martes, 30 de enero de 2018

Contra la vulgarización de la consigna de autocrítica — I. V. Stalin


La consigna de autocrítica no puede considerarse algo efímero y de corta duración. La autocrítica es un método particular, el método bolchevique de educación de los cuadros del Partido, y de la clase obrera en general, en el espíritu del desarrollo revolucionario. Marx hablaba ya de la autocrítica como de un método de fortalecimiento de la revolución proletaria [1]. Por lo que se refiere a la autocrítica en nuestro Partido, su comienzo se remonta a la aparición del bolchevismo en nuestro país, a los primeros días del nacimiento del bolchevismo como corriente revolucionaria independiente en el movimiento obrero.

Es sabido que ya en la primavera de 1904, cuando el bolchevismo no constituía aún un partido político independiente y trabajaba con los mencheviques en  el seno de un mismo partido socialdemócrata, Lenin llamaba al Partido a ejercer la “autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias”. He aquí lo que Lenin decía entonces en su folleto “Un paso adelante, dos pasos atrás”:

“Ellos (es decir, los adversarios de los marxistas. J. St.) observan con muecas de alegría maligna nuestras discusiones; procurarán, naturalmente, entresacar para sus fines algunos pasajes aislados de mi folleto, consagrado a los defectos y deficiencias de nuestro Partido. Los socialdemócratas rusos están ya lo bastante fogueados en el combate para no dejarse turbar por semejantes alfilerazos y para continuar, pese a ellos, su labor de autocrítica, poniendo despiadadamente al descubierto sus propias deficiencias, que de un modo necesario e inevitable serán enmendadas por el desarrollo del movimiento obrero, ¡Y que prueben los señores adversarios a describimos un cuadro de la situación verdadera de sus “partidos” que se parezca, aunque sea de lejos, al que brindan las actas de nuestro II Congreso!” (t. VI, pág. 161 [2]).
Por eso no tienen ninguna razón los camaradas que piensan que la autocrítica es un fenómeno efímero, una moda pasajera como todas las modas. En realidad, la autocrítica es un arma inalienable y en continua acción del arsenal del bolchevismo, vinculada indisolublemente con la naturaleza misma del bolchevismo, con su espíritu revolucionario.
A veces dicen que la autocrítica es buena para un partido que no está en el Poder aún y “nada tiene que perder”, pero que es peligrosa y nociva para un partido que se encuentra ya en el Poder y se halla rodeado de fuerzas enemigas, que pueden aprovechar contra él sus debilidades puestas al desnudo.

Eso es erróneo. ¡Absolutamente erróneo! Al contrario, precisamente porque el bolchevismo ha llegado al Poder, precisamente porque a los bolcheviques pueden subírseles a la cabeza los éxitos de nuestra edificación, precisamente porque los bolcheviques pueden no advertir sus debilidades y, de este modo, facilitar la obra de sus enemigos, la autocrítica es necesaria sobre todo ahora, sobre todo después de la toma del Poder.

La autocrítica persigue el fin de poner al desnudo y eliminar nuestros errores, nuestras debilidades. ¿No es evidente, acaso, que en las condiciones de la dictadura del proletariado la autocrítica sólo puede facilitar la lucha del bolchevismo contra los enemigos de la clase obrera? Lenin tenía en cuenta estas particularidades de la situación después de la toma del Poder por los bolcheviques cuando decía en su folleto “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, escrito en abril-mayo de 1920:
“La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de  sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase, y después a las masas.” (t. XXV, pág. 200).
Lenin tenía mil veces razón cuando decía en el XI Congreso del Partido, en marzo de 1922:
“El proletariado no teme confesar que en la revolución hay cosas que le han salido maravillosamente y cosas que le han salido mal. Todos los partidos revolucionarios que se han hundido hasta ahora, han corrido esa suerte por haberse dejado llevar del engreimiento, por no haber sabido ver en qué consistía su fuerza, por miedo a hablar de sus debilidades. Pero nosotros no nos hundiremos, porque no tenemos miedo a hablar de nuestras debilidades y aprenderemos a vencerlas.” (t. XXVII, págs. 260-261).
La conclusión es una: sin autocrítica no hay educación acertada del Partido, de la clase, de las masas; sin educación acertada del Partido, de la clase, de las masas, no hay bolchevismo.

¿Por qué la consigna de autocrítica ha adquirido particular actualidad precisamente ahora, precisamente en el actual momento histórico, precisamente en 1928?

Porque ahora se ha puesto de manifiesto con mayor nitidez que hace un año o dos la agudización de las relaciones de clase, tanto en el dominio interior como en el exterior.

Porque ahora se ha puesto de manifiesto con mayor nitidez que hace un año o dos la labor de zapa realizada por los enemigos de clase del Poder Soviético, que aprovechan nuestras debilidades, nuestros errores, contra la clase obrera de nuestro país.

Porque las enseñanzas del asunto de Shajti y de las “maniobras en los acopios” realizadas por los elementos capitalistas del campo, más nuestros errores en la planificación, no pueden ni deben pasar en vano para nosotros.

Debemos liberarnos cuanto antes de nuestros errores y de nuestras debilidades, descubiertos por el asunto de Shajti y por las dificultades en los acopios de cereales, si queremos fortalecer la revolución y hacer frente, debidamente pertrechados, a nuestros enemigos.

Debemos poner al desnudo cuanto antes nuestras debilidades y nuestros errores que no hemos puesto aún al desnudo, pero que existen, sin duda alguna, si no queremos que nos sorprendan toda clase de “eventualidades” y “casualidades”, para satisfacción de los enemigos de la clase obrera.

Demorar esto es facilitar la labor de nuestros enemigos, ahondar nuestras debilidades y nuestros errores. Pero hacerlo es imposible si no desplegamos la autocrítica, si no reforzamos la autocrítica, si no incorporamos a las masas de millones de obreros y  de campesinos a la obra de descubrir y eliminar nuestras debilidades y nuestros errores.

Por eso el Pleno de abril del. C.C. y de la C.C.C. tenía toda la razón cuando dijo en su resolución sobre el asunto de Shajti que:
“La condición principal para asegurar el éxito en la aplicación de todas las medidas trazadas debe ser la realización electiva de la consigna del XV Congreso sobre la autocrítica.” [3]
Mas, para desplegar la autocrítica, hay que superar, ante todo, varios obstáculos que se alzan ante el Partido. Figuran entre ellos el atraso cultural de las masas, la insuficiencia de fuerzas culturales en la vanguardia proletaria, nuestra rutina, nuestra “presunción comunista”, etc. Sin embargo, uno de los obstáculos más grandes, si no el mayor de todos, es el burocratismo de nuestros aparatos. Me refiero a los elementos burocráticos en las organizaciones del Partido, estatales, sindicales, cooperativas y de todo otro género. Me refiero a los elementos burocráticos, que viven de nuestras debilidades y errores, que temen, como al fuego, a la crítica de las masas, al control de las masas, y nos impiden desplegar la autocrítica, nos impiden desprendernos de nuestras debilidades, de nuestros errores. El burocratismo en nuestras organizaciones no puede ser considerado simple papeleo y balduquismo. El burocratismo es una manifestación de la influencia burguesa en nuestras organizaciones. Lenin tenía razón cuando decía:
“...debamos comprender que la lucha contra el burocratismo es una lucha absolutamente necesaria y que esa lucha es tan compleja como la tarea de combatir la fuerza ciega del elemento pequeñoburgués. El burocratismo en nuestro régimen de Estado ha adquirido la significación de un vicio tal, que el programa de nuestro Partido habla de él, y eso es porque está ligado con el elemento pequeñoburgués y con su dispersión.” (t. XXVI, pág. 220).
Con tanta mayor perseverancia debe desplegarse la lucha contra el burocratismo de nuestras organizaciones, si queremos de veras desplegar la autocrítica y liberamos de los vicios de nuestra edificación.

Con tanta mayor perseverancia debemos alzar a las masas de millones de obreros y campesinos para que participen en la crítica desde abajo, en el control desde abajo, antídoto principal contra el burocratismo.

Lenin tenía razón cuando decía:
“Si queremos luchar contra el burocratismo, debemos hacer que participen en esa lucha las masas”... pues, “¿de qué otro modo se puede poner fin al burocratismo, si no es haciendo que participen en ello los obreros y los campesinos? (t. XXV, págs. 496, 495).
Mas para ello, para “hacer que participen” las grandes masas, hay que desarrollar la democracia proletaria en todas las organizaciones de masas de la clase obrera y, ante todo, en el seno del Partido mismo. Sin esta condición, la autocrítica queda reducida a cero, a una cosa vacía, a una frase.

No necesitamos una autocrítica cualquiera. Necesitamos una autocrítica que eleve la cultura de la clase obrera, desarrolle su espíritu combativo, vigorice su fe en la victoria, multiplique sus fuerzas y le ayude a llegar a ser verdadera dueña y señora del país.

Unos dicen que si hay autocrítica no hace falta la disciplina de trabajo, que se puede  abandonar el trabajo y dedicarse a charlar de todo un poco. Eso no es autocrítica, sino burlarse de la clase obrera. La autocrítica no se necesita para destruir la disciplina de trabajo, sino para fortalecerla, para que la disciplina de trabajo sea una disciplina consciente, capaz de luchar con éxito contra la desidia pequeñoburguesa.

Otros dicen que si hay autocrítica no hace ya falta la dirección, que podemos apartarnos del timón y abandonarlo todo al “curso natural de las cosas”. Eso no es autocrítica, eso es una vergüenza. La  autocrítica no se necesita para debilitar la dirección, sino para fortalecerla, para convertirla de dirección en el papel y poco prestigiosa en dirección real y verdaderamente prestigiosa.

Pero hay también otra especie de “autocrítica”, que lleva a la destrucción del espíritu de Partido, al descrédito del Poder Soviético, al debilitamiento de nuestra edificación, a la descomposición de nuestros cuadros administrativos, al desarme de la clase obrera, a las habladurías acerca de la degeneración. A esa “autocrítica”, precisamente, nos invitaba ayer la oposición trotskista. Huelga decir que el Partido no tiene nada de común con esa “autocrítica”. Huelga decir que el Partido luchará contra esa “autocrítica” con todas sus fuerzas y por todos los medios.

Hay que distinguir rigurosamente entre esta “autocrítica” destructiva, antibolchevique, ajena a nosotros, y nuestra autocrítica bolchevique, que persigue el fin de cultivar el espíritu de Partido, consolidar el Poder Soviético, mejorar nuestra edificación, fortalecer nuestros cuadros administrativos, pertrechar a la clase obrera.

La campaña por el fortalecimiento de la autocrítica la empezamos hace tan sólo unos meses. Aun no disponemos de los datos necesarios para hacer el primer balance de ella. Sin embargo, ya ahora se puede decir que empieza a dar resultados provechosos.

No puede negarse que la ola de la autocrítica empieza a alzarse y extenderse, abarcando a capas cada vez más amplias de la clase obrera y atrayéndolas a la edificación socialista. Así lo evidencian, por ejemplo, hechos como la reanimación de las reuniones de producción y de las comisiones provisionales de control.

Verdad es que aun se observan intentos de meter bajo el tapete las indicaciones, justas y comprobadas, de las reuniones de producción y de las comisiones provisionales de control, y contra esas tentativas se impone la lucha más enérgica, pues persiguen el fin de quitar a la clase obrera las ganas de hacer autocrítica. Pero no creo que haya razones para dudar de que esos intentos burocráticos serán totalmente barridos por la creciente ola de autocrítica.

Tampoco puede negarse que, gracias a la autocrítica, nuestros cuadros administrativos empiezan a trabajar mejor, elevan su vigilancia, empiezan a enfocar más seriamente la dirección de la economía, y nuestros cuadros del Partido, de los Soviets, de los sindicatos y demás organizaciones captan con mayor sensibilidad, con mayor solicitud, las demandas de las masas.

Verdad es que no puede estimarse que la democracia interna del Partido y la democracia obrera en general se observen ya con toda plenitud en las organizaciones de masas de la clase obrera. Pero no hay motivos para dudar de que en este terreno se avanzad a medida que se despliegue la campaña.

Tampoco puede negarse que, gracias a la autocrítica, nuestra prensa se ha hecho más animada, más viva, ni que destacamentos de nuestros periodistas como son las organizaciones de corresponsales obreros y rurales empiezan ya a convertirse en una fuerza política muy seria.

Verdad es que nuestra prensa continúa deslizándose de vez en cuando por la superficie, aun no ha aprendido a pasar de las observaciones críticas aisladas a una crítica más profunda, y de una crítica profunda a la sintetización de los resultados de la crítica, a poner de manifiesto qué adelantos se han conseguido en nuestra edificación como resultado de la crítica. Pero no creo que pueda dudarse que en este terreno se avanzará en el curso sucesivo de la campaña.

Es necesario, no obstante, señalar al lado de estos aspectos positivos los aspectos negativos de nuestra campaña. Me refiero a las deformaciones de la consigna de autocrítica que se producen ya ahora, al comienzo de la campaña, y que crean el peligro de vulgarización de la autocrítica si no se les pone coto sin demora alguna.

1) Es necesario, ante todo, señalar que en varios órganos de prensa se ha perfilado la tendencia a transformar la campaña basada en la crítica seria de los defectos de nuestra edificación socialista, en una campaña basada en el alboroto sensacionalista contra los excesos en la vida privada. Eso quizá parezca increíble, pero, desgraciadamente, es un hecho.

Tomad, por ejemplo, el periódico “Vlast Trudá” (núm. 128), órgano del Comité del Partido y del Comité Ejecutivo del Soviet de la comarca de Irkutsk. Encontraréis allí toda una plana acribillada de “consignas” sensacionalistas: “La  incontinencia en la vida sexual es un vicio burgués”, “Una copa llama a otra”, “La casa propia pide vaca propia”, “Bandidos de cama de matrimonio”, “Disparo que no llegó a sonar”, etc., etc. ¿Qué puede haber de común, pregunto yo, entre esa barahunda “crítica”, digna de “Birzhovka” [4], y la autocrítica bolchevique, que persigue el fin de mejorar nuestra edificación socialista? Es muy posible que el autor de esos sueltos sensacionalistas sea comunista. Es posible que respire odio contra los “enemigos de clase” del Poder Soviético. Pero no puede caber duda de que se desvía del camino acertado, vulgariza la consigna de autocrítica y habla con una voz que no es la de nuestra clase.

2) Es necesario, además, señalar que incluso órganos de prensa que, hablando en líneas generales, no carecen de tino para criticar acertadamente, se desvían a veces y critican por criticar, convirtiendo la crítica en un deporte con vistas  al sensacionalismo. Tomemos, por ejemplo, “Komsomólskaia Pravda”. Todo el mundo  conoce los méritos de “Komsomólskaia Pravda” en el desarrollo de la autocrítica. Pero ved los últimos números del periódico y fijaos en la “crítica” a los dirigentes del Consejo Central de los Sindicatos Soviéticos, en una serie de inadmisibles caricaturas sobre este tema. ¿Quién tiene necesidad, pregunto yo, de esa “crítica” y qué puede ella dar, de no ser el desprestigio de la consigna de autocrítica? ¿Qué falta ha podido hacer esa “crítica”, si, naturalmente, se toman en consideración los intereses de nuestra edificación socialista y no se busca un sensacionalismo barato que provoque risas malignas entre los filisteos? Naturalmente, para la autocrítica se necesitan todas las armas, comprendida la “caballería ligera”. Pero, ¿acaso de ello se desprende que la caballería ligera deba convertirse en caballería ligera de cascos?

3) Es necesario, por último, señalar cierta tendencia de varias de nuestras organizaciones a convertir la autocrítica en persecución contra los cuadros administrativos, en desprestigio de los mismos ante los ojos de la clase obrera. Es un hecho que algunas organizaciones de Ucrania y de la Rusia Central han desencadenado una campaña de francas persecuciones contra los mejores cuadros administrativos, hombres cuya culpa consiste en que no están inmunizados en un cien por cien contra los errores. ¿De qué otro modo pueden comprenderse las disposiciones de algunas organizaciones locales destituyendo de sus cargos a esos cuadros administrativos, disposiciones que no tienen la menor fuerza obligatoria, pero que, con toda evidencia, persiguen el fin de desacreditar a los cuadros administrativos? ¿De qué otro modo puede comprenderse el que critiquen y no den a los cuadros administrativos posibilidad de responder a la crítica?

¿Desde cuándo “la ley del embudo” se hace pasar entre nosotros por autocrítica?

Naturalmente, no podemos exigir que la crítica sea acertada en el cien por cien. Si la crítica viene desde abajo, no debemos desdeñar ni siquiera la crítica que sea acertada tan sólo en el cinco o el diez por ciento. Todo eso es cierto. Pero, ¿acaso de ello se desprende que debamos exigir a los cuadros administrativos garantías contra los errores en el cien por cien? ¿Acaso hay en el mundo gente inmunizada en el cien por cien contra los errores? ¿Acaso es difícil comprender que para formar cuadros administrativos se precisan años y más años y que con los cuadros administrativos debemos mantener la actitud más cuidadosa y solícita? ¿Acaso es difícil comprender que la autocrítica no nos hace falta para perseguir a los cuadros administrativos, sino para mejorarlos y reforzarlos?

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no vulgaricéis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella un arma de ejercicios de sensacionalismo sobre temas al estilo de “Bandidos de cama de matrimonio”, “Disparo que no llegó a sonar”, etc.

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no desprestigiéis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella una cocina para guisotear inmundas bazofias sensacionalistas.

Criticad los defectos de nuestra edificación, pero no deforméis la consigna de autocrítica y no hagáis de ella un arma para perseguir a nuestros cuadros administrativos y a otros funcionarios.

Y lo principal es que no suplantéis la crítica de masas desde abajo por la palabrería “crítica” desde arriba; dejad que las masas de la clase obrera se acostumbren a ejercer la crítica y pongan de manifiesto su iniciativa creadora para corregir nuestros defectos, para mejorar nuestra edificación.



Notas

[1] C. Marx, “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte” (véase: C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en dos tomos, t. I, pág. 227, ed. en español, 1951).

[2] Véase: V. I. Lenin, Obras, t. 7, pág. 190, 4ª ed. en ruso.

[3] Véase: “El P.C.U.S. en las resoluciones y acuerdos de los Congresos y Conferencias y de los Plenos del C.C.”, parte II, pág. 390, ed. en ruso, 1953.

[4] “Birzhovka” — “Birzhevíe Viédomosti” (“Noticias de la Bolsa”): periódico burgués de escándalo, que empezó a publicarse en Petersburgo en 1880. El nombre de “Birzhovka” se convirtió en sinónimo de prensa venal y sin principios. A fines de octubre de 1917, el periódico fue suspendido por el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado.



Fuente: Stalin, I. V., Obras, Lenguas extranjeras, Moscú, t. XI, 1953, pp. 50-53.

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