

“Ningún marxista podría negar, sin romper con los principios del marxismo y del socialismo en general, que los intereses del socialismo están por encima de los intereses del derecho de las naciones a la autodeterminación.” | V. I. Lenin


Para nosotros, como comunistas, está claro que todo nuestro trabajo debe basarse en la labor de fortalecimiento del Poder de los obreros; y sólo después de esto se nos plantea otro problema, problema de suma importancia, pero subordinado al primero: la cuestión nacional. Se nos dice que no se puede ofender a los elementos de nacionalidad no rusa. Es completamente justo y estoy de acuerdo con ello; no se les debe ofender. Pero hacer de esto una nueva teoría, de que es preciso colocar al proletariado gran ruso en una situación de desigualdad de derechos, con respecto a las naciones antes oprimidas, es un absurdo. Lo que en el conocido articulo del camarada Lenin constituye un giro, Bujarin lo ha convertido en toda una consigna. Sin embargo, es evidente que la base política de la dictadura del proletariado la constituyen, ante todo y fundamentalmente, las regiones centrales, las regiones industriales, y no las regiones de la periferia, que son países campesinos. Si exageramos la nota en favor de la periferia campesina y en perjuicio de las regiones proletarias, puede producirse una grieta en el sistema de la dictadura del proletariado. Esto es peligroso, camaradas. En política no se puede pasar de la raya ni quedarse corto.

Conviene recordar que, además del derecho de los pueblos a la autodeterminación, existe también el derecho de la clase obrera a fortalecer su Poder; y aquel derecho se halla subordinado a éste. Ocurre a veces que el derecho a la autodeterminación entra en contradicción con otro derecho, superior a él: con el derecho de la clase obrera, que ha conquistado el Poder, a fortalecer este Poder suyo. En tales casos —hay que decirlo sin rodeos—, el derecho a la autodeterminación no puede ni debe servir de obstáculo al ejercicio del derecho de la clase obrera a su propia dictadura. Lo primero debe ceder ante lo segundo. Así ocurrió, por ejemplo, en 1920, cuando, para defender el Poder de la clase obrera, nos vimos obligados a marchar sobre Varsovia.

Por eso, al repartir toda clase de promesas a los elementos de nacionalidad no rusa y al hacer reverencias ante los representantes de las nacionalidades, como han hecho en el presente Congreso algunos camaradas, conviene tener presente que el campo de acción de la cuestión nacional y los limites, por decirlo así, de su competencia quedan restringidos, en nuestras condiciones interiores y exteriores, por el campo de acción y la competencia de la “cuestión obrera”, como cuestión fundamental.

Muchos se han remitido aquí a las notas y a los artículos de Vladímir Ilich. Yo no quisiera citar a mi maestro, el camarada Lenin, puesto que no está aquí, y temo que pueda referirme a él incorrectamente y fuera de lugar. Sin embargo, me veo obligado a citar un pasaje axiomático, que no se presta a ningún malentendido, con objeto de que a los camaradas no les quede ninguna duda respecto al peso específico de la cuestión nacional. Analizando, en un artículo sobre la autodeterminación, la carta de Marx referente a la cuestión nacional, el camarada Lenin llega a la siguiente conclusión:
“Para Marx no ofrece dudas la subordinación de la cuestión nacional a la “cuestión obrera”.” [1]
No son más que dos líneas, pero lo deciden todo.

Esto tienen que grabárselo bien en la frente ciertos camaradas con más celo que sensatez.

La segunda cuestión se refiere al chovinismo gran ruso y al chovinismo local. Aquí han intervenido Rakovski y, principalmente, Bujarin, el cual ha propuesto que se suprima el punto relativo a la nocividad del chovinismo local. Según él, no hay por qué perder tiempo con un gusanillo como el chovinismo local, cuando tenemos un “Goliat” como el chovinismo gran ruso. En general, Bujarin se hallaba sometido a un sentimiento de contrición. Y se comprende que así fuese, pues durante años ha pecado contra las nacionalidades, negándoles el derecho a la autodeterminación; hora es, por fin, de arrepentirse. Pero, al hacerlo, ha caído en el extremo opuesto. Es curioso que Bujarin invite al Partido a seguir su ejemplo, a hacer también acto de contrición, aunque todo el mundo sabe que el Partido no tiene nada que ver con eso, puesto que, desde el comienzo mismo de su existencia (1898), ha reconocido el derecho de autodeterminación y, por consiguiente, no tiene que arrepentirse de nada. La realidad es que Bujarin no ha comprendido la esencia de la cuestión nacional. Cuando se dice que lo que hay que destacar en primer término en la cuestión nacional es la lucha contra el chovinismo gran ruso, de ese modo se quieren señalar los deberes del comunista ruso, se quiere decir que el deber del comunista ruso es el de luchar él mismo contra el chovinismo ruso. Si no fuesen los comunistas rusos, sino los comunistas turkestanos o georgianos los que emprendiesen la lucha contra el chovinismo ruso, esta lucha de ellos se interpretaría como un chovinismo anti-ruso. Tal cosa embrollaría todo el asunto y fortalecería al chovinismo gran ruso. Sólo los comunistas rusos pueden encargarse de la lucha contra el chovinismo gran ruso y llevarla hasta el final.

¿Y qué se quiere decir cuando se propone luchar contra el chovinismo local? Con ello se quiere señalar el deber de los comunistas locales, el deber de los comunistas no rusos de luchar contra su propio chovinismo. ¿Acaso se puede negar la existencia de desviaciones en el sentido de un chovinismo anti-ruso? Todo el Congreso ha podido apreciar palpablemente que el chovinismo local, el georgiano, el bashkir, etc., existe, y que es preciso combatirlo. Los comunistas rusos no pueden luchar contra el chovinismo tártaro, georgiano, bashkir, porque si un comunista ruso asume la dura tarea de combatir el chovinismo tártaro o el chovinismo georgiano, esta lucha se interpretaría como la lucha de un chovinista gran ruso contra los tártaros o contra los georgianos. Ello embrollaría todo el asunto. Sólo los comunistas tártaros, georgianos, etc. pueden luchar contra el chovinismo tártaro, georgiano, etc.; sólo los comunistas georgianos pueden luchar con éxito contra su propio nacionalismo o chovinismo georgiano. En esto reside el deber de los comunistas no rusos. De aquí la necesidad de señalar en las tesis esta doble tarea, la de los comunistas rusos (me refiero a la lucha contra el chovinismo gran ruso) y la de los comunistas no rusos (me refiero a su lucha contra el chovinismo anti-armenio, anti-tártaro, anti-ruso). De otro modo, las tesis serían unilaterales; de otro modo, no hay posibilidad de crear internacionalismo alguno, ni en la edificación del Estado ni en la edificación del Partido.
 
Si luchamos solamente contra el chovinismo gran ruso, esta lucha eclipsaría la de los chovinistas tártaros y demás, que se desarrolla en las regiones de la periferia y que es particularmente peligrosa actualmente, en las condiciones de la NEP. No podemos dejar de luchar en los dos frentes, ya que sólo a condición de hacerlo en los dos frentes —por un lado, contra el chovinismo gran ruso, que representa el peligro principal en nuestra labor constructiva, y contra el chovinismo local, por otro— puede alcanzarse el éxito, pues sin esta doble lucha no lograremos ninguna compenetración entre  los obreros y los campesinos rusos y los de otras nacionalidades. En caso contrario, puede resultar un estímulo del chovinismo local, una política de prima al chovinismo local, cosa que no podemos admitir.

Permitidme que también en este caso me remita al camarada Lenin. No lo habría hecho, pero, como en nuestro Congreso hay muchos camaradas que citan a diestro y siniestro al camarada Lenin, tergiversándolo, permitidme que lea algunas palabras tomadas de uno de sus artículos de todos conocido:
“El proletariado debe reivindicar la libertad de separación política para las colonias y naciones oprimidas por “su” nación. En caso contrario, el internacionalismo del proletariado quedará en un concepto huero y verbal; resultarán imposibles la confianza y la solidaridad de clase entre los obreros de la nación opresora y los de la nación oprimida.” [2]
Estos son, por decirlo así, los deberes de los proletarios de la nación dominante o anteriormente dominante. Luego, el camarada Lenin habla ya de los deberes de los proletarios o de los comunistas de las naciones antes oprimidas:
“Por otra parte, los socialistas de las naciones oprimidas deben defender y aplicar especialmente la unidad total y absoluta, incluyendo la unidad orgánica, entre los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora. De otro modo, con todas las maniobras, traiciones y trampas de la burguesía, resultaría imposible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, ya que la burguesía de las naciones oprimidas convierte constantemente las consignas de liberación nacional en un engaño para los obreros.”
Como veis, si nos decidimos a seguir la senda del camarada Lenin —y ciertos camaradas han jurado aquí por su nombre—, es preciso mantener en las resoluciones las dos tesis, tanto la referente a la lucha contra el chovinismo gran ruso como la referente a la lucha contra el chovinismo local, como dos aspectos de un mismo fenómeno, como tesis de lucha contra el chovinismo en general.



Notas

[1] Véase: V. I. Lenin, “Sobre el derecho de las  naciones a la autodeterminación”, Obras, t. 20, pág. 406, 4ª ed. en ruso.

[2] V. I. Lenin, “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación” (v. Obras, t. 22, pág. 136, 4ª ed. en ruso).



Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. V, 1953, pp. 95-97.

Lenin sobre la libertad y la necesidad

¿Admite el disertante que las ideas de causalidad, de necesidad y de sujeción a la ley, etc. son un reflejo de las leyes de la naturaleza, de un mundo real, en la conciencia humana? ¿O Engels no tenía razón al afirmarlo? | V. I. Lenin


En las páginas 140 y 141 de los Ensayos A. Lunacharski cita los razonamientos de Engels en el Anti-Dühring sobre esta cuestión y se adhiere sin reservas a la característica del asunto, “asombrosa por su claridad y precisión”, que traza Engels en la correspondiente “página maravillosa” [Lunacharski escribe: “...una página maravillosa de economía religiosa. Lo diré a riesgo de hacer sonreir al lector irreligioso”. Cualesquiera que sean sus buenas intenciones, camarada Lunacharski, sus coqueteos con la religión no hacen sonreir, sino que repugnan (En la primera edición del libro decía no hacen sonreir en lugar de “no hacen sonreir sino que repugnan”. Después de examinar la corrección Lenin sugirió a A. I. Elizárova que modificara ese pasaje o lo incluyera en la fe de erratas de la siguiente manera: en lugar de no hacen sonreir, corresponde: “no hacen sonreir, sino que repugnan”. Esta corrección de Lenin se incluyó en la “Fe de erratas más importantes” agregada a la primera edición del libro.).] de dicha obra.

De maravilloso aquí verdaderamente hay mucho. Y lo más “maravilloso” es que ni A. Lunacharski ni un montón de otros machistas, que pretenden ser marxistas,
han notado el alcance gnoseológico de los razonamientos de Engels sobre la libertad y la necesidad. Han leído, han copiado, pero no han comprendido nada.

Engels dice: “Hegel fue el primero que supo exponer de un modo exacto las relaciones entre la libertad y la necesidad. Para él, la libertad no es otra cosa que el conocimiento de la necesidad. . . “La necesidad sólo es ciega en cuanto no se la comprende”. La libertad no reside en la soñada independencia ante las leyes naturales, sino en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad, basada en dicho conocimiento, de hacerlas actuar de un modo planificado para fines determinados. Y esto rige no sólo con las leyes de la naturaleza exterior, sino también con las que presiden la existencia corporal y espiritual del hombre: dos clases de leyes que podremos separar a lo sumo en nuestra representación, pero no en la realidad. El libre albedrío no es, por tanto, según eso, otra cosa que la capacidad de decidir con conocimiento de causa. Así, pues, cuanto más libre sea el juicio de una persona con respecto a un determinado problema, tanto más señalado será el carácter de necesidad que determine el contenido de ese juicio. . . La libertad consiste, pues, en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de la necesidad natural (Naturnotwendigkeiten)”. . . (págs. 112-113 de la 5ª ed. alemana).

Veamos en qué premisas gnoseológicas está fundado todo este razonamiento.

En primer lugar, Engels reconoce, desde el comienzo mismo de sus razonamientos, las leyes de la naturaleza, las leyes de la naturaleza exterior, la necesidad de la naturaleza, es decir, todo lo que Mach, Avenarius, Petzoldt y Cía. califican de “metafísica”. Si Lunacharski hubiese querido reflexionar seriamente sobre los “maravillosos” razonamientos de Engels, no habría podido dejar de ver la distinción capital entre la teoría materialista del conocimiento, por una parte, y por otra el agnosticismo y el idealismo, que niegan las leyes de la naturaleza, o no ven en ella más que leyes “lógicas”, etc., etc.

En segundo lugar, Engels no se rompe la cabeza para formular las “definiciones” de la libertad y de la necesidad, esas definiciones escolásticas que interesan sobremanera a los profesores reaccionarios (del tipo de Avenarius) y a sus discípulos (del tipo de Bogdánov). Engels toma el conocimiento y la voluntad del hombre, por un lado, y la necesidad de la naturaleza, por otro, y en lugar de cualquier definición, dice sencillamente que la necesidad de la naturaleza es lo primario, y la voluntad y la conciencia del hombre lo secundario. Estas últimas deben, indefectible y necesariamente, adaptarse a la primera; Engels considera esto hasta tal punto evidente, que no gasta palabras inútiles en el esclarecimiento de su punto de vista. Los machistas rusos son los únicos que podían quejarse de la definición general del materialismo dada por Engels (la naturaleza es lo primario; la conciencia, lo secundario: lacordaos de las “perplejidades” de Bogdánov con este motivo!), y al mismo tiempo ¡hallar “maravillosa” y “de una precisión asombrosa” una de las aplicaciones particulares que hizo Engels de esa definición general y fundamental!

En tercer lugar, Engels no duda de la existencia de la “ciega necesidad”. Reconoce la existencia de la necesidad no conocida por el hombre. Esto se ve con claridad meridiana en el pasaje citado. Pero, desde el punto de vista de los machistas, ¿cómo puede el hombre conocer la existencia de lo que no conoce? ¿Cómo puede conocer la existencia de la necesidad no conocida? ¿No es eso “mística”, no es “metafísica”, no es el reconocimiento de los “fetiches” y de los “ídolos”, no es la “incognoscible cosa en sí de Kant”? Si los machistas hubiesen reflexionado en ello, no habrían podido dejar de percatarse de la completa identidad de los razonamientos de Engels sobre la cognoscibilidad de la naturaleza objetiva de las cosas y sobre la transformación de la “cosa en sí” en “cosa para nosotros”, por un lado, y de sus razonamientos sobre la necesidad ciega, no conocida, por otro. El desarrollo de la conciencia de cada individuo humano por separado y el desarrollo de los conocimientos colectivos de toda la humanidad, nos demuestran a cada paso la transformación de la “cosa en sí” no conocida en “cosa para nosotros” conocida, la transformación de la necesidad ciega, no conocida, la “necesidad en sí”, en la “necesidad para nosotros” conocida. Gnoseológicamente, no hay en absoluto ninguna diferencia entre una transformación y la otra, pues el punto de vista fundamental es el mismo en ambos casos, a saber: el punto de vista materialista, el reconocimiento de la realidad objetiva del mundo exterior y de las leyes de la naturaleza exterior; tanto ese mundo como esas leyes son perfectamente cognoscibles para el hombre, pero nunca pueden ser conocidas por él hasta el fin. No conocemos la necesidad natural en los fenómenos meteorológicos, por lo que inevitablemente somos esclavos del tiempo que hace. Pero aun no conociendo esa necesidad, sabemos que existe. ¿De dónde procede tal conocimiento? Tiene el mismo origen que el conocimiento de que las cosas existen fuera de nuestra conciencia e independientemente de ella, a saber: el desarrollo de nuestros conocimientos, que demuestra millones de veces a cada hombre que la ignorancia deja el sitio al saber cuando el objeto obra sobre nuestros órganos de los sentidos, y al contrario: el conocimiento se convierte en ignorancia cuando queda descartada la posibilidad de dicha acción.

En cuarto lugar, en el razonamiento citado aplica Engels manifiestamente a la filosofía el método del “salto vital”, es decir, da un salto de la teoría a la práctica. Ni uno sola de los sabios (y estúpidos) profesores de filosofía a los que siguen nuestros machistas, se permite jamás tales saltos, vergónzosos para un representante de la “ciencia pura”. Para ellos, una cosa es la teoría del conocimiento, donde hay que cocinar con la mayor sutileza las “definiciones” verbales, y otra completamente distinta es la práctica. En Engels, toda la práctica humana viva hace irrupción en la teoría misma del conocimiento, proporcionando un criterio objetivo de la verdad: en tanto que ignoramos una ley natural, esa ley, existiendo y obrando al margen y fuera de nuestro conocimiento, nos hace esclavos de la “ciega necesidad”. Tan pronto como conocemos esa ley, que acciona (como repitió Marx millares de veces) independientemente de nuestra voluntad y de nuestra conciencia, nos hacemos dueños de la naturaleza. El dominio de la naturaleza, que se manifiesta en la práctica de la humanidad, es el resultado del reflejo objetivo y veraz, en la cabeza del hombre, de los fenómenos y de los procesos de la naturaleza y constituye la prueba de que dicho reflejo (dentro de los límites de lo que nos muestra la práctica) es una verdad objetiva, absoluta, eterna.

¿A qué resultados llegamos? Cada paso en el razonamiento de Engels, casi literalmente cada frase, cada tesis, están completa y exclusivamente fundadas en la gnoseología del materialismo dialéctico, en premisas que son la refutación contundente de todos los embustes machistas sobre los cuerpos como complejos de sensaciones, sobre los “elementos”, sobre la “coincidencia de la representación sensible con la realidad existente fuera de nosotros”, etc., etc., etc. ¡Sin cohibirse lo más mínimo por esto, los machistas abandonan el materialismo, repiten (à la Berman) las resobadas banalidades sobre la dialéctica y, al propio tiempo, acogen con los brazos abiertos una de las aplicaciones del materialismo dialéctico! Han tomado su filosofía de la bazofia ecléctica y continúan sirviéndola tal cual al lector. Toman de Mach un poco de agnosticismo y un tantico de idealismo, mezclándolo con algo de materialismo dialéctico de Marx, y balbucean que tal ensalada es el desarrollo del marxismo. Piensan que si Mach, Avenarius, Petzoldt y todas sus otras autoridades no tienen el menor concepto de la solución dada al problema (sobre la libertad y la necesidad) por Hegel y Marx, es por pura casualidad: es, simple y llanamente, porque no han leido tal página en tal librillo, y no porque estas “autoridades” hayan sido y sigan siendo unos ignorantes en lo tocante al progreso real de la filosofía en el siglo XIX, no porque hayan sido y continúen siendo unos oscurantistas en filosofía.

Ved el razonamiento de uno de esos oscurantistas, de Ernst Mach, profesor titular de filosofía de la Universidad de Viena:

“La justeza de la posición del determinismo o del indeterminismo no puede ser demostrada. Solamente una ciencia perfecta o una ciencia probadamente imposible, resolvería este problema. Se trata aquí de las premisas que introducimos (man heranbringt) en el análisis de las cosas, según que atribuyamos a los éxitos o a los fracasos anteriores de la investigación un valor subjetivo (subjektives Gewicht) más o menos considerable. Pero durante la investigación todo pensador es, necesariamente, determinista en teoría” (Conocimiento y error, 2ª ed. alemana, págs. 282-283).

¿No es acaso esto oscurantismo, cuando la teoría pura es cuidadosamente separada de la práctica; cuando el determinismo es limitado al terreno de la “investigación”, y en el terreno de la moral y de la actividad social y en todos los otros terrenos, exceptuando el de la “investigación”, se deja el problema a una apreciación “subjetiva”? En mi gabinete —dice el sabio pedante— soy determinista; pero no dice palabra del deber del filósofo de construir sobre la base del determinismo una concepción integral del mundo que abarque tanto la teoría como la práctica Mach dice banalidades porque teóricamente el problema de la correlación entre la libertad y la necesidad no ofrece a sus ojos ninguna claridad.

“. . . Todo nuevo descubrimiento revela las deficiencias de nuestro conocimiento y pone de manifiesto un residuo de dependencias desapercibido hasta entonces” (283). . . ¡Muy bien! Pero ese “residuo”, ¿no es la “cosa en si” que nuestra conocimiento refleja cada vez más profundamente? Nada de eso: “. . . De forma que también el que defiende en teoría un determinismo extremo, en la práctica debe seguir siendo indefectiblemente indeterminista” (283) . . . He aquí un reparto muy amistoso [Mach en la Mecánica escribe: “Las opiniones religiosas de los hombres son asunto estrictamente privado de cada uno, mientras no se intente imponerlas a otros hombres ni aplicarlas a cuestiones que se refieran a otras ramas” (pag. 434 de la traducción francesa).]: ¡La teoría, para los profesores; la práctica, para los teólogos! O bien: en teoría, el objetivismo (es decir, un materialismo “vergonzante”); en la práctica, el “método subjetivo en sociología”. Que los ideólogos rusos de la pequeña burguesía, los populistas, desde Lesévich hasta Chernov, simpaticen con esa filosofía banal, nada tiene de sorprendente. Pero que gentes que pretenden ser marxistas se apasionen con semejantes disparates, disimulando púdicamente las más absurdas conclusiones de Mach, eso ya es del todo lamentable.

Pero en la cuestión acerca de la voluntad, Mach no se limita a esa confusión y a ese agnosticismo a medias, sino que va mucho más lejos. . . “Nuestra sensación de hambre —leemos en la Mecánica— no difiere en el fondo de la afinidad entre el ácido sulfúrico y el zinc, nuestra voluntad no difiere ya tanto como se creería de la presión ejercida por la piedra sobre la superficie en que reposa”. “Nos encontramos así más cerca de la naturaleza [es decir, desde ese punto de vista], no teniendo necesidad de descomponer al hombre en un montón inconcebible de inaprehensibles átomos, o de hacer del mundo un sistema de combinaciones fantásticas” (pág. 434 de la traducción francesa). Asi, pues, no hay necesidad de materialismo (“inaprehensibles átomos” o electrones, es decir, reconocimiento de la realidad objetiva del mundo material), no hay necesidad de un idealismo que reconozca el mundo como una “modalidad particular” del espíritu; ¡pero es posible un idealismo que reconozca el mundo como voluntad! Estamos no solamente por encima del materialismo, sino también del idealismo de “un” Hegel, ¡pero esto no nos impide andar coqueteando con el idealismo a lo Schopenhauer! Nuestros machistas, que toman un aspecto de ofendida inocencia a cada alusión a la afinidad entre Mach y el idealismo filosófico, han preferido, una vez más, guardar simplemente silencio sobre este punto delicado. Es difícil, sin embargo, hallar en la literatura filosófica una exposición de las ideas de Mach en la que no se note su inclinación por la Willensmetaphysik, es decir, por el idealismo voluntarista. Esto ha sido puesto de relieve por Baumann [Archiv für systematische Philosophie (Archivo de Filosofía Sistemática) 1898, II, t. 4, pág. 63, artículo sobre las concepciones filosóficas de Mach.], y su impugnador el machista H. Kleinpeter no refutó este punto y declaró que Mach, naturalmente, está “más cerca de Kant y de Berkeley que del empirismo metafísico que domina en las ciencias naturales” (es decir, del materialismo espontáneo; ob. cit., t. 6, pág. 87). E. Becher lo indica también, señalando que si Mach reconoce en ciertas páginas la metafísica voluntarista y en otras reniega de ella, lo único que eso prueba es el carácter arbitrario de su terminología; en realidad, la afinidad de Mach con la metafísica voluntarista es indudable [Erich Becher, The Philosophical Views of E. Mach en Philosophical Review (Los conceptos filosóficos de Mach en la Revista Filosófica), vol. XIV, 5, 1905. págs. 536, 546, 547, 548.]. También Lucka [E. Lucka, Das Erkenntnisproblem und Machs “Analyse der Empfindungen” en Kantstudien, t. VIII, 1903, pág. 400.] reconoce la mezcla de esta metafísica (es decir, del idealismo) con la “fenomenología” (es decir, con el agnosticismo). W. Wundt [Systematische Philosophie (Filosofía sistemática), Leipzig, 1907, pág. 131.] lo indica a su vez. Y el manual de la historia de la filosofía moderna de Ueberweg-Heinze [Grundriss der Geschichte der Philosophie (Ensayos de historia de la filosofía), t. IV, 9ª ed., Berlín, 1903, pág. 250.] comprueba asimismo que Mach es un fenomenalista “nada extraño al idealismo voluntarista”.

En una palabra, el eclecticismo de Mach y su propensión al idealismo son evidentes a los ojos de todo el mundo, excepto tal vez a los de los machistas rusos.


Fuente: Lenin, V. I., Materialismo y empiriocriticismo, 1908.

martes, 30 de enero de 2018

Contra la vulgarización de la consigna de autocrítica — I. V. Stalin


La consigna de autocrítica no puede considerarse algo efímero y de corta duración. La autocrítica es un método particular, el método bolchevique de educación de los cuadros del Partido, y de la clase obrera en general, en el espíritu del desarrollo revolucionario. Marx hablaba ya de la autocrítica como de un método de fortalecimiento de la revolución proletaria [1]. Por lo que se refiere a la autocrítica en nuestro Partido, su comienzo se remonta a la aparición del bolchevismo en nuestro país, a los primeros días del nacimiento del bolchevismo como corriente revolucionaria independiente en el movimiento obrero.

Es sabido que ya en la primavera de 1904, cuando el bolchevismo no constituía aún un partido político independiente y trabajaba con los mencheviques en  el seno de un mismo partido socialdemócrata, Lenin llamaba al Partido a ejercer la “autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias”. He aquí lo que Lenin decía entonces en su folleto “Un paso adelante, dos pasos atrás”:

“Ellos (es decir, los adversarios de los marxistas. J. St.) observan con muecas de alegría maligna nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, consagrado a los defectos y deficiencias de nuestro Partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán enmendadas por el desarrollo del movimiento obrero, ¡Y que prueben los señores adversarios a describimos un cuadro de la situación verdadera de sus “partidos” que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro II Congreso!” (t. VI, pág. 161 [2]).
Por eso no tienen ninguna razón los camaradas que piensan que la autocrítica es un fenómeno efímero, una moda pasajera como todas las modas. En realidad, la autocrítica es un arma inalienable y en continua acción del arsenal del bolchevismo, vinculada indisolublemente con la naturaleza misma del bolchevismo, con su espíritu revolucionario.
A veces dicen que la autocrítica es buena para un partido que no está en el Poder aún y “nada tiene que perder”, pero que es peligrosa y nociva para un partido que se encuentra ya en el Poder y se halla rodeado de fuerzas enemigas, que pueden aprovechar contra él sus debilidades puestas al desnudo.

Eso es erróneo. ¡Absolutamente erróneo! Al contrario, precisamente porque el bolchevismo ha llegado al Poder, precisamente porque a los bolcheviques pueden subírseles a la cabeza los éxitos de nuestra edificación, precisamente porque los bolcheviques pueden no advertir sus debilidades y, de este modo, facilitar la obra de sus enemigos, la autocrítica es necesaria sobre todo ahora, sobre todo después de la toma del Poder.

La autocrítica persigue el fin de poner al desnudo y eliminar nuestros errores, nuestras debilidades. ¿No es evidente, acaso, que en las condiciones de la dictadura del proletariado la autocrítica sólo puede facilitar la lucha del bolchevismo contra los enemigos de la clase obrera? Lenin tenía en cuenta estas particularidades de la situación después de la toma del Poder por los bolcheviques cuando decía en su folleto “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, escrito en abril-mayo de 1920:
“La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de  sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase, y después a las masas.” (t. XXV, pág. 200).
Lenin tenía mil veces razón cuando decía en el XI Congreso del Partido, en marzo de 1922:
“El proletariado no teme confesar que en la revolución hay cosas que le han salido maravillosamente y cosas que le han salido mal. Todos los partidos revolucionarios que se han hundido hasta ahora, han corrido esa suerte por haberse dejado llevar del engreimiento, por no haber sabido ver en qué consistía su fuerza, por miedo a hablar de sus debilidades. Pero nosotros no nos hundiremos, porque no tenemos miedo a hablar de nuestras debilidades y aprenderemos a vencerlas.” (t. XXVII, págs. 260-261).
La conclusión es una: sin autocrítica no hay educación acertada del Partido, de la clase, de las masas; sin educación acertada del Partido, de la clase, de las masas, no hay bolchevismo.

¿Por qué la consigna de autocrítica ha adquirido particular actualidad precisamente ahora, precisamente en el actual momento histórico, precisamente en 1928?

Porque ahora se ha puesto de manifiesto con mayor nitidez que hace un año o dos la agudización de las relaciones de clase, tanto en el dominio interior como en el exterior.

Porque ahora se ha puesto de manifiesto con mayor nitidez que hace un año o dos la labor de zapa realizada por los enemigos de clase del Poder Soviético, que aprovechan nuestras debilidades, nuestros errores, contra la clase obrera de nuestro país.

Porque las enseñanzas del asunto de Shajti y de las “maniobras en los acopios” realizadas por los elementos capitalistas del campo, más nuestros errores en la planificación, no pueden ni deben pasar en vano para nosotros.

Debemos liberarnos cuanto antes de nuestros errores y de nuestras debilidades, descubiertos por el asunto de Shajti y por las dificultades en los acopios de cereales, si queremos fortalecer la revolución y hacer frente, debidamente pertrechados, a nuestros enemigos.

Debemos poner al desnudo cuanto antes nuestras debilidades y nuestros errores que no hemos puesto aún al desnudo, pero que existen, sin duda alguna, si no queremos que nos sorprendan toda clase de “eventualidades” y “casualidades”, para satisfacción de los enemigos de la clase obrera.

Demorar esto es facilitar la labor de nuestros enemigos, ahondar nuestras debilidades y nuestros errores. Pero hacerlo es imposible si no desplegamos la autocrítica, si no reforzamos la autocrítica, si no incorporamos a las masas de millones de obreros y  de campesinos a la obra de descubrir y eliminar nuestras debilidades y nuestros errores.

Por eso el Pleno de abril del. C.C. y de la C.C.C. tenía toda la razón cuando dijo en su resolución sobre el asunto de Shajti que:
“La condición principal para asegurar el éxito en la aplicación de todas las medidas trazadas debe ser la realización electiva de la consigna del XV Congreso sobre la autocrítica.” [3]
Mas, para desplegar la autocrítica, hay que superar, ante todo, varios obstáculos que se alzan ante el Partido. Figuran entre ellos el atraso cultural de las masas, la insuficiencia de fuerzas culturales en la vanguardia proletaria, nuestra rutina, nuestra “presunción comunista”, etc. Sin embargo, uno de los obstáculos más grandes, si no el mayor de todos, es el burocratismo de nuestros aparatos. Me refiero a los elementos burocráticos en las organizaciones del Partido, estatales, sindicales, cooperativas y de todo otro género. Me refiero a los elementos burocráticos, que viven de nuestras debilidades y errores, que temen, como al fuego, a la crítica de las masas, al control de las masas, y nos impiden desplegar la autocrítica, nos impiden desprendernos de nuestras debilidades, de nuestros errores. El burocratismo en nuestras organizaciones no puede ser considerado simple papeleo y balduquismo. El burocratismo es una manifestación de la influencia burguesa en nuestras organizaciones. Lenin tenía razón cuando decía:
“...debamos comprender que la lucha contra el burocratismo es una lucha absolutamente necesaria y que esa lucha es tan compleja como la tarea de combatir la fuerza ciega del elemento pequeñoburgués. El burocratismo en nuestro régimen de Estado ha adquirido la significación de un vicio tal, que el programa de nuestro Partido habla de él, y eso es porque está ligado con el elemento pequeñoburgués y con su dispersión.” (t. XXVI, pág. 220).
Con tanta mayor perseverancia debe desplegarse la lucha contra el burocratismo de nuestras organizaciones, si queremos de veras desplegar la autocrítica y liberamos de los vicios de nuestra edificación.

Con tanta mayor perseverancia debemos alzar a las masas de millones de obreros y campesinos para que participen en la crítica desde abajo, en el control desde abajo, antídoto principal contra el burocratismo.

Lenin tenía razón cuando decía:
“Si queremos luchar contra el burocratismo, debemos hacer que participen en esa lucha las masas”... pues, “¿de qué otro modo se puede poner fin al burocratismo, si no es haciendo que participen en ello los obreros y los campesinos? (t. XXV, págs. 496, 495).
Mas para ello, para “hacer que participen” las grandes masas, hay que desarrollar la democracia proletaria en todas las organizaciones de masas de la clase obrera y, ante todo, en el seno del Partido mismo. Sin esta condición, la autocrítica queda reducida a cero, a una cosa vacía, a una frase.

No necesitamos una autocrítica cualquiera. Necesitamos una autocrítica que eleve la cultura de la clase obrera, desarrolle su espíritu combativo, vigorice su fe en la victoria, multiplique sus fuerzas y le ayude a llegar a ser verdadera dueña y señora del país.

Unos dicen que si hay autocrítica no hace falta la disciplina de trabajo, que se puede  abandonar el trabajo y dedicarse a charlar de todo un poco. Eso no es autocrítica, sino burlarse de la clase obrera. La autocrítica no se necesita para destruir la disciplina de trabajo, sino para fortalecerla, para que la disciplina de trabajo sea una disciplina consciente, capaz de luchar con éxito contra la desidia pequeñoburguesa.

Otros dicen que si hay autocrítica no hace ya falta la dirección, que podemos apartarnos del timón y abandonarlo todo al “curso natural de las cosas”. Eso no es autocrítica, eso es una vergüenza. La  autocrítica no se necesita para debilitar la dirección, sino para fortalecerla, para convertirla de dirección en el papel y poco prestigiosa en dirección real y verdaderamente prestigiosa.

Pero hay también otra especie de “autocrítica”, que lleva a la destrucción del espíritu de Partido, al descrédito del Poder Soviético, al debilitamiento de nuestra edificación, a la descomposición de nuestros cuadros administrativos, al desarme de la clase obrera, a las habladurías acerca de la degeneración. A esa “autocrítica”, precisamente, nos invitaba ayer la oposición trotskista. Huelga decir que el Partido no tiene nada de común con esa “autocrítica”. Huelga decir que el Partido luchará contra esa “autocrítica” con todas sus fuerzas y por todos los medios.

Hay que distinguir rigurosamente entre esta “autocrítica” destructiva, antibolchevique, ajena a nosotros, y nuestra autocrítica bolchevique, que persigue el fin de cultivar el espíritu de Partido, consolidar el Poder Soviético, mejorar nuestra edificación, fortalecer nuestros cuadros administrativos, pertrechar a la clase obrera.

La campaña por el fortalecimiento de la autocrítica la empezamos hace tan sólo unos meses. Aun no disponemos de los datos necesarios para hacer el primer balance de ella. Sin embargo, ya ahora se puede decir que empieza a dar resultados provechosos.

No puede negarse que la ola de la autocrítica empieza a alzarse y extenderse, abarcando a capas cada vez más amplias de la clase obrera y atrayéndolas a la edificación socialista. Así lo evidencian, por ejemplo, hechos como la reanimación de las reuniones de producción y de las comisiones provisionales de control.

Verdad es que aun se observan intentos de meter bajo el tapete las indicaciones, justas y comprobadas, de las reuniones de producción y de las comisiones provisionales de control, y contra esas tentativas se impone la lucha más enérgica, pues persiguen el fin de quitar a la clase obrera las ganas de hacer autocrítica. Pero no creo que haya razones para dudar de que esos intentos burocráticos serán totalmente barridos por la creciente ola de autocrítica.

Tampoco puede negarse que, gracias a la autocrítica, nuestros cuadros administrativos empiezan a trabajar mejor, elevan su vigilancia, empiezan a enfocar más seriamente la dirección de la economía, y nuestros cuadros del Partido, de los Soviets, de los sindicatos y demás organizaciones captan con mayor sensibilidad, con mayor solicitud, las demandas de las masas.

Verdad es que no puede estimarse que la democracia interna del Partido y la democracia obrera en general se observen ya con toda plenitud en las organizaciones de masas de la clase obrera. Pero no hay motivos para dudar de que en este terreno se avanzad a medida que se despliegue la campaña.

Tampoco puede negarse que, gracias a la autocrítica, nuestra prensa se ha hecho más animada, más viva, ni que destacamentos de nuestros periodistas como son las organizaciones de corresponsales obreros y rurales empiezan ya a convertirse en una fuerza política muy seria.

Verdad es que nuestra prensa continúa deslizándose de vez en cuando por la superficie, aun no ha aprendido a pasar de las observaciones críticas aisladas a una crítica más profunda, y de una crítica profunda a la sintetización de los resultados de la crítica, a poner de manifiesto qué adelantos se han conseguido en nuestra edificación como resultado de la crítica. Pero no creo que pueda dudarse que en este terreno se avanzará en el curso sucesivo de la campaña.

Es necesario, no obstante, señalar al lado de estos aspectos positivos los aspectos negativos de nuestra campaña. Me refiero a las deformaciones de la consigna de autocrítica que se producen ya ahora, al comienzo de la campaña, y que crean el peligro de vulgarización de la autocrítica si no se les pone coto sin demora alguna.

1) Es necesario, ante todo, señalar que en varios órganos de prensa se ha perfilado la tendencia a transformar la campaña basada en la crítica seria de los defectos de nuestra edificación socialista, en una campaña basada en el alboroto sensacionalista contra los excesos en la vida privada. Eso quizá parezca increíble, pero, desgraciadamente, es un hecho.

Tomad, por ejemplo, el periódico “Vlast Trudá” (núm. 128), órgano del Comité del Partido y del Comité Ejecutivo del Soviet de la comarca de Irkutsk. Encontraréis allí toda una plana acribillada de “consignas” sensacionalistas: “La  incontinencia en la vida sexual es un vicio burgués”, “Una copa llama a otra”, “La casa propia pide vaca propia”, “Bandidos de cama de matrimonio”, “Disparo que no llegó a sonar”, etc., etc. ¿Qué puede haber de común, pregunto yo, entre esa barahunda “crítica”, digna de “Birzhovka” [4], y la autocrítica bolchevique, que persigue el fin de mejorar nuestra edificación socialista? Es muy posible que el autor de esos sueltos sensacionalistas sea comunista. Es posible que respire odio contra los “enemigos de clase” del Poder Soviético. Pero no puede caber duda de que se desvía del camino acertado, vulgariza la consigna de autocrítica y habla con una voz que no es la de nuestra clase.

2) Es necesario, además, señalar que incluso órganos de prensa que, hablando en líneas generales, no carecen de tino para criticar acertadamente, se desvían a veces y critican por criticar, convirtiendo la crítica en un deporte con vistas  al sensacionalismo. Tomemos, por ejemplo, “Komsomólskaia Pravda”. Todo el mundo  conoce los méritos de “Komsomólskaia Pravda” en el desarrollo de la autocrítica. Pero ved los últimos números del periódico y fijaos en la “crítica” a los dirigentes del Consejo Central de los Sindicatos Soviéticos, en una serie de inadmisibles caricaturas sobre este tema. ¿Quién tiene necesidad, pregunto yo, de esa “crítica” y qué puede ella dar, de no ser el desprestigio de la consigna de autocrítica? ¿Qué falta ha podido hacer esa “crítica”, si, naturalmente, se toman en consideración los intereses de nuestra edificación socialista y no se busca un sensacionalismo barato que provoque risas malignas entre los filisteos? Naturalmente, para la autocrítica se necesitan todas las armas, comprendida la “caballería ligera”. Pero, ¿acaso de ello se desprende que la caballería ligera deba convertirse en caballería ligera de cascos?

3) Es necesario, por último, señalar cierta tendencia de varias de nuestras organizaciones a convertir la autocrítica en persecución contra los cuadros administrativos, en desprestigio de los mismos ante los ojos de la clase obrera. Es un hecho que algunas organizaciones de Ucrania y de la Rusia Central han desencadenado una campaña de francas persecuciones contra los mejores cuadros administrativos, hombres cuya culpa consiste en que no están inmunizados en un cien por cien contra los errores. ¿De qué otro modo pueden comprenderse las disposiciones de algunas organizaciones locales destituyendo de sus cargos a esos cuadros administrativos, disposiciones que no tienen la menor fuerza obligatoria, pero que, con toda evidencia, persiguen el fin de desacreditar a los cuadros administrativos? ¿De qué otro modo puede comprenderse el que critiquen y no den a los cuadros administrativos posibilidad de responder a la crítica?

¿Desde cuándo “la ley del embudo” se hace pasar entre nosotros por autocrítica?

Naturalmente, no podemos exigir que la crítica sea acertada en el cien por cien. Si la crítica viene desde abajo, no debemos desdeñar ni siquiera la crítica que sea acertada tan sólo en el cinco o el diez por ciento. Todo eso es cierto. Pero, ¿acaso de ello se desprende que debamos exigir a los cuadros administrativos garantías contra los errores en el cien por cien? ¿Acaso hay en el mundo gente inmunizada en el cien por cien contra los errores? ¿Acaso es difícil comprender que para formar cuadros administrativos se precisan años y más años y que con los cuadros administrativos debemos mantener la actitud más cuidadosa y solícita? ¿Acaso es difícil comprender que la autocrítica no nos hace falta para perseguir a los cuadros administrativos, sino para mejorarlos y reforzarlos?

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no vulgaricéis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella un arma de ejercicios de sensacionalismo sobre temas al estilo de “Bandidos de cama de matrimonio”, “Disparo que no llegó a sonar”, etc.

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no desprestigiéis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella una cocina para guisotear inmundas bazofias sensacionalistas.

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no deforméis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella un arma para perseguir a nuestros cuadros administrativos y a otros funcionarios.

Y lo principal es que no suplantéis la crítica de masas desde abajo por la palabrería “crítica” desde arriba; dejad que las masas de la clase obrera se acostumbren a ejercer la crítica y pongan de manifiesto su iniciativa creadora para corregir nuestros defectos, para mejorar nuestra edificación.



Notas

[1] C. Marx, “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte” (véase: C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en dos tomos, t. I, pág. 227, ed. en español, 1951).

[2] Véase: V. I. Lenin, Obras, t. 7, pág. 190, 4ª ed. en ruso.

[3] Véase: “El P.C.U.S. en las resoluciones y acuerdos de los Congresos y Conferencias y de los Plenos del C.C.”, parte II, pág. 390, ed. en ruso, 1953.

[4] “Birzhovka” — “Birzhevíe Viédomosti” (“Noticias de la Bolsa”): periódico burgués de escándalo, que empezó a publicarse en Petersburgo en 1880. El nombre de “Birzhovka” se convirtió en sinónimo de prensa venal y sin principios. A fines de octubre de 1917, el periódico fue suspendido por el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado.



Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. XI, 1953, pp. 50-53.

Stalin sobre el desenmascaramiento de la socialdemocracia, el problema de los cuadros y la bolchevización


Algunos camaradas suponen que fortalecer el Partido y bolchevizarlo significa expulsar de él a todos los disidentes. Eso, claro está, no es cierto. Desenmascarar a la socialdemocracia y dejarla reducida a una minoría insignificante en la clase obrera sólo es posible en el curso de la lucha cotidiana por las necesidades concretas de la clase obrera. No hay que poner en la picota a la socialdemocracia sobre la base de los problemas del cosmos, sino sobre la base de la lucha cotidiana de la clase obrera por mejorar su situación material y política; por cierto, las cuestiones del salario, de la jornada de trabajo, de las condiciones de vivienda, de los seguros, de los impuestos, del paro obrero, de la carestía de la vida, etc. deben desempeñar un papel muy importante, si no decisivo. Golpear a los socialdemócratas cada día sobre la base de estas cuestiones, poniendo al desnudo su traición: tal es la tarea.

Pero esa tarea no se cumplirá por entero si las cuestiones de la actividad práctica diaria no se ligan a los problemas cardinales de la situación internacional e interior de Alemania, y si en todo su trabajo el Partido deja de enfocar las cuestiones de cada día desde el punto de vista de la revolución y de la conquista del Poder por el proletariado.

Pero esa política únicamente podrá aplicarla un partido que tenga a la cabeza cuadros dirigentes lo bastante expertos para saber aprovechar, con el fin de fortalecer el partido, cada falla de los socialdemócratas y lo bastante preparados teóricamente para que los éxitos parciales no les hagan perder las perspectivas del desarrollo revolucionario.

A ello, principalmente, se debe que el problema de los cuadros dirigentes de los Partidos Comunistas en general, comprendido el Partido Comunista de Alemania, sea uno de los más importantes en la labor de bolchevización.

Para la bolchevización se necesita crear, por lo menos, algunas condiciones fundamentales, sin las que la bolchevización de los Partidos Comunistas es de todo punto imposible.


1) Es necesario que el Partido no se considere un apéndice del mecanismo electoral parlamentario, como en realidad se considera la socialdemocracia, ni un suplemento de los sindicatos, como afirman a veces ciertos elementos anarco-sindicalistas, sino la forma superior de unión de clase del proletariado, llamada a dirigir todas las demás formas de organizaciones proletarias, desde los sindicatos hasta la minoría parlamentaria.

2) Es necesario que el Partido, y de manera especial sus cuadros dirigentes, dominen a fondo la teoría revolucionaria del marxismo, ligada con lazos indestructibles a la labor práctica revolucionaria.

3) Es necesario que el Partido no adopte las consignas y las directivas sobre la base de fórmulas aprendidas de memoria y de paralelos históricos, sino como resultado de un análisis minucioso de las condiciones concretas, interiores e internacionales, del movimiento revolucionario, teniendo siempre en cuenta la experiencia de las revoluciones de todos los países.

4) Es necesario que el Partido contraste la justeza de estas consignas y directivas en el fuego de la lucha revolucionaria de las masas.

5) Es necesario que toda la labor del Partido, particularmente si no se ha desembarazado aún de las tradiciones socialdemócratas, se reconstruya sobre una base nueva, revolucionaria, de modo que cada paso del Partido y cada uno de sus actos contribuyan de modo natural a revolucionarizar a las amplias masas, a preparar a las amplias masas de la clase obrera en el espíritu de la de revolución.

6) Es necesario que el Partido sepa conjugar en su labor la máxima fidelidad a los principios (¡no confundir eso con el sectarismo!) con la máxima ligazón y el máximo contacto con las masas (¡no confundir eso con el seguidismo!), sin lo cual al Partido le será imposible, no sólo instruir a las masas, sino también aprender de ellas, no sólo guiar a las masas y elevarlas hasta el nivel del Partido, sino también prestar oído a la voz de las masas y adivinar sus necesidades apremiantes.

7) Es necesario que el Partido sepa conjugar en su labor un espíritu revolucionario intransigente (¡no confundir eso con el aventurerismo revolucionario!) con la máxima flexibilidad y la máxima capacidad de maniobra (¡no confundir eso con el espíritu de adaptación!), sin lo cual al Partido le será imposible dominar todas las formas de lucha y de organización, ligar los intereses cotidianos del proletariado con los intereses básicos de la revolución proletaria y conjugar en su trabajo la lucha legal con la lucha clandestina.

8) Es necesario que el Partido no oculte sus errores, que no tema la crítica, que sepa capacitar y educar a sus cuadros analizando sus propios errores.

9) Es necesario que el Partido sepa seleccionar para el grupo dirigente fundamental a los mejores combatientes de vanguardia, a hombres lo bastante fieles para ser intérpretes genuinos de las aspiraciones del proletariado revolucionario, y lo bastante expertos para ser los verdaderos jefes de la revolución proletaria, capaces de aplicar la táctica y la estrategia del leninismo.

10) Es necesario que el Partido mejore sistemáticamente la composición social de sus organizaciones y se depure de los disgregantes elementos oportunistas, teniendo como objetivo el hacerse lo más monolítico posible.


11) Es necesario que el Partido forje una disciplina proletaria de hierro, nacida de la cohesión ideológica, de la claridad de objetivos del movimiento, de la unidad de las acciones prácticas y de la actitud consciente hacia las tareas del Partido por parte de las amplias masas del mismo.

12) Es necesario que el Partido compruebe sistemáticamente el cumplimiento de sus propias decisiones y directivas, sin lo cual éstas corren el riesgo de convertirse en promesas vacías, capaces únicamente de quebrantar la confianza de las amplias masas proletarias en el Partido.

Sin estas condiciones y otras semejantes, la bolchevización suena a hueco.



Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. VII, 1953, pp. 16-18. 

Stalin sobre los peligros de las desviaciones derechista e izquierdista en la cuestión nacional


¿Existen “izquierdas” y derechas en las organizaciones comunistas de las regiones y repúblicas? Naturalmente que sí. Esto es innegable.

¿En qué consisten los pecados de las derechas? Consisten en que las derechas no representan ni pueden representar un antídoto, un baluarte seguro contra las corrientes nacionalistas que se desarrollan y acentúan a causa de la NEP. El hecho de que el sultán-galievismo haya podido surgir y el que se haya creado cierto núcleo de partidarios en las repúblicas orientales, particularmente en Bashkiria y en Tartaria, es un testimonio indudable de que los elementos de derecha, que constituyen en esas repúblicas una mayoría predominante, no son un baluarte suficiente contra el nacionalismo.

Conviene tener presente que nuestras organizaciones comunistas de la periferia, de las repúblicas y de las regiones, sólo pueden desarrollarse, fortalecerse y convertirse en verdaderos cuadros marxistas internacionalistas en el caso de que consigan vencer el nacionalismo. El nacionalismo es el principal obstáculo ideológico para la formación de cuadros marxistas, para la formación de una vanguardia marxista en las regiones periféricas y en las repúblicas. La historia  de nuestro Partido nos dice: que el Partido Bolchevique, en su parte rusa, creció y se fortaleció luchando contra el menchevismo, pues el menchevismo es una ideología burguesa, el menchevismo es el vehículo que lleva la ideología burguesa al seno de nuestro Partido; y, sin vencer al menchevismo, nuestro Partido no hubiera podido fortalecerse. Ilich lo ha dicho en sus escritos repetidas veces. El bolchevismo únicamente ha ido creciendo y fortaleciéndose como un auténtico partido dirigente, conforme fue venciendo al menchevismo en sus formas orgánicas e ideológicas. Lo mismo cabe decir del nacionalismo con respecto a nuestras organizaciones comunistas de las regiones de la periferia y de las repúblicas. El nacionalismo desempeña con respecto a estas organizaciones el mismo papel que ha desempeñado el menchevismo en el pasado con respecto al Partido Bolchevique. Sólo encubiertas bajo el nacionalismo pueden infiltrarse en nuestras organizaciones de la periferia toda clase de influencias burguesas, entre ellas los mencheviques. Nuestras organizaciones de las repúblicas sólo pueden llegar a ser marxistas en el caso de que sepan resistir a la corriente nacionalista que pugna por penetrar en nuestro Partido en las regiones de la periferia, y esto obedece a que la burguesía renace, a que crece la NEP, a que crece el nacionalismo, a que existen supervivencias del chovinismo gran ruso que también impulsan al nacionalismo local, a que existe la influencia de los Estados extranjeros, que apoyan por todos los medios al nacionalismo. La lucha contra este enemigo en las repúblicas y en las regiones es una fase por la que deben pasar nuestras organizaciones comunistas de las repúblicas nacionales, si es que quieren fortalecerse como organizaciones auténticamente marxistas. No existe otro camino. Y en esta lucha, las derechas son débiles. Y lo son porque se hallan contagiadas de escepticismo en lo que al Partido respecta y se dejan influenciar fácilmente por el nacionalismo. Este es el pecado del ala derecha de las organizaciones comunistas de las repúblicas y de las regiones.

Pero no son menores, si no es que son mayores, los pecados de las
izquierdas” en las regiones de la periferia. Si las organizaciones comunistas de la periferia no pueden fortalecerse y desarrollarse para llegar a ser cuadros auténticamente marxistas sin vencer el nacionalismo, estos cuadros, a su vez, sólo podrán convertirse en organizaciones de masas, sólo podrán agrupar en torno suyo a la mayoría de las masas trabajadoras, si aprenden a ser lo suficientemente flexibles para incorporar a nuestras instituciones del Estado, mediante concesiones, a todos los elementos nacionales, leales en alguna medida si aprenden a maniobrar entre la lucha resuelta contra el nacionalismo en el seno del Partido y la lucha no menos resuelta por atraer al trabajo soviético a todos los elementos más o menos leales de la población, a los intelectuales, etc. Las “izquierdas” de la periferia están exentas, en mayor o menor grado, de escepticismo ante el Partido, de la tendencia a dejarse influenciar por el nacionalismo. Pero los pecados de las “izquierdas” consisten en que no saben ser flexibles con respecto a los elementos democrático-burgueses o simplemente leales de la población; no saben y no quieren maniobrar para atraer a estos elementos; desfiguran la línea del Partido, encaminada a conquistar a la mayoría de la población trabajadora del país. Y, sin embargo, es preciso lograr y desarrollar a toda costa esta flexibilidad [1] y esta capacidad de maniobrar entre la lucha contra el nacionalismo y la incorporación de los elementos leales en alguna medida a las filas de nuestras instituciones del Estado. Y esta flexibilidad sólo puede lograrse y desarrollarse si tenemos en cuenta toda la complejidad y todas las particularidades específicas con las que nos encontramos en nuestras regiones y repúblicas; si no nos dedicamos a una simple trasplantación de los modelos que se están creando en las regiones industriales del centro y que no pueden ser trasplantados mecánicamente a la periferia; si no despreciamos a los elementos de la población con inclinaciones nacionalistas, a los elementos pequeñoburgueses con inclinaciones nacionalistas; si aprendemos a atraer a estos elementos al trabajo general del Estado. El pecado de las “izquierdas” consiste en que están contaminadas de sectarismo y no comprenden la importancia primordial de estas complejas tareas del Partido en las repúblicas y en las regiones nacionales.

Si las derechas son una amenaza porque con su tendencia al nacionalismo pueden obstaculizar el crecimiento de nuestros cuadros comunistas en las regiones de la periferia, las “izquierdas”, a su vez, son una amenaza para el Partido porque con su tendencia a dejarse llevar hacia un
comunismo” simplista y precipitado pueden apartar a nuestro Partido del campesinado y de extensas capas de la población local.

¿Cuál es el mayor de estos peligros? Si los camaradas que se desvían “hacia la izquierda” piensan seguir practicando en la periferia su política de disociación artificial de la población, y esta política no sólo se ha practicado en Chechenia y en la región de Yakutia, no sólo en el Turkestán... (Ibraguímov: “Es la táctica de la diferenciación”) —ahora al camarada Ibraguímov se lo ocurre sustituir la táctica de la disociación por la táctica de la diferenciación, pero eso no cambia nada— si, como iba diciendo, piensan seguir practicando la política de disociación por arriba; si piensan que es posible trasplantar mecánicamente los modelos rusos a una situación específicamente nacional, sin tomar en consideración el modo de vida y las condiciones concretas; si consideran que, al luchar contra el nacionalismo, es preciso arrojar por la borda al mismo tiempo todo lo nacional; en una palabra, si los comunistas de “izquierda
de las regiones de la periferia piensan seguir siendo incorregibles, debo decir que, de los dos peligros, el peligro de “izquierda” puede resultar el mayor.

Esto es lo que quería decir sobre el problema de las “izquierdas” y derechas. Me he adelantado un poco, pero ha sido porque toda la conferencia se ha adelantado, anticipando la discusión del segundo punto.

Hay que espolear a las derechas para obligarles, para enseñarles a luchar contra el nacionalismo, con vistas a forjar verdaderos cuadros comunistas con los hombres del país. Pero es preciso, asimismo, espolear a las “izquierdas”, para enseñarles a ser flexibles, para enseñarles a maniobrar acertadamente, con vistas a conquistar las vastas masas de la población. Es preciso realizar todo esto, porque la verdad se halla “en el medio”, entre las derechas y las “izquierdas”, como ha señalado acertadamente Jodzhánov.




Notas

[1]  Anotación de Partiynost: flexibilidad” no significa “oportunismo” o falta de principios”. En 1925, Stalin dijo a un miembro del PC de Alemania:
Es necesario que el Partido sepa conjugar en su labor la máxima fidelidad a los principios (¡no confundir eso con el sectarismo!) con la máxima ligazón y el máximo contacto con las masas (¡no confundir eso con el seguidismo!), sin lo cual al Partido le será imposible, no sólo instruir a las masas, sino también aprender de ellas, no sólo guiar a las masas y elevarlas hasta el nivel del Partido, sino también prestar oído a la voz de las masas y adivinar sus necesidades apremiantes.Sobre las perspectivas del PC de Alemania y sobre la bolchevización


Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. V, 1953, pp. 109-111.

sábado, 27 de enero de 2018

La Unión Soviética y el movimiento de resistencia — M. I. Semiryaga

Mijail Ivanovich Semiryaga
(1922-2000)


La Unión Soviética, fiel a los principios del internacionalismo proletario, prestó multifacética y desinteresada ayuda a los pueblos de la Europa ocupada en su lucha por liberarse del yugo de los invasores nazifascistas. Según destacó el CC del PCUS, “en la lucha contra el fascismo desempeñó un importante papel el movimiento de Resistencia que se desplegó ampliamente en los países ocupados” [1]. Los falsificadores burgueses de la historia se empeñan en tergiversar el problema de la ayuda que la Unión Soviética prestó a los pueblos de otros países en la lucha contra el fascismo en los años de la guerra pasada, rebajando por todos los medios el verdadero papel del pueblo soviético y de su Partido Comunista en el triunfo sobre la Alemania hitleriana y sus aliados. Mas los infundios de los historiadores reaccionarios no resisten la confrontación con la verdad de la vida, con los hechos históricos. El artículo que presentamos analiza aspectos fundamentales de la ayuda soviética a la Resistencia.


*   *   *

El movimiento de liberación de los pueblos contra los invasores fascistas, conocido en la historia con el nombre de Resistencia, no fue una casualidad histórica, sino una parte integrante, lógica e importante da la Segunda Guerra Mundial. Fue una convincente corroboración de la tesis leninista acerca del crecimiento del papel de las masas populares en el proceso histórico, en general, así como en el desarrollo y desenlace de las guerras, en particular. La Resistencia, que crecía a medida que se ampliaba la agresión fascista, abarcó los doce países europeos ocupados por los hitlerianos, en ella participaron en total más de 2 millones 2 mil hombres, en su mayoría de Polonia, Yugoslavia y Francia.

La Resistencia, contramedida que los pueblos de Europa tomaron frente a la ocupación nazifascista de sus países, adquirió caracteres de lucha democrática general por el restablecimiento de la independencia nacional y la conquista de la libertad. Es lógico que en tal situación no podía ser un movimiento homogéneo en el sentido clasista, y estaba integrado por dos tendencias principales: la democrático-popular y la burguesa. El ala democrática popular, dirigida por los comunistas, fue la que expresó más plena y consecuentemente el carácter y los verdaderos objetivos de la Resistencia. No sólo se planteó como tarea expulsar al odiado enemigo y restablecer la independencia nacional, sino que amplió el campo de lucha, convirtiendo en su objetivo la liberación social de los trabajadores.

El carácter justo de la guerra contra la Alemania hitleriana determinó las tareas, las formas y los métodos de la lucha liberadora que libraron los pueblos de los países de la coalición antihitleriana. A su vez, la reactivación de la Resistencia influyó seriamente en el proceso de profundización del carácter justo de la guerra contra los Estados fascistas.

El pueblo soviético estuvo desde el comienzo mismo de la guerra junto a las víctimas de la agresión fascista y apoyó resueltamente su lucha de liberación nacional. Pese a las calumnias de los falsificadores de la historia y de los antisoviéticos [2], la URSS jamás persiguió sus objetivos coyunturales contrarios a los de otros pueblos. Al apoyar a la Resistencia de los pueblos de Europa, el Partido Comunista y el Gobierno soviético partían de los intereses vitales de todos los pueblos amantes de la libertad, línea que mantuvieron invariable durante toda la guerra.

A pesar de que la URSS no participaba en la Segunda Guerra Mundial antes del ataque contra ella de la Alemania hitleriana, no permaneció como observador indiferente. En las condiciones creadas luego de suscribirse el Tratado de no agresión entre la URSS y Alemania, el Partido Comunista y el Gobierno soviético buscaron formas y métodos de desenmascaramiento del fascismo y de lucha contra la Alemania hitleriana que no dieran a Hitler motivo para desatar provocaciones contra la Unión Soviética y prestaron al movimiento de liberación nacional de los pueblos de Europa toda la ayuda posible en aquel entonces, por los canales siguientes.

En los años de la guerra (hasta junio de 1943), en la Unión Soviética funcionó el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC). Los representantes del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS tomaron parte activa en todas las medidas de la Komintern encaminadas a desplegar el movimiento de Resistencia en los países de Europa ocupados por los hitlerianos. Se sabe que la línea estratégica básica del movimiento comunista internacional trazada por la Komintern consistía en desenmascarar, con los esfuerzos mancomunados de todas las fuerzas democráticas, al fascismo como destacamento de choque del imperialismo y no permitirle desencadenar la Segunda Guerra Mundial. Cuando, a pesar de todo, la guerra comenzó, la Komintern ayudó a varios partidos comunistas a elaborar medidas concretas encaminadas a extender la lucha liberadora da los pueblos y crear frentes populares antifascistas. Por ejemplo, las propuestas del Secretariado del CEIC, enviadas al CC del Partido Comunista de Checoslovaquia a finales de 1940, señalaban la necesidad de vincular la lucha por la liberación nacional con la de liberación social [3].

En relación con la introducción en Bulgaria de tropas alemanas, el Secretariado del CEIC resolvió en enero de 1941 que el Partido Obrero Búlgaro se opusiera activamente a ese hecho [4].

Durante los díficiles años previos y durante el primer período de la Segunda Guerra Mundial, el PC(b) de la URSS y el Gobierno soviético continuaron prestando toda clase de ayuda a los partidos comunistas hermanos. Así, en octubre de 1938 luego de la ocupación hitleriana de Checoslovaquia, a Moscú llegó un nutrido grupo de dirigentes del Partido Comunista de Checoslovaquia, encabezado por K. Gottwald y formó aquí su Buró en el exterior. En la Unión Soviética trabajó durante muchos años el dirigente del Partido Comunista Francés Maurice Thorez [5]. En 1940, gracias a la ayuda del Gobierno soviético fueron liberados de las cárceles y llegaron a la URSS muchos dirigentes de los partidos comunistas de Rumania, Hungría, Finlandia y otros países. En la Unión Soviética se encontraban también unos 3 mil comunistas polacos [6].

En la URSS los comunistas emigrados tenían todas las condiciones necesarias para continuar luchando por la liberación de su patria. En particular, los burós de los partidos hermanos en el exterior, recibieron los medios técnicos para la radiodifusión a sus países y para mantener contactos permanentes con las organizaciones clandestinas del partido que actuaban en su Patria. Se les ofreció también la posibilidad de enviar mensajeros especiales a sus países, materiales de propaganda, etc.

Las autoridades soviéticas prestaban toda clase de asistencia a numerosos refugiados, especialmente de Polonia y Checoslovaquia, después de que estos países fueron ocupados por los hitlerianos. Hacia mediados de 1941, en la Unión Soviética se encontraban cientos de miles de ciudadanos polacos. Recibieron trabajo y se les crearon todas las condiciones necesarias para sus actividades culturales. Las mismas condiciones se crearon para los refugiados de Bohemia y Eslovaquia. Una unidad militar de unos mil combatientes bajo el mando del teniente coronel L. Svoboda (futuro Presidente de la República Socialista Checoslovaca) que estaba primero en Polonia, se trasladó en septiembre de 1939 a la Unión Soviética [7].


*   *   *

El ataque alevoso de la Alemania hitleriana contra la Unión Soviética cambió la situación político-militar en el mundo y la correlación mundial de fuerzas, reforzó de una manera radical el carácter liberador y justo de la guerra de los adversarios a la Alemania fascista; la Unión Soviética con su gran poderío económico y militar se convirtió en baluarte del frente único antifascista. J. Stalin, al intervenir por encargo del Comité Central del Partido el 3 de julio de 1941, dijo que el objetivo de la Guerra Patria del pueblo soviético era “no sólo liquidar el peligro que se ha cernido sobre nuestro país, sino también ayudar a todos los pueblos de Europa que gimen bajo el yugo del fascismo alemán” [8].

La Gran Guerra Patria cambió de raíz la vida del pueblo soviético y el carácter de las actividades del Partido. Al reestructurar sus filas, modificar las formas y los métodos de la dirección del país, y encabezar la lucha contra el enemigo, el Partido Comunista pasó a ser un partido en combate. Exigió de todos los afiliados una elevada responsabilidad por el destino de la Patria, envió al frente a sus mejores cuadros y convirtió al país en un campo de batalla único bajo la consigna “¡Todo para el frente, todo para la victoria!”.

Con su trabajo abnegado en la retaguardia y el derroche de heroísmo en el frente, el pueblo soviético hizo un decisivo aporte a la batalla contra el fascismo y de este modo al despliegue sucesivo del movimiento de Resistencia en otros países y a la liberación de todos los pueblos de Europa.

Comenzada la Gran Guerra Patria, la Resistencia no sólo se relacionó del modo más estrecho con los acontecimientos en el frente soviético-alemán, sino que dependía de ellos. Caracterizando el movimiento de Resistencia en Francia después del 22 de junio de 1941, Maurice Thorez escribía: “La agresión hitleriana contra la Unión Soviética dio un fuerte impulso a la Resistencia y, en especial, a la organización de la lucha armada... Después del 22 de junio de 1941, los patriotas se dijeron: “Con un aliado como el pueblo soviético no estamos solos, podemos conquistar la libertad, podemos triunfar” [9].

La ayuda más eficaz a la lucha liberadora de los pueblos fue la derrota que el Ejército Soviético infligió a las mejores tropas de la Wehrmacht en las más grandes batallas libradas en el frente soviético-alemán. Como se sabe, de los 13 millones 600 mil hombres que perdió Alemania fascista (muertos, heridos, prisioneros) a este frente corresponden 10 millones de soldados y oficiales [10]. A la reactivación del movimiento de Resistencia europeo contribuyó también el hecho de que el Mando hitleriano se vio obligado a enviar al frente Oriental cada vez nuevas fuerzas, debilitando así su retaguardia europea. De 1941 a 1944 se trasladaron del Oeste al frente Oriental 212 divisiones fascistas [11].

Un gran papel en el reforzamiento de la resistencia al fascismo y en el fortalecimiento de la seguridad de los pueblos en la derrota inevitable del “nuevo orden” nazifascista desempeñaron varias acciones de la Unión Soviética en política exterior, tales como el establecimiento de relaciones con los gobiernos en la emigración de Polonia, Checoslovaquia y de algunos otros países, la lucha tenaz por fortalecer y ampliar la coalición antihitleriana, por que los aliados abrieran el segundo frente en Europa; el reconocimiento del Comité Nacional de Liberación de Yugoslavia y el Comité Nacional de Liberación Polaco; la participación en las conferencias de los jefes de gobierno de las grandes potencias en Teherán y Yalta; la suscripción de importantes tratados políticos y militares con varios países, etc. El mismo objetivo se proponía la URSS con las medidas encaminadas a elaborar el programa de estructuración posbélica. Ante los pueblos de la Europa ocupada, estas medidas abrían una clara perspectiva de lucha y confirmaban una vez más la voluntad inquebrantable del pueblo soviético y del Estado socialista de defender la causa de un arreglo pacifico justo.

Desde los primeros días de la Gran Guerra Patria, el Partido Comunista y el Gobierno soviético prestaron a petición de los líderes de los partidos comunistas en la emigración una activa ayuda a la lucha liberadora antifascista de las fuerzas patrióticas de los países ocupados. Así, por iniciativa del Buró en el exterior del Partido Obrero Búlgaro, en agosto-septiembre de 1941 regresaron a Bulgaria procedentes de la URSS, con la ayuda de órganos militares soviéticos, siete grupos de emigrantes políticos [12]. Varios dirigentes de estos grupos recibieron educación militar superior en academias soviéticas. La Unión Soviética también ayudó a los patriotas checos y eslovacos en la formación de varios grupos especiales para el trabajo en la retaguardia fascista y contribuyó a trasladarlos a la patria [13]. También se prestó la asistencia multilateral a los patriotas polacos. A Alemania —guarida de la fiera fascista— regresaron, con la ayuda de órganos soviéticos, muchos comunistas alemanes que en su tiempo habían emigrado a la Union Soviética [14].


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En la Unión Soviética se concedía una gran importancia al trabajo propagandístico entre la población de los países ocupados, así como entre la población y las tropas del enemigo. A comienzos de la Gran Guerra Patria se constituyó el Buró soviético de propaganda político-militar que prestaba, en particular, ayuda directa a los antifascistas extranjeros en sus actividades propagandísticas. Durante la guerra, la Dirección Política Principal del Ejército Rojo editaba dos periódicos en alemán y en rumano para los prisioneros de guerra. Las direcciones políticas de los frentes editaban 10 periódicos en alemán, 2 en finés y 2 en rumano. En total, durante la Gran Guerra Patria, sólo la Dirección Política Principal, sin contar los órganos políticos de los frentes y ejércitos, editó para que circularan entre las tropas enemigas y la población de los países extranjeros más de 3.300 títulos de la producción impresa con una tirada superior a dos mil millones de ejemplares. Los antifascistas extranjeros recibían también una gran ayuda para la organización de propaganda oral entre la población de sus respectivos países. Con este fin se les concedieron medios de radiodifusión. Las emisoras soviéticas emitían sus programas en 28 idiomas extranjeros. Los programas en que participaban dirigentes de los partidos comunistas hermanos, destacadas personalidades de la ciencia y la cultura, constituían un gran apoyo moral a los patriotas de los países de Europa, quienes en la clandestinidad luchaban contra el fascismo.

Un papel positivo en la consolidación de las fuerzas antifascistas del mundo, en el esclarecimiento de los objetivos liberadores de la guerra que sostenía el pueblo soviético y en el desenmascaramiento de la ideología misantrópica del fascismo, desempeñaron los comités antifascistas creados en la Unión Soviética durante la guerras el Comité eslavo antifascista, el Comité antifascista de la juventud soviética, el Comité antifascista da mujeres soviéticas y el Comité antifascista hebreo.

Los órganos soviéticos ofrecieron a los antifascistas extranjeros la posibilidad de trabajar entre los prisioneros de guerra que se encontraban en territorio soviético. Por iniciativa de los comunistas alemanes, a finales de 1941, se celebró la primera Conferencia de soldados alemanes que aprobó el “Llamamiento al pueblo alemán”. Durante 1942 se celebraron varias conferencias de esta índole y en julio de 1943 se constituyó el Comité Nacional “Alemania Libre”. En septiembre del mismo año, un grupo de oficiales y generales de orientación antifascista constituyó la “Unión de oficiales alemanes”. El Gobierno soviético concedió a disposición del Comité Nacional “Alemania Libre” una radioemisora y creó las condiciones necesarias para la edición de un semanario. Como resultado de la labor política del Comité Nacional “Alemania Libre”, hacia finales de 1944 el 75% de los soldados y suboficiales prisioneros se adhirieron al movimiento “Alemania Libre” [15].

En la URSS funcionaban escuelas antifascistas que preparaban cuadros propagandísticos de diferentes nacionalidades. Hacia mediados de octubre de 1944, en las escuelas antifascistas se graduaron 1.446 personas, incluidos 690 alemanes, 169 austríacos, 175 italianos, 203 húngaros y 209 rumanos [16]. Los antifascistas alemanes pudieron participar en el trabajo propagandístico dirigido a desmoralizar a la Wehramcht en el frente, así como en operaciones de los destacamentos guerrilleros. A los antifascistas de entre los prisioneros de guerra rumanos, húngaros y de otras nacionalidades se les ofreció también la posibilidad de participar junto con los soldados soviéticos en la liberación de sus respectivos países.


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La Unión Soviética, accediendo al deseo de muchos antifascistas extranjeros y prisioneros de guerra, prestó el más enérgico respaldo en la formación de unidades militares nacionales que, hombro con hombro con el Ejército Soviético, combatían al enemigo común. Con este objetivo en 1943 el Comité Estatal de Defensa dispuso formar el aparato especial del mandatario del Gran Cuartel General, para las formaciones militares extranjeras en el territorio de la URSS. Hacia mediados de 1944, en la Unión Soviética se formaron y pertrecharon del material bélico y el armamento necesarios un ejercito polaco, un cuerpo de ejército checoslovaco, una división rumana, varias unidades yugoslavas y un regimiento de aviación francés, en total 104.290 soldados y oficiales [17].

Las autoridades soviéticas prestaron la más variada asistencia a estas tropas, asi como al Ejército Popular Búlgaro y a las unidades noruegas que cooperaron con las Fuerzas Armadas de nuestro país en la etapa final de la guerra. El total de efectivos de las unidades extranjeras formadas con la ayuda de la URSS pasó de 550 mil hombres hacia finales de la guerra [18]. Hicieron su aporte al triunfo sobre el enemigo común.

Fue muy eficaz y multifacética la ayuda directa que la URSS prestó al movimiento guerrillero de muchos países de Europa, especialmente de los adyacentes. Los soviéticos durante toda la guerra siguieron con admiración la valerosa lucha de los patriotas yugoslavos. La gran distancia que separa a la URSS de Yugoslavia no permitió prestar ayuda directa a este país al comienzo de la guerra. La situación cambió a finales de 1943, y el Gobierno soviético decidió enviar a Yugoslavia una misión militar para encontrar las vías y posibilidades de prestar ayuda directa al pueblo yugoslavo. El 23 de febrero de 1944, la misión encabezada por el general N. Kornéev llegó al punto de destino y permaneció allí hasta finales de la guerra [19].

Desde bases especiales construidas en Ucrania y posteriormente en Italia, Rumania y Bulgaria, los aviadores soviéticos transportaron varios miles de toneladas de diferentes cargas a los patriotas yugoslavos y sacaron miles de combatientes enfermos o heridos del Ejército Liberador Popular de Yugoslavia (ELPY). En Yugoslavia trabajaba un nutrido grupo de médicos y enfermeras soviéticos encabezado por el profesor A. Kazanski. La ayuda a Yugoslavia aumentó cuando en octubre de 1944 el Ejército Soviético inició una cooperación militar directa con el ELPY. Durante los años de guerra, la Unión Soviética le suministró más de 155 mil fusiles y carabinas, más de 38 mil metralletas, mas de 15 mil ametralladoras, unos 6 mil cañones y morteros, 69 tanques, 491 aviones y muchos otros equipos bélicos, armamentos y municiones [20].

Las misiones militares respectivas cooperaban también, en la asistencia soviética a los guerrilleros de Grecia y Albania. El Ejército Rebelde Popular de liberación de Bulgaria recibió los más diversos tipos de armamentos. Así, tan sólo a finales de agosto y a principios de septiembre de 1944, los aviones soviéticos lanzaron en paracaídas armamentos para 10 mil guerrilleros búlgaros y yugoslavos [21]. Ayuda sistemática recibía el movimiento guerrillero polaco [22].

Un importante papel en la ayuda a los guerrilleros de Polonia, Checoslovaquia, Rumania y Hungría, desempeñó el Estado Mayor Ucraniano del Movimiento Guerrillero (EMUMG) en el cual había representantes permanentes de los partidos comunistas de estos países. La escuela especial adjunta al EMUMG preparaba cuadros guerrilleros de otros países. Hacia el 1º de agosto de 1944 se graduaron en ésta 507 antifascistas (checos, eslovacos, húngaros, rumanos, yugoslavos,etc.) quienes posteriormente fueron trasladados a sus países [23].

La ayuda soviética a los pueblos de Checoslovaquia aumentó particularmente durante la Sublevación Nacional Eslovaca.

Se realizaba por tres vías: reactivación de las operaciones militares de las tropas soviéticas en la zona de los Cárpatos con miras a entrar en Eslovaquia y unirse con los rebeldes; desembarcos aéreos y transporte de armamentos por vía aérea; redislocación de las formaciones guerrilleras soviéticas desde la URSS y Polonia hacia Eslovaquia.

Las insurrecciones armadas que estallaron en la segunda mitad de 1944 bajo la dirección de los partidos comunistas y obreros fueron culminación de la lucha de liberación popular en la mayoría de los países de Europa Central y Suroriental. No cabe duda que las premisas socioeconómicas y políticas que iniciaron las revoluciones populares se hallaban dentro de estos países. Sin embargo, no es menos evidente que en las condiciones concretas de la segunda mitad de 1944, cuando en los países de Europa Central y Suroriental se concentraban grandes fuerzas de la Wehrmacht, el triunfo de las insurrecciones dependía en medida decisiva de la derrota de estas fuerzas por el Ejercito Soviético. Gracias, precisamente, al éxito de la operación de Iassy-Kishiniov en agosto de 1944 en la cual el Ejercito Soviético derrotó al grueso de la agrupación enemiga de los ejércitos “Ucrania del Sur”, integrada también por tropas del reino de Rumania, el pueblo rumano dirigido por el Partido Comunista derrocó el régimen de Antonescu, y el ejército rumano volvió las armas contra los hitlerianos.

En las mismas condiciones favorables, cuando las tropas soviéticas entraron en Bulgaria, triunfó la insurección armada del pueblo búlgaro. El éxito de la operación de las tropas soviéticas a comienzos de mayo de 1945 aseguró el triunfo de la sublevación armada en Bohemia. El hecho de que los rebeldes eslovacos, pese a las condiciones sumamente difíciles, supieron mantenerse durante dos meses en el territorio liberado de Eslovaquia Central, fue mérito no sólo de los propios rebeldes, sino también de la ayuda prestada por la Unión Soviética. “Sin la ayuda multifacetica de la URSS —decía Gustav Husak—, ayuda militar material, política y moral, el pueblo sublevado de Eslovaquia no hubiera podido librar durante dos meses una lucha difícil y abierta contra las fuerzas superiores de las divisiones hitlerianas. Sin el gran papel liberador de la Unión Soviética no existiría una Checoslovaquia libre” [24].

La sublevación de Varsovia ocupa un lugar especial entre las rebeliones armadas durante la guerra. El gobierno en el exilio, con sede en Londres, y el grupo dirigente de su organización militar —Armia Krajowa—, escudándose tras laв consignas de la lucha antifascista, provocaron prematuramente la insurección para utilizarla en provecho de sus estrechos intereses de clase, como un acto político dirigido, en definitiva, contra la Unión Soviética y el Comité Nacional de Liberación Polaco formado al comienzo de la sublevación. La política aventurera de la cumbre nacionalista de la emigración polaca causo la muerte de varios miles de heroicos rebeldes. La historiografía reaccionaria burguesa no cesa de calumniar la posición del Gobierno soviético respecto a la sublevación de Varsovia. Los hechos testimonian, entre tanto, que a pesar de los intentos da los lideres reaccionarios del Armia Krajowa de aprovecharse de esta sublevación con fines antisoviéticos, el Alto Mando soviético consideraba que los rebeldes de Varsovia, quienes con las armas combatían a los invasores fascistas, eran compañeros de armas del Ejército Soviético y les prestaba toda clase de asistencia.

El mariscal de la Union Soviética K. Rokossovski recordaba: “La tragedia desatada en Varsovia no nos dejaba tranquilos. La conciencia de la imposibilidad de emprender una gran operación para salvar a loe rebeldes parecía una tortura. En aquellos momentos por alta frecuencia llamó Stalin.

Le informé acerca de la situación en el frente y todo lo relacionado con Varsovia. Stalin preguntó si las tropas del frente estaban en condiciones de emprender la operación de liberación de Varsovia. Al recibir respuesta negativa, pidió que prestáramos toda la ayuda posible a los sublevados y facilitáramos su situación. Mis propuestas sobre cómo y con qué íbamos a ayudar él aprobó” [25].

En sólo dos semanas de septiembre, la aviación soviética realizó 2.243 incursiones para arrojar a los rebeldes 2.667 metralletas y fusiles, 156 morteros, 505 fusiles antitanque y otras armas, municiones, equipos, alimentos y medicinas [26]. Por su heroísmo en los combates por la liberación de Polonia el Ejercito Soviético mereció la sincera gratitud del pueblo polaco.


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Al analizar la ayuda prestada por la Unión Soviética a la lucha de liberación nacional de los pueblos de los países de Europa ocupados por los hitlerianos, no puede menos que mencionarse el aporte que hicieron los soviéticos que por diversas circunstancias se encontraban en distintos países de Europa Occidental. Durante las operaciones militares, especialmente en el primer período de la Gran Guerra Patria, no pocos combatientes soviéticos cayeron prisioneros. Además, los hitlerianos llevaron a Alemania y a otros países ocupados a millones de ciudadanos soviéticos [27].

Lejos de la Patria, bajo el terror y la violencia más brutales, los soviéticos encontraban la manera de participar en la lucha armada contra el enemigo. Muchos de ellos escapaban de los campos de prisioneros de guerra y de trabajos forzados y se incorporaban a loe destacamentos guerrilleros de los patriotas locales y en no pocos casos organizaban tales destacamentos y grupos.

En Francia, a iniciativa de los comunistas, se formó el Comité Central de prisioneros de guerra soviéticos. Los comunistas y komsomoles soviéticos encabezaron numerosos destacamentos guerrilleros en los cuales sólo combatían ciudadanos soviéticos o ciudadanos de varios países que operaban en territorio francés. Uno de ellos, V. Porik, obtuvo por sus hazañas combativas el título de Heroe de la Union Soviética. Miles de comunistas soviéticos —entre más de 40 mil ciudadanos soviéticos participantes activos en el movimiento de Resistencia europeo— combatieron en destacamentos guerrilleros en Italia, Bélgica, Yugoslavia, Checoslovaquia, Bulgaria, Grecia y otros países. Eran dignos representantes de su Patria.

Los pueblos de Europa y los partidos hermanos aprecian altamente la lucha de los soviéticos en la Resistencia. “Es imposible escribir la historia de la liberación de Francia de las hordas hitlerianas —destaca Gastan Larosh, participante activo en la Resistencia francesa— sin mencionar a les soviéticos que hombro a hombro con los franceses participaron en la lucha” [28]. Uno de los dirigentes de la Resistencia italiana, ex presidente del Consejo de Ministros de Italia, Ferruccio Parri escribía: “Quiero recordar hoy con buenas palabras a los soviéticos que participaron en la Resistencia italiana... Su valentía, heroísmo y abnegación desempeñaron un importante papel tanto en lo militar como en lo moral” [29].

Los ciudadanos soviéticos y, ante todo, los comunistas que se encontraban en los campos de muerte fascista, se distinguieron como inquebrantables luchadores contra el fascismo. Bajo la vigilancia de la Gestapo y arriesgando a cada paso la vida, los comunistas soviéticos se cohesionaban, creaban sus organizaciones clandestinas, hacían todo la posible para luchar contra el fascismo. Una de las mayores organizaciones de este tipo fue la Cooperación Fraternal de Prisioneros de Guerra, dirigida por comunistas soviéticos, que actuaba en el Sur de Alemania.

En Alemania, prácticamente no hubo un gran campo de prisioneros de guerra, campo para “obreros de Oriente” o campo de concentración, en que los comunistas soviéticos no hubieran organizado varios grupos clandestinos, incluidos grupos del Partido. Por ejemplo, en el campo de concentración Zeithain, cerca de Dresde, en la primavera de 1943 los comunistas soviéticos y alemanes formaron un grupo clandestino y en su reunión general decidieron considerarlo célula del PC(b) de la URSS y trabajar en estricto acuerdo con el Programa y los Estatutos del Partido, teniendo en cuenta, naturalmente, las condiciones específicas de la prisión [30].

En Leipzig, donde trabajaban varios miles de obreros extranjeros, los comunistas soviéticos y alemanes organizaron en el verano de 1943 el Comité Internacional Antifascista.

Uno de los organizadores de la clandestinidad en Sachsanhausen fue el general A. Zótov, comunista. En el campo de concentración de Buchenwald, los comunistas soviéticos organizaron el Centro político ruso que cooperó intensamente con los comunistas de otros países. Mujeres soviéticas comunistas, prisioneras en el campo de concentración Ravensbruck también crearon su organización clandestina. En Mauthausen, uno de los más monstruosos campos de la muerte, los comunistas soviéticos encabezaron el trabajo clandestino. El general D. Kárbishev, hecho prisionero, demostró ser un combatiente indoblegable. En todos los campos de concentración a donde lo arrojaron los hitlerianos, alzaba a los patriotas soviéticos a la lucha, infundía fe en el triunfo sobre el fascismo.

Los prisioneros extranjeros de los campos de concentración hitlerianos recuerdan con profundo reconocimiento a los camaradas soviéticos. Los austríacos, ex prisioneros del Dachau, Franz Freihaut, Joseph y Fritz Lauscher escribieron que el comportamiento de los soviéticos en el campo de concentración fue ejemplo para ellos y que los camaradas soviéticos, a pesar de sufrir grandes pérdidas, crearon allí una eficaz organización política y posteriormente militar [31].

El profesor S. Eftimiades, antifascista yugoslavo, quien estaba en el campo de concentración junto con prisioneros de guerra soviéticos, escribió en su diario el 10 de noviembre de 1942: “En los soviéticos pude ver la disposición a hacer todo lo posible para salvar su Patria. Hecho que me permitió sacar una conclusión concreta: el Partido de la Unión Soviética supo dar vida al pueblo e infundirle fe en el futuro, en aras de lo cual estaba dispuesto a sacrificar todo para salvar las conquistas de la Gran Revolución Socialista de Octubre” [32].

No es sorprendente que las autoridades hitlerianas vieran en los patriotas soviéticos a sus principales enemigos.

La Patria apreció altamente las hazañas heroicas de sus hijos, que, lejos de ella, lucharon con abnegación contra el fascismo. Los más audaces combatientes de la clandestinidad en el extranjero merecieron el honroso título de Héroes de la Unión Soviética.


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En los años de la guerra pasada, el Partido Comunista de la Unión Soviética y el Estado soviético cumplieron dignamente con su deber internacionalista ante los trabajadores de todos los países. Los soviéticos, en todas las condiciones, prestaron ayuda activa a la lucha de liberación nacional de los pueblos de Europa, participaron con energía en la Resistencia. Importancia decisiva para el destino de los países y pueblos de Europa Central y Suroriental tuvo el hecho de que las Fuerzas Armadas Soviéticas los liberaron de la ocupación nazifascista y crearon condiciones exteriores favorables para el triunfo de las revoluciones populares.

La experiencia de la solidaridad de los pueblos, las formas y métodos de ayuda mutua en la lucha contra el fascismo en los años de la Segunda Guerra Mundial conservan su importancía también para nuestro tiempo. Las fuerzas revolucionarias de liberación de muchos países, especialmente en Africa, Asia y América Latina perciben en forma creadora esta experiencia y la aplican con éxito en la lucha por la libertad, la paz, la democracia y el progreso social.



Notas

[1] “Acerca del 30° aniversario de la Victoria del pueblo soviético en la Gran Guerra Patria de 1941-1945. Resolución del CC del PCUS”, Pravda, 9. II. 1975.

[2] Véase Churchill, The Second World War, London, 1951, vol. 4, p. 400; G. Hollan, Die Internationale Wurzein und Erscheinungsformen des proletarischen Internationalismus, Köln, 1959, S. 10-11.

[3] Véase Internacional Comunista, Breve ensayo histórico, Moscú, 1969, pág. 495 (en ruso).

[4] Ibid., pág. 499.

[5] Véase Maurice Thorez, Obras escogidas, t. 1 (1930-1944), Moscú, 1959, pág. 689 (en ruso).

[6] M. Malinowski, Geneza PPR, Warszawa, 1972, Str. 95.

[7] Véase Ludvic Svoboda, De Buzuluk a Praga, Moscú, 1969, pág. 23 (en ruso).

[8] J. Stalin, Sobre la Gran Guerra Patria de la Union Soviética, Moscú, 1953, pág. 16 (en ruso).

[9] Maurice Thorez, Hijo del pueblo, Moscú, 1960, pág. 168 (en ruso).

[10] La Gran Guerra Patria de la Union Soviética. 1941-1945, Historia breve, Moscú, 1970, pág. 567 (en ruso).

[11] Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, Moscú, 1970, t. 5, libro 1, pág. 568 (en ruso).

[12] Actividad del Partido Comunista Búlgaro dentro del ejército, Documentos y materiales, Sofía, 1959, pág. 563 (en búlgaro).

[13] Amort Č., Na pomoc ceskoslovenskému lidu, Dokumenty, Praha, 1960, Str. 58.

[14] Geschichte der deutschen Arbeiterbewengung, Bd. 5, Berlin, 1966, S. 303-304.

[15] La Segunda Guerra Mundial, Libro 3, La Resistencia en Europa, Moscú, 1966, pág. 189 (en ruso).

[16] Véase Historia del Partido Comunista de la Union Soviética, ed. cit., t. 5, libro I, pág. 590.

[17] La Segunda Guerra Mundial y la contemporaneidad, Moscú, 1972, pág. 227 (en ruso).

[18] Historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, ed. cit., t. 5, libro 1, pág. 573.

[19] Operación de Belgrado, Moscú, 1963, pág. 53 (en ruso).

[20] Misión liberadora de las Fuerzas Armadas Soviéticas en la Segunda Guerra Mundial, Moscú, 1971, pág. 236 (en ruso).

[21] Véase Historia de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética. 1941-1945, Moscú, 1964, t. 4, pág. 491 (en ruso).

[22] Para más detalles véase la publicación presentada en esta recopilación: el artículo de P. Kochegura Liberación de Polonia.

[23] Véase Solidaridad internacional y la lucha contra el fascismo. 1935-1945, Kíev, 1970, págs. 394-398 (en ucraniano).

[24] Pravda, 30. VIII. 1974.

[25] K. Rokossovski, Deber del soldado, Moscú, 1972, págs. 287-288 (en ruso).

[26] Historia de la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética. 1941-1945, ed. cit., t. 4, pág. 246.

[27] Véase Proceso de Nuremberg, t. 1, Moscú, 1957, pág. 173 (en ruso).

[28] Cahiers du communisme, 1960, N. 3, pág. 400.

[29] Pravda, 5. V. 1965.

[30] Materiales del Comité Soviético de Veteranos de Guerra (CSVG). Acta taquigráfica del encuentro de los ex prisioneros de guerra en los campos de concentración de la comarca de Dresde del 25 de abril de 1959 (en ruso).

[31] Véase Materiales del CSVG. Documento “Sobre la lucha en el campo de concentración de Dachau”, h. 1 (en ruso).

[32] Materiales del CSVG. Acta taquigráfica del encuentro de los combatientes de la Resistencia de los campos de concentración de Hammelburg, Flossenburg y Nuremberg del 20 de junio de 1955 (en ruso).



Fuente: Misión liberadora de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, Academia de Ciencias de la URSS, Moscú, 1985, pp. 99-116.



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